viernes, 2 de septiembre de 2016

La Durangueñeidad Hoy Por Víctor Samuel Palencia Alonso

La Durangueñeidad Hoy
Por Víctor Samuel Palencia Alonso




I
El 31 de agosto se cumplió el duodécimo aniversario luctuoso de Héctor Alfonso Palencia Alonso, autor de la doctrina de "La Durangueñeidad", relativa al ideal de armónico progreso de Durango, basado en nuestros recursos materiales y en el mundo espiritual que da unidad a lo durangueño.
La Durangueñeidad es el concepto y tesis con que el maestro Héctor Palencia Alonso supo encapsular una hermosa filosofía del hombre y de la historia: como las pautas de la cultura históricamente obtenidas en una sociedad, que resultan varias, para nuestra más sana convivencia. Insistió siempre en la necesidad social de consolidar y transmitir una cultura propia, durangueña, nutrida en los valores regionales y nacionales, históricamente seleccionados.
La Durangueñeidad y la Mexicanidad. La historia como origen y símbolo. A Durango le han nacido hombres y mujeres que, dotados de un excepcional talento, han logrado dar proyección universal a la tierra que les nutrió sus primeros anhelos estéticos. Igual maestría les ha distinguido tanto en el ejercicio literario como en la elaboración de una sinfonía: no nos ha sido ajeno ni el verso ni la nota.
También bajo el azul purísimo de su cielo (Azul Durango, escribió el poeta mayor Alexandro Martínez Camberos) se han forjado insurgentes, reformistas, revolucionarios, teólogos, líderes sociales, políticos, músicos, médicos, cantantes, violinistas, poetas, historiadores, filántropos, periodistas, cuentistas, retratistas, entre otros, poseen una circunstancia común: son nuestra presencia en el universo de la historia.
Escribió Héctor Palencia que hay un mundo espiritual que blasona a los hijos de Durango, y es la razón de ser del más sano provincialismo. Un provincialismo por inclusión y no por exclusión, que incorpore ideas, sentimientos, aspiraciones, pero que conserve sus hondas y viejas raíces en el campo de la Historia y en la tierra con espíritu.
El mundo espiritual que da unidad esencial a la Patria Chica está constituido por las comunes imágenes, valores, tradiciones, costumbres, usos sociales, ideas, forma de vida con las que el ser humano se desenvuelve desde la infancia. Y una buena parte de la más válida educación de los niños y jóvenes de Durango consiste en transmitir todo ese mundo espiritual, con la intención de que pasado y presente no se repudien ni se ignoren.
Quizá el secreto de la más venturosa incorporación a un mundo cambiante, se halla en seguir siendo, a través de los cambios rápidos y brutales, los lugareños -durangueños- que nos afirmamos en la tradición, los durangueños de raíz -raíz quiere decir penetración a la tierra- inmersos en el seno de esta provincia nuestra. "Durangueñeidad" no quiere decir oposición a la modernidad.
Es conservar los logros distintivos de nuestra comunidad, y como toda cultura se encuentra en movimiento, la "Durangueñeidad" exige incorporar las ideas de modernidad, sí, pero recibir dicha modernidad a través de nuestra propia cultura, para que raíz y conciencia posibiliten nuestra incorporación a la vida contemporánea. Cualquier cambio valedero tiene que ser inseparable de nuestra vertebración cultural.
La Historia, la más bella y trágica obra de Dios, es una incansable devoradora de tiempos. Cierto que los individuos, aun los más famosos, pasan por ella con la fugacidad de un instante en la larga y tumultuosa noche de Dios que se llama la eternidad. Sobrevive tan sólo el desinteresado quehacer de hombres y mujeres cuando se convirtieron en "polvo y cenizas". Y con el ánimo de que entendamos mejor el mundo espiritual de Durango, recurro a las palabras de Ernesto Renán y que mucho tienen que ver con la "Durangueñeidad", que dicen: "Se ama a la casa que se construyó y que se transmite".

En estos tiempos revueltos en que las técnicas de la comunicación masiva nos hacen vecinos de todas las culturas, y nos ponen a merced de las grandes potencias que cuentan con los más eficaces instrumentos para difundir sus valores y propaganda, el provincialismo es de la mayor trascendencia porque sólo a través de él se puede buscar y exaltar el alma nacional, o estilo colectivo de vida que con características propias de cada región, y sin perder nunca sus rasgos esenciales -nacionales- late todavía en el seno de la santa provincia.
Dicen los filósofos -como Alberto Espinosa- que todos los que conocimos al maestro Palencia Alonso hemos quedado marcados por su personalidad, por su ejemplo generoso o por sus sabios escritos singulares. Porque en el maestro durangueño se daba, como en una evidencia deslumbrante, la presencia del sentido común, de la alta cultura y del buen gusto, acompasado por un armónico sentido del arte y de la vida.
Podría decirse que toda su enseñanza se funda en esa evidencia. Ahora que los días y fatigas de Héctor Palencia se han apagado para remontarse con su luz optimista y certera a otras esferas, se perfila la trayectoria de su vida como la de un alto surtidor del sentido, como faro inalcanzable: como un horizonte orientador.
No buscó poder ni metal, empero su vida fue una procesión de méritos semejantes a una marcha triunfal. Porque el maestro Héctor Palencia siempre tuvo para los otros la palabra edificante en los belfos y en la pluma el comentario generoso del reconocimiento donde se distingue la acción meritoria y que alicienta el espíritu.
Como promotor de la cultura, su labor que se extendió durante décadas de esfuerzos ininterrumpidos, a juzgar por los resultados, promovió millares de eventos culturales, la edición de centenares de libros y cientos de exposiciones, además de haber labrado millones de líneas tejidas con sencillas expresiones de mercurio o de argento en las que siempre ponderó y estimuló el trabajo de sus coterráneos, reconociendo sin ningún dejo de insidia, el talento y las virtudes ajenas.
Los frutos con que el alto surtidor de cultura coronó su fecunda vida, fueron sin duda las difíciles virtudes de la prudencia y la paciencia, de la concordia y la orientación, no menos que la fraternidad. Nadie ignora que tal universo axiológico puede reducir a una expresión cardinal cuyo nombre es: humanismo.
El Durango de ayer no volverá a ser el Durango de ahora. Porque la semilla esparcida generosamente por el maestro Héctor Alfonso Palencia Alonso dará a su tiempo sus mejores flores y sus más sazonados frutos. Porque los maestros llegan a ser también lo que les hacen ser sus discípulos, a los que ahora les toca corresponder la generosidad con gratitud.
Porque a pesar de que nuestros ojos de carne no volverán a ver en la tierra la figura del singular maestro, dulcísimo padre, de genio lírico y metafísico consumado, no obstante que han concluido su peregrinaje entre nosotros, y aunque su magisterio no volverá reconfortar los mortales oídos tanto del sabio como del necio, quedará su imborrable lección de vida, de vivir con secreto como prescribe el arte de la vida.
En virtud del recuerdo y de la palabra escrita no dejará de fluir, a pesar de la ausencia carnal, su incomparable fuente de virtud ni su incorruptible timbre cantarino. Lloren entonces durangueños ilustres, mexicanos todos, si son hombres, porque se ha apagado el faro marino en la tierra adentro de su solar nativo.
II
"Durangueñeidad" -dice su autor- no quiere decir oposición a la modernidad. Es conservar los logros distintivos de nuestra comunidad, y como toda cultura se encuentra en movimiento, la "Durangueñeidad" exige incorporar las ideas de modernidad, sí, pero recibir dicha modernidad a través de nuestra propia cultura, para que raíz y conciencia posibiliten nuestra incorporación a la vida contemporánea. Cualquier cambio valedero tiene que ser inseparable de nuestra vertebración cultural.
"Lo durangueño como solución", ha dicho el maestro en filosofía René Barbier al comentar, o más bien fundamentar la "Durangueñeidad". Esta doctrina, escribe, apunta a la revelación constante e insistente del hecho de que la sociedad durangueña, como tal, no sólo tiene afinidades y semejanzas externas, inesenciales, frívolas y transitorias, sino que posee identidades irreductibles y últimas; identidades de espíritu y de conciencia; de aproximaciones de almas y no sólo de instintos, que tiene combinaciones de esencias permanentes, invariables, consistentes, capaces de circular con sentido de fecundación, por todas las arterias de nuestra vida en común y con la relatividad de aquello que siendo de todos por ser tan extenso y a la vez tan profundo, no es a la postre de nadie en particular: justamente como la excelsitud del arte".
Mantengamos vivo el amor por Durango, lo durangueño, que ha dado estilo y rumbo a esta ciudad provincial, fantásticamente protegida por San Jorge traspasando al dragón mitológico, donde el azul de su cielo y sus crepúsculos que son, como acuarela de dorados, de lilas y de castaños, señalan el centro espiritual de una tierra que tiene en el mapa la espléndida forma de un gran corazón.   
Durango nunca fue una ciudad exótica ni pintoresca. El poeta Alexandro Martínez Camberos se alegraba, porque a pesar de ver a la ciudad de Durango en el mapa, como un equilibrista sobre el alambre tenso del trópico, se salvó del bochorno, y del sudor, y las maracas, y de ser una ciudad "bonita". Era una ciudad socioeconómicamente lógica y formalmente correcta, y resultaba en razón de su origen una prolongación urbanística de España. Los constructores de las antiguas ciudades partían de una base firme: la ciudad, decían, se comunica, le habla al ciudadano con un lenguaje de formas, con una ortografía de materiales, de construcción. Se crea así, el discurso del entorno y la consiguiente poética del espacio citadino. Y el ciudadano responde a ese lenguaje formal con otro: el de la forma de su quehacer de cada día, instalado en esa dimensión adicional a la de la ciudad, la del tiempo. Si se examina el lenguaje de la ciudad y su diálogo con el ciudadano, se puede saber por qué la ciudad es indiferente y conocer más de los problemas sociales. Toda ciudad plasma una forma social o antisocial, y la estética es el aspecto más sintomático de la cuestión urbana.
Hay un mundo espiritual que blasona a los hijos de Durango, y es la razón de ser del más sano provincialismo. Un provincialismo por inclusión y no por exclusión que incorpore ideas, sentimientos, aspiraciones, pero conserve sus ondas y viejas raíces en el campo de la Historia y en la tierra con espíritu. El mundo espiritual que da unidad esencial a la Patria Chica está constituido por las comunes imágenes, valores, tradiciones, costumbres, usos sociales, ideas, formas de vida con las que el ser humano se desenvuelve desde la infancia. Quizá el secreto de la más venturosa incorporación a un mundo cambiante, se halla en seguir siendo, a través de los cambios rápidos y brutales, los lugareños -durangueños- que nos afirmamos en la tradición, los durangueños de raíz -raíz quiere decir penetración a la tierra- inmersos en el seno de esta bella provincia nuestra.




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