sábado, 6 de febrero de 2016

El Desaparecido Monumento al Trabajador de Ignacio Asúnsolo Por Alberto Espinosa Orozco

El Desaparecido Monumento al Trabajador de Ignacio Asúnsolo
Por Alberto Espinosa Orozco 




I
   El Monumento al Obrero, antes llamado Monumento al Trabajador, fue donado a la Ciudad de México en 1936 por su creador, el escultor durangueño Ignacio Asúnsolo  (Hacienda de San Juan Bautista, Durango, el 15 de marzo de 1890 y muerto en la Ciudad de México el 21 de diciembre de 1965). Su primera ubicación original fue en el camellón de la Avenida Juárez, al final de la Alameda Central, equidistante al Palacio de Bellas Artes y al Minueto de El Caballito.
   En ese mismo año de 1936, Asúnsolo trabajaba en las obras: Tragedia del indio otomí; Estrellita; Retrato de Enrique González Martínez (1936) y el Monumento al Soldado (1937) –siendo ésta última pieza del escultor la única de su autoría que se encuentra en el estado de Durango.
    En los años 50´s el Monumento al Trabajador se encontró en el camellón de la Avenida del Trabajo, a la altura de González Ortega, en la colonia Morelos, en Tepito, cerca del parque Ramón López Velarde, que fue demolido por las obras de los Ejes Viales. Para más señas, al decir de Don Juan Carlos Martínez Fuetesla escultura se encontraba en Tepito, exactamente en una especie de glorieta donde convergen la Avenida del Trabajo, la calle de González Ortega, de Rivero, de Panaderos y de Jarcería; se encontraba exactamente enfrente del final del deportivo, hacia el sur de dicha estatua, que era, según nos comenta Enrique Carrillo amablemente un parque cercado donde jugaban los niños denominado "Parque del Ratón", mirando hacia el sur; hacia el norte se encuentra la escuela primaria “Vasco de Quiroga” y una Clínica del Seguro Social, cerca de un multifamiliar conocido como “La Fortaleza”; hacia el oriente la 1a. Calle de Panaderos y la muy conocida en esos lares panificadora “Santurce”, así como la calle de Jarcería donde tiene una de sus salidas la muy conocida vecindad “Casa Blanca”, en la que se encontraban unos de los baños públicos más grandes de la ciudad, “Los Pilar”, y hacia el poniente las calles de 1a de Rivero y 5a de González Ortega.
   Desde los años 70´s se depositó en la calle de Ricardo Flores Magón #29, al frente del edificio del Congreso del Trabajo, mirando hacia la unidad Tlaltelolco donde, luciendo muy malamente y como arrumbado, permaneció por muchos años. Finalmente fue llevado al edificio de la CTM. Hay que agregar que en el plantel del CCH Azcapotzalco se encontraba  una estatua similar, sólo que hecha de varillas de acero muy gruesas. 



   El Monumento al Trabajador es una de los obras más expresivamente humanas de Ignacio Asúnsolo y más característica de la época también. La colosal estatua representas efectivamente a un trabajador en actitud de fatiga, por el duro trabajado corporal, limpiándose con el dorso de la mano derecha el sudor de la frente, que de alguna manera le sirve para divisar el horizonte a la distancia, como un túnel negro donde al fondo despunta apenas una luz: mientras que la izquierda sostiene el extremo de un gran martillo, depositado pesadamente en el suelo –por lo que la figura bien pudiera referirse a un minero, a un barretero, cuyo oficio es el deshacer la rocas de las entrañas de la tierra a marrazo limpio, por lo que tales hombres suelen tener una complexión física robusta, gran fuerza extraordinaria en sus brazos, y un poder inusitado en los puños, como de acero. El gran marro, de un modo no tan explícito, haría así alusión a uno de los grandes símbolos del movimiento comunista de aquellos años, el del martillo que representa a la clase obrera y que al estar entrelazado con la hoz, emblema a su vez del campesino, representaba las fuerzas vivas del proletariado universal, preconizado por la doctrina de Carlos Marx como las clases universalízales del provenir futuro potentes para redimir de la enajenación a la humanidad toda. 
        Al paso de la efervescencia cardenista revolcaría, tal connotación de encendidos tintes futuristas, presumiblemente incomodaría a las autoridades del centro histórico capitalino, por lo que, al dejar de ser útil a sus propósitos más abiertamente pragmáticos, condujo la degradación de la posición de la célebre escultura, siendo trasladada a una calle menos emblemática que la Avenida Juárez. La efigie primero fue a parar, como repito, a la Avenida del Trabajo, en plena zona de Tepito, hoy en día cundida de bodegas con mercancía de contrabando oriental, donde sufrió del consecuente vandalismo. Como una efímera reliquia de la modernidad revolucionaria, siguió su natural proceso de relegación de la memoria colectiva,  siendo llevada a un rincón de la fachada del Congreso del Trabajo, hasta que por último fue trasladada a la explanada del edificio de la CTM, localizado a un costado del Monumento a la Revolución, donde finalmente desapareció la estatua sin explicación alguna.[1]
  En la Ciudad de Monterrey  hay una escultura del Monumento al Obrero, pero ésta  no es una réplica de labrada por Ignacio Asúnsolo, cómo se indica en algunas fuentes, sino una obra que se atribuye indistintamente a Alfonso Carabeo Castro, o a Cuauhtémoc Zamudio, localizada en la Macroplaza de la muy regia Sultana del Norte -que no satisfecha con el desarrollo material, ha cultivado desde hace décadas el cuidado y el amor por las artes, en un anhelo infatigable de inculcar entre los regiomontanos los más caros anhelos de la cultura superior.  



II
   En el mismo edificio de la CTM, el 24 de febrero de 2015, cuando la central del movimiento obrero organizado celebró el 79 aniversario de su conformación, creación del genio filosófico y salinista de Vicente Lombardo Toledano, se inauguró también la monumental escultura a Joaquín Gamboa Pascoe. La estatua de 2.7 metros de altura, 198 kilos de bronce y con un costo de 470 a 500 mil pesos, obra del artista Erasmo Flores de Coahuila, fue donada por el Sindicato de la Chrysler Motors Company, regenteado por el representante laboral Hugo Días Covarrubias, en reconocimiento a la trayectoria del jilguerillo del jerontócrata Fidel Velázquez –quien por su parte fue el Secretario General de la CTM por 19 años, muriendo a la edad de 89 años.




   La enorme estatua fue develada en vida del jerarca obrero, de 93 años de edad, acompañando el acto por una nutrida comitiva de matracas y el estallido de cañonazos de salva, que lanzaron alegremente al aire el confeti de papeles roji-negros. En emotivo detalle, una réplica de la efigie de pequeñas dimensiones fue obsequiada al líder Gamboa Pascoe, quien presidió la mesa del homenaje al lado de Carlos Aceves del Olmo, quien a sus 75 años se perfilaba como su predecible sucesor.


   El líder de uno de los tres grandes sectores que componen la estructura del hegemónico PRI nacional, acusado de importar a México grandes cargamentos de contrabando de la India y de ser un  prominente saca-dólares, de ser consejero del INSS con un sueldo mensual de 80 mil pesos, realizó también actos de disciplina y justicieros –siendo muy sonada la expulsión de José Ramírez Gamero, ex gobernador de Durango, de la Central Cetemista, por haber vendido una parte de los terrenos de la Universidad Obrera en Morelos -por lo que el secretario general de los trabajadores no tuvo otra opción  que verse orillado a vender el resto del predio.   
   Joaquín Gamboa Pascoe (1922-2016) fue abogado por la UNAM, Diputado federal en 1961, Secretario General del PRI en 1961, Presidente del Senado en 1976, con José López Portillo de quien había sido condiscípulo en la UNAM, hasta llegar al cargo de Secretario General de la CTM en 2005, sustituyendo a Leonardo Rodríguez Alcaine, “La Güera”, y finalmente expirar el 7 de enero del 2016 a los 94 años de edad.
   La estatua del líder obrero, devela por él mismo hace menos de un año como un estentóreo auto homenaje a su persona,  fue colocada en el lobby del edificio de la CTM, desalojando del vestíbulo los dos bustos que antes ocupaban el lugar, uno de Fidel Velázquez y otro de Leonardo Rodríguez Alcaine, los que fueron mudados al auditorio “Fernando Amilpa”.







III
   La desaparición de la obra Monumento al Trabajador de Ignacio Asúnsolo de Avenida Juárez en los años 70´s, marcó el declive de toda una ideología obrerista, en congruencia con la tendencia de la CTM, que muy pronto desnaturalizó su fin y objeto propio, que era el de interpretar favorablemente al trabajador el Artículo 123 de la Constitución de la República Mexicana, trasmutando sus funciones de defensa en los de un agresivo centro de control monopólico de los trabajadores del país, que ya mediante los contratos colectivos, ya mediante la coerción, dada la cláusula de exclusión por indisciplina si se pensaba distinto al líder de la CTM, se identificó con una organización corporativa -y hasta con una mafia que despoja al trabajador de los frutos de sus manos y que al homologar sus horas hombre a la mínima expresión reduce en términos reales sus ingresos a niveles apenas de precaria cuando no milagrosa  supervivencia, poniendo así de rodillas al obrero y a la Central abiertamente del lado de parte de las cúpulas empresarial y emprendedora, legitimando de tal forma, por los ardides legaliformes de interpretación de la Constitución, una forma moderna de esclavitud a escala nacional.





[1] Nota de Arturo Cano. Gamboa Pascoe corona con metal su sacrificio por los trabajadores. La Jornada, 25 de febrero de 2015. 




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