miércoles, 2 de noviembre de 2016

Mictlán: Homenaje a Tomás C. Bringas Por Alberto Espinos Orozco (5ª Parte)

Mictlán: Homenaje a Tomás C. Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(5ª Parte)


V
Tomás Castro Bringas se afanó como nadie en su labor artística, al sentir la necesidad de un arte potente para enfrentar la crisis de nuestro tiempo. Crisis de proporciones intimidantes es, en efecto, la de nuestro tiempo, la cual se presenta como una falla generalizada del mundo en torno, en la que el mismo mundo se tambalea. De ahí que la obra del grabador abunde radicalmente en los claroscuros, que hunda el buril hasta herir profundamente la lámina de cobre y tocar las sombras más densas de la noche, o que de realce en el gofrado a las más claras luces del espíritu, por lo que se puede considerar su arte como el de una obra crítica.
Estado crítico, último, de la crisis de nuestra era, tiempo o mundo, en que se ha dado el subjetivismo rapante de los valores y el rampante emotivismo ético, producto del materialismo contemporáneo y del evolucionismo moderno dado en comparar al hombre con lo inferior, con lo irracional o inconsciente. Lo que ha llevado ya no digamos a la deshumanización del arte, sino del hombre mismo, que se ha quedado nudo, teniendo historia pero sin esencia redentora, complaciéndose incluso en el regodeo o en la complicidad con la vileza. Siglo antisolemne de rebeldes sin causa, caracterizado por la superficialidad y por la simulación, donde los hombres, al aparentar lo que no son, creyendo en nada, se vuelven nada ellos mismos. Época sembrada de falsificación y de confusión en los valores, degradada y excéntrica, donde abiertamente se menosprecian las ideas y la vida edificante del espíritu.
Mundo meramente materialista, en efecto, dominado por los instintos, por los impulsos, por las tendencias, por lo inferior o lo más bajo del alma o naturaleza humana, que se coloca sobre lo superior, e incluso intenta erigirse por arriba del espíritu, desconociéndolo, sobajándolo ignorándolo o volviéndolo invisible. Mundo en donde lo menos valioso, pues, se convierte de pronto en lo más potente, mientras el espíritu, celebrado como lo más valioso, se muestra impotente ante otras potencias que han venido a suplantarlo, quedando inerme frente a la síntesis de los impulsos enemigos o la rabiosa de la estética del peligro. Mundo de aletargados, de dormidos o de muertos en vida, donde lo que debía ser sujeto y domesticado se ha vuelto el amo, en una clara inversión de los valores, con la consecuente ceguera o desdén para lo más valioso. Adoradores de la nada o súbditos de Mamón, en quienes prende fácilmente la tentación animal de dominar al congénere, la tendencia a descalificarlo o hacer caso omiso de su persona, en la cerrazón y exclusión del egoísmo, en la estentórea avaricia del individualismo o en la adoración idólatra del conflicto y  los antagonismos.
Era de despótico desconocimiento de la persona, pues, no sólo en un sentido gnoseológico, sino axiológico, estimativo y práctico, donde se anula su valor para proceder brutalmente con ella. Desconocimiento y  menosprecio de la persona humana en cuanto tal, o que se complace en abatir al otro o desalentarlo, para luego utilizarlo como un utensilio o artefacto. Rebajamiento y ninguneo de la persona, en efecto, que es obra del hedonismo y el materialismo contemporáneo.





Crisis de nuestro tiempo, pues, que se especifica en la circunstancia local bajo la forma de la saña o de la agresiva befa, en la inversión axiológica de la despectiva chunga, de la agresiva befa  y del relajo, lo mismo en el delirio negativo y estéril del pachuco, que en la rigidez acartonada de la solemnidad efímera, en la esclerosis de los arcaísmos ritualizados que en la repetitiva cacofonía de la ideología, en la pobreza de miras provinciana, la xenofobia cordial contra el extraño, redundantes siempre en la exclusión del otro, usando para ello como velo de pudor lo que merecería más bien todo un manto de hipocresía. Apariencias vagas, sin embargo, sin verdadera realidad, que ocultan los complejos de nuestro ser disminuido, que pudiendo serlo todo, se conforma mejor con no ser nada. Rémoras que impiden realizarnos como individuos y que frustran la realización de una comunidad, que vaciando al sujeto de todo carácter auténtico, para medrar socialmente sin centro ni verdadera intimidad.
El arte del maestro se postuló entonces como un arte crítico, por tener que romper los condicionamientos y automatismos mecánicos que nos adhieren a la materia vulgar o a lo que es ajeno, vaciando el ser de toda interioridad e intimidad. Crítico de nuestro oscurantista tiempo en ruinas, el artista se interesó en diagnosticar también los vicios propios del mexicano, para devastarlos con los cloros del humor, el sarcasmo y la ironía. Vicios de carácter que llevan a falsos modos de relacionarnos socialmente, que van del autoritarismo ramplón a la réproba vociferación, de los atavismos con que el hombre viejo encadena y desaloja a las almas de su centro, al complejo de inferioridad de nuestra cultura imitativa.
Rémoras psíquicas y sociales, como la miseria material o moral que invitan a la perdición, como los miedos y temores que paralizan la acción o la melancolía y le nostalgia que cunden de resentimiento a la edad. Soledades ariscas, solazadas en el albur de los valores, en los petardos verbales del lépero, en el exhibicionismo inmoral del pelado, o en los estentóreos modos de dominación del macho mexicano, que cubre con una máscara de valentía la frágil inseguridad de su existencia. Realidades ariscas a las que el artista antepuso una filosofía de la persona: la exigencia de crear dentro de sí una verdadera interioridad y de construir en lo social la casa del hombre La reacción decidida ante la crisis del poder del espíritu, no se hiso esperar, diagnosticando los problemas más patentes de nuestro tiempo, lo mismo que detectando las heridas y de integración dolientes llagas del alma nacional. 





Arte crítico, en efecto, que yendo a fondo enfrentó directamente y sin rehuirlo el problema radical de la naturaleza humana, debatida entre el espíritu y la materia, desterrando tendencias y combatiendo veleidades, formando y equilibrando el espíritu para potenciar su esencia. Señalando con su poderosos buril las sombras cenagosas que roen el alma colectiva, Tomás Bringas fue dejando atrás las vacuas rebeliones e idolatrías de la sociedad tecnocrática moderna, el hueco academicismo estéril, la ceguera para los valores, la codicia del mercado, la vileza de la indistinción y la fealdad de la infrahumanidad, apoyándose entonces en una firme creencia y en una fe, que tenía como foco la comunidad y la valoración social de nosotros mismos, fundada en actos positivos y de integración, en una labor constructiva, cuyo objeto era llegar a la perfecta conciencia de nosotros mismos, de nuestra alma nacional, cristiana y morisca y rayada de azteca.
Salvación de las circunstancias culturales por la cultura misma, pues, cuya tarea fue la de potenciar nuestras posibilidades, interviniendo positivamente en ellas, en el rescate y conformación de la cultura propia, para llegar finalmente a la claridad de la realización cumplida.
Ante tan hirsuto y agreste panorama, ante el agudo problema de la positiva indistinción de los valores, la estética del maestro Bringas imaginó así una rica e ingeniosa solución práctica, consistente en afinar el criterio de lo humano a partir de su propia personalidad, en el sentido de tener claridad de juicio, de entender, de discriminar ente bienes y males, al postularse conscientemente como un habitante o morador del mundo, sabiendo a la vez que no era más que un pasajero en tierra, un ser transeúnte, transitorio, fijito, a fin de cuentas mortal, en búsqueda de la verdadera patria. Porque la extraordinaria personalidad del artista tenía, en efecto, algo del carácter del peregrino.




Habitar el mundo como ser humano, morar en la tierra como su hijo, implica el desarrollo de toda una antropología o filosofía de la persona, pero también de las circunstancias concretas y de lo mexicano, de lo que significa ser habitante de un lugar particular, para poder potenciar así tanto a las personalidades individuales como a las personalidades colectivas: para poder plenamente pertenecer. Porque lo que animaba íntimamente al maestro Tomás Bringas siempre fue la convicción del profundo valor de nuestra cultura y de nuestra alma nacional. Tarea positiva de fortalecernos como comunidad, labor crítica también, de conocernos a nosotros mismos para poder extirpar los temores, solecismos e impedimentas, para erradicar las rémoras que nos dañan e impiden avanzar, para así alcanzar el pleno desarrollo y la verdadera universalización de nuestros valores.
El genio del maestro Tomás C. Bringas, estaba poblado por fuertes contrastes y ricos claroscuros, donde convivían en perfecta armonía el sarcasmo con la alegría, la gravedad con la sonrisa afable, la generosidad al brindar a otros sus conocimientos con el imparable empuje de su dinamismo, la férrea personalidad con el sentido lúdico y juguetón de la existencia, la curiosidad por todo con la abstracción en la labor debida. Compleja y rica personalidad, hecha de profundos pliegues y repliegues, cuyos valores antropológicos se resolvieron bajo la forma de la autenticidad y de la transparencia.
Espíritu libre e independiente, del que manaba su encantadora personalidad y su paradójica humildad orgullosa, donde sin ceder al deseo de importancia ejercía una especie de abnegada solicitud, en medio de la cordial tenacidad de su ternura. Espontáneo espíritu de sacrificio que, combinado con su curiosa voluntad de tener que ver con los otros, miraba siempre de reojo el horizonte indescifrable del misterio. Empresa individual, que no se arredro ante las grandes dificultades, dando batallas cotidianas y atravesado escollos, demostrando con su entusiasmado empuje que en el arte de la gráfica todo puede suceder.
Porque su energía y dinamismo infatigable surgía de un deseo puro, de amor por la sobresignificación de la vida, donde su abnegación era un trabajo que manaba sin esfuerzo, por ser un fluir con la vida, haciendo una especie de vacío de sí para que, sin estorbarla, apareciera la verdad, que hace discernibles los valores ,obligando a quien los mira a hacerse también verdad –pero que se ocultan a quienes son mentira, a quienes simplemente no pueden reconocerlos porque no los ven. Actitud de deseo puro y de apertura, de aceptar vivir de manera transparente, que es aceptar crear, porque crear es hacer vivir algo y llevándolo a la luz. Creación que es a la vez hacer la casa y entrar en un templo, en un lugar sagrado. Arte con mirada, quiero decir, que responde y da cuenta de sí, que se explica, pero que a la vez nos necesita, puesto que pide a su vez que nosotros a su vez lo comprendamos y, por tanto, también a responderle.









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