jueves, 8 de junio de 2017

El Invisible Amor Por Alberto Espinosa Orozco

El Invisible Amor
Por Alberto Espinosa Orozco

   El amor no permite mentir. Pide que lo miremos a los ojos, y si bajamos la mirada, si no queremos verlo, es porque mentimos. No podemos ver el amor si somos una mentira. Si eres una mentira no lo puedes ver, ni el amor se deja ver, o se ausenta. 
   El amor, que es la revelación encarnada de la luz y la alegría, se puede confunde entonces con la “felicidad”, con aquello que necesitamos tener, que recibimos pasivamente o que convertimos en posesión o en deuda, impersonalmente, sin dialogo ni aceptación. 
   Con la belleza, que es el reflejo de la verdad, pasa algo similar: si no la amamos, si creemos codiciosamente que se trata de “una hermosa pieza de arte”, hecha para excitar nuestros sentidos, no la ves.  Porque tanto la belleza como el amor, por el contrario, son formas de la verdad: nos desenmascaran, o mejor dicho nos desnudan, nos exigen mostrar nuestro rostro verdadero y a decir nuestro verdadero nombre en la dialéctica sin centro del deseo.
   En el fondo de nosotros mismos, estamos habitados por aquellos a quienes miramos; por ello decir quien somos es confesar y decir a quienes vemos en nuestro interior, es ver a quienes nos entregamos y declarar de donde somos, cual es nuestra patria verdadera, Es así que nos recuperamos, si somos fieles a nosotros mismos, confesando nuestra alma, aquello a lo cual pertenecemos. 
Para volvernos reconocibles, se requiere ese espacio de deseo abierto a las miradas, ese amor que todo lo da todo sin que sepamos de donde, esa vida que sólo se puede ganar si se la entrega.
   La verdad encarna cuando la deseamos en verdad, cuando la dejamos aparecer, cuando le permitimos mostrarse sin intentar tocarla para usarla o profanarla. O cuando hacemos un vacío para que la verdad lo llene, como se llana un lugar cuando alguien llega y se vuelve verdadero, cuando alguien que es real se nos presenta y lo dejamos aparecer. 
Una persona real, como el arte verdadero, obligan con su presencia a quien la mira a hacerse también verdad –motivo por el cual el arte verdadero y la persona auténtica tienen tatos enemigos, manifiestos o encubiertos. Porque nos obligan a decir quién somos. 
En cambio, se es una mentira cuando la verdad abandona el cuerpo, cuando se es sólo el cuerpo de una verdad inerte que no puede mirar a los ojos, que rehuye la mirada, o cuando deseamos poseer o apropiarnos de esa verdad para utilizarla a nuestro favor o que nos sirva –es entonces cuando estamos deshabitados, desalmados, cuando no habitamos las cosas ni las iluminamos con nuestra mirada, para encerrarnos en la tiniebla dentro de nosotros mismos.



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