lunes, 29 de febrero de 2016

Contra la Tolerancia Por Alberto Espinosa Orozco

Contra la Tolerancia
Por Alberto Espinosa Orozco




   Un principio inequívoco de civilidad ha sido cuando menos desde Erasmo de Rotterdam, el de la tolerancia. Muy pronto el "mundo libre" del protestantismo vio en el autor del "Elogio de la Locura" el verdadero peligro, pues proponía un mundo "utópico" de comprensión social activa de eras libre, inspirado por la locura práctica del amor cristiano. Cosa incómoda, sin lugar a dudas, para esos otros locos de mentes autoritarias que quisieran hacerse valer por lo que no vale, creando leyes obligatorias para lo que no es obligatorio por su naturaleza propia, dando con ello alas a cualquier pobre diablo para volar en las alas de la tiranía, para imponerse quiero decir, echando mano de una convención, de dudoso fundamento, para luego de escandalizar por nada, agredir o reprimir al prójimo, creando finalmente un estado de hostilidad e incluso de persecución generalizada, haciendo pasar tan feas actitudes como una norma natural de conducta.
   Deformación de la educación y del hombre mismo si la educación es el proceso de formación humana, el cual no puede alcanzar todos sus logros en un estado de raquítica tolerancia. En efecto, en las instituciones púbicas de hoy en día, e incluso en las privadas, como son cafés y restaurantes, ha querido imponerse la falsa norma de "protección contra el no fumador", empoderando a cualquier hijo de vecino volviendo al equívocamente capacitarlo para llamar la atención e incluso reprimir al prójimo por el simple hecho de fumarse un pitillo, ya no digamos en una sala de espectáculos o dentro de un cine, sino en el trascurso de una caminata por las escaleras de un edificio o en los pasillos y patios más amplios y coloniales que quepa imaginar. La medida no es del todo gratuita; por una parte exalta los ánimos del neurótico, tanto como los del bruto e iletrado, que con gran facilidad se irritan porque su pelo y ropa huele a tabaco, luego de haber ido a tomar alguna copa, sin recalar en que también huele a cebada y vaya uno a saber si no es que a otros sustancias de mayor peso y rugosidad hirsuta atómica. Libertad a la indignación, quiero decir, de aquellos seres más o menos antisociales que, poniéndose a gritar a voz en cuello que no sólo fuman como el aficionado un cigarrillo, sino el de todos los asistentes a un recito, en ademanes y gesticulaciones tan hiperbólicos como patéticos, sino que fincan el terreno para algo de mayor gravedad: una sociedad de control, tan policíaca como delatora, donde se vuelve normal el atributo más reconocido del demonio, que el ser un acusador de sus hermanos.



   Se acusa en efecto, a alguien por algo nimio, detonando de inmediato el impuso feroz y atávico de excluirlo del círculo social, cuando no de saltarle al cuello para el forcejeo de la fuerza bruta, creando así el poder en turno una sociedad de gente despectiva, intolerante, tan mal encarada como confusa, por necesidad dogmática, alineada a alguna certeza doctrinaria, constituida por alguaciles y alguaciles en potencia o en acto. Mientras tanto, entre bambalinas, detrás del telón, el viejo payaso autoritario, delectando su copa de rojo vino y frotándose las manos, amargamente sonríe.
   A nadie, sin embargo, se le ocurre en las acosadas butacas, que se decrete una ley de protección de los no intolerantes, sino que simplemente ejercen ese derecho yendo a fumar al café del Tiki-Tiki , o los bares de Kamila, de El Capital o de EL Mal Del Puerco...hoy en día ya denunciados en primera plana a la opinión pública y ante la CEPAADE. 
   Un principio inequívoco de civilidad ha sido cuando menos desde Erasmo de Rotterdam, el de la tolerancia. Muy pronto el "mundo libre" del protestantismo vio en el autor del "Elogio de la Locura" el verdadero peligro, pues proponía un mundo "utópico" de comprensión social activa de eras libre, inspirado por la locura práctica del amor cristiano. Cosa incómoda, sin lugar a dudas, para esos otros locos de mentes autoritarias que quisieran hacerse valer por lo que no vale, creando leyes obligatorias para lo que no es obligatorio por su naturaleza propia, dando con ello alas a cualquier pobre diablo para volar en las alas de la tiranía, para imponerse quiero decir, echando mano de una convención, de dudoso fundamento, para luego de escandalizar por nada, agredir o reprimir al prójimo, creando finalmente un estado de hostilidad e incluso de persecución generalizada, haciendo pasar tan feas actitudes como una norma natural de conducta.
   Deformación de la educación y del hombre mismo si la educación es el proceso de formación humana, el cual no puede alcanzar todos sus logros en un estado de raquítica tolerancia. En efecto, en las instituciones púbicas de hoy en día, e incluso en las privadas, como son cafés y restaurantes, ha querido imponerse la falsa norma de "protección contra el no fumador", empoderando a cualquier hijo de vecino volviendo al equívocamente capacitarlo para llamar la atención e incluso reprimir al prójimo por el simple hecho de fumarse un pitillo, ya no digamos en una sala de espectáculos o dentro de un cine, sino en el trascurso de una caminata por las escaleras de un edificio o en los pasillos y patios más amplios y coloniales que quepa imaginar. La medida no es del todo gratuita; por una parte exalta los ánimos del neurótico, tanto como los del bruto e iletrado, que con gran facilidad se irritan porque su pelo y ropa huele a tabaco, luego de haber ido a tomar alguna copa, sin recalar en que también huele a cebada y vaya uno a saber si no es que a otros sustancias de mayor peso y rugosidad hirsuta atómica. Libertad a la indignación, quiero decir, de aquellos seres más o menos antisociales que, poniéndose a gritar a voz en cuello que no sólo fuman como el aficionado un cigarrillo, sino el de todos los asistentes a un recito, en ademanes y gesticulaciones tan hiperbólicos como patéticos, sino que fincan el terreno para algo de mayor gravedad: una sociedad de control, tan policíaca como delatora, donde se vuelve normal el atributo más reconocido del demonio, que el ser un acusador de sus hermanos.
   Se acusa en efecto, a alguien por algo nimio, detonando de inmediato el impuso feroz y atávico de excluirlo del círculo social, cuando no de saltarle al cuello para el forcejeo de la fuerza bruta, creando así el poder en turno una sociedad de gente despectiva, intolerante, tan mal encarada como confusa, por necesidad dogmática, alineada a alguna certeza doctrinaria, constituida por alguaciles y alguaciles en potencia o en acto. Mientras tanto, entre bambalinas, detrás del telón, el viejo payaso autoritario, delectando su copa de rojo vino y frotándose las manos, amargamente sonríe.
   A nadie, sin embargo, se le ocurre en las acosadas butacas, que se decrete una ley de protección de los no intolerantes, sino que simplemente ejercen ese derecho yendo a fumar al café del Tiki-Tiki , o los bares de Kamila, Caliope,  El Capital, EL Mal del Puerco, o Los Hijos de a Tostada.


domingo, 28 de febrero de 2016

Redes Sociales y Futurología Editorial Por Alberto Espinosa Orozco

Redes Sociales y Futurología Editorial
Por Alberto Espinosa Orozco



   Lo que se cocina en las entrañas de la historia pasa primero desapercibido en sus consecuencias al espectador ordinario. Es el caso de las redes sociales, que empiezan a emerger desde las profundidades mismas de ese seno o caverna histórica de la modernidad en los medios masivos de comunicación. Es claro que con sus pros y sus contras, con sus luces y sus sombras, pues todo es susceptible de llegar al exceso, o de usarse de manera fraudulenta. 


   Las luces que despuntan son mayores, en todo caso, al poner a disposición de cualquier persona mas o menos ilustrada, o al menos inquieta, un caudal sin precedente de información a su alcance, lo cual no hará sino desbaratar, reduciendo a mal olientes escombros, el imperio de la unidireccionalidad informática, haciendo añicos el control de la información mediática y permitiendo la expresión escrita o fílmica de la libre opinión personal, no menos que abriendo la ventanas a los frecuentes abusos de poder llevados a cabo día con día por falsas autoridades, que se pasan de tueste incurriendo en la deplorable falta moral del autoritarismo, que manda y expande su voluntad de forma aviesa e injustificada, debido a la corrupción y el abuso de las conciencias. Pero sobre todo, las novedosas redes sociales abren la posibilidad a la difusión a plena luz pública de los valores sociales, tanto estéticos como de las ideas y de las verdades, a veces incomodas, cribadas, omitidas o censuradas por la prensa y los medios masivos oficiales.


   Por otra parte, sus posibilidades en política están por ocurrir; porque las redes deberían ser los foros propios para las campañas de los partidos, que al ser gratuitas y austeras ahorraría literalmente miles de millones de pesos a la nación... y miles de millones de toneladas de basura a los muladares, con lo cual se colapsaría una industria perfectamente desvirtuada, tan onerosa como ociosa, de imprimir millones de retratos y leyendas golondrinas, que cada seis, cuatro, tres, dos, un año, afean bardas y arbotantes citadinos, en el futuro cercano, no habrá esa miseria y llegarán sólo al honor de la tipografía libros de arte, literatura, cultura, que es el objeto propio y el fin congruente de la industria editorial -de ser usada con una mística pedagógica, con una misión educativa, como hiera en los albores de los años 20´s el visionario filósofo mexicano José Vascolcelos y su egregio equipo de jóvenes intelectuales


   La política ya no nos atormentará a horas fijas por radio, televisión y prensa, sino que estará restringida por estos nuevos organismos, fabulosos, que son las redes sociales -en cuyos calces es posible opinar, e incluso debatir, aunque sería mejor decir dialogar, teniendo en todo momento el ciudadano derecho de réplica, dándose por consecuencia la bidereccionalidad de toda comunicación real y efectiva, ajena a la imposición del mensaje impuesto por los grandes financieros económicos de los aspirantes al servicio público, en una publicidad y propaganda roma, chata, sin absolutamente ningún beneficio social, cuyas marmotas y afisches sirven lo mismo que el engrudo: el de ser el equívoco aglutinante, por no decir la cola, apelmaador de las masas. 



sábado, 27 de febrero de 2016

La Poesía Hoy Por Octavio Paz

La Poesía Hoy
Por Octavio Paz



El texto epistolar que ahora reproducimos apareció en el año 1999 (después de la muerte de Octavio Paz) en la editorial Seix Barral, en el libro Memorias y Palabras un libro de cartas que Octavio Paz  escribió al escritor español Pere Gimferrer durante poco más de 30 años (1966- 1997), cartas donde según el mismo Ginferrer, nos muestra “algunas de las mejores, más conmovedoras, más bellas y más apasionantes páginas de prosa que haya escrito jamás Octavio Paz“.



[Embajada de México]
Delhi, a 23 de abril de 1967
Querido amigo:

Me apresuro a contestar su carta. De otro modo no lo haré nunca.
Espero con impaciencia la aparición de su artículo en Ínsula. Una impaciencia natural: su artículo anterior fue de tal modo generoso que no sé si le di las gracias como debía…
Recibí también Tres poemas.* Me pide usted un juicio sobre ellos. Le daré algo menos pero tal vez más directo: mi impresión. Ante todo: usted es un poeta (de eso no hay duda) y todo lo que usted escriba será escritura de poeta. La cita o epígrafe es irónica pero no sé si los poemas, salvo en momento aislados, lo sean realmente. El tono es muy distinto a Arde el mar. Quiere ser más recogido y proceder por alusiones más que por menciones. Quiere usted contar -no sucesos sino emociones o descubrimientos psíquicos dentro de un contexto real, preciso, prosaico. Todo eso me parece muy bien como programa -aunque me recuerde el programa de cierta poesía en lengua inglesa. Pero me parece que entre su programa y su lenguaje, entre su idea y su temperamento, hay un espacio en blanco. No lo veo en ese realismo psicológico -como no veo a Aleixandre, que ha intentado algo parecido recientemente. Además, su lenguaje no se presta a esa clase de realidades. Habría que hacerlo más sobrio, y más coloquial, por una parte, y, por la otra, más <<científico>>.** Ustedes -perdóneme la franqueza y acéptela como lo que es: interés apasionado- ven la realidad o como algo grotesco y terrible (ahí casi siempre aciertan) o de un modo sentimental. Y ese género de poesía reclama objetividad extrema. Es lo que no encuentro en sus tres poemas -ni en la mayoría de los que ahora se escribe en España bajo el rótulo del <<realismo>>, sea o no <<social>>. Habría que usar un lenguaje más ascético, más decididamente prosaico o más desgarrado, más seco… y sobre todo, que no se oiga la voz del autor, que la moral la extraiga el lector sin que el poeta se lo diga. Yo veo en la actual poesía española dos notas que no son modernas: el sentimentalismo y el didactismo -juicios sobre el mundo y expresiones sentimentales. Por otra parte, en sus poemas la frase, a mi juicio, es demasiado larga, abundan los adjetivos y muchas veces son los previstos. Pero como usted es poeta, una y otra vez la poesía vence al estilo, destruye la manera e irrumpe: <<planeta de agua incandescente>> = espejo con sol o luz, es memorable. La alusión a la muerte de Hitler también es eficaz pero la descripción que la precede es demasiado larga y convencional. (Ya sé que usted quiere que sea convencional pero podría lograrlo con mayor economía, y de una manera que hiera más al lector). Aquello de la iglesia saqueada, el dragón y demás, merecía más que una enumeración -y sustantivos y adjetivos más enérgicos… Pero es posible que me equivoque. A mí me gusta más, muchísimo más, Arde el mar. Ese libro me entusiasmó. Rompía usted, precisamente, con esa poesía a la que ahora regresa y con la que estoy en desacuerdo, ya le dije, por dos razones; la primera porque no encuentro en ella la precisión, la ironía, las iluminaciones de ciertas zonas sombrías del alma o de la vida diaria, que me da la poesía de lengua inglesa y de la cual la española es, a un tiempo, una adaptación y una amplificación, a veces romántica (Cernuda, usted) y otras, las más, retórica; la segunda, porque esa poesía, inclusive en lengua inglesa, no es moderna ni representa la <<vanguardia>> (para emplear ese vulgar y antipático término). La poesía moderna en lengua inglesa es lo que está después, no antes, de Pound y W.C Williams; en Francia, lo que viene después del surrealismo (que es bien poco); en lengua española, lo que hay después de Poeta en Nueva York, Altazor, La destrucción o el amor, Poemas Humanos, Residencia en la tierra. En Hispanoamérica sí han ocurrido cosas después de esos libros: Lezama Lima, Parra, Enrique molina y otros más. Pero ¿en España? En españa hubo un regreso y por eso yo saludé su libro con entusiasmo. Me pareció, me parece, que reanudaba la gran tradición moderna de la poesía de nuestra lengua y que no era un regreso -como dice la nota de Tres poemas- a la vanguardia de 1914 (eso es no saber lo que fue esa vanguardia), sino una ruptura del pseudorrealismo. Arde el mar fue inactual en España porque usted escribió un libro de poesía contemporánea y con un lenguaje de nuestros días, hacia adelante, en tanto que la poesía de la España actual es inactual por ser una poesía pasada. De nuevo: perdone la brutalidad de mis juicios pero crea que no se los comunicaría si no contase de antemano, primero, con su inteligencia y, en seguida, con su generosidad. Por último: los poetas contemporáneos en todo el mundo -excepto en España, en donde el realismo descriptivo, nostálgico y didáctico sigue imperando como si viviésemos a fines del siglo XIX- están fascinados por las relaciones entre la realidad y el lenguaje, por el carácter fantasmal de la primera, por los descubrimientos de la lingüística y la antropología, por el erotismo, por la relación ente las drogas y la psiquis y, en fin, por construir o destruir el lenguaje. Pues lo que está en juego no es la realidad sino el lenguaje. Y lo está de dos modos: la realidad del lenguaje y el no menos formidable lenguaje de la realidad. En ese sentido -no en el de la retórica verbal- el surrealismo ha pasado -aunque, como es natural y con otro nombre, reaparecerá, reaparece ya en la búsqueda de los poetas nuevos. Querido Gimferrer: ponga en duda a las palabras o confíe en ellas -pero no trate de guiarlas ni de someterlas. Luche con el lenguaje. Siga adelante la exploración y la explosión comenzada en Arde el mar. Hoy, al leer en un periódico una noticia sobre no sé qué película, tropecé con esta frase: el hombre no es un pájaro. Y pensé: decir que el hombre no es un pájaro es decir algo que por sabido debe callarse. Pero decir que un hombre es un pájaro es un lugar común. Entonces… entonces el poeta debe encontrar la otra palabra, la palabra no dicha y que los puntos suspensivos de <<entonces>> designan como silencio. Así, luche con el silencio.
El destino de un poeta -como el de todo ser humano- es imprevisible y misterioso. Quizá usted debería haber escrito Madrigales. Quizá sin Madrigales usted no escribirá lo que un día debe escribir y que será la negación de esos poemas y de Arde el mar. Si es así (y no lo dudo) esta carta es una necedad que no tiene otra excusa que ésta: la he escrito como si me la escribiera a mí mismo.

Su amigo,

Octavio Paz



La Esfinge Por Alberto Espinosa Orozco

La Esfinge
Por Alberto Espinosa Orozco 




I
   La Esfinge, ser ambiguo y enigmático, morfológicamente está constituido por una proverbial mezcla de seres vivos: el cuerpo del toro, las garras del león, alas en los costados de águila y cabeza humana barbada, tocada por el cireo o cobra protectora –aunque la cabeza algunas veces aparece de carnero, halcón o de mujer, incluso se conoce alguna con cola de cocodrilo. Por su estructura somática se le relaciona con  las Arpías, la Quimera, las Erinias y el Hipogrifo, formando con ello una pseudoclase o “familia” simbólica, colmada de sugerencias a la meditación, a la reflexión psicológica.
   La obra artística más conocida que representa al fantástico ser es la Esfinge de Gise (o Guiza), construida por mandato de Quefrén por la raza roja durante el Imperio Antiguo más allá de 4, 500 años antes de Jesucristo. Su función era proteger la necrópolis de Gise, pues la Esfinge egipcia guardaba la entrada al Más Allá y a los santuarios. Algunos textos afirman que la cabeza es la imagen del rostro del faraón Kefrén, la cual se concluyó junto con la pirámide dedicada al faraón en el año 2, 530 antes de Cristo. La verdad es que el monumento de la Esfinge colosal de Gise se pierde en la bruma de los tiempos, probablemente más allá de los 6. 000 años a de C. Lo que nadie ignora es que la gigantesca escultura es también la primera y principal creación cultural de la civilización egipcia, siendo su símbolo, emblema y su marca distintiva –aunque a través de la tradición ocultista y mitográfica haya sido asimilada por la cultura Helena. Desde el Imperio Antiguo apareció  la representación del faraón como Esfinge, asociándolo así al dios solar del origen de la vida Ra, perdurando la costumbre de su culto hasta el final de los tiempos faraónicos, tanto en su escorzo protector como en el aplastante. Es, así, símbolo del poderío soberano, despiadado con los rebeldes y con los renegados del espíritu, pero protector de los nobles y de los buenos.
   Su nombre en egipcio, Shesep anj, significa “imagen viviente”, uno de los nombres con que también se conocía a Atum, el dios del sol poniente. Aunque existe alguna esfinge femenina, la de Hatshepsut, la Esfinge es generalmente masculina. En árabe se le ha llamado Abu-el-Hol, el “padre del terror”. Por eras enteras la Esfinge de Gise fue cubierta por las arenas del desierto del Nilo.




   La Esfinge es así la guardiana de las necrópolis, de los umbrales prohibidos o sagrados, que empiezan con los templos y las momias reales, pero que van más allá de ellos hasta el mundo de ultratumba. Se dice que escucha el canto de los planetas al través de la fricción que las grandes esferas producen en el espacio sideral y que vela en el borde de las eternidades, sabiendo todo lo que fue y todo lo que será. Su mirada enigmática observa así como se escurren a los lejos los Nilos celestes y el diario bogar de las barcas solares. Es el símbolo de la serenidad de la certidumbre, de la plenitud de la verdad íntima y personal del espíritu o del hombre colmado por la alegría de la promesa. Más en general representa lo ineluctable que se presenta en el origen de un destino mostrado a la vez como misterio y como necesidad.
   Su rostro, algunas veces pintado de rojo, observa el único punto del horizonte por donde sale el sol. Generalmente representaba al faraón, otras veces al dios sol, siendo antiquísimo símbolo de soberanía entre los egipcios. Es visto así no sólo como una presencia protectora, sino también invencible. Representando, como repito, el poderío soberano, despiadado con los rebeldes y protector de los buenos. Por su rostro barbudo evoca al rey o al dios solar, poseyendo los mismos atributos que el león en su aspecto diurno o luminoso: ser felino que resulta irresistible en el combate.
   En Egipto los leones son animales solares que se representan frecuentemente por parejas, lomo a lomo, contemplando los opuestos horizontes: uno el Este, el otro el Oeste. Así, simbolizan ambos horizontes y el curso del sol de un extremo a otro de la tierra, vigilando el transcurso del día y representando el ayer y el mañana. En este sentido son los agentes del rejuvenecimiento del astro, repitiendo el transcurrir del viaje infernal del sol que va de las fauces del León de Occidente a las del León de Oriente, donde vuelve a resplandecer el astro por la mañana. Se trata de la misma función que cumple la serpiente en el Calendario Azteca de la cultura mexicana. En otras culturas es representado al león devorando a un toro, expresando con ello la dualidad antagonista fundamental del día y la noche, del verano y el invierno. El león llega así a simbolizar no sólo el retorno del sol y el rejuvenecimiento de las energías cósmicas y biológicas, sino los sucesivos renacimientos periódicos de cada persona. En la iconografía hindú la leona (Shardüla) es también un animal solar y una manifestación del verbo que traduce el aspecto terrible de Maya: el poder de la manifestación.


   El león simboliza con su imagen la fuerza, el poderío, la majestad, así como la virtud de la vigilancia, al dominar el felino su territorio con los ojos abiertos. Por ello ha sido costumbre colocar en los templos y bibliotecas públicas leones esculpidos en mármol o en bronce. Rey de la selva, el león es en la tierra lo que el águila en el cielo: el símbolo del señorío natural del poder de la fuerza y del principio masculino.
   La quietud y la serenidad asociada a la fuerza del león lo transforman fácilmente en alegoría del saber divino, siendo también ello empleado como título de nobleza o como un grado en la cofradía iniciática –siendo opuesto natural del chacal o la hiena. En efecto, para la heráldica es emblema de soberanía  cuando parece una de sus patas apoyadas sobre un globo terráqueo, simbolizando en el blasón de las nobles familias la fuerza, el valor y la magnanimidad.
   En su aspecto femenino es la imagen de la Diosa de la Naturaleza en la unidad viviente de sus reinos, representación pues de la Madre o de Isis terrestre, a la vez tranquila, misteriosa y terrible. En Grecia, sin embargo, existían también representaciones de leonas aladas con cabeza de mujer, pero ellas indicaban el aspecto oscuro del símbolo: monstruos temibles, enigmáticos y crueles, en donde se codificaban los extravíos de la feminidad pervertida.




   Es el caso de la Esfinge encontrada en su andar por Edipo en la región de Tebas: monstruo mitad león mitad mujer que planteaba enigmas a los caminantes y devoraba a los que no podían responder a ellos. En tal imagen los analistas han visto el símbolo de la intemperancia y de la dominación perversa, semejante al azote que devasta a un país como secuelas de  destructoras que deja un rey despótico. Al estar sentada sobre la tierra, como adherida o pegada  a ella, es más que un símbolo de la naturaleza terrestre otro de ausencia de elevación espiritual. Advierte Chevalier que todos los atributos de tal engendro son los índices de la vulgarización o del rebajamiento moral, pues la Esfinge de Tebas no puede ser vencida sino por la sagacidad del intelecto, antídoto contra las formas del embrutecimiento causadas por la disolución de la costumbres. Sus alas, como en el caso de las gallinas, no la sostienen, estando así condenada a caminar en tierra o, más radicalmente, a hundirse en las arenas del olvido. No expresa entonces una certidumbre misteriosa, sino la vanidad tiránica y destructiva.
II
   Los Querubines que aparecen por aquí y por allá como espolvoreados apenas en el Nuevo y Antiguo Testamento son, por su constitución morfológica, idénticos a las esfinges egipcias. Cuenta tal tradición, entre sus primeras noticias, que mientras realizaba la obra de la Creación, Dios cabalgaba el abismo montando en las nubes o en las alas de la tormenta o cogía los vientos que pasaban haciendo de ellos sus mensajeros o montado en querubines. Tal es el poder y gloria del Señor, pues ¿quién como el Señor? Nadie como el Señor, como el Dios de los ejércitos, creador todopoderoso. Pues ¿quién es Dios, fuera del Señor? ¿Y qué otro Dios hay que pueda protegernos?


   La mitología judeo-cristiana visualiza los poderes elementales, así como los cuatro animales por ellos representados, tanto en la visión de Ezequiel como en la imagen de los cuatro evangelistas y en las revelaciones del Apocalipsis de San Juan. A este respecto hay que recordar que la palabra hebrea querubim, que es el plural de querub, no significa otra cosa que ser alado. Tales seres sobrenaturales fueron representados comúnmente en el Oriente Medio. Variaciones del querubín son los famosos toros alados esculpidos en los palacios de Mesopotamia, y los son también las esfinges del antiguo Egipto. Representan, efectivamente, la combinación de las cualidades preponderantes del león, del águila, del toro y del hombre, como ejemplos supremos de vigor, espiritualidad, racionalidad y bravura –cuyos representantes más recordados por la tradición son los cuatro Evangelistas.


III
   Si algún atributo tiene el toro es la doble nota de la potencia y la fogosidad irresistible e infatigable, pero también anárquica. La abundancia de su semen lo hace un símbolo inigualable de las fuerzas fertilizantes de la tierra  y por ello de la potencia creadora. Por ser un emblema de las fuerzas indómitas y del desbordamiento sin freno de la violencia se le ha asociado a los océanos y a las tormentas y al dios griego Poesiedón y a Dioniosio, la divinidad fecundante, pero también a Urano, dios del cielo, asociándolo siempre a su potencia anárquica. En si mismo representa la fuerza calurosa y vigorizante de las potencias elementales de la sangre. Es el espíritu macho combativo, asociado lo mismo al morueco que al cabrón o al buey. Se trata, en tanto potencia religiosa o manifestación de lo sagrado, del becerro de oro –cuyo culto fue proscrito por nuestro padre Moisés.
   Sin embargo el toro, asociado con el ardor cósmico, con la fuerza calurosa y fertilizante que anima todo lo vivo (Indra), tiene un aspecto de posible sublimación: representa la energía sexual la cual, al ser dominada, trasmuta la energía para espiritualizarse, simbolizando entonces la fuerza de la justicia, pero también el orden cósmico o Dahrma. Es entonces el soporte del mundo manifestado, el ser que desde el punto inmóvil pone en marcha el mundo organizado o la rueda cósmica. Cuentan los Vedas que el toro retira una de sus pezuñas de la tierra al fin de cada una de las cuatro edades del mundo y cuando todas se hayan retirado los cimientos del mundo se destruirán. Porque el toro es también uno de los animales cosmóforos que, como la tortuga y el elefante, soportan a la creación entera.



   El toro se liga así al complejo simbólico de la fecundidad: cuerno-cielo-agua-rayo-lluvia –y en este sentido con las hierofanías lunares. Muchas culturas han visto en sus cuernos una evocación de la clara luna en cuarto creciente. El insuperable bate zacatecano, Ramón López Velarde, lo comparó sin rubor con los pechos de la cantadora que: “con el bravío pecho empitonando la camisa/ ha hecho la lujuria y el ritmo de las horas”. El toro en tanto fuerza de la naturaleza y de las potencias ctónicas esta, en efecto, enamorado de su contraparte inclusiva: la nívea vaca de las blancas astas, poderosamente iluminadas en la comba nocturna del cielo estrellado. Difícilmente podemos encontrar en la distancias siderales dadas a la contemplación del anima del mundo otro símbolo más poderoso, salvando solamente al populoso y frecuente astro diurno. El horno áureo de los días así está ligado irremediablemente en su calor a su opuesto no excluyente: a la luz fría y de argento, a la figura fantasmal y solidaria, a la láctea y sonriente luna de plata. Porque si en el toro hay algo descomunal, una fuerza indomeñable y excesiva, en la vaca hay algo de remanso de paz, de tesoro de carne pura y de santuario de serenidad. En amor de la vaca por sus terneros hay, sin duda, algo que el terciopelo en la caricia de los dedos imita y acaso difícilmente supera. Por su parte, en el toro que abandona la manada, que respira todo él del olor verdi-negro de la sangre en la potencia vital de la amapola y el olivo, en realidad no es el toro negro de la muerte, sino el contemplativo enamorado de la luna. Los himnos védicos cantan de ella: 

La Vaca ha danzado sobre el océano celeste/ 
trayéndonos los versos y las melodías /...
La vaca tiene por arma el sacrificio/ 
y del sacrificio ha sacado la inteligencia/ ...
La vaca es todo lo que es:/ 
dioses y hombres, Asuras, Manes y Profetas.”

   El poderoso novillo celeste de cuernos robustos, el toro de las estrellas y de las noches, alía así para la valoración originaria de la imaginación poética atenúa la interpretación fúnebre del toro: la de la divinidad infernal que monta invertido al feroz bovino llevando en la mano una serpiente como símbolo guerrero y es autor de los desórdenes cósmicos.
   Genio del viento, para bien o para mal, es el toro o el buey el ser que en libertad fecunda, afirmando su violencia de una manera absoluta, o el continente que limita toda fecundidad, simbolizando entonces la castidad sexual. Símbolo de las pasiones animales primitivas (como el buey), que tiene que pasar por la iniciación para desear la vida des espíritu y alcanzar la paz.
   Por su parte, el Minotauro representa a la bestia interior (encerrada en el laberinto de la psíque) al que hay que dar muerte simbólica. La bestia sacrificada en el exterior por el torero, graba una imagen inconsciente del mismo hecho simbólico: la del padre enfurecido, la de la fuerza brutal y de la dominación perversa, que apaga el soplido de la llama devastadora, cuyos pies de bronce son emblema de la tendencia a la ferocidad y al endurecimiento del alma. Tarea, pues, de imponerle el yugo de la ley moral, de dominar los deseos instintivos, como Jasón, sin ninguna ayuda, controlando así la fogosidad de las pasiones, antes de poder apoderarse del símbolo de la perfección.





IV
   La leyenda griega de Edipo y la Esfinge, es la historia o el relato más antiguo que se recuerde entre las historias paganas, el cual se inspira en hechos ocurridos cuando menos dos o tres generaciones antes que la sucesión o cortejo fúnebre en el ciclo de Troya. Alcanzó pronto el estatuto de mito y material obligatorio de los poetas, debido a sus ingredientes de conmoción de la sensibilidad, aunado al despertar de la conciencia del terror religioso que suscita. La aparición fantástica de la Esfinge en el relato refleja su tono de profundidad trágica al ofender a la inteligencia, ya con su mera presencia, ya con sus disolventes acertijos. En la dilatada historia de la leyenda, que ha sido representada y escrutada por generaciones enteras y sucesivas hasta el mismo día de hoy, dos soluciones se han dado. El vencedor Edipo sugirió la suya desde tiempos inmemoriales. La segunda fue atrevida por Tomás de Quincey, el último discípulo y secretario de Emmanuel Kant, en el año del señor de 1849. Ciento cincuenta y cinco años después a las dos soluciones paradigmáticas, añadiré una interpretación y un comentario.


    Thomas de Quincey, en un capítulo de su libro Seres imaginarios y reales, “La Esfinge Tebana”, delinea una nueva solución al lamentable enigma de la Esfinge, que aparece primero como por debajo de la grandeza del momento escénico en que aparece, en el año de 1849. La historia del Rey Edipo, quien vivió mil 300 años de Cristo, se refiere a las “oscuras fundaciones” de nuestra naturaleza humana –un primer momento en que los antiguos griegos y romanos presienten la más misteriosa y triste de todas las ideas: la idea del pecado, que sólo el cristianismo revelaría en su plenitud. Tales culturas, en el periodo clásico,  tenían idea de la culpa, como en Platón o en Cicerón, (amartia, pecattum), entendiéndola como una mera falta o defecto del individuo, no del todo como una mancha –que afecta y contamina no sólo al individuo, sino que se difunde a toda la familia humana. La idea de la falta era entonces asociada a la idea de explicación, cercana a la idea del pecado original, pues implicaba un castigo, cuyas razones se presentaban como inaccesibles, que alteraba sólo el destino personal.
   Edipo resulta, sin embargo, no sólo asesino, sino parricida, a la vez que perpetra incesto con su madre, volviendo con ello a sus hijos sus hermanos –acciones desmedidas que lo llevan a la ruina, a la humillación y a la miseria. Por tales actos, cometidos  contra la santidad de la naturaleza sin ser en sí un hombre malo, Edipo vive el día de sus conquistas, sin presentir la noche que al venírsele encima revelara una serie de valores, con un fulgor lánguido de claras estrellas. Su historia es misteriosa: hijo de los reyes de Tebas Layo y Yocasta, es arrojado de pequeño a un abismo del monte Cicerón, pues una profecía lo señala como asesino de su padre. Queda sostenido de una rama por los pies, liberado por un pastor y entregado al Rey de Corinto. Cuando averigua la historia de su rescata quiere averiguar su origen y verdadero destino. Marca a Delfos donde recibe el oráculo de que en Tebas está su origen y destino. En su camino se enfrenta a tres hombres y al ser provocado de manera insolente, los mata: uno de ellos es su padre, el Rey Layo. Inconsciente de ello llega a Tebas, donde las autoridades ofrecen el trono vacante a quien venza a la monstruosa Esfinge, mitad animal mitad mujer, por entonces residente Boecia, quien cobraba el tributo de vidas entre la población. Edipo la enfrenta cuando le propone un enigma: ¿Cuale es el animal que de niño se mueve en cuatro pies, en la mocedad en dos y de viejo camina en tres pies? Sin pensarlo demasiado Edipo responde; Es el hombre. Entonces la Esfinge se marcha, arrojándose de cabeza desde una peña hacia el mar. Sin embargo, con el tiempo la peste azota a la ciudad de Tebas. Edipo reflexiona, sabiendo que el trono y la reina de Tebas los obtuvo por matar al antiguo rey. Pronto descubre con espanto que Yocasta es su madre y que sus hijos (Eteocles y Polinica, Ismene y Antígona) sus hermanos. Yocasta se suicida y él se descuaja los ojos. Sus hijos varones, antes de pelear a muerte, lo destierran de Tebas. Cae la noche: el sentido de la naturaleza humana se le revela en medio de su pavorosa oscuridad.       . 
  Thomas de Quincey atreve una interpretación más a la respuesta de desdichado rey: cuando contesta a la Esfinge, ésta acepta la respuesta como válida, entendiendo que el hombre al que refiere el joven es en realidad ese mismo hombre: es decir, Edipo –de niño sujeto a la piedad de un esclavo, de joven arrogante, pretendiente a un trono que consigue, de viejo inválido y ciego sostenido sólo por el amor filial de Antígona. La esfinge, ese ser misterioso labrado en mármol por egipcios o etíopes, se enfrenta a otro enigma, doble, que es el hombre y que es Edipo, y es derrotada por la inteligencia. La peste es la figura de la némesis, que azota con su ira destructiva no solo a Edipo o a su casa, sino a la ciudad entera. Porque Edipo no ha resuelto sólo un enigma que le revelará finalmente su propio destino, sino también un misterio, el de pecado, que afecta el destino general del destino humano.
   Edipo es el hombre signado por el mal fario desde su nacimiento: el de la orfandad oscura que lo hace, paradójicamente, luminoso y privilegiado hijo, aunque adoptivo, de los reyes de Creta. La amnesia del origen se vuelve así en su caso condición de posibilidad para la anagnórisis del reconocimiento, atenuando la propuesta de pertenencia y de humanidad inscrita en lo genético y subrayando así su carácter de propuesta y de aceptación del libre albedrío y de elección vital que conlleva la tarea de ser, de hacerse hombre entre los hombres.
   La ceguera del infausto rey Edipo no es sólo el foco de negrura en medio de lo visible, también es la sutura de la cultura griega con su ascendente egipcio, la que a su manera había resuelto la gran cuestión de la antropología filosófica: la pregunta por el ser o la esencia del ser humano –ser plástico e imprevisible, pero en su fondo de naturaleza inalienable e inmutable. La esfinge se presenta para el mundo heleno así planteando directamente un enigma a ser interpretado, pues de no descifrarlo el genio acechante devorará a su víctima. Edipo resuelve que el animal que gatea para luego erguirse y después declinar y andar apoyado es el hombre -pero con ello no alcanza a atinar del todo en la significación que tal desciframiento entraña. Porque el joven Edipo, por decirlo así, se queda en la superficie, rosando las apariencias externas o en la cáscara del problema.





   Porque no es el hombre meramente hijo del tiempo, o de sus argucias o de su astucia sólo (hijo de su técnica); porque no es el sólo el constructor de sí mismo –cual un expósito del cosmos. El hombre simultáneamente y a la vez es el hijo de un origen, que tiene que rearticular a la vez que se articula y construye a sí mismo. Porque le hombre es el ser que, al hacerse y rehacerse en cada instante de su vida, tiene que cumplir con la promesa de su ser y, de una manera humana, legitimarse. Porque el hombre, ser que al hablar proyecta objetos en figura, objetivando por su expresión verbal el mundo en torno y significando sentimientos y estados emocionales respecto de ellos, es también el animal que es el prometido y que promete y que debe cumplir lo prometido, no sólo con su hacer, sino cumpliendo con su sentido. Porque el hombre no nace ya hecho, sino que su ser es una tarea y un proyecto que tiene que rearticular a sus orígenes –de su casa, de su casta, de su comunidad y cultura, de sus virtudes y de su nobleza, asuntos que el viejo Edipo ha de rumiar a oscuras luego del desenlace trágico.
    Los griegos vieron en la esfinge, teniendo como órgano su mitología armonizadora del mundo antiguo conocido en su totalidad, a una “leona alada”. Ambiguo símbolo y terrible que algunas veces indica fecundidad, pero otras se relaciona con la idea general expiatoria que representa a los genios destructores que arrebatan del mundo a los vivos. Así, por un lado, se le relaciona con la sexualidad en su aspecto regenerador; por el otro, se le concibe como la “estranguladora”, como un genio cruel y acechante que es en sí mismo símbolo de lo enigmático por antonomasia: del misterio y de la duda. Así, en Gise, el rostro de la Esfinge mira a la eternidad por el camino del horizonte, por donde despunta el astro rey, orientando por el este, por el camino del alba, del nuevo amanecer.



   Bajo esta modalidad los psicoanalistas interpretan el símbolo de la esfinge bajo el aspecto misterioso y terrible de la sexualidad femenina, significando entonces su nombre “la estranguladora”, emparentándose en esta manifestación decididamente con otros seres malignos de la mitología helénica, como las Erinias, las Harpías o la Quimera, representando  un genio destructor y expiatorio que arrebata del mundo de los vivos.
   Pero adopte un aspecto femenino u otro masculino los sacerdotes inmemoriales quisieron significar en la perpetuidad de la piedra que en la gran evolución cósmica la naturaleza humana nace de la naturaleza animal, teniendo que armonizar en una de sus fases de crecimiento las fuerzas o poderes de ésta para alcanzar su pleno desarrollo. La composición de la esfinge a partir de los elementos metonímicos del toro, el león, el águila y el hombre, en efecto,  representa los cuatro elementos base de la ciencia oculta: el agua, la tierra, el aire y el fuego. La filosofía griega de los milesios partió de esta simbología elemental cuando interrogo la Physis para dar cuenta y medida de los elementos comunes al macrocosmos y al microcosmos (Tales, Heráclito, Anaximando y Anaxímenes).
   Así, la clave del enigma de la esfinge hay que buscarla en el silencio y en el hombre. Porque el hombre es el agente divino, el microcosmos que reúne en sí a todos los elementos del cosmos y a todas las fuerzas de la naturaleza. Por su parte, el absoluto silencio da a la meditación de la verdad interna el aire o elemento plástico sobre el que las  alas emplumadas del amor realizan  la ascensión del espíritu.


jueves, 25 de febrero de 2016

Los Lamassus: la Evolución de un Mito Por Alberto Espinosa Orozco

Los Lamassus: la Evolución de un Mito
Por Alberto Espinosa Orozco





I
   Los Lamassus constituyen uno de los seres más llamativos y misteriosos de la zoología fantástica. Emparentados morfológicamente con los centauros, el Minotauro, las Sirenas y las Arpías, los Lamassus están estrechamente vinculados con la Esfinge, pues en ambos casos se trata de leones androcéfalos –añadiendo los Lamassus el rasgo del poderoso cuerpo y las patas de toro.
   El mundo fantástico en que habitan, atravesado de cruentos acontecimientos históricos, está poblado de ominosos oráculos, admonitorias profecías e irreductibles conflictos teológicos, siendo su fondo mítico antropológico más bien oscuro y su simbolismo marcadamente pesimista. Máxime cuando sus antiquísimas efigies, cuyo antiguo origen se remonta a las culturas asiria y acadia, han sido consideradas como falsos ídolos por el nuevo estado Islámico (ISIS), al grado de ser recientemente saqueadas, destruidas o vendidas en el mercado negro y a través de internet (anunciadas y compradas en el sitio de e-bey), dado el impuso de dicha asociación y a nombre de la “limpieza cultural”, constituyendo los mismos Yiadistas un ejército religioso y fundamentalista. Algunas de las esculturas sobrevivientes pueden contemplarse en los museos más importantes de Londres, París y Bagdad, encontrándose actualmente la famosa Puerta de Isthar en el Museo de Berlín, Alemania. 
   Los ídolos mesopotámicos proliferaron en las ciudades de Harta, Nínive y Nimrud, y sus aladas efigies han sido sistemáticamente destruidas a fuerza de taladros mecánicos y martillos neumáticos, o arrasadas totalmente con explosivos, en un claro atentado contra la memoria tangible de la humanidad, ante la indiferencia y consecuente pasividad del mundo entero- La misma ciudad de Nimrud fue volada por los aires en abril de año 2015 por el mismo estado islámico de ISIS, que luego procedió a la destrucción de la ciudad de Harta, considerada por la UNESCO patrimonio de la humanidad  -por lo que puede considerarse a los Lamassus como un símbolo de divinidad cuestionado por el espiritualismo judaico y refutado finalmente por las insuperables contradicciones de la historia.
   El ataque a las ruinas de Harta, a 110 kilómetros de Mosul, capital del reino de los Partos en el siglo III a.de C., importante estación en la Ruta de la Seda; la destrucción de la ciudad de Nimrud, capital del Imperio Asirio por siglo y medio desde el siglo IV a, de C,, a 30 kilómetros de Mosul; así como una serie concatenada de atentados prolongados hasta el mismo día de hoy, parecieran ser los corolarios al gran saqueo que tuvo lugar en Irak, en el Museo de Bagdad, a la caída del tirano de triste memoria Saddam Hussein. 









II
  Los Lamassus pertenecen a la cultura de la civilización Sumeria, que sojuzgo a los pobladores de la baja Mesopotamia, cuya lengua es no semítica, ligándose a los Acadios, de lengua semítica, nómadas provenientes del desierto de Siria, dando por resultado la cultura Babilónica. Han sido considerados como efigies representantes de los dioses de la agricultura y de la lluvia, pero también de la guerra, estando asociados a sacrificios cruentos y a ofrendas humanas para acercarse su favor. Su forma es la de toros o leones alados y pertenecen a la rancia cultura sumerio-acadia. Llevan comúnmente el nombre de su forma femenina: Lamassu, llamada en asirio Aspasu, representando a la diosa Asera. La forma masculina es conocida bajo el nombre de Shedu o Alad, llamados en asirio Karabú y en hebreo Séd, el cual terminó por representar al dios Marduk de los babilonios. Según otras fuentes sus figuras están asociadas a la diosa Papuskkal y al dios Isum. Los Lamassus son así una especie de Esfinge, destinados a guardar las puertas y los templos en pareja.
   Se trata de una criatura caracterizada por su marcada fuerza monstruosa, siendo genios mesopotámicos cuya función principal es la de infundir terror, guardando las puertas de las ciudades y las de entradas de las casas protegiéndolas contra los enemigos. Se trata, de hecho, de espíritus maléficos que matan a aquellos visitantes y viajeros que se aproximan demasiado a las puertas de las ciudades mesopotámicas fortificadas -con la sola excepción de dos tipos humanos: los hombres puros o beatos, protegidos por razón de su relativa santidad, y las mujeres y hombres absolutamente mundanos, que de manera inversa participan, en su peculiar modalidad demoniaca, de los sagrado. 
   Las colosales esculturas arquitectónicas, regularmente talladas en alabastro o en yeso, son muy altas, de aproximadamente 4 metros de altura y 10 a 30 toneladas de peso cada una. Son también muy antiguas, pertecientes a la llamada Edad de Bronce –datándose su antigüedad en más de 10 mil a 3 mil años a. de C., habiendo tenido su florecimiento entre los siglos IX a VII a. de C.





   Tales criaturas legendarias, símbolo del poder real, se componen como una peculiar especie sui géneris de híbrido zoológico, pues están formadas de una parte preponderantemente animal y otra parte humana. La figura del toro, a veces de león, es androcéfala. El cuerpo del toro simboliza el poder de la tierra, por lo que se representan con cuatro o cinco patas de pezuñas hendidas, siendo reproducidas a la vez de frente, dando la impresión de quietud, o de perfil, fingiendo la actitud de movimiento al ser plasmadas con cinco patas, lo cual agregaría una connotación de fuerza y una sugestión de poder sexual. La extraña bestia tiene en el bajo vientre escamas de pez, estando asociados a las corrientes de agua y por tanto a la fertilidad. Lleva en su cintura alas de águila y está ceñida con el cinturón de poder real. Por su parte la cabeza se caracteriza por su melena, en largo pelo rizado, y su larga barba. La cara por sus cejas pobladas, los grandes ojos expresivos, la boca y el bigote finos, y orejas de toro. La cabeza está coronada por una tiara con cuernos, astas y plumas, llevando en ocasiones una diadema estrellada -dando cuenta de una cultura donde los hombres se maquillaban y adornaban el cuerpo y el rostro con esmero. Hay que hacer notar que la tiara de cuernos, simbolismo del toro como emblema divino, es una creación antigua de la religión sumeria, cuya antigüedad remonta hasta el neolítico. Se trata de una modalidad de la divinidad definida por la fuerza y por la trascendencia espacial del cielo tempestuoso, pues el retumbar del trueno es similar al mugido del buey. El toro alado babilónico está relacionado con el oso de Medo-Persa y el leopardo de Grecia, teniendo en los tiempos modernos su conversión y reminiscencia en el león alado de Venecia. El extraño animal está asociado a la crueldad ilimitada de los Asirios y a su poderosa maquinaria de guerra, a sus torres de asalto y a sus soldados con armadura de hierro –siendo la vara elegida por Yahvé para castigar a los pueblos.




III
   Las monumentales estatuas tuvieron su origen en el Imperio Medo-Asirio (883-612 a. de C.), teniendo su auge durante la dominación de los reyes aqueménidas en Nínive y Kharabad, extendiendo su influencia hasta los territorios de Sicilia y Palermo. Tuvieron un lugar de gran importancia en la llamada Fortaleza de Sargón, durante el Imperio Asirio de Sargón II (721-705 a. de C.), en la ciudad de Dar Sharakin, a 15 kilómetros de Mosul, que fuera devorada por un incendio.
   Los Lamassus forman parte esencial de los dioses mesopotámicos, cuyo panteón sagrado estaría constituido por fuerzas más bien demoniacas, cuya regla general era el infundir el miedo. Su engañosa semejanza humana encarna la filosofía individualista del esfuerzo propio para conseguir la felicidad mundana  -siendo explicable que el pueblo judío, deportado primero a Asiria y luego a Babilonia, haya visto en ellos los vigilantes de las mismas puertas del Infierno.
   La palabra Lamassu significa “genio” y en la famosa Puerta de Isthar se relaciona directamente con la diosa madre de la fertilidad y de los desmanes sexuales, en cuyo culto los ritos orgiásticos y de prostitución sagrada ocupaban un lugar prominente. Se trata, efectivamente, de una diosa carnal y cruel, asociada a la locura de la tierra (Tlazolteotl-Coatlicue).
   Se trata de la diosa madre, a la vez nutricia y despiadada, cuya primera conformación es Inanna (Isthar-Afrodita), llamada también la diosa del cielo, asociada a la fecundidad de la tierra, la cual encarna el poder opaco del alma inferior, femenina, sensual y apetitiva, dominada por la búsqueda del crecimiento (fertilidad), en cierto modo ciega a los valores morales y del espíritu. Inanna es la diosa de Venus, la gran diosa de Medio Oriente del amor y de la guerra, de la vida y de la muerte, que en la plenitud de sus poderes es considerada como hermafrodita (Isthar barbata),
   El complejo mítico simbólico de Inanna, estudiado por la filósofa y poeta Elsa Cross, reúne a una serie de parejas equivalentes: Inanna-Dumussi en Sumeria; Istar-Tammus en Siria y Abisinia; Isthar-Adonis para los acadios, venerada también en Líbano y Gracia –siendo su correlato egipcio la pareja de Isis y Osiris. La evolución de la figura mítica de Inanna hiso que fuera identificada con una serie de deidades del amor y de la fertilidad, pero también de la guerra y finalmente de la muerte. Isthar se identificó con ella en Fenicia y en Babilonia con Astarté, también llamada Astarot y Aschat, que es la abominación de los sidonios, y  finalmente con la Afrodita de Chipre, que es la Venus Pandémica o Citera, diosa del poder y de la belleza.
   En el mito sumerio la ambiciosa Inanna, hieródula diosa de la vida, de la tierra y el cielo, quiere poseer también los poderes de la noche, por una especie de deseo totalitario y omnicomprensivo, por lo que visita a su hermana opuesta para enfrentarla: a la malvada Ereshkigal, que es la reina  en el submundo en  una ciudad oscura, privada de luz. Es el reino miserable, llamado la Casa del Polvo o el Gran Abajo: la morada cuya entrada no tiene salida, y donde quien va allá no vuelve. Lo que desea en efecto Inanna es ´poseer los poderes de la vida y de también los de la muerte, por lo que su ambición la lleva a desear cosas prohibidas: descender a los infiernos para suplantar a su hermana mayor Ereshkigal. Luego de atravesar las siete puertas de su palacio, Inanna se enfrenta a su hermana completamente desnuda y encorvada, despojada de sus vestidos, adornos y emblemas de poder real, fijando Ereshkigal en ella su furiosa mirada de muerte, tumbándola al proferir su grito de culpa, convirtiendo a Inanna en cadáver, en un pedazo de carne podrida, fijándola en un gancho, colgándola contra una pared y hablando mal de ella, dejando sus despojos ahí, en ese lugar horrible que es la Ciudad Oscura, donde vive la serpiente que no puede ser hechizada. De tal manera se da una especie de desdoblamiento entre Ereshkigal e Inanna y una transferencia de sus poderes: la primera queda embarazada, aunque lo que pare es nada; la segunda, luego de ser resucitada  mediante el alimento y el agua de vida llevados por dos mensajeros y obligada por los siete jueces del Infierno a dejar a alguien de igual rango en su lugar –por lo que sale al mundo seguida por una tropa de demonios a quienes le entrega a su esposo Dumussi, el cual alegremente había ocupado su trono soberano, condenándolo así a un destino funesto al proferirle a su marido el grito de muerte. Adquiere de tal suerte la omnipotencia, al sumar a sus emblemas de poder el de la muerte, unificando con ello los tres reinos (el cielo, la tierra y el inframundo). Es por ello que se le ha identificado también como Lilit, el arcaico demonio alado, siendo entonces representada no sólo mediante la exaltación de sus atributos femeninos, sino ya alada y con los piecitos con garras de Búho, ya que se trata así de una divinidad nocturna.
  La última manifestación del complejo mitológico de Isthar-Astarté-Asantot tuvo lugar históricamente en Eslovenia, con la aristocrática Elizabeth Bathary de Ecsed (1560-1614), llamada Condesa Sangrienta de Transilvania, que era sobrina del Rey de Polonia, Esteban I Batholy. Dueña de grandes posesiones se estableció en el castillo de Cachtice, donde practicó maleficios y hechizos, causando daño, infortunio y enfermedades, especializándose en la magia roja, capítulo de la magia negra concerniente a la hematomancia, que es el arte de la adivinación mediante la manipulación de tejidos vivos, de la sangre y el sexo. En sus prácticas de brujería llegó a dominar el control de la naturaleza de otros, alcanzando una conexión real con las jerarquías de la oscuridad, especializándose en castigar a sus sirvientas y en la necromancia. Elizabeth de Ecsed, la Señora Infame, fue condenada por sus cuestionables costumbres  al confinamiento solitario, por lo que emparedada por 4 años, siendo sus cómplices, Dorotea, Elena y Piroska, decapitadas. Obsesionada por la belleza, usó la sangre de sus víctimas para realizar el ideal de la eterna juventud, torturando sádicamente a más de 613 jóvenes, con quien sostuvo relaciones lésbicas y chupando la sangre de 37 jovencitas más, de 11 a 26 años de edad. En el año de 1872 la escritora romántica Sheridan Le Fanú inmortalizó su siniestra figura en la novela Carmila, historia de terror gótico y de éxtasis lésbico, en donde una vampira-bruja aristócrata lleva a su clímax la elegancia melancólica del erotismo.