sábado, 7 de octubre de 2017

La Dos Expediciones Frustradas de Pánfilo de Narváez Por Alberto Espinosa Orozco

Las Siete Ciudades de Cíbola
La Dos Expediciones Frustradas de Pánfilo de Narváez
Por Alberto Espinosa Orozco

 “Como una pintura
nos iremos borrando.
Como una flor
nos iremos secando,
aquí sobre la tierra.”
Netzahualcóyotl




La historia depararía un triste capítulo para el conquistador Pánfilo de Narváez, un negro recuerdo y un destino oscuro.
Diego Velásquez, en gobernador de Cuba, envió a Pánfilo de Narváez con once naos y siete bergantines con novecientos españoles y ochenta caballos al Nuevo Mundo para prender a Hernán Cortés y LO destruyese. Llegando a las costas de San Juan de Ulúa en mayo de 1520. Nevares pensó que Cortés acataría sus órdenes pues decía: “téngolo por hijo, respetarme ha como a padre, y cuando no hiciere el deber, no serían tan necios los pocos que allá estén que querrán tomarse con los muchos que vamos”.
Sin embargo, para entonces, el fabuloso hidalgo de Extremadura ya había penetrado en la capital del Imperio Mexica, y en las entrañas mismas de México-Tenochtitlan había hecho prisionero al monarca Moctecuhzoma. Narváez y sus fuerzas desembarcaron en un sitio cercano al campamento de la Villa Rica, en la que se encontraba Gonzalo de Sandoval al mando de setenta soldados, fundando un pueblo que después se llamó San Salvador.
Pánfilo de Narváez, aliándose con los indios totonacas de Cempoallan y su señor Chicomecóatl se fortificó en aquella ciudad. Hernán Cortés, dejando una buena guarnición de cien hombres en México al mando de Pedro de Alvarado, salió con ochenta o cien de los suyos, reuniéndose en Cholula con los contingentes de Velásquez de León y Rodrigo Rangel, avanzando con ellos hacia Cempoallan, donde se reunieron con las fuerzas de Sandoval, siendo ya doscientos sesenta y seis y cinco caballos sin sumar a los guerreros indígenas, los cuales eran superados cuatro a uno por los de Narváez.
Cuando penetraron a Cempoallan los hombres de Cortés  encontraron a su llegada al enemigo tan desorganizado que pronto se apoderaron de sus cañones, desactivando también a la caballería de Narváez, cuyos jinetes cayeron al suelo, pues indios simpatizantes del extremeño habían cortado los cinchos. Las huestes de Sandoval lograron llegar hasta los aposentos de Narváez, haciendo frente a cien fieros enemigos y prendiendo fuego a los techos de paja y siendo reforzado por la retaguardia. Prendieron a Pánfilo de Narváez, herido en el ojo por una lanza, quien se rindió junto con el resto de sus fuerzas.
La llegada de Narváez a Cempoallan dejó una secuela trágica e inesperada. Entre sus hombres iba un negro con viruelas que contagió a los totonacas de Cempoallan los cuales, careciendo de anticuerpos para resistirla por su inexistencia en el continente americano, pronto la extendieron en todas direcciones, causando una terrible mortandad. Dice Bernal Díaz del Castillo refiriéndose a la infausta compañía de conquistador que: “harto fue para la Nueva España, por manera que la negra ventura de Narváez y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristianos”. La epidemia de viruela llevada por los españoles y trasmitida sin darse cuenta, llamada por los indios “tos”, fue una fiebre ardiente o “gran lepra” que acabó a la postre con la cuarta parte de la gente de indios que había en toda esa tierra, lo cual mucho les ayudó a los españoles para hacer la guerra y fue causa de que más pronto acabase.



Por información proporcionada por el mismo Cortés, sabemos que en junio de 1520, estando Narváez herido, una caravana de su expedición compuesta por 550 personas entre españoles, negros, y mestizos cayó en manos de guerreros del reino de Texcoco. Todos los hombres, mujeres y niños terminaron sacrificados en rituales mexicas, entre los que se contaban unos veinte españoles (ocho mujeres y doce hombres), siete negros y dos mulatas. Los integrantes de la caravana capturada fueron víctimas de canibalismo ritual y las calaveras fueron exhibidas por los mexicas y texcocanos para escarmentar y ahuyentar a los invasores.



Pánfilo de Narváez permanecería preso en la Villa Rica por dos años, hasta que en febrero de 1522 fue puesto en libertad, presentándose en España para reclamar sus derechos ante el Emperador Carlos V, quien lo compensó nombrándolo adelantado de Florida.
Llegó en febrero de 1528 a la bahía de Tampa con cinco navíos y cuatrocientos hombres. Luego de luchar en el interior con los nativos, vestidos con pieles de venado, tuvieron que regresar a la costa y sus navíos habían desaparecido. Tuvieron que construir cinco naves, zarpando 245 hombres en ellas hacia México, pero la embarcaciones fueron destruyéndose en el camino y hacia noviembre Narváez desapareció, cuando la suya fue repentinamente llevada por el viento hacia alta mar y no se volvió saber nunca más de él.
De la fracasada expedición de Pánfilo de Narváez, que partió del puerto de San Lucas de Barramedia  el 17 de junio de 1527 y que encallara en las costas de la Florida en 1528, quedaron para contarlo sólo cuatro sobrevivientes, de los 300 hombres que se adelantaron en la expedición. Ocho años habían transcurrido en su viaje a pie por el sureste de Estados Unidos y en noroeste de México, en los que convivieron con distintas tribus de indios y en cuya aventura no faltó ni el secuestro, ni el comercio, ni la realización de curaciones milagrosas, hasta llegar en 1536 al río Petatlán, hoy río Sinaloa, donde encontraron a exploradores que los llevaron al asentamiento español de Culiacán.
Llegaron por fin a la capital de la Nueva España los náufragos  Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus compañeros: Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Carranza y su esclavo Estebanico (siendo el primer africano en pisar territorio de EU, pues era un “negro árabe” bereber, y moro, mercenario natural de Azamor, en la costa atlántica de Marruecos). Regresaron de su prodigiosa caminata, medio muertos, harapientos y miserables, con una gran noticia: en su peregrinar se habían enterado por medio de los naturales de que al norte existía un país muy rico, el cual no podía ser otro que el mítico reino de Cíbola.









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