jueves, 14 de julio de 2016

La Muerte del Capitán Juan Joseph de Zambrano Por Alberto Espinosa Orozco

La Muerte del Capitán  Juan Joseph de Zambrano
Por Alberto Espinosa Orozco





   El Palacio de Zambrano, en su haber con más de dos siglos de historia, fue ordenado construir en cal y canto por el increíblemente rico minero y comerciante Capitán Juan Joseph de Zambrano en el año de 1785 y terminado a finales del año de 1798, siendo su edificación casi idéntica a la ideada por Juan Rodríguez y Manuel Tolsá para el Ayuntamiento de Durango, que nunca llegó a construirse. Ese mismo año se inició la edificación, por órdenes del mismo propietario, del Teatro Coliseo, el cual fue inaugurado el 4 de febrero de 1800, habiendo tenido un costo de 22 mil pesos oro a expensas de Regidor, Alferez Real y Alcalde Ordinario de Durango el mismo Juan Joseph de Zambrano. El palacio colonial más ostentoso del norte de México, de considerables proporciones, contaba así con su propio teatro particular –en una extraña mescla en ambas edificaciones, nos parecería hoy en día, de funciones entre privadas y públicas (mescla que dejó su huella en la vida de la región, donde ha sido costumbre colonial que los funcionarios públicos amasen sus fortunas privadas a la sombra del poder gubernamental).
   Como quiera que fuera, la prosperidad de las minas de Zambrano llevó una relativa bonanza a la ciudad de Durango, creciendo su población de 8 a 20 mil habitantes en doce años, creciendo la ciudad también en calles, plazas y edificios públicos. 
   El Luego de explotar las extraordinariamente ricas minas serranas de la región del Real de Nuestra Señora de las Consolación de Agua Caliente, en Guarisamey, bajo la jurisdicción de San Dimas, al oeste de la Sierra Madre Occidental, Joseph de Zambrano se asentó en la capital del estado de Durango, entonces capital de la Nueva Vizcaya.
   Hombre de varios mundos (la sierra, la corte y la política, la empresa y la hacienda), Zambrano se dedicó también al comercio, pues junto con la Factoría de Tabaco contaba con otros edificios en la ciudad de su propiedad destinados a operaciones comerciales. Dada su influencia socia social por mor de sus empresas y negocios fue nombrado Regidor y Alférez Real de la Ciudad de Durango hacia a fines de siglo y en 1800 se le nombró Alcalde Ordinario.
   Perteneció a la Orden de Santiago y aunque ostentaba ser Conde, y efectivamente era conoció como el Conde de Zambrano, el título nunca pudo obtenerlo en realidad rectamente. La calle que pasa por un lado de su magnífico palacio fue conocida en esa época como la Calle de Zambrano, en lo que es ahora la Calle Zaragoza. Debido a su inmensa fortuna llegó en su momento a ser considerado como uno de los diez hombres más ricos de toda la Nueva España. El rico minero murió el 17 de febrero del año de 1816 y la casa fue rentada al gobierno de la intendencia. Juan Joseph de Zambrano había vivido en su casa con muchas comodidades e incluso alardes desmedidos de ostentación.
   Se cuenta que su muerte ocurrió de forma accidental. De las muchas leyendas que se cuentan en torno a las minas de Guarisamey sobresale la historia de la muerte del Conde Zambrano, quien estando un domingo soleado al medio día con algunos amigos en la pequeña plaza del lugar, vio que se le acercaban unos vecinos para invitarlos a asistir a la misa, aceptando varios, no así Zambrano quien exclamó entre carcajadas: “¿Para qué rezarle a Dios?” Y luego, echando una mirada que recorría los alrededores, agregó: “Todo esto que tengo, ni Dios puede quitármelo!”
   Al poco tiempo de que terminó la misa, nubes amenazadoramente negras cubrieron el cielo, empezando primero una ligera lluvia, que fue creciendo hasta convertirse en una gran tormenta acompañada de relámpagos, truenos y centellas, y ya como a las tres de la tarde la corriente del río creció saliéndose de cauce e inundando las viviendas de los pueblerinos, obligándolos a abandonar todas sus pertenencias para refugiarse en las partes altas. Y así siguió aquello, la fuerza del agua fue devastando las paredes de adobe de las casas y de la hacienda de beneficio del Conde Zambrano, arrastrando a su paso desde árboles hasta animales domésticos, muebles, hierros, hombres, mujeres y niños. Zambrano se paró entonces sobre una gran roca viendo azorado como todas sus posesiones desaparecían o quedaban enterradas bajo toneladas de lodo y rocas, llorando desesperado por la pérdida de su inmensa fortuna de más de 14 millones de pesos. Para el anochecer del rico y floreciente Guarisamey no quedaba sino una poblado destruido y en ruinas.
   Fue así que el Conde perdió completamente la razón y algún tiempo después sus familiares lo llevaron a la ciudad de Durango, donde falleció sin haberse podido recurar ni de las pérdidas sufridas ni de la impresionante forma de su pérdida. Hoy en día tanto Guarisamey como San Dimas son ciudades fantasmas, habiendo contado la primera con 5 mil habitantes y la segunda con 8 mil, en su época de esplendor.


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