jueves, 13 de abril de 2017

Margarita Irazoqui y Hortensia Thomson: Dos Miradas Admirables Por Alberto Espinosa Orozco

Pintoras de Durango
Margarita Irazoqui y Hortensia Thomson:
Dos Miradas Admirables
Por Alberto Espinosa Orozco

“Puro querer decir que dice
Lo que quiere decir el no decirlo.”
Tomás Segovia









 




I
   La doble exposición conjunta de Hortensia Thomson y Margarita Irazoqui, que se presenta desde el 27 de noviembre de 2009 al 20 de febrero de 2010 en el Museo de Culturas Populares del ICED, no sólo es una muestra que representa la fidelidad al oficio de la pintura, sostenido por las artistas durante medio siglo de vida, sino también y esencialmente la afirmación de dos voluntades amigas cuyas afinidades electivas las han llevado a expresar, cada una según su individualidad, su personal concepción del espíritu y de su tiempo. Ello se debe a que el espíritu en su totalidad y universalidad no se presenta a los sujetos sino modulando un ámbito de la personal intimidad, despertando y conformando de tal suerte una verdad subjetiva, plurificandose así una misma verdad universal para dar lugar a la riqueza misma de la humanidad. Visiones, pues, que al adelantar en algún escorzo de lo real o al profundizar en algunos de sus matices muestran también hasta que grado las regiones del reino son inabarcables.
II
   Para Margarita Irazoqui la superficie de la representación pictórica aparece como el teatro íntimo en que a la vez el espíritu se recoge y baila: en donde se recoge para danzar. Sus emblemas así son la lira, en donde se condensa la secreta armonía del cosmos,  y la serena compañía de los felinos, cuya presencia, a veces socarrona y voyerista, se reviste de valores decorativos y de lunares formas femeninas.
   Mundo de sueños evocados por frugales recintos donde se fijan unas cuantas escenas ideales y explosivas de la vida, que nos hablan de su movilidad, de sus pasajes de concentrada alegría por virtud de la concreción de los colores, los cuales se saturan, un grado antes de la estridencia, significando poderosos receptáculos de energía. Así, los magentas y añiles puros, los encendidos naranjas, los rosas mexicanos, espejean no sólo la intensidad de las atmósferas, también el consagrar circunstancias distintivas o de definitivos instantes de la existencia.
   Las escenas de baile aparecen así como el movimiento de lo inmóvil, dibujando en el espacio la evolución del tiempo y presidiendo las transformaciones del mundo. Porque tal es la esencia de la danza: lugar imantado por los sexos en que las cosas de pronto cambian mágicamente de signo para concordar con los acentos maravillosos de la secreta armonía cósmica en que las evoluciones rítmicas reavivan las fuerzas místicas del ser humano. Es por ello que la danza, entrelazada inextricablemente con la música, es asimismo hermana de la adivinación, la gracia y la inspiración creadora –siendo por ello todas ellas símbolos de la suprema unidad beatífica. Imágenes, pues, de la liberación de los límites materiales en que se manifiesta el misterio espiritual de la vida trascendente y que retratan el momento de excelencia en el que se realiza el hombre y la mujer en sus naturalezas complementarias y específicas.
   En otras ocasiones la artista inunda sus telas de tonos violetas –tinturas  asociados a la tristeza y al duelo. Sus figuras se vuelven entonces espectrales, hasta el punto de ser puras siluetas dibujadas que lentamente se aposentan y fijan en espacios de una marcada monocromaticidad, dando a cada representación la brillantez cristalina del vitral y expresando una sensación de lejanía o de distanciamiento en donde quedan suspendidos miedos y temores. Así, al ocuparse la artista de la escena de la danza de duelo el agua pura de la memoria se vuelve de aire para encapsular y fundir los espíritus cual último útero que a temperatura baja desteje al abrazo final para dejar que al alma exánime se difunda y restituya a la fuente divina.
    Preocupación radical por la naturaleza humana, por la esencia del hombre que lo constituye como especie y, por ello, esencial preocupación por su destino. Es también por ello que sus telas son frecuentes los dibujos en damero, insinuando sutiles figuras geométricas en disposición de rombos que simbolizan las situaciones conflictivas del ser, de la confusión de los deseos que borran los límites entre lo proyectado y lo posible. La bailarina aparece entonces como una de las proyecciones de la fortuna que, girando como un trompo policromo, avanza con su vestimenta abigarrada moviendo una cinta sin principio ni fin -siendo por ello un emblema de lo inconsistente e indeterminado. Figura femenina espejeada por una gato que simboliza a las fuerzas contrarias que se oponen a la individualización y constitución de la persona lo mismo que del universo. Lugar de oposiciones y combates donde se ponen en juego la razón contra el instinto y el orden contra el azar, remarcando con ello el ingrediente de la libertad que abre las diversas potencialidades de un destino.
   Es por ese antagonismo inherente a la existencia  que la artista retrata también la farsa en la que los disfraces toman el lugar de la voluntad, moviendo a la pareja hacia el abismo de lo gratuito -que vuelve a las figuras espectrales por faltarles fundamento y que amortaja el vacío perfil de las estatuas.  Examen, pues, del existencialismo extremo contemporáneo, que en su alquimia fatal ha intentado la superación mediante la transmutación genérica, ya al virar lo positivo en negativo, ya al trasponer lo firme por lo blando, logrando solo incubar la noche en pleno día -haciendo a todos los gatos pardos.
   Inversión de los polos de la naturaleza humana cuya confusión de los órdenes los altera profundamente al grado de introyectar la ambigüedad del mal. Equívoco igualitarismo de la existencia extremista que sólo logra incendiar lo oscuro a costa de entenebrecer lo luminoso, de profanar lo sagrado y embotar lo espléndido –dando como resultado final el bagazo bizarro de una diosa de espaldas vagabunda y el grotesco espectáculo circense de una novia barbada.



   No la consumación del ser, sino el alejamiento de la esencia que perfeccionaría las cosas en su naturaleza confiriéndoles individualidad y centro en torno al cual organizarse ellas mismas; no la búsqueda de la estabilidad sino la vida vertiginosa y trepidante de personas sacadas de su centro o descentradas cuyo excentricismo conduce a la insustancialidad y a la carencia de polo gravitacional, a la pública superficialidad la indistinción, o a la proletaria falta de principalidad y de principios que fácilmente se engrana a la mecanización del movimiento –en todo lo cual se revela la tendencia de la vida a la inercia y a la abyección, en un círculo de excentricidad y perdición de lo sustancial y de lo más profundo o radicalmente íntimo.
   Imágenes en donde se sintetiza el extremo último al que ha llegado el hombre contemporáneo, que en su protéica plasticidad ha llegado incluso a trastornar los géneros al concebirlos como intercambiables. Concepción de la Naturaleza en general, ya no como Creación de Dios para su gloria y para utilidad del hombre, sino como pura facticidad sin explicación ni justificación práctica ni fundamentación teórica posible. Concepción del ser humano como ser sin esencia y cuya única naturaleza, hasta donde se puede hablar de ella,  es su historia -pudiendo entonces ser el ser que se confiere el ser: el hombre, el hijo de la técnica, el hijo de sus obras, el hijo de sí mismo o el ser que ha llegado históricamente a concebirse como facticidad pura, puramente de hecho y sin razón de ser o sin explicación posible, o como ser absurdo.
     Por la obra de Irazoqui, entre cornisas y cortinas, pasea disimuladamente el gato, ese estornudo del león, es por tratarse emblemáticamente de un impasible juez de las faltas en el submundo, y en el ultramundo, junto con el conejo y la liebre, de un genio zodiacal (nahual), que nace al mismo tiempo que el hombre para hacerle compañía. Imagen, pues, que preside las tendencias benéficas o maléficas que interesan la existencia humana, el gato deambula por entre las escenas alegóricas o faustosas de la artista, entremetiéndose con sus suaves movimientos, sibilinos murmullos y socarrones lamentos, para contemplar el drama de la intimidad humana: la fusión de los cuerpos con los ritmos cósmicos en la danza o la confusión del ser cuando queriendo ser de otra manera desatina al grado de introyectar en sí mismo el no-ser.


III
   La obra de Hortensia Thomson,  en uno de cuyos capítulos cuenta con una serie de hermosísimos bodegones de tema mexicano, es representada en esta ocasión por una serie de estudios de creación pura. Pintura que se abstrae de las formas visuales del mudo real para abstraerse en los ingredientes últimos de las formas, en las primigenias sensaciones, vibraciones, ondas, texturas y laminillas de las cosas que la percepción urde y combina para formar a los objetos –encontrando las imágenes de la fantasía creadora su límite abstraccionista en no poder ser absolutamente pura creación, sino transformaciones, transposiciones y combinaciones de cosas percibidas en el mundo real. Así Hortensia Thomson elabora desde su raíz. los ingredientes de la pintura abstracta puramente geométricos y sensoriales, pero también los cromáticos y ornamentales. Partiendo del silencio de la meditación en donde la respiración armoniosa permite una disposición mental similar a la de un espejo bien pulido y sin mancha, la pintora nos enfrenta primero a la sensación de vacío y de tiniebla, sobre cuyo fondo sin embargo descansa y surge la visión y el acompañamiento rítmico –haciendo, por decirlo así de la ceguera una visión, abriendo con ello en medio de la universal sordera un sitio de concentración para la escucha.
   Así, la especulación formal de Thomson toca los lindes de lo metafísico por ir directamente a las raíces de la imaginación conformadora, dando un paso atrás para palpar en sus comienzos los mecanismos y filamentos de la imaginación figurativa. Pintura, pues, que se presenta como ascesis del mundo: como rítmica respiración donde se asienta el espíritu y como escucha del latido primordial donde se anida la tierra fecundante. Germen y semilla de las sensaciones que se deslizan, ondulan y se tejen sobre el espacio por una serie de contigüidades y relevos temporales, explorando lo que hay en la luz de sol y de onda electromagnética, de finas laminillas que cortan el aire, que corren rebotando para formar en sus dinámicos movimientos espirales planos circulares o circulantes triángulos en su instantáneo girar de tropos cónicos. Inspección por los laberintos de la escucha, en cuya modulación del aire se atreve el tañido de las cuerdas en lo que tienen de manantial y de lento rodar de gota de agua que corre por el insondable poso ascendente de la torre o que se tienden al extender la red mullida donde el exhausto ser para invernar hace su nido. También lento sondeo por los innúmeros volúmenes y fluidos que conforman las sensaciones externas e internas del tacto; minucioso paseo por las oquedades sin fisura que llevan a los vasos y a los nichos de los escurrimientos y derramamientos de fuerzas succionantes y emanantes; o encuentro repentino con remolinos que giran con dirección de estrógiro o en inversos levógiros se fugan.
   Esfuerzo por dar forma a la materia prima e inculta que, rayana con el no ser, tiende a la dispersión. Trato directo también con las rebabas de la creación y las virutas sensoriales -cuya función es la de aligerar el peso muerto de la escoria y poner en movimiento su molicie. Labor de purificación y de discernimiento que va hasta las partículas últimas de la percepción y el movimiento para quedarse sólo con sus mejores ingredientes. Tarea, pues, de desecar el barro cenagoso del estanque para volverlo arcilla comprensible y modelarla; de horadar con la constancia de la gota categórica la superficie impermeable de la piedra para hacerle un recinto habitable a la mirada; de aligerar el agua enmohecida de la charca para oxigenar su entraña hasta lograr que nazcan burbujas respirables y peces y plantas por el aire.    .   .
   Elaborado juego de sinestesias que al vivificar la geometría también la humaniza, haciendo que la misma luz del sol se impregne de texturas y que el denso salitre de la piedra se abra a la humedad que su sediento soplo solicita; que la amarga flor que troncha al tallo por la espina abreve de la gota de miel que no lastima y que la ira sin luz de la ceguera sea fondo silente de la escarcha que acaricie la chispa de la llama. Intento extremo, que al pulsar lo invisible, escuchar lo impalpable y mirar lo inaudible, descubre la secreta unidad que hay en el Todo, describiendo así el fluir constante de las fuerzas oscuras y luminosas en lo que tienen de valores espléndidos y sagrados. Empeño, pues, por latir al ritmo de la forma sin forma que hace arder todas las formas; de la imagen sin imagen de donde parte el ser; de lo indistinto a partir de lo cual todo lo demás se vuelve distinguible.


















IV
   Las recreaciones del mundo real llevadas a cabo en la doble exposición de Margarita Irazoqui y Hortensia Thomson señalan así los extremos de la pintura contemporánea, moviéndose del polo relativamente más reproductor al relativamente más creación pura, para aportar lo que en el marco de cada uno de ellos puede haber de interpretación y de verdad personal –pues en materia de arte se revela como en ningún otro sitio que el fondo de la verdad objetiva sólo se revela a quien se atreve a develarla como una versión individual, a quien desde su vivencia y perspectiva personal atiende a una misma realidad una… y plural.
   Significativa muestra de dos aristas amigas que sondean el arte contemporáneo para revelarnos lo que la sensibilidad femenina aporta a la creación, pues si el Cielo es el lugar de las imágenes puras y del mundo espiritual, es la Tierra el universo de las reproducciones y del mundo físico. Porque lo grande necesita de lo variado como su complemento: es la inteligencia solar que reclama la oquedad de lo receptivo y la humilde costumbre del amor sin falta –para que el juego de las fuerzas antagónicas de como fruto del devenir la mansa magnanimidad en el centro mismo de la justicia bienhechora, recuperando el efecto vivificante en la danza natural de la doble existencia conjugada.
   Así, el fondo último en la doble exposición de Margarita Irazoqui y de Hortensia Thomson estriba en el examen de un mismo tema: el de la naturaleza humana y sus abismos  -por tratarse de una naturaleza oscilante entre el ser y la nada, entre la esencia y la existencia. Reflexión también sobre nuestro tiempo histórico menesteroso, que reclama con necesidad urgente el restablecimiento de las relaciones de armonía entre el hombre y la Tierra y entre la Tierra y el Cielo, volviendo existencialmente  al ser sustancial y a la nobleza y dignidad de las esencias. 

10-XII-2009




Bodegón de Hortensia Thomson

Tres Retratod de Margarita Irazoqui Por Irene Arias 






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