jueves, 15 de marzo de 2018

Los Tres Nacimientos de Dionysos (Primera Parte) Por Alberto Espinosa Orozco



Los Tres Nacimientos de Dionysos
(Primera Parte)

 Por Alberto Espinosa Orozco


  “Inmortales los mortales, mortales los inmortales:

los unos viven de la muerte de los otros,

los otros viven de la muerte de los unos.”

Heráclito, Fragmento 62




I

Dionysos, el dios patético de la fertilidad y la vegetación, está directamente relacionado con la totalidad de la vida e, incluso, con el exceso de vitalidad, con la energía y con la fuerza, con el impuso y el movimiento manifiestos en la creatividad y la espontaneidad, en los que hay un elemento creador de frenesí y éxtasis y otro destructor. Su religión arcaica, que se remonta a la más lejana antigüedad de los cultos agrícolas, relacionado los ritos de fertilidad de la primavera, asociándose por tanto a Pan, siendo expresión de la naturaleza primordial y el abandono salvaje a los instintos y a la orgía desgarradora, siendo mago temible, encantador y predicador de su propio culto -oponiéndose así a Apolo, deidad de la racionalidad, la serenidad y la distancia (el que hiere de lejos).

Asociado al amor ardiente, a la embriaguez y a la posesión divina, Dionysos es el dios del vino (Baco, el retoño lidio), de la  humedad y de los fluidos interiores de la vida: de la sabia, la sangre, el esperma y los gérmenes. Dios de los cabellos dorados y rizados que tiene la gracia de Afrodita en los ojos negros, predicador y encantador a un tiempo, no deja empero, de ser inquietante, siendo sus regocijos y misterios donde se celebraba la sacralidad sexual y la embriaguez diametralmente opuestos a la doctrina del cristianismo.

Su complejo mito, hecho de amasijo de retazos provenientes de diversos lugares y tiempos, hallaba su expresión más alta en las bacanales de embriaguez, la posesión divina y el éxtasis. Coronado de verdura y hiedra (Kissonómenos), se le llama estrepitoso (Bromios), bullicioso (Eribomo), delirante (Mainómeno), pero también afeminado (Gymis), de falso sexo (Pseudonor), hibrido (Dyalos), hombre-mujer (Arsenóthelys) debido a su perturbadora equivocidad sexual, lo que comparte con las Ménades (Isodaitees), apareciendo en el arte como un joven de alma suave, travieso y vulnerable, con el cabello enredado con pámpanos y como su emblema un tirso en la mano. De edad adulta aparece venerable, barbado y adusto, cubierto por una piel de chivo negro  (Melanagris) o de pantera (Pardálide), estrechamente relacionado con el mundo subterráneo y la fertilidad del suelo. Ambiguo dios que se caracteriza por la variedad inagotable de sus transformaciones y mutaciones sin fin; también por hacerse presente, bajo apariencias insospechadas, en todos los tiempos, pueblos y regiones. 

Mutante dios de inagotable variedad en sus transformaciones, que se manifiesta bajo diferentes aspectos y asombra por la novedad de sus epifanías, presente en todos los pueblos y en todas partes, Dionysos expresa la tendencia universal a la  vida, a la embriaguez y al erotismo, ofreciendo la posibilidad de convertirse en su encarnación momentánea de la divinidad en el éxtasis del entusiasmo, superando de tal forma la condición humana –en medio, empro, de revelaciones y terrores relacionados con la sexualidad y la llegada periódica de los muertos.

Figura enigmática relacionada a sociedades y ritos secretos, la figura de Dionysos se refiere a la divinidad victoriosa que pasa por la muerte y el renacimiento, siendo imagen de la vida indestructible. Divinidad de las epifanías brutales que fue adoptada en Grecia tardíamente como dios extranjero, debido a su excéntrico comportamiento y a su modo prodigioso y ambivalente de ser. De origen Tracio o Frigio, está relacionado estrechamente con el culto del dios tracio Sabazios, con el que identificaba, donde también se adoraban con Dionysos a Artemis Ares, y con el culto a la pareja Cibeles (Rhea) y Attis en Anatolia, cuyos ritos neolíticos se remontan a los primeros cazadores.

De naturaleza hibrida y desconcertante, mitad mortal, mitad inmortal y divino, el niño-dios gozó (como en el caso de Mitra), de gran aceptación, siendo históricamente el dios más popular durante la época helenística y romana, adorado también en Egipto, siendo su disímbola mitología también la más viva. A la vez “dios niño” y “Rey de los Tiempos Nuevos” (escatología órfica), que anuncia el rejuvenecimiento del universo y la palingénesis cósmica, su culto religioso no fue regulado ni tuvo iglesias, estando tejido de tradiciones inconexas de épocas diversas y de distintos orígenes étnicos. Su litera, plena de figuras de gran imaginación plástica,  saturada de materiales religiosos y documentos contradictorios, se caracteriza también por su rica variedad de ritos y costumbres.







II

Hijo de Zeus y de Sémele, hija de Cadmos, rey de Tebas, Dionysos nace prematuramente a consecuencia de una insidia urdida por Hera quien, movida a celos por la infidelidad Zeus con la mortal, toma la forma de su nodriza Bore tentándola para que pidiera a su amante Zeus poder mirarlo en la plenitud de su forma. El dios intenta tapar la boca de la amante antes de que formule su infausto deseo sin lograrlo, por lo que cumpliendo su promesa tiene que aparecer en su cuadriga, tirada por los divinos caballos, en medio de relámpagos y truenos, cuando uno de ellos escapa y la fulmina. Gea se compadece de la criatura protegiéndolo del fuego y de la muerte, el embrión es rescatado del incendiado seno de Sémele por el padre de los dioses, y es cocido e injertado en una de sus muslos para que crezca el niño prematuro, por lo luego de unos meses nace formado Dionysos una segunda vez.

El hijo más joven de Zeus, llamado el Subterráneo (Chtonios), es criado por las Hilades (Ninfas de la Lluvia). Luego es criado por la hermana de Sémele, Ino y su esposo Atamante, rey de Beocia. Zeus le concede la inmortalidad, lo convierte en una cabra y lo regala a las Ninfas en Niza, Etiopía, siendo llevado a la caverna de una montaña para que lo cuiden las Hiadas y las Horas. Los Curetes,  guerreros  que nacen de la tierra con sus armaduras y que hacen la guerra a los dioses, viajan a Frigia, cerca de Creta, para cuidarlo danzando en su torno. Luego el sátiro Sileno, Hijo de Pan, lo instruye y se convierte en su acompañante, completando se corte un grupo de Sátiros y Ménades que le siguen.

Al descubrir Dionysos la vid y el vino la diosa Hera le arrebata la razón en su primera embriaguez, volviéndolo desenfrenado y licencioso. Lo hace saltar al mar donde es atendido por la  nereida Tetis y vuelto loco viaja por el mundo, recorriendo Egipto, Siria y Frigia. La diosa Rhea (Ceres) por fin lo rescata de su viaje demencial y lo cuida, enseñándole los rituales mistéricos del vino, celebrados luego en su honor.

El dios niño, extraño y ambiguo, hijo de una mortal y un dios inmortal, que es expulsado y arrojado al mar tembloroso y presa de escalofríos, obligado a viajar y vagar por el mundo en una barquichuela, tiene como  uno de los emblemas la misteriosa cuna, símbolo del seno materno o del retorno al útero, asociado a la felicidad de la seguridad despreocupada, imagen que se repite bajo forma extendida en la barquilla solitaria: matriz que navega o vuela, salvaguardando de los peligros de la travesía por el mundo.



III

En el mito de Dionisio Zagreo (gran cazador), narra la historia del dios niño perseguido y muerto por los temibles Titanes. -imagen de muerte, descenso a los infiernos y resurrección, símbolo de la regeneración mística y espiritual. El dios niño aparece como hijo de la relación incestuosa entre Zeus y su hija Perséfone, quien es penetrada en una cueva por una serpiente, engendrando a Dionysos que aparece como un niño cornucópeta.

Instigados por la celosa Hera, quien envidia y odia irrefrenable la felicidad del dios bastardo, los Titanes se rebelan contra Zeus y atraen a Dionysos con sus juguetes mágicos (el trompo, la peonza, el espejo, del rombo, la pelota, el dado, la copa y las manzanas doradas), con el objeto de darle una muerte atroz. Dos de ellos, con las caras cubiertas de yeso,  presentándose a manera de fantasmas o de espíritus del mundo inferior, sorprenden al niño cornudo en el momento en que el dios se contempla extasiado en el espejo, perdiéndose en la imagen de un macho cabrío, que es reflejo de su alma, y acerándose con pasos sigilosos lo degüellan con un cuchillo ritual -naciendo el granado de su sangre cuando toca el suelo. Luego de asesinarlo lo desmiembran y cocinan en un caldero asentado en una trípode, después lo asan para finalmente devorarlo en un festín. Zeus prende fuego a los gigantes al fulminarlos con sus rayos y los envía al Tártaro -extrayendo de sus cenizas el humo grasiento con el que, mezclándolo con polvo de la tierra, forma el barro para crear a los hombres, de donde se deriva la naturaleza titánica de los seres humanos.

Deméter rescata del funesto banquete de los Titanes el corazón del dios y lo guarda celosamente en un cofre para volver a Dionysos a la vida, mientras  que Apolo recoge sus huesos y algunos trozos dispersos y llevarlos a Delfos, donde tiene su tumba. Zeus se come el corazón y lo engendra en segunda instancia del seno de Sémele. En otros relatos Cibeles (Rhea) junta sus miembros y lo vuelve a la vida, o es Atenea quien guarda su corazón en un muñeco de yeso, que disuelve en una pócima y hace ingerir a Sémele para que se embarace y engendre a Dionysos de nuevo -dibujándose así la idea de la muerte iniciática y el renacimiento a una forma superior de existencia.

En la ceremonia ritual, de carácter demoniaco, los iniciados, empolvados con yeso o harina, parecidos a fantasmas que vienen de las sombras, despedazaban con los dientes a un toro vivo, invocando el alma furiosa del dios, que gime desesperada en el fondo del bosque.  El culto del cornudo dios-niño tenía un carácter salvaje y orgiástico, que incluía el rito de despedazar animales por las Bacantes, no siendo sino una representación de Dionysos devorado por los Titanes, ceremonia que evoca la resurrección del dios, concediendo la renovación espiritual y una especie inmortalidad de orden místico.

La filosofía órfica descubrió en el mito del origen de los seros humanos por la ceniza de los Titanes, una  especie de pecado original, herencia originaria por la que el hombre paga con toda clase fatigas y sufrimientos en esta vida. Se planteó así entre los órficos la necesidad de purificar esa culpa orinal por una medio de una katarsis, que marchara en contra del vitalismo dionisiaco de la cruel omophagia orgiástica, rechazando las ´prácticas del sacrificio sangriento que reproducían el crimen original de los Titanes de degollar a Dionysos, adoptando en cambio un nuevo género de vida, que incluía el vegetarianismo, buscando una vida nueva mediante la idea del alma inmortal, superior al alma vegetal y partícipe de la divina, afirmando que este mundo es un Tártaro, proponiendo una guía moral para encontrar la verdadera vida tras la muerte.





IV

Los poetas órficos Nono y Calímaco narran como Zeus cede su trono Dionysos, quien es su favorito, concediéndole la inmortalidad y el don de la profecía, haciéndolo reinar, aun siendo niño, sobre todos los dioses del universo, dándole el título de Rey de los Tiempos Nuevos y Quinto Amo del Mundo, anunciando su epifanía el rejuvenecimiento del universo (palingénesis cósmica) y la Nueva Edad de Oro. El título “Nuevo Dionysos” alcanzó su auge en el tiempo de los Tiranos, teniendo cierta efectividad histórica, pues fue realmente aplicado a Tolomeo XI y al Triunvirato Antonio, formado por Antonio, Trajano y Adriano.

La figura del Nuevo Dionysos era esperada por sus fieles a la manera de un tercer renacimiento glorioso. En uno de sus escorzos más modernos el mito de Dionisio renace transfigurado, pudiendo verse como el retorno del Hijo de la Tierra, salvaje e ingobernable, rebelde al evangelio proclamado por el Hijo del Hombre, entregado a la acción infatigable de sus gigantescas empresas fabulosas, a la manera del titánico Fausto, concebido como Hijo de la Fortuna, como Hijo de la Técnica o de sí mismo, y que se declara, junto con Nietzsche, el clarividente Hijo del Futuro. 

Por un lado, vuelta irrefrenada de la voluntad de vivir, universal y única, aceptada como la verdadera realidad, vivida directamente como acción desde el fondo de nuestro cuerpo –cuerpo que no es sino el acto mismo de la voluntad objetivada. Voluntad humana, que es parte de la cósmica, cuya voluntad a su vez es la esencia misma del mundo. Vida, entonces, cuyo ser no puede sino ser sólo el presente –que constante huye y se fuga hacia el pasado, que es pasar a la forma acabada y a la muerte. Vida que es un derrumbarse en el muerto pasado o un continuo morir… y renacer. Vitalidad del cuerpo, pues, que no es sino el pesimismo de una muerte continuamente evitada, de una pompa de jabón que flota en el aire y que inevitablemente explotará. Agitación del espíritu que desplaza la carga de vivir a la liberación de la orgía báquica, para evitar resolverse en mortal hastío, en tedium vitae o ser disuelta en la grisura de la labor de larvas (Schopenhauer).

            Por el otro, guerra contra el cristianismo, caza positivista de la metafísica y enajenación del hombre en la historia. Conjura contra todo lo luminoso y alado, pues, que afirma el único mundo real en donde hay que afirmarse: su fe en el devenir, que busca la felicidad en el cambio, en lo no permanente y en la excepción que rompe la regla, ejercida como voluntad de cambio y de creación, como voluntad de poder en el esfuerzo indefinido, fáustico, infatigable. Afirmación de sí mismo como movimiento ascendente de la vida que busca la pujanza, la salud y la belleza en el valor natural, que se manifiesta, sobre todo, en los sentidos de contacto: en el gusto y el tacto, en lo que se puede asir y gustar, probar, palpar y tocar en el desvío del desvarío o en la posesión de la hostilidad dominadora.

También vitalidad corrupta, decadente, del bufón y burlador que plasma en el aire su ideal equilibrista de una vida fascinante, en lugar de Dios: de vivir sólo este único mundo buscando el momento vivo, con la confianza de los instintos y en la soberbia exhibición de la fuerza, siendo atraído por lo perjudicial y “haciendo mejor” al hombre al convertir la moral en vampirismo. Cosa que a los ojos de la filosofía del fuego de Heráclito, tiene sus costos, pues: “Dura cosa es el corazón humano,  pues sus deseos los paga al precio de su alma (Fragmento 85).”

Mito del mundo humano puramente natural, extremo, sin mundo sobrenatural alguno, excéntrico y perverso, por hace pender al hombre de su parte menos valiosa, contravaliosa, decadente, peor, o de la humana naturaleza que glorifica a la inhumana –y que es donde se fragua la conjura final contra todo lo santificado, núcleo del más profundo conflicto de conciencia de la crisis contemporánea y nuestra: la verdad pavorosa en que se enfrentan Dionysos contra el Crucificado (Nietzsche).

La paradoja de la unidad de vida y muerte alcanza en el mito de Dionysos todo su patetismo demetérico, siendo anunciado a la vez como el rey de los “Tiempos Nuevos”. Mito paradójico del eterno retorno de lo mismo, del gozo de vivir y los misterios de fecundidad en la solidaridad dialéctica entre vida y muerte, que posteriormente representó para los cristianos no más que la recargada escenificación teatral de una ilusión trascendental, de una falsa seguridad, severamente empobrecida frente a los acontecimientos históricos determinados por la voluntad de Yahvé (Dios). Religión del populacho, de la embriaguez y del amor, de la fecundidad, de la muerte y del Infierno a un tiempo, a la que se opuso decididamente  Heráclito y que el Movimiento Órfico intentó purificar de sus epifanías brutalidad en sus misterios, antes de ser derrotado a principios de nuestra era por el Cristianismo (el Dios Viviente, el Hijo del Hombre).



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