sábado, 16 de julio de 2016

Educación y Reforma del Entendimiento: El Destino de la Universidad: Política y Filosofía (5ª Parte) Por Alberto Espinosa Orozco (5ª Parte)

Educación y Reforma del Entendimiento: 
El Destino de la Universidad: Política y Filosofía
Por Alberto Espinosa Orozco 
(5ª Parte)
A Masurcio Yen Fernández 



I
   La universidad concebida como empresa privada es aquella que presta un servicio particular y directo a los individuos, que prepara a los profesionistas liberales en función del lucro individual. Su tarea: la enseñanza técnica, en vistas a la productividad, para satisfacer las condiciones materiales de la vida humana, siendo su mercado propiamente la industria y el comercio. La universidad vista exclusivamente como una institución que faculta a profesionistas es entonces concebida como una institución privada de la enseñanza, como un instrumento técnico que utilizan las personas para el libre ejercicio de su profesión en el mercado laboral, sujeto a la libre competencia de la economía –pudiendo gozar del subsidio del estado como una gracia administrativa otorgada a particulares. A ese tipo de enseñanza puede llamársele en propiedad adiestramiento, instrucción, capacitación –que solo, por sofisticados que sean, los niveles básicos, elementales, del proceso educativo.
   La universidad socialista, en cambio, tendría como solo objetivo una significación revolucionaria: el deber de modificar el orden político establecido.
   La universidad a oscilado, peligrosamente, entre ambas concepciones, haciendo un doble juego, ya sea para no comprometerse, ya sea porque no sabe lo que quiere y n o hacer prácticamente nada, condenándose con ello a la parálisis de la inacción o a la esterilidad, presa de su vaguedad ideológica. En su extremo obstaculizando de cualquier forma y por cualquier medio y por sistema las actitudes y manifestaciones libres de la cultura superior, que abiertamente tiende a rebajar, obliterar o ignorar, teniendo incluso la tentación de sabotear –movida por el imperativo de no modificar la realidad de ninguna forma, es decir, condenado a la sociedad a la ignorancia. El riesgo de tan penosa como contradictoria oscilación, como ha hecho ver en nuestro medio Jorge Cuesta, es el de herir intereses universitarios concretos, al ser desconocidos o expulsados de la universidad; intereses que empero siguen desarrollando su autoridad, por desconocidos que sean oficialmente, entrando por tanto en pugna con las autoridades oficiales, investidas entonces de una manto de ficción y de fantasía por apoyadas en una ley carente de autoridad    
II
   En medio de esas dos tendencias extremistas y antagónicas se encuentran los verdaderos derechos universitarios: por un lado, el derecho de la libertad de cátedra, carente de todo sentido pràctico-utilitario o, quizá sería mejor decir, inspirada por el desinterés propio del conocimiento, y; el derecho a la autonomía universitaria, cuyo significado es el derecho de existir la universidad como colectividad dentro del estado, es decir, como personalidad colectiva autónoma con derecho a los beneficios de tesoro público de la nación. La  autonomía universitaria, en efecto, se refiere al orden público, político, de la nación: a la idea del carácter público de la educación superior o universitaria, que se presenta como un “servicio prestado a la colectividad” y no a los individuos en cuanto tales, de lo que se deriva su carácter nacional.   
     Porque lo que diferencia propiamente la enseñanza universitaria es dotar a la enseñanza de la ciencia y de la técnica de una base social a partir de la cual se estabilizan y crean las instituciones sociales. O dicho de otro modo: la enseñanza universitaria está destinada a abolir las pugnas y desequilibrios sociales  no mediante el ejercicio individual de las profesiones o de ejercicio de la economía de la sociedad, sino a través de la cultura científica y humanística, en el sentido de una cultura universal.
III
   No queda así, sino reconocer los fines superiores que le son propios a la enseñanza universitaria, tácitos, pero a  los que en todo momento apunta  la obra de los creadores universitarios de cultura: el satisfacer la necesidad social de la apetencia de cultura –que es la necesidad más importante de satisfacer de todas, por la superioridad de su valor humano.
   Superioridad eminentemente social también, pues el bienestar de la cultura regional implica necesariamente el de su sociedad. Apartarse, pues, de las presiones y tendencias que falsifican la enseñanza, que corrompen el espíritu universitario –que es el tomar las instituciones como rehén o como botín de otros intereses ajenos a su esencia, que son los fines desinteresados de la cultura, para poner a la cultura al servicio de apetitos incultos, ya sean económicos o políticos, haciéndola trabajar en beneficio personal, siendo guiada por el mezquino espíritu utilitario. No.
   Simplemente porque la universidad no está destinada  a beneficiar a los individuos en cuanto tal, sino en tanto sociedad,


IV
    Distraída por otros fines, de enriquecimiento personal o de trampolín político, la universidad correría el riesgo de morir de anemia, asfixiando sus fuentes fértiles de investigación, creatividad y difusión,  enrareciendo con ello su atmósfera, a lo que sigue la degradación de los estudios universitarios al desistir de su misión propia, dejándose seducir por el lamentable espíritu del “realismo utilitario”. Porque la universidad tiene fines que le son propios, morales, humanitarios y universales, siendo su utilidad práctica diferente a los que pudiera arrojar el adiestramiento o la mera instrucción: la de fortalecer una tradición en el sentido de una cultura espiritual superior –que también es de fe.  
   Los fines últimos de la universidad son así los de poner en contacto no sólo a la comunidad, sino a la sociedad toda, con la herencia cultural de la nación, preservando con ello y potenciando nuestra tradición, fuente de toda renovación y de todo progreso. Pues tal es sino de expansión del núcleo mismo del proceso educativo: la trasmisión de la memoria colectiva, de asimilación, familiarización y recreación de los logros distintivos, específicos, diferenciantes de una cultura. Corpus de ideas, ideales, creencias, normas y conocimientos, la cultura es el bien social por excelencia, siendo deber de la universidad la creación de nuevas formas de cohesión social alrededor de ese núcleo, creador de lazos comunes de identidad y de pertenencia.
   La labor de la filosofía de la universidad sería así la trasmisión de valores por personalidades vigorosas, que por su acción comprometida tengan el coraje de defenderla en un saber comprensivo, evaluando y jerarquizando los contenidos fundamentales de la cultura, llevando a cabo paralelamente una crítica radical de los fines e intereses desviados, cuya autoridad injustificada y aviesas orientaciones impiden el estudio, la investigación y la difusión de las propias formas culturales, asegurando con ello la continuidad del saber y de la misma nobleza y dignidad humana –hoy más que nunca puestas en riesgo por absurdas místicas inferiores y abstrusos intereses bastardos, conducentes en el pasado a inenarrables atrocidades o al abismo, sin fondo, de la barbarie. Por lo contrario, tarea esencial de la universidad es la de su renovación incesante de sus ideales,  movilizando hacia la realización de ellos, como ya ha hecho en ocasiones, anticipándose, los más altos artistas nacionales, toda de la diversidad de sus potencias. 
 V
   Los nombres pueden cambiar. Lo que se mantiene en cambio inalterado es la pureza y el valor de la esencias. La esencia de la universidad es hacer llegar a todos la universalidad  de sus valores, entre los cuales son la cumbre los derechos, enteramente positivos, de la vida humana, que son los derechos de la persona. Los derechos universitarios son así los de su propia naturaleza como órgano de enseñanza de los valores universales para la sociedad, por lo que deben estar enderezados a esa naturaleza, a esa esencia, que es puntualmente la misma del acceso de la sociedad a la educación de alto nivel y a la cultura propia, a la propia tradición –sin cuya situacionalidad sería imposible atisbar el horizonte universal de los valores (paradoja de lo eterno: que siempre y todo el tiempo tiene historia).
Las reivindicaciones de esos derechos, llámese lo mismo reformistas que revolucionarios, no pueden ser otros que la reivindicación de la libertad de cátedra, la autonomía de la universidad como entidad de personalidad colectiva y la excelencia académica –que no consiste en reivindicar derechos laborales a la manera que hacen sindicatos en la industria, sino específicamente en reivindicar los derechos del mérito,  que consisten en estimar a los hombres por su valor para una empresa cultural, de valor eminentemente social, y no por su servilismo.


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