sábado, 6 de febrero de 2016

El Morrión de Mercurio Por Alberto Espinosa Orozco

El Morrión de Mercurio
Por Alberto Espinosa Orozco




   En su Bello Gálico Cesar llama a Mercurio “inventor de todas las artes” o “politécnico”. El Himno Homérico a Hermes lo denomina con su nombre cierto: “Polytropos”, describiéndolo puntualmente por su  multiforme ingenio. Cuando lleva al cordero entre los hombres recuerda al buen pastor amigo de los rebaños, si es portador del caduceo es mensajero de la felicidad o de la fortuna, al llevar también una bolsa en la mano es señal inequívoca de su ejercicio en las artes médicas o el símbolo de la inteligencia industriosa y realizadora que preside el comercio, y donde se atavía con su invisible sombrero es el buen guía en los caminos desconocidos o vuelto capa el conductor de las almas en su peregrinación por el Hades.

   Porque junto con sus atributos heráldicos más sobresalientes debe contarse también con su petaso o sombrero de alas anchas, a veces aladas incluso, que es generalmente redondo y de borde llano, que los resguarda tanto del caluroso sol como de las gotas de la  lluvia –y que en la noche o en las misiones peligrosas lo convierte en el famoso gorro alado. Invisible, como Jesús para quien no entiende sus parábolas,  para que viendo, vean y no vean, y oyendo, oigan y no entiendan -para que no se conviertan y les sean perdonados sus pecados (Marcos 4: 12).



   Mercurio, en efecto, es al único dios que se le permite entrar y salir del infierno a voluntad,  junto con Hades y Perséfone durante la primavera. Su sobrero se transforma en el célebre morrión o casco alado que, como su capa, lo data con el poder de la invisibilidad y que prestado por el mismo Hades le sirve singular combate contra el gigante Hipólito. Poderoso atavío ciertamente, que le permite realizar en acto cualquier cosa que desea sin ser visto, lo que da una libertad de acción prácticamente ilimitada. Nada de lo que hay en el mundo sublunar, sujeto a la rueda del tiempo y a los vericuetos de la contingencia, impide que Hermes lo pueda realizarse en pureza.




    Su leyenda se relaciona también con aquella griega, la del anillo de Giges, relatada por Platón en el Libro II de su República. Por otro lado, cuenta la tradición que cuando los dioses hicieron a la mujer para perder al hombre, a Hermes se le encargó poner en su corazón el genio astuto, las palabras seductoras y, por lo tanto, también las mentiras. Todos los grandes escultores de la antigüedad helénica se ocuparon de hacer visible su figura, tanto Fidias como Policleto, Scopas lo mismo que Praxíteles.


      Cuando el carácter mercurial de Hermes se trastoca o se desliza en su peor aspecto por las sendas de la regresión, ya sea por inmadurez, ansiedad o pereza, se da una realización adulterada bajo la forma del intelecto pervertido, cuyo signo más sobresaliente es el fraude, el abuso de confianza e incluso la estafa.  Hay así un Hermes blanco o ctónico y un Hermes negro o uránico –como hay una Afrodita Pandémica y otra uránica o celeste. Es el Hermes en su aspecto desviado y negativo quien cultiva la insana tendencia hacia el eros regresivo, que tiene como presas preferentemente a las ninfulas y ninfetas, y cuya excelencia se degrada en la habilidad maligna, cuya figura preside a toda clase de tunantes y de toda laya, a ladrones vulgares y demás bellacos.
   Porque Hermes es el mediador entre el cielo y la tierra, medios de cambio que puede pervertirse incluso en la forma del comercio simoniaco o de elevarse hasta la santificación en su aspecto más positivo. Empero, el olímpico Hermes es el espíritu real de una forma existencial que vivirá siempre y bajo las condiciones más variadas: se trata del sentido antropológico que ha de conocer la pérdida juntamente con la ganancia, la necesidad hermanada con la fe y la malicia al lado de la bondad. Uno de los aspectos de su ciencia y carácter no trata esencialmente sino de aquellos procedimientos de la vida que parecen moralmente censurables o al menos dudosos, pero que son una forma fundamental de la realidad vivida, ligados ya no con el heroísmo o el trabajo, sino con la aventura.
   En efecto, en cada vida hay un elemento compuesto de fortuna y piratería, el cual tiene más valor y realidad actuante que el que comúnmente suele reconocérsele. De ambos elementos es Hermes el dios, su figura o insignia.




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