jueves, 25 de febrero de 2016

Los Lamassus: la Evolución de un Mito Por Alberto Espinosa Orozco

Los Lamassus: la Evolución de un Mito
Por Alberto Espinosa Orozco





I
   Los Lamassus constituyen uno de los seres más llamativos y misteriosos de la zoología fantástica. Emparentados morfológicamente con los centauros, el Minotauro, las Sirenas y las Arpías, los Lamassus están estrechamente vinculados con la Esfinge, pues en ambos casos se trata de leones androcéfalos –añadiendo los Lamassus el rasgo del poderoso cuerpo y las patas de toro.
   El mundo fantástico en que habitan, atravesado de cruentos acontecimientos históricos, está poblado de ominosos oráculos, admonitorias profecías e irreductibles conflictos teológicos, siendo su fondo mítico antropológico más bien oscuro y su simbolismo marcadamente pesimista. Máxime cuando sus antiquísimas efigies, cuyo antiguo origen se remonta a las culturas asiria y acadia, han sido consideradas como falsos ídolos por el nuevo estado Islámico (ISIS), al grado de ser recientemente saqueadas, destruidas o vendidas en el mercado negro y a través de internet (anunciadas y compradas en el sitio de e-bey), dado el impuso de dicha asociación y a nombre de la “limpieza cultural”, constituyendo los mismos Yiadistas un ejército religioso y fundamentalista. Algunas de las esculturas sobrevivientes pueden contemplarse en los museos más importantes de Londres, París y Bagdad, encontrándose actualmente la famosa Puerta de Isthar en el Museo de Berlín, Alemania. 
   Los ídolos mesopotámicos proliferaron en las ciudades de Harta, Nínive y Nimrud, y sus aladas efigies han sido sistemáticamente destruidas a fuerza de taladros mecánicos y martillos neumáticos, o arrasadas totalmente con explosivos, en un claro atentado contra la memoria tangible de la humanidad, ante la indiferencia y consecuente pasividad del mundo entero- La misma ciudad de Nimrud fue volada por los aires en abril de año 2015 por el mismo estado islámico de ISIS, que luego procedió a la destrucción de la ciudad de Harta, considerada por la UNESCO patrimonio de la humanidad  -por lo que puede considerarse a los Lamassus como un símbolo de divinidad cuestionado por el espiritualismo judaico y refutado finalmente por las insuperables contradicciones de la historia.
   El ataque a las ruinas de Harta, a 110 kilómetros de Mosul, capital del reino de los Partos en el siglo III a.de C., importante estación en la Ruta de la Seda; la destrucción de la ciudad de Nimrud, capital del Imperio Asirio por siglo y medio desde el siglo IV a, de C,, a 30 kilómetros de Mosul; así como una serie concatenada de atentados prolongados hasta el mismo día de hoy, parecieran ser los corolarios al gran saqueo que tuvo lugar en Irak, en el Museo de Bagdad, a la caída del tirano de triste memoria Saddam Hussein. 









II
  Los Lamassus pertenecen a la cultura de la civilización Sumeria, que sojuzgo a los pobladores de la baja Mesopotamia, cuya lengua es no semítica, ligándose a los Acadios, de lengua semítica, nómadas provenientes del desierto de Siria, dando por resultado la cultura Babilónica. Han sido considerados como efigies representantes de los dioses de la agricultura y de la lluvia, pero también de la guerra, estando asociados a sacrificios cruentos y a ofrendas humanas para acercarse su favor. Su forma es la de toros o leones alados y pertenecen a la rancia cultura sumerio-acadia. Llevan comúnmente el nombre de su forma femenina: Lamassu, llamada en asirio Aspasu, representando a la diosa Asera. La forma masculina es conocida bajo el nombre de Shedu o Alad, llamados en asirio Karabú y en hebreo Séd, el cual terminó por representar al dios Marduk de los babilonios. Según otras fuentes sus figuras están asociadas a la diosa Papuskkal y al dios Isum. Los Lamassus son así una especie de Esfinge, destinados a guardar las puertas y los templos en pareja.
   Se trata de una criatura caracterizada por su marcada fuerza monstruosa, siendo genios mesopotámicos cuya función principal es la de infundir terror, guardando las puertas de las ciudades y las de entradas de las casas protegiéndolas contra los enemigos. Se trata, de hecho, de espíritus maléficos que matan a aquellos visitantes y viajeros que se aproximan demasiado a las puertas de las ciudades mesopotámicas fortificadas -con la sola excepción de dos tipos humanos: los hombres puros o beatos, protegidos por razón de su relativa santidad, y las mujeres y hombres absolutamente mundanos, que de manera inversa participan, en su peculiar modalidad demoniaca, de los sagrado. 
   Las colosales esculturas arquitectónicas, regularmente talladas en alabastro o en yeso, son muy altas, de aproximadamente 4 metros de altura y 10 a 30 toneladas de peso cada una. Son también muy antiguas, pertecientes a la llamada Edad de Bronce –datándose su antigüedad en más de 10 mil a 3 mil años a. de C., habiendo tenido su florecimiento entre los siglos IX a VII a. de C.





   Tales criaturas legendarias, símbolo del poder real, se componen como una peculiar especie sui géneris de híbrido zoológico, pues están formadas de una parte preponderantemente animal y otra parte humana. La figura del toro, a veces de león, es androcéfala. El cuerpo del toro simboliza el poder de la tierra, por lo que se representan con cuatro o cinco patas de pezuñas hendidas, siendo reproducidas a la vez de frente, dando la impresión de quietud, o de perfil, fingiendo la actitud de movimiento al ser plasmadas con cinco patas, lo cual agregaría una connotación de fuerza y una sugestión de poder sexual. La extraña bestia tiene en el bajo vientre escamas de pez, estando asociados a las corrientes de agua y por tanto a la fertilidad. Lleva en su cintura alas de águila y está ceñida con el cinturón de poder real. Por su parte la cabeza se caracteriza por su melena, en largo pelo rizado, y su larga barba. La cara por sus cejas pobladas, los grandes ojos expresivos, la boca y el bigote finos, y orejas de toro. La cabeza está coronada por una tiara con cuernos, astas y plumas, llevando en ocasiones una diadema estrellada -dando cuenta de una cultura donde los hombres se maquillaban y adornaban el cuerpo y el rostro con esmero. Hay que hacer notar que la tiara de cuernos, simbolismo del toro como emblema divino, es una creación antigua de la religión sumeria, cuya antigüedad remonta hasta el neolítico. Se trata de una modalidad de la divinidad definida por la fuerza y por la trascendencia espacial del cielo tempestuoso, pues el retumbar del trueno es similar al mugido del buey. El toro alado babilónico está relacionado con el oso de Medo-Persa y el leopardo de Grecia, teniendo en los tiempos modernos su conversión y reminiscencia en el león alado de Venecia. El extraño animal está asociado a la crueldad ilimitada de los Asirios y a su poderosa maquinaria de guerra, a sus torres de asalto y a sus soldados con armadura de hierro –siendo la vara elegida por Yahvé para castigar a los pueblos.




III
   Las monumentales estatuas tuvieron su origen en el Imperio Medo-Asirio (883-612 a. de C.), teniendo su auge durante la dominación de los reyes aqueménidas en Nínive y Kharabad, extendiendo su influencia hasta los territorios de Sicilia y Palermo. Tuvieron un lugar de gran importancia en la llamada Fortaleza de Sargón, durante el Imperio Asirio de Sargón II (721-705 a. de C.), en la ciudad de Dar Sharakin, a 15 kilómetros de Mosul, que fuera devorada por un incendio.
   Los Lamassus forman parte esencial de los dioses mesopotámicos, cuyo panteón sagrado estaría constituido por fuerzas más bien demoniacas, cuya regla general era el infundir el miedo. Su engañosa semejanza humana encarna la filosofía individualista del esfuerzo propio para conseguir la felicidad mundana  -siendo explicable que el pueblo judío, deportado primero a Asiria y luego a Babilonia, haya visto en ellos los vigilantes de las mismas puertas del Infierno.
   La palabra Lamassu significa “genio” y en la famosa Puerta de Isthar se relaciona directamente con la diosa madre de la fertilidad y de los desmanes sexuales, en cuyo culto los ritos orgiásticos y de prostitución sagrada ocupaban un lugar prominente. Se trata, efectivamente, de una diosa carnal y cruel, asociada a la locura de la tierra (Tlazolteotl-Coatlicue).
   Se trata de la diosa madre, a la vez nutricia y despiadada, cuya primera conformación es Inanna (Isthar-Afrodita), llamada también la diosa del cielo, asociada a la fecundidad de la tierra, la cual encarna el poder opaco del alma inferior, femenina, sensual y apetitiva, dominada por la búsqueda del crecimiento (fertilidad), en cierto modo ciega a los valores morales y del espíritu. Inanna es la diosa de Venus, la gran diosa de Medio Oriente del amor y de la guerra, de la vida y de la muerte, que en la plenitud de sus poderes es considerada como hermafrodita (Isthar barbata),
   El complejo mítico simbólico de Inanna, estudiado por la filósofa y poeta Elsa Cross, reúne a una serie de parejas equivalentes: Inanna-Dumussi en Sumeria; Istar-Tammus en Siria y Abisinia; Isthar-Adonis para los acadios, venerada también en Líbano y Gracia –siendo su correlato egipcio la pareja de Isis y Osiris. La evolución de la figura mítica de Inanna hiso que fuera identificada con una serie de deidades del amor y de la fertilidad, pero también de la guerra y finalmente de la muerte. Isthar se identificó con ella en Fenicia y en Babilonia con Astarté, también llamada Astarot y Aschat, que es la abominación de los sidonios, y  finalmente con la Afrodita de Chipre, que es la Venus Pandémica o Citera, diosa del poder y de la belleza.
   En el mito sumerio la ambiciosa Inanna, hieródula diosa de la vida, de la tierra y el cielo, quiere poseer también los poderes de la noche, por una especie de deseo totalitario y omnicomprensivo, por lo que visita a su hermana opuesta para enfrentarla: a la malvada Ereshkigal, que es la reina  en el submundo en  una ciudad oscura, privada de luz. Es el reino miserable, llamado la Casa del Polvo o el Gran Abajo: la morada cuya entrada no tiene salida, y donde quien va allá no vuelve. Lo que desea en efecto Inanna es ´poseer los poderes de la vida y de también los de la muerte, por lo que su ambición la lleva a desear cosas prohibidas: descender a los infiernos para suplantar a su hermana mayor Ereshkigal. Luego de atravesar las siete puertas de su palacio, Inanna se enfrenta a su hermana completamente desnuda y encorvada, despojada de sus vestidos, adornos y emblemas de poder real, fijando Ereshkigal en ella su furiosa mirada de muerte, tumbándola al proferir su grito de culpa, convirtiendo a Inanna en cadáver, en un pedazo de carne podrida, fijándola en un gancho, colgándola contra una pared y hablando mal de ella, dejando sus despojos ahí, en ese lugar horrible que es la Ciudad Oscura, donde vive la serpiente que no puede ser hechizada. De tal manera se da una especie de desdoblamiento entre Ereshkigal e Inanna y una transferencia de sus poderes: la primera queda embarazada, aunque lo que pare es nada; la segunda, luego de ser resucitada  mediante el alimento y el agua de vida llevados por dos mensajeros y obligada por los siete jueces del Infierno a dejar a alguien de igual rango en su lugar –por lo que sale al mundo seguida por una tropa de demonios a quienes le entrega a su esposo Dumussi, el cual alegremente había ocupado su trono soberano, condenándolo así a un destino funesto al proferirle a su marido el grito de muerte. Adquiere de tal suerte la omnipotencia, al sumar a sus emblemas de poder el de la muerte, unificando con ello los tres reinos (el cielo, la tierra y el inframundo). Es por ello que se le ha identificado también como Lilit, el arcaico demonio alado, siendo entonces representada no sólo mediante la exaltación de sus atributos femeninos, sino ya alada y con los piecitos con garras de Búho, ya que se trata así de una divinidad nocturna.
  La última manifestación del complejo mitológico de Isthar-Astarté-Asantot tuvo lugar históricamente en Eslovenia, con la aristocrática Elizabeth Bathary de Ecsed (1560-1614), llamada Condesa Sangrienta de Transilvania, que era sobrina del Rey de Polonia, Esteban I Batholy. Dueña de grandes posesiones se estableció en el castillo de Cachtice, donde practicó maleficios y hechizos, causando daño, infortunio y enfermedades, especializándose en la magia roja, capítulo de la magia negra concerniente a la hematomancia, que es el arte de la adivinación mediante la manipulación de tejidos vivos, de la sangre y el sexo. En sus prácticas de brujería llegó a dominar el control de la naturaleza de otros, alcanzando una conexión real con las jerarquías de la oscuridad, especializándose en castigar a sus sirvientas y en la necromancia. Elizabeth de Ecsed, la Señora Infame, fue condenada por sus cuestionables costumbres  al confinamiento solitario, por lo que emparedada por 4 años, siendo sus cómplices, Dorotea, Elena y Piroska, decapitadas. Obsesionada por la belleza, usó la sangre de sus víctimas para realizar el ideal de la eterna juventud, torturando sádicamente a más de 613 jóvenes, con quien sostuvo relaciones lésbicas y chupando la sangre de 37 jovencitas más, de 11 a 26 años de edad. En el año de 1872 la escritora romántica Sheridan Le Fanú inmortalizó su siniestra figura en la novela Carmila, historia de terror gótico y de éxtasis lésbico, en donde una vampira-bruja aristócrata lleva a su clímax la elegancia melancólica del erotismo.  





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