viernes, 5 de mayo de 2017

Manuel Piñón: Rostros y Signos Por Alberto Espinosa Orozco


Manuel Piñón: Rostros y Signos
Por Alberto Espinosa Orozco

“Señor, Dios mío: no vayas
a querer desfigurar
mi pobre cuerpo, pasajero
más que la espuma de la mar.
No me hieras ningún costado,
no me castigues a mi cuerpo
por haber vivido endiosado
ante la Naturaleza
y frente a los vertebrales
espejos de la belleza.”
Ramón López Velarde



I
   Las  edades  históricas  se suceden   encabalgándose   y destacándose las unas dentro, imbricadas en las otras. Ante la temible confusión arrojada por el escepticismo iconoclasta de la edad histórica que se cierra, la cual perpetró el absurdo desplazamiento de las tinieblas del non-esse hacia las   fuentes   del   esse, se engancha ahora en los tiempos que se mielan una  nueva fe iconista y simbólica, una renovada veneración por  la  imagen  y  sus   centellas  simbólicas.
     Manuel Piñón asiste a esa epifanía de las edades como alguien más que un mero espectador: como un testigo. Su labor, así, va más allá de las apariencias al trazar tos canales y tejer la urdimbre que suture y de solución de continuidad al arte plástico, a la cultura de b Imagen. Para ello su trabajo no es solo la realización de una meticulosa descripción y batanee exacto de sus rostros, gestos y posturas en J donde poder leer tas actitudes fundamentales que dan carácter a su fisonomía. Se trata también del esfuerzo por limpiar sus símbolos y fulgurantes intuiciones de la barahúnda del lugar común, del devenir maquínico y rutinario, de la polvareda arrojada ahí de los meros datos sensoriales -para hacer presente lo que hay en ellos de vibración vital y ritmo, de norma y estructura universal. No se trata, así, de la inmersión en el vértigo de la calda para celebrar lo raro o glorificar lo amorfo, mucho  menos del hundimiento en b marmita preformal de las excitaciones o de los mil deseos; por lo contrario, se trata del intento sostenido de leer en tos rostros el estado psicológico de nuestra altura histórica, para así poder adivinar b significación de nuestros guiños y ademanes, formulando o cifrando en clave icónica los contrapesos justos restauradores del equilibrio antropológico debido a una idea errónea  o en su caso Inexistente de nuestra desatendida y maltratada esencia.


II
   Con humildad, pacientemente, Manuel Piñón ha sabido surcar tos soberbios cursos radicales de la existenciariedad moderna para Ir descifrando a contrapelo los delgados míos argentinos y áureos de su vitalidad, de su humanidad. Así, no le son desconocidos al artista mexicano los pasajes por tos riesgosos acantilados y Iteras .¡ quebradas del psiquismo humano Inconsciente. Territorio salvaje o de bárbaro refinamiento en donde sus figuras se contorsionan delirantemente, cayendo en excesos expresivos, expresantes más que de su vitalidad, de su soledad y angustia. Cómplice de la escueta post-modema surrealista y de sus manierismos, sus rostros y formas parecieran de pronto, mancamente, romper los límites de lo natural e Incluso abordar lo sobrehumano (Luna lleno, El Flautista, Centinelas), dejando libres a los símbolos para permitirles volver a refulgí con la fuera Inmanente y la energía condensada del rito (Ritos). Sin embargo, el artista no nos engaña ni se equivoca, pues sabe muy bien que en esos sórdidos, aunque deslumbrantes, despeñaderos no se agitan ya sino las reliquias mortecinas y ruinosas de viaja» renglones y ritos, de antiguas metafísicas o costumbres hoy en día obsoletas y definitivamente abandonadas. E» efecto, en los hábitos y usos, en las costumbres y gestos de sus figuras se decantan formas de vida en donde lo que frecuentemente florece es la enredadera maniática y negra de la mera existencia, de lo que sólo es de hecho y sin razón de ser, rama en donde no anida esencia, mostrando en otro nivel al psiquismo de la edad roído de abismo, maquinalidad y tendencias autodestructivas.
    Así, Manuel Piñón penetra con ánimo crítico, muchas veces irónico pero nunca iconoclasta, la mística de las tinieblas y sus agendas luciferinas, rozando sus dolorosos impresiones de Imitación y fachada, de posesión, mutilación, humillación e inconciencia -pero lejos de quedarse ahí, cruza el umbral para, dentro del radio de la experiencia estética de la catarsis, conservar en otro nivel el valor inescapable de la existencia, pero superándolo al subir te percepción a un estrato donde su significación puede resultar trágica y terrible, pero en el que al destacarse las leyes, no que hacemos los hombres sino que nos hacen hombres (tas leyes no escritas), encontrar también un sitio en que revertir te angustia contemporánea del bien (Kierkegaard), disolviendo el horror moderno a lo puro, a lo simple, a lo angélico.
   Frenesí de los sentidos, belleza convulsiva de la desmesura (hlbris fáustica), vértigo de las sensaciones y las formas, danza macabra o combustión condensada de reflejos en que Igual se Incuba al demonio de la fiebre (Colibrí, Juana la Loca, Sentimiento), que se insinúa como telón de fondo o tras bambalinas la articulación del espejismo vertebral de la belleza, ya por la gracia rotunda de sus divinas proporciones, ya por la perfección del altivo refugio en que se guarda (Aureola). Relato del devenir, pues, que al Igual que los cursos de agua o la existencia parasitaria de las larvas, participa del Impulso vital, pero no de la Vida. Rostro mudo y esteticismo Inane en el que la imagen desplazada de la vida adopta un modo evasivo o amorfo de la existencia, cuyas emociones no pueden ser sino sombrías y cuyos motivos son los de la Insignificancia, donde no se conoce, sino Incluso se desconoce la plenitud de la persona, dando lugar al crecimiento canceroso de lo impersonal, de lo subpersonal, incluso dando pie al desarrollo pedestre, monstruoso y patán de la antipersona.


III
   Es entonces cuando sus Iconos parecieran reflejar la presión histórica, agregando al denso tenebrismo la masa tectónica, maléfica pero también brillante y luminosa, de sus composiciones. Así, los volúmenes se engrasan al sumar la simultaneidad o sincronicidad de los sucesos a la reduplicación de las formas -tocando acaso apenas el borde de la estridencia, de la saturación o de la desafinación. Porque la expresión de realidades existenciales densas o gruesas, instintivas o Inconscientes, aligerada apenas por el refinamiento en el tratamiento de colores y formas, no logra sino hacer sentir más cerca el desgarramiento y la orfandad de un mundo hundido, que al quererlo sujetar dobla por su fuerza a las muñecas, para licuarse y confundirse en b caída, en la (Klerkegaard), disolviendo el horror moderno a lo puro, a lo simple, a lo angélico.
   El rostro de la edad deja entonces ver la caducidad de las gesticulaciones: en el ademán huraño y exasperado de lo fársico, en el refinado desmayo feminoide o en la fiereza de la escena espectacular y circense. Incluso en lo monstruoso que hay en la contorsión del cuerpo total expresante del desorden y confusión en las relaciones de deseo. En cierto modo se trata de un mundo sobreabundante y barroco en el que desatinadamente se combate el horror vacui de los tiempos nublados, de los malos tiempos de cierzo que corren. En el fondo la significación de su fisonomía acaso sea bien la de los estertores grotescos o los de la vociferación exasperada, promovidos por el abuso de una libertad desafiante y descendente, orgiástica y delirante, guiada mas por la obsesión o la manía, por los atavismos o la superchería que por la divina proporción de la armonía.
   Desde esa zona abisal de las emociones humanas el artista durangueño se “pone en sitio", plantándose de frente al no-ser para Insuflarle vida. A la manera de Hedor Dostoievski o de José Clemente Orozco, Manuel Piñón entra en el edulcorado mundo subterráneo de la extrema novedad o la herejía, pero no para vilipendiarla, mucho pava glorificar su horror o participar en el gozo demetérico de la confusión, de la neurosis, la Materia colectiva o el caos (en donde se engendran, como en una gran matriz, toda la formas), sino para mirar sus leyes o, al menos, para captar sus ritmos y sus ciclos. Se trata en parte de las normas de la noche, de los principios del mundo subterráneo y prenatal, los cuales son potentes para prevenir o al menos para guiarnos por las zonas oscuras de la existencia, por los abismos inconscientes del ser humano.
   Para vislumbrar las fuentes primigenias del esse desde las abstrusas   lejanías  del non-esse el  artista  no  puede  sino trasparentar la Imagen al apoyarse en el valor absoluto de lo humano -que puede llegar a lo sobrenatural, pero no a lo sobrehumano (¡no hay superhombre, ardiente Nietzsche!). El limite del hombre es, en efecto, lo plenamente humano, no hay más. Lo demás, como en los animales, no son sino formas deficientes, pobres, escasas, caricaturescas o menoscabadas de lo humano. Su obra, así, frisando y flirteando por los extremos, externos al arte, de lo lindo concupiscente, lo monstruoso, lo real maravilloso y lo grotesco, acaso no busca dar un sentido nuevo o inexplorado a la existencia, sino uno validación estética, pero además objetiva, psico-soclológlca e Incluso metafísica, a la realidad de la persona -todo ello mediante la restauración del canon, de tos principios, de las normas.


IV
   El pintor así toma distancia ante la novedad, el cambio y el ahora para fijar su objeto y sus sorpresas. Detenido en un páramo desolado de reflexión, observa minuciosamente en cada una de sus figuras la distinción y los límites perfectos en que se distorsiona la figura o se fruncen los gestos, para a través del equilibrio en que se guarda, se expande o se recoge b atmósfera hallar la estructura, el principio o la norma simbólica. Como si la superficie misma del cuadro se volviera seno acogedor que atrae la ondulación vibrátil del espacio luminoso, o bien rechazara repeliendo los corpúsculos lumínicos que no competen o son adversos a su ámbito. Porque el tema en los carbones y sanguinas, pero también en la obra pictórica de Manuel Piñón, no es otro que el de la luz, el tema eterno, cíclico y cotidiano, del combate de la luz, donde se hace el mundo y el orden del día, siéndole Inherente la contrariedad y oposición Instintiva de las ambigüedades y malversaciones tenebrosas y amorfas de la noche, del caos.
   Se trata, en efecto, del delicado rastreo de las huellas de la luz, de sus caprichos y prodigios, de sus refracciones, reflexiones y transparencias al posarse sobre las figuras humanas, asumido como el tema mismo y la tarea de la pintura moderna. Por esa vía última del claro-oscuro, cuya poética fue Inaugurada acaso por Hamtenzoon Van Rijn Rembrandt para la tradición de la cultura occidental en la alborada del siglo XVII, el gran artista durangueño va imantando a sus modelos, cuerpos y figuras, sometiéndolos a una intensa atracción de energía corpuscular que, correspondida o repelida, va mostrando el carácter de la situación o de los personajes, hasta volverlos signos fluyentes o agostados de la vida, dejándolos significar en sus expresiones mímicas, de manera puramente Intuitiva, el eco o reflejo de los estados de animo más reveladores de su estructura psíquica. Como si en las figuras humanas y sus gestos y movimientos significativos hubiese una especie de armonía preestablecida respecto a b luz que solicitan o a b atmósfera en que se bañan -la cual va de b viscosidad viciosa del mago y su herrumbrosa voluntad de dominio y adoctrinamiento, pasando por los ritos y los vicios «restrictos que nos encadenan o aíslan del mundo, al aire transparente y diáfano en el que ondea la mariposa o se filtra un suspiro. Superando por sus ácidos críticos y corrosivos el renovado tedio de lo aburrido o el horror aniquilante de la escena demoníaca, artificial o pornográfica, Manuel Piñón va transitando hacia parajes de armonía, descubriendo el discreto encanto de la simple alegría que frecuentan los espíritus de la luz al Impregnar el camino de las rutas privilegiadas o de las sendas puras.
   Como en los grandes poemas de aventura del pintor parte de la noche, del descenso a los Inflemos. Al igual que el ciego Tiresias, que lo mismo es Hornero que Milton o Jorge Luis Borges (Los ciegos), el artista busca en la invisibilidad sorda de la noche sensibilidad de lo Invisible en lo visible rara intuir el horizonte orientador. Como sucede con el ciego o con el faro marino el artista rastrea la fuente de luz hundida en la negrura, no la instancia revelada sino revelante, no el bloqueo sino la sombra, la huella de la vida. La ceguera de la pintura representa así una alegoría del trabajo del espíritu, que da sentido sin volvemos absurdos, que muestra sin ser el mismo puesto de manifiesto, que sólo es fuente fluyente en la medida en que es búsqueda del foco de las significaciones, fuerza viva dispuesta a Impregnar, a preñar, a Iluminar y encender a las esencias.       
   Por esa vía la pintura ha Ido llevando a Piñón al desarrollo de una especie de virtuosismo neoclásico formal o manierista en el que, sin embargo, recurren y se entrecruzan tos temas del romanticismo. Su preocupación por las emociones y estados de ánimo humanos van así profundizando al encarnar la nocturna maravilla del encuentro, hasta alzarse y levantarse y echar a vuelo tas constelaciones simbólicas o las estructuras míticas en las que se reflejan y condensan una cantidad innumerable de situaciones análogas.


V
   Así, lo que a mueve la obra de Manuel Piñón no es la moderna tradición de la ruptura (cuyo verdadero nombre es olvido), sino la memoria, sutura de no el totalitarismo en que se confunden los estilos y las épocas licuados en el rampante  libertinaje de  los postmodernos, mucho menos el escepticismo o el dogmatismo metonímico, sino la búsqueda del hilo firme y la verdadera libertad espiritual, en que esplenda el totalitarismo de los símbolos. El destacado artista durangueño va redescubriendo así, al través de la vista, la importancia del relato y el signo para el hombre de -donde se muestra la estructura transhstórica del mito, la diversidad bien conjugada de un todo orgánico, la inagotable riqueza de versiones de una misma humanidad, el faro marino indicador de un horizonte en donde hallar un orden trascendente para el hombre y un fundamento seguro a b existencia, sólido y firme como el suelo y oxigenante y expansivo como el aire.
   Pintura esencialmente antropológica guiada por la búsqueda de una mística de la luz. pero que da cuenta de sus objeciones y escollos tenebristas, los cuales decantan que la condición trágica del ser humano quizá se especifique como un extremo regreso a tas formas inferiores de la mística, las cuales Impulsan al hombre a perderse y aislarse de b tradición, de la sociedad y del mundo en una Insaciable sed de olvido. También pintura virtuosa, por su perfección técnica y formal, por la facilidad y seguridad en el trazo y en ta ejecución, que al crear conforme a normas constituye en la organización y el equilibrio un estilo -no la expresión de la originalidad endeble de tas modas, sino la expresión originarla en que se promete, anuncia y cumple la originalidad de la persona. Como prueba de cío el artista desciende hada formas tradicionales de la manufactura, ingiriendo en su técnica los modos lujosos de la ornamentación como los oficios sencillos de la artesanía -de donde surgen, como en el primitivo arte mesoamericano, el dibujo de las flores y las hojas, el aroma de tos cantos. También el resurgimiento de viejas virtudes olvidadas: la humilde generosidad hospitalaria, la sencillez diáfana del amor o del orden del día, la frugal modestia de la abundancia, la suave fuerza que otorga la maestría como autoridad bien temperada. Mundo social cuyo nivel tradicional modela los estratos primigenios de lo humano, permitiéndonos pertenecer a un grupo y a su historicidad, participando secretamente acaso al través del arte de una comunidad de fe con trascendencia metafísica. Tradición y oficio, pues, que nos permite Integramos con lo propio y distintivo de un grupo, no con lo típico (el folklorismo trascendental o el nacionalismo huero), mucho menos con el "noscentrismo” excéntrico del gregarismo, sino con lo característico y distintivo de una sociedad en tanto especializado!! y perfeccionamiento de una propiedad o propio derivado de la esencia humana. Costumbres pues conservadas por la tradición, la cual se muestra como sinónimo y esencia del ser histórico: como la condición de todo progreso, de toda desenajenación de la libertad, de todo iluminismo.
   La pregunta radical sobre lo humano propuesta por el artista Manuel Piñón, sobre y por debajo de la esencia de lo humano, nos lanza así en medio de la zozobra y la borrasca a una exploración de sus signos, de lo que tienen que ver las formas con un significado mas general que las comprende, dando como resultado una gracia y perfección de las formas antes nunca visto.

   Porque la labor del arte no es acaso la de explicar al mundo o la de justificarlo, sino la de ayudarnos a formular explícitamente un nuevo Interrogante, la de acicateamos en la búsqueda no de una nueva dirección o de una libertad Inexplorada, sino de una nueva, de una renovada plenitud de la mirada al caminar por la vieja senda de la tradición con el peso y peligro de todas sus quebradas y rupturas. Renacimiento, pues, o nuevo nacimiento del relato, del texto, del mito, del humanismo y del signo en donde encontrar la clave secreta que distingue y delimita al esse del non-esse -escapando náufragos del río amorfo de lo subpersonal hada la costa sólida de la realidad psicológica y social, pero también metafísica del ser, de la persona humana. De esta suerte, por los caminos abruptos, serpeantes y sinuosos del arte, el singular artista durangueño que es Manuel Piñón va interrogando y descubriendo, de manera tan brillante como vistosa, todas las potencias de la naturaleza humana de acuerdo o enderezadas a la realización de su máxima plenitud.



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