domingo, 29 de noviembre de 2015

El Destino de la Universidad: Política y Filosofía Por Alberto Espinosa Orozco

El Destino de la Universidad: Política y Filosofía
Por Alberto Espinosa Orozco 



I
   La universidad concebida como empresa privada es aquella que presta un servicio particular y directo a los individuos, que prepara a los profesionistas liberales en función del lucro individual. Su tarea: la enseñanza técnica, en vistas a la productividad, para satisfacer las condiciones materiales de la vida humana, siendo su mercado propiamente la industria y el comercio. La universidad vista exclusivamente como una institución que faculta a profesionistas es entonces concebida como una institución privada de la enseñanza, como un instrumento técnico que utilizan las personas para el libre ejercicio de su profesión en el mercado laboral, sujeto a la libre competencia de la economía –pudiendo gozar del subsidio del estado como una gracia administrativa otorgada a particulares. A ese tipo de enseñanza puede llamársele en propiedad adiestramiento, instrucción, capacitación –que solo, por sofisticados que sean, los niveles básicos, elementales, del proceso educativo.
   La universidad socialista, en cambio, tendría como solo objetivo una significación revolucionaria: el deber de modificar el orden político establecido.
   La universidad a oscilado, peligrosamente, entre ambas concepciones, haciendo un doble juego, ya sea para no comprometerse, ya sea porque no sabe lo que quiere y n o hacer prácticamente nada, condenándose con ello a la parálisis de la inacción o a la esterilidad, presa de su vaguedad ideológica. En su extremo obstaculizando de cualquier forma y por cualquier medio y por sistema las actitudes y manifestaciones libres de la cultura superior, que abiertamente tiende a rebajar, obliterar o ignorar, teniendo incluso la tentación de sabotear –movida por el imperativo de no modificar la realidad de ninguna forma, es decir, condenado a la sociedad a la ignorancia. El riesgo de tan penosa como contradictoria oscilación, como ha hecho ver en nuestro medio Jorge Cuesta, es el de herir intereses universitarios concretos, al ser desconocidos o expulsados de la universidad; intereses que empero siguen desarrollando su autoridad, por desconocidos que sean oficialmente, entrando por tanto en pugna con las autoridades oficiales, investidas entonces de una manto de ficción y de fantasía por apoyadas en una ley carente de autoridad    
II
   En medio de esas dos tendencias extremistas y antagónicas se encuentran los verdaderos derechos universitarios: por un lado, el derecho de la libertad de cátedra, carente de todo sentido pràctico-utilitario o, quizá sería mejor decir, inspirada por el desinterés propio del conocimiento, y; el derecho a la autonomía universitaria, cuyo significado es el derecho de existir la universidad como colectividad dentro del estado, es decir, como personalidad colectiva autónoma con derecho a los beneficios de tesoro público de la nación. La  autonomía universitaria, en efecto, se refiere al orden público, político, de la nación: a la idea del carácter público de la educación superior o universitaria, que se presenta como un “servicio prestado a la colectividad” y no a los individuos en cuanto tales, de lo que se deriva su carácter nacional.   
     Porque lo que diferencia propiamente la enseñanza universitaria es dotar a la enseñanza de la ciencia y de la técnica de una base social a partir de la cual se estabilizan y crean las instituciones sociales. O dicho de otro modo: la enseñanza universitaria está destinada a abolir las pugnas y desequilibrios sociales  no mediante el ejercicio individual de las profesiones o de ejercicio de la economía de la sociedad, sino a través de la cultura científica y humanística, en el sentido de una cultura universal.
III
   No queda así, sino reconocer los fines superiores que le son propios a la enseñanza universitaria, tácitos, pero a  los que en todo momento apunta  la obra de los creadores universitarios de cultura: el satisfacer la necesidad social de la apetencia de cultura –que es la necesidad más importante de satisfacer de todas, por la superioridad de su valor humano.
   Superioridad eminentemente social también, pues el bienestar de la cultura regional implica necesariamente el de su sociedad. Apartarse, pues, de las presiones y tendencias que falsifican la enseñanza, que corrompen el espíritu universitario –que es el tomar las instituciones como rehén o como botín de otros intereses ajenos a su esencia, que son los fines desinteresados de la cultura, para poner a la cultura al servicio de apetitos incultos, ya sean económicos o políticos, haciéndola trabajar en beneficio personal, siendo guiada por el mezquino espíritu utilitario. No.
   Simplemente porque la universidad no está destinada  a beneficiar a los individuos en cuanto tal, sino en tanto sociedad,


IV
    Distraída por otros fines, de enriquecimiento personal o de trampolín político, la universidad correría el riesgo de morir de anemia, asfixiando sus fuentes fértiles de investigación, creatividad y difusión,  enrareciendo con ello su atmósfera, a lo que sigue la degradación de los estudios universitarios al desistir de su misión propia, dejándose seducir por el lamentable espíritu del “realismo utilitario”. Porque la universidad tiene fines que le son propios, morales, humanitarios y universales, siendo su utilidad práctica diferente a los que pudiera arrojar el adiestramiento o la mera instrucción: la de fortalecer una tradición en el sentido de una cultura espiritual superior –que también es de fe.  
   Los fines últimos de la universidad son así los de poner en contacto no sólo a la comunidad, sino a la sociedad toda, con la herencia cultural de la nación, preservando con ello y potenciando nuestra tradición, fuente de toda renovación y de todo progreso. Pues tal es sino de expansión del núcleo mismo del proceso educativo: la trasmisión de la memoria colectiva, de asimilación, familiarización y recreación de los logros distintivos, específicos, diferenciantes de una cultura. Corpus de ideas, ideales, creencias, normas y conocimientos, la cultura es el bien social por excelencia, siendo deber de la universidad la creación de nuevas formas de cohesión social alrededor de ese núcleo, creador de lazos comunes de identidad y de pertenencia.
   La labor de la filosofía de la universidad sería así la trasmisión de valores por personalidades vigorosas, que por su acción comprometida tengan el coraje de defenderla en un saber comprensivo, evaluando y jerarquizando los contenidos fundamentales de la cultura, llevando a cabo paralelamente una crítica radical de los fines e intereses desviados, cuya autoridad injustificada y aviesas orientaciones impiden el estudio, la investigación y la difusión de las propias formas culturales, asegurando con ello la continuidad del saber y de la misma nobleza y dignidad humana –hoy más que nunca puestas en riesgo por absurdas místicas inferiores y abstrusos intereses bastardos, conducentes en el pasado a inenarrables atrocidades o al abismo, sin fondo, de la barbarie. Por lo contrario, tarea esencial de la universidad es la de su renovación incesante de sus ideales,  movilizando hacia la realización de ellos, como ya ha hecho en ocasiones, anticipándose, los más altos artistas nacionales, toda de la diversidad de sus potencias. 
 V
   Los nombres pueden cambiar. Lo que se mantiene en cambio inalterado es la pureza y el valor de la esencias. La esencia de la universidad es hacer llegar a todos la universalidad  de sus valores, entre los cuales son la cumbre los derechos, enteramente positivos, de la vida humana, que son los derechos de la persona. Los derechos universitarios son así los de su propia naturaleza como órgano de enseñanza de los valores universales para la sociedad, por lo que deben estar enderezados a esa naturaleza, a esa esencia, que es puntualmente la misma del acceso de la sociedad a la educación de alto nivel y a la cultura propia, a la propia tradición –sin cuya situacionalidad sería imposible atisbar el horizonte universal de los valores (paradoja de lo eterno: que siempre y todo el tiempo tiene historia).
Las reivindicaciones de esos derechos, llámese lo mismo reformistas que revolucionarios, no pueden ser otros que la reivindicación de la libertad de cátedra, la autonomía de la universidad como entidad de personalidad colectiva y la excelencia académica –que no consiste en reivindicar derechos laborales a la manera que hacen sindicatos en la industria, sino específicamente en reivindicar los derechos del mérito,  que consisten en estimar a los hombres por su valor para una empresa cultural, de valor eminentemente social, y no por su servilismo.


Dibujos de Josè Luis Ramìrez 

lunes, 23 de noviembre de 2015

La Educación Enajenada: una Vieja Polémica Por Alberto Espinosa Orozco

La Educación Enajenada: una Vieja Polémica
Por Alberto Espinosa Orozco

“El templo de Dios es santo y limpio,
Y Dios destruirá al que profane o corrompa a su templo,
Y ustedes son templo de Dios.”
Corintios I, 3,17





   En años de los 30´s se debatía en México con pasión y no sin intriga la idea de la “educación socialista”, a propósito de la reforma del artículo 3º Constitucional. Respecto del “laicismo” en la educación la confusión creada por la muchedumbre de opiniones, interesadas por la buena y la mala fe, fue pronto despejada por la claridad del concepto. Porque si Fermín Revueltas y los otros grandes artistas de su edad la iban afirmado dándole un contenido iconográfico sustantivo, los refinados escritores del momento no quedaron a la zaga. Tocó al lucido poeta y crítico Jorge Cuesta, cabeza intelectual del prestigiado grupo Contemporáneos, recordar lo que la tradición de revolucionaria independencia había torneado para esa voz, dándole a la expresión verbal su carácter propio de autonomía social –diríamos hoy “democrático”-, y despejando las densas turbiedades con que se quiso confundir el concepto.
   Porque el laicismo de la educación se llegó a interpretar irresponsablemente como un monolito oscurantista de antireligiosidad -deformante por tanto ya no digamos de lo que hay de homo religiosus en el hombre, sino llanamente de sujeto moral, de esa exclusiva humana consistente en poder discernir el bien del mal, y que se presenta esencialmente como el a-priori de mismo de nuestra especie o de la naturaleza humana, dividida de raíz entre las posibilidades del bien y el mal. Y ello de manera ideológica y nada gratuita, pues encubría grupos de poder “burgueses” cuyos intereses económicos y políticos eran los de relegar a la “Revolución Mexicana” en las catacumbas de las utopías irrealizables o de postergarla para un vagaroso e indeterminable Día del Juicio Final.
   En realidad, a lo que se temía era a una enseñanza diseñada para abrir el espíritu y aportar un horizonte nuevo, moderno, a la nación –siendo así el ideal de la educación socialista o confundido o considerado como una depravación por parte aquellos que quisieran ocultar los hechos o que huyen de la correspondencia de las definiciones con la realidad, movidos  por la intención de torcer los caminos de la nación. La corrección de Jorge Cuesta fue tan rigurosa como elemental: sin desplazar ni el concepto ni su historia, la expresión  “laico” se opone a clerical, no a lo religioso –pues es un concepto sobre la naturaleza de la sociedad, no sobre cuestiones de conciencia individual. Porque lo que afirma en el fondo el laicismo es que la “escuela laica” es aquella que pertenece a la sociedad -no a una clase social, sea esta burguesa, proletaria, clerical o política. Su deber es así el de impartir la cultura de la sociedad laica, con su contenido positivo de historia, ciencia, arte, técnicas, lenguas e instrumentos de producción, que por su parte tampoco pueden pertenecer a la clase burocrática o proletaria, o a la ignara en materia de cultura, sino a la correspondencia vocacional con los estudios y a las necesidades profesionales de la sociedad. Yendo más lejos, la sociedad laica es aquella fundada radicalmente en sí misma o con capacidad de autonomía radical, capaz de dictarse a sí misma su destino y de cumplir los fines intrínsecos a la cultura y a la educación mismas. Es decir, es la sociedad fundada en la idea de autonomía nacional, derivada de la historia de México como nación independiente –corona histórica, intocable, de la soberanía nacional.
   Sin embargo, también se propuso que tal educación fuera “socialista”, demanda que se sumaba al reparto de tierras y a la libertad sindical. La interpretación de esa idea nos aqueja hasta la fecha. La educación “socialista” se presentaba así al lado de la cultura fundada en la “verdad científica”, contra los dogmatismos y prejuicios, enderezada en el sentido de formadora  del espíritu de verdadera solidaridad humana y de socialización progresiva de los medios de producción económica (estatismo). Empero, la ciencia es sólo una parte de la cultura, impotente por tanto de gobernarla o dirigirla en su totalidad, pudiendo tal “verdad científica” no más  que una doctrina entre otras (positivismo) que al no respetar sus fronteras (ciencismo) tiende a convertir al hombre en parásito de la ciencia y al público en pasivo zombi de los explicadores.
   Hay atavismos y prejuicios religiosos y capitalistas, pero también los hay debido a la incultura, al positivismo, al socialismo mismo. Con la idea de la “educación socialista” se intentaba detener a la reacción, empero la verdad es que fue desde la Secretaria de Educación que un grupo embozado en un “comunismo” de ambiciones abiertamente sediciosas se consolidaba conformándose como un “nuevo porfirismo”, antiliberal y perfectamente reaccionario. El “socialismo” en la escuela funcionó así como una palabra fetiche en cuyo charlatanismo de circo de tres pistas podía mezclarse el racionalismo de la iglesia y de la burguesía, el socialismo fascista, el socialismo sindicalista, el socialismo proletario, el socialismo antirreligioso, hasta englobar incluso al nacional-socialismo. La verdad es que el proyecto de la educación socialista no hizo sino combatir el “fanatismo religioso” con las armas de los jacobinos, cuyo contenido no es otro que le de la vieja escuela del porfiriato: el positivismo, rebautizado simplemente con el nombre de socialista. Porque la base ideológica fundamental de tal escuela no era otra que dar a los estudiantes “una concepción racional y exacta del universo”. Lo que equivale a una expresión de puerilidad, inconciencia e inmadurez de espíritu, pues donde por ley se pedía a la escuela mexicana lo que nadie se atrevería nunca a pedir: que enseñe la verdad absoluta, intentando con una frase cambiar la faz del mundo y reformar el universo. Porque si tal verdad absoluta se busca en el “materialismo dialéctico” lo que se encuentra no es una verdad científica, sino una interpretación filosófica asentada en el barro de supuestos sumamente discutibles y abocardada por sus sangrientos fracasos históricos totalitarios. Acaso la materia posea un principio racional, pero ello es un problema para ser resuelto por cosmólogos, no por maestros de primaria. Lo cierto es que si la “escuela socialista” tiene el deber de enseñar una concepción científica del universo  no se le puede distinguir en nada de la escuela positivista, volviendo indistinguible tanto el “profirismo” del “juarismo” cuanto el “positivismo” del dogmatismo.
   Así, lo que se perfilaba era una escuela que se adelanta… pero hacia atrás, y que por ello resulta perfectamente reaccionaria -o bien sovietizante, pues establece una dictadura educativa proletarizante y sindicalista, que mantiene en la ignorancia a la juventud de todos aquellos conocimientos y figuras censurados como herejías por el Partido. Modelo nada nuevo, por otra parte, inventado desde la Edad Media por la Iglesia Católica y revivido por las dictaduras de Hitler en Alemania, de Mussolini en Italia, de Franco en España.  Curioso triunfo de la oposición revolucionaria también, consistente en censurar y perseguir desde su rebeldía entronizada a cualquier otro tipo de educación calificándola de “ideologías utópicas”.
   Así, la consecuencia de tal modelo educativo no fue otra que el de la supresión completa de la educción a favor de una propaganda política de superlativo extremismo. La confusión de la educación con la propaganda política no fue sino el corolario de un desquiciamiento en las capas más bajas de la mentalidad magisterial, ayunas de toda técnica y cultura, donde se fraguó la confusión entre la figura del maestro y la del líder sindical –así como se fraguaba desde la misma SEP la confusión del artista con la del charlatán. La consecuencia de tal fantasma, de tamaña expresión vacía de contenido, que tan bien sonaba a los oídos políticos para sus discursos demagógicos, no fue otra que la del mimetismo y la simulación, que es lo peor que puede pasarle a una escuela, pues al ser detectada por los alumnos la insinceridad en los maestros se pierde toda autoridad -quedando expuestos a la vergüenza pública como el más vivo ejemplo de inmoralidad.
   La conclusión de Cuesta fue la de que, en definitiva, no puede haber una “educación socialista”, sino a lo sumo una política socialista de la educación, que defienda como primer principio motor la soberanía de la conciencia y la libertad de pensamiento, llevando hasta las clases populares la conquista histórica de la libertad de conciencia como inarrebatable libertad ganada por las luchas del pueblo de México.
   Lo que en medio de la trifulca argumental se desdibujo es el punto central: que lo reaccionario no es una cuestión de prejuicios, sino de intereses -más de clases de intereses que de intereses de clase. Asunto que el muralismo trabajó a su manera, porque no deja de haber también en el movimiento muralista una denuncia de los excesos de las concepciones “socialistas” totalitarias, las cuales en términos de maquinización y propaganda han llegado a “socializar” a los hombres hasta el extremo de dejar impedirle ser libremente individuos.
   Aunque por esos años se multiplicaron las escuelas en número, la deficiencia interior en cuanto a calidad educativa pronto las convirtió en obras utilizadas por los intereses reaccionarios. Porque no es el socialismo el padre de la ciencia y la cultura, sino el que para realizarse necesita de una ciencia y una cultura  objetivas y universalmente válidas. Nadie ignora que los ideales de la Revolución quedaron postergados en esta asignatura. Los verdaderos artistas, es claro, caminaron por otras veredas. Pretendían dar a la escuela una finalidad que estaba ya en la vida nacional, que había asimilado la doctrina viviente de la Revolución en términos de poderosas imágenes y de textos sustantivos.
   Si bien es cierto que el proyecto educativo de José Vasconcelos en que se arraiga la obra de Fermín Revueltas (escuelas rurales, misiones culturales, universidad popular, arte-propaganda, función civilizadora del arte, redención del indio) es la expresión de aspiraciones religiosas cuyo sentimiento místico expresó el pintor mejor que nadie, no lo es menos que tal sentimiento de “política revolucionaria” pronto se convirtió  en los imitadores serviles y sin personalidad en un “nuevo clericalismo”, quienes parapetados tras el dogma de la “educación socialista” no hicieron sino vigorizar a los espíritus del resentimiento. Por un lado, el desplazamiento del sentimiento místico pronto transformó el menosprecio pesimista de la realidad (el mundo en el sentido de la “mundanidad” como la totalidad del mal) a una inconformidad con la realidad mexicana misma, cuyo objeto ya no era la realidad mexicana sujeta a transformarse por acciones concretas, sino la inconformidad misma del resentido, avalada fantasmalmente por un estado de cosas “utópicas” que simplemente no existen. Inconformidad infundada, pues, que a la vez que despoja al “comunismo” de toda significación esencial tomaba la utopía como vehículo o pretexto para expresar el disgusto de la propia persona, sirviendo como caldo de cultivo a la inconformidad por parte de mentes vagas y enquistadas desprendidas de la correspondencia con la realidad.
   Socialismo de orientación fascista también, consistente en no querer algo diferente a lo que se rechaza, sino en una pura oposición sin objeto. Posición perfectamente reaccionaria y vacía, que en su “querría ser” pretendió erigir la escuela en Iglesia del Estado –poniendo así en rivalidad a dos políticas en su interior. Realidad peligrosa si las hubo, pues para tal tendencia “comunista” el sentido indudable correspondiente a la escuela no era otro que la dirección del Estado. Así, la interpretación de la escuela y la cultura no podía sino desembocar en una especie de función eclesiástica respecto de la política, cuya tarea primordial era la de hacer “militantes” ciegos y obedientes, servidores de la “ideología revolucionaria” encarnada en una figura vacía a manera de un santo padre, un sacerdote, un líder, un jefe supremo y providencial sobre quien descargar el peso de la responsabilidad individual. Socialismo mistificador, infecundo y reaccionario, en cuyo autoritarismo dogmático y ansia de exclusión se delata la pretensión no de compartir con nuestros hermanos, sino de mandar como nuestros padres. Socialismo meramente adjetival o de cartón de roca cuyos bagazos filosóficos, faltos de toda sustancia, no pueden dirigir ni mover a la acción y que falto la reflexión y de fundamento tan sólo pudo servir de máscara a otra cosa: al narcisismo, al burocratismo o a la voluntad de poderío.
   Así, se cambiaron las perlas de agua de la creación y la libertad por el plomizo dogma amorfo, negador del altruismo y del espíritu de solidaridad liberal, dando lugar a una mayor dominación, al “control” de la propaganda urdido por la insidia o a la violencia. Concepciones vulgares de la filosofía utópica fácilmente transformables en sectarismo de covacha, cuya desorientada mística inferior no difiere de la cartomancia o del espiritismo. Porque el reemplazo de creencias religiosas por creencias sociales tiende a hacer del socialismo sin objeto real  un objeto sobrenatural y astral. Socialismo tenebroso de estrelleros, pues, solapador de una burocracia supersticiosa y arrogante, que a la vez que abominaba del liberalismo en realidad se aliaba a la depravada política del universal imperio, reclutando para sus filas a confusos espíritus juveniles tan ambiciosos como incultos, para sumergirlos en una fantasía infantil cuyo carácter evefrénico se reveló en la identificación de la “revolución” con lo que niega la realidad de la nación y los esfuerzos más caros de sus mejores hombres.
   Doble juego de prestidigitación y ocultación, que en su impotencia y comedia revelaba una concepción degradante de la cultura, interpretándola vulgarmente como instrumento para satisfacer los apetitos incultos. La práctica de la educación y la cultura quedó así viciada por una especie híbrida de platonismo, consistente en una actitud caprichosa que tenía  el carácter permisivo, libérrimo e irresponsable de los sueños: creer que la realidad no compromete y que las consecuencias de los actos no crean obligación alguna. Actitud que inevitablemente llevó a la educación a la esterilidad y en la dilapidación del exiguo presupuesto en vacilaciones costosas y en experiencias sin éxito, que figura las aventuras de un frustráneo Dante buscando a una Beatriz inencontrable. No.  
   Por lo contrario, educación y cultura adquieren su valor justamente por la superioridad respecto de todos los demás apetitos. La cultura es una apetencia que ha de satisfacer a la sociedad –puesto que sus valores y bienes tienen a su vez como fin satisfacer un apetito social. La cultura no puede ser instrumento de los apetitos incultos o de aquellos que quieren servirse de ella personalmente, disputándose su prestigio y usufructo, escudados tras exigencias políticas y/o económicas, desvirtuando, desnaturalizando y corrompiendo sus estudios, su responsabilidad y sus esfuerzos. Porque el objeto de la escuela no es el de la distribución de la riqueza (problema específico de las esferas económica y política), sino el de la trasmisión del conocimiento, siendo por su parte el deber más alto de la cultura manutener viva una tradición intelectual. Porque si la educción estriba en el desarrollo y orientación de las facultades del hombre, la cultura es el territorio del estudio y la comprensión más alta y profunda del espíritu, por lo que toca a la especie humana como tal signada con un destino histórico -siendo su valor también social, al poner en comunicación por medio de la tradición  con los antepasados y los ancestros inabordables.
   Aunque la obra de la cultura significa para el individuo  deberes, desvelos y trabajos,  privaciones y sufrimiento, también exigencias de rigor, destreza, talento y gracia, para poder aspirar a la belleza, socialmente es la imagen de la belleza misma: satisfacción, gozo, que es el usufructo de  sus realizaciones, de valores convertidos en bienes concretos. La cultura por sí misma muestra su valor de superioridad por sus ingredientes armónicos de convivencia y formación social, por abrir en el seno del trabajo una forma de viada a ejecutantes e intérpretes en celebración de ella misma como valor superior. Así, hay que buscar el sentido social absoluto de la cultura, su sentido filosófico, en sus fines sociales propios –a menos que se quiera cambiar los fines de la sociedad o el sentido de la filosofía.
   Porque la verdadera reforma educativa no puede sino partir del conocimiento profundo del  espíritu del mexicano para tratar de corregir sus vicios y desarrollar sus virtudes, tratando de crear modelos de hombre con una formación integral, conocedores no menos de la técnica y de la civilización que del espíritu y de la cultura.

   Beneficiar a los hombres como sociedad, no en lo personal, no en lo económico o en lo político, sino en otra instancia de lo político, entendido como lo social mismo: aquella que funda al hombre -o como instancia de la República, como la luz pública donde aparece el sentido que la sociedad se ha dado a sí misma en su despliegue, ya bajo la especie ejemplar de lo conmemorable, ya de lo dado a la admiración como acto de reconocimiento, pues, de pertenencia a un sentido: a un mismo corpus de valores. Valor político, es cierto, pero en lo que tiene de valor antropológico: de fundamentación del hombre en su propia naturaleza, más que en la ambición de construirle un futuro o de gobernar sobre él, de fundamentarlo. Porque la vida superior de la cultura, su superior valor, se encuentra en el estudio y comprensión del puesto del hombre en el mundo –siendo por ello donde más importa el orden y la jerarquía y de donde se desprende su autonomía moral.





sábado, 21 de noviembre de 2015

La Educación: la Formación Humana Por Alberto Espinosa Orozco

La Educación: la Formación Humana
Por Alberto Espinosa Orozco



1.1.- La filosofía debe partir de lo dado, y lo dado es el pensamiento consciente de sí, ya en posición directa. Debe partir así del pensamiento consciente de sí hacia… donde sea; pero tomando siempre en cuenta la situación objetiva del sujeto filosofante en su posición de partir hacia donde sea, pues todo pensamiento sólo se conoce cuando es verbalmente expreso y la expresión del pensamiento presupone siempre tanto, un sujeto como un objeto de la expresión, que se expresan a alguien: a un destinatario, articulando sujeto, expresión y destinatario una situación.
1.2.-  La situación articulada por las presentes expresiones pretende ser una situación de convivencia formativa, es decir, una situación, lato sensu, educativa. Pues puede entenderse por educación, efectivamente, toda aquella expresión verbal (incluso mímica) que articule una situación de convivencia formativa.
   Más en particular entendemos por educación cierta especialización: la expresión y comprensión de expresiones que articulen situaciones de convivencia formativa enderezadas o de acuerdo a las peculiares aptitudes y predisposiciones de carácter de cada individuo, que de forma innata orientan a la persona a la adopción de ciertos contenidos de la cultura.


1.3.- La educación, así, se dirige muy especialmente a la familiarización primero, después a la asimilación y, por último, a la recreación de tales contenidos y formas culturales. Tales contenidos y formas de la cultura suelen expresarse en su excelencia en formas bellas –de ahí, la predilección del pensamiento latinoamericano por tales formas, lo que delata ya en este una orientación a la educación, a la formación de sus pueblos. Por lo contrario, las formas desagradables e incluso inhumana de la pedagogía, llámense lo mismo adiestramiento, que instrucción o el mero adoctrinamiento, suelen ir en contra de la verdadera educación, ser contrarias a ella, y por ello tener ya una forma ya un contenido deformante de lo humano, ya propiamente inmoral. 
   El pensamiento hispanoamericanao ha visto bien que, en contra de la modernidad toda, las situaciones formativas del ser humano están más cerca de las artes, incluso de las artesanías, que de la construcción de motores y de vehículos, de móviles los en el espacio. El hombre blanco, como lo llama Vasconcelos, tiene una abierta predilección por la construcción de tales aparatos, siendo su arte, a decir de Diego Rivera, propiamente el de las máquinas. Empero, puede argumentarse tímidamente, la sobreabundancia de aparatos, artefactos, útiles, instrumentos, va creando un entorno técnico, dominado por los procedimientos administrativos y por la velocidad de los aparatos hasta el grado de volver la vida humana maquinal y al ser humano mismo un proyectil disparado al espacio, en una civilización sin horizonte cultural propio, desorientada, pues, tanto educativa como moralmente –o para decirlo en un lenguaje vagamente religioso, perdida.     


1.4.-  El hombre es el animal que se desvive para poder vivir, que se deshace para poder hacerse, obligado, como el ave fénix de la mitología clásica, a rehacerse cada día de sus propias cenizas. Es verdad, el hombre se desvive por adquirir los contenidos y formas de la cultura, por pertenecer a una tradición, mientras que a la tradición le es olímpicamente indiferente nuestra pertenecía a ella. Vienen a la mente la figura del “matado” por el estudio, por adquirir esos contenidos y formas, que se desvive por apropiárselos –se desvive, en efecto, porque tales bienes son enteramente inapropiables.
   El caso de quien se desvive, quien se desvela “quemándose las pestañas” para poder comunicar luego sus conocimientos, o para un examen. Empero, la asimilación o la absorción de conocimientos de nada sirven si no van enderezados a la formación humana. Porque la cultura, que abre una puerta y un horizonte al hombre, también puede convertirse en prisión, en cárcel de enajenación, en potencia alienante del ser humano –cuando, por ejemplo, una cultura se enmohece y reinan no las nuevas formas de sus contenidos, cuando se vuelve estéril para recrearlos, sobreviniendo no la renovación sino el lugar común del convencionalismo –que es la peor de todas las locuras.
   Un dejo de fachadismo se siente entonces en el mundo, ya sin vida, de las instancias culturales, saturándose a poco de esos parásitos que, movidos por otros intereses, pueden ser políticos o de ambición personal, se convierten en actores de sí mismo, imposibilitados de llegar a ser sí mismos, en figurines o manequís de sí mismos, o bien de plano en simuladores, en gesticuladores, entre cuyo variopinto cardumen no deja de faltar el simple fanfarrón, el vividor, el melancólico existencialista repelente ostentando en la la solapa como un flor el verde gargajo del resentimiento.    


1.5.- Las expresiones de la cultura se vuelven entonces vagas por la simulación, dando una gran prioridad a la forma y a las formas sobre los contenidos, pero con una gran indeterminación referencial, pues nunca acabamos de saber, bien a bien, a lo que apuntan cuando se habla de democracia, de recursos, de participación o de la cultura misma. Se da entonces el fenómeno de las culturas falsificadas, cuyos modos son variados; uno de ellos, es la falsificación de una tradición por enajenación en su propia herencia, pues una cultura sin vida tiende a repetir gastados y viejos modos de identidad, no produciendo una emoción estética, sino el recuerdo añejo de una emoción, dominando su coloratura entonces la melancolía, de lo que ya pasó, de lo que no es y de lo que no está vivo –en un peculiar culto a la muerte que se regodea en el tantas veces malsano ejercicio de la melancolía, de la nostalgia, de un fervor por la patria que huele a rancio, que es ceniza, pólvora quemada.
1.6.- Sin embargo, el equívoco dominante en la cultura occidental moderna es la incomprensión en el tema de la especialización –la cual se ve como una mera función de la técnica y la industria. Sin embargo, puede argumentarse, la especialización es una característica propia a la naturaleza humana, dada justamente en virtud de la multifacética figura de su naturaleza protéica: de tener el hombre de forma innata predisposiciones y aptitudes de carácter que, a la vez que lo diferencia de los demás miembros del grupo, lo hermana a otros grupos con similares predisposiciones de carácter, siendo también similares sus gustos, inclinaciones y incluso sus temperamentos. Tales predisposiciones de carácter, que la naturaleza, en forma por demás avariciosa, dota a cada hombre al venir al mundo, deben ser detectadas en el proceso educativo lo más tempranamente posible, para el logro completo y lo más perfecto posible de su pleno desarrollo.
   Sin embargo, en todos los centros de enseñanza y de aprendizaje, en todos, no debe olvidarse nunca, ya sea en medio del desarrollo de una compleja ecuación matemática, como en medio de un recital de Mozart, que los que está en el fondo de los descubrimientos científicos y sus adaptaciones tecnológicos, como de la palestra estética o política, es el destino mismo de la especie humana.       
1.7.- Por lo contrario: la especialización del ser humano debe atender a los propios o propiedades exclusivas del hombre derivadas de su esencia, que son justamente las “exclusivas del hombre” por las que también se lo ha definido. Porque si el ser humano es un ser provisto de palabra, de razón, no lo es menos que tal racionalidad impregna todas sus actividades, las cuales deben hallarse en armonía y en concierto de acuerdo a un eje ordenador. Porque el hombre no es sólo el homo sapiens de la arquelogía, ni el homo aeconómicus de los créditos bancarios, ni el homo faber de la revolución industrial, ni el homo locuaz, el homo ridens, el homo ludens de los circos, como no es sólo el homo aestéticus de las vanguardistas galerías artísticas o el homo religuiosus de los golpes de pecho en la plaza pública del Vaticano.
   Porque es entonces, en la especialización de sus predisposiciones y aptitudes de carácter y en los procesos de familiarización y de asimilación de una cultura que el hombre en parte descubre y en parte construye otra cosa: una interioridad –sin la cual, en verdad, en poco o en nada nos distinguiríamos de los brutos, de las bestias, de los animales.

   Se trata de la misma, de la propia naturaleza humana, que es una especie de segunda naturaleza, que simultáneamente ya está ahí, en cada uno de nosotros, pero tiene a la vez que ser descubierta, encontrada, despertada. Las inclinaciones de carácter, las predisposiciones para alguna de las diversas formas y contenidos de la cultura, constituyen así una verdadera previsión del sujeto, una preciencia para… para… para llegar a sí mismo: para encontrarse consigo mismo, para dar lo mejor de sí. Se trata así de algo que es a la vez origen y de algo que es posterior a la búsqueda: encuentro. De algo que sólo existe antes de la búsqueda como falta, como carencia, como pérdida –y que los instrumentos, formas y contenidos de la cultura ayudan a recuperar. Recuperación del sentido de nosotros mismos sobre el telón de fondo del sentido de la especie; también de la patria perdida, porque la verdadera patria siempre ha tenido dos nombres eternos: son la verdad y la belleza.


jueves, 19 de noviembre de 2015

Libertad: Esencia o Existencia Por Alberto Espinosa Orozco

Libertad: Esencia o Existencia
Por Alberto Espinosa Orozco


   Dice Octavio Paz: “La libertad no es un sistema de explicación general del universo y del hombre. Tampoco es una filosofía: es un acto, a un tiempo irrevocable e instantáneo, que consiste en elegir una posibilidad entre otras. La libertad, que comienza por ser la afirmación de mi singularidad, se resuelve en el reconocimiento del otro y de los otros: su libertad es la condición de la mía. Para realizarse, la libertad debe encarnar y enfrentarse a otra conciencia y a otra voluntad; el otro es, simultáneamente, el límite y la fuente de mi libertad.” (Discurso Octavio Paz, Premio Cervantes 1981)


   Cabe objetar, empero, que sobre la libertad erótica o existencial, por llamarle así, de Octavio Paz, está la libertad moral o de la razón pura practica, que es el elegir no sólo entre dos posibilidades, condición sin la cual la libertad misma no existiría, sino en elegir la más alta... la posibilidad superior, en algunos casos puramente ideal, que es el reino propio de los valores, que sería la libertad ascendente, la libertad hacia el bien, que opta en cada caso por la justicia, la verdad o la belleza -por màs que en cada tal opción resulte inhabilitada prácticamente por las circunstancias, como una mera toma de partido sin consecuencias o como una postura a la orilla del mundo. La libertad descendente existe también, consistente en elegir la peor alternativa posible entre dos posibilidades propuestas, en el caso más representativo elegir entre la obediencia debida a la potestad superior de la divinidad o al capricho de la voluntad propia, subjetiva, que define la singularidad del sujeto libre propiamente como rebelde, egoísta, anòmica, en todo caso luzbèlica. 
   El liberalismo es condición de posibilidad la democracia, de las instituciones libres; pero éste es impotente ante los poderes inicuos de nuestro tiempo si se mira a la libertad como un derecho de paso, como un mero dejar hacer o dejar pasar propio al liberalismo económico. No. 
   Porque la libertad sólo puede romper las cadenas de la esclavitud, de la tiranía de los deseos y los apetitos que dividen al hombre de los otros y de si mismo, cuando se apoya en un firme fundamento moral, metafísico y trascendente, que no puede sino tener raíces teológicas. De lo contrario, el bien preciado que es la libertad, volando sobre el abismo erótico de la elección impulsiva se disipa, o se evapora como el agua que cae sobre el asfalto hiriente, consumida por el simùn del desierto, confundida entre la tolvanera arenisca de la contingencia existencial, que la arrastra sin freno para arrojarla luego a las guas abisales del o a sus mareas.
   Porque si bien es cierto que la libertad autàrquica singulariza al individuo, que la libertad del sujeto moderno lo proyecta como ser autosuficiente frente al cosmos, como ser en si y por si desligado incluso de la esencias o fundando en su existencia misma, también lo es que en tal margen existencial el sujeto puede quedar a la deriva, postulándose como facticidad pura, como puro hecho, bruto, sin razón de ser, siendo en tal caso su singularidad irreductible la medida misma de su falta, de su inconformidad con la ley moral, y por tanto la de su deuda ética, mirada asì como pura particularidad, como mera individuaciòn por la temporalidad, como existenciaridad contingente "en caso caso mía", no salvada por esencia alguna o sujeta a ser devorada por las aguas tumultuosas del devenir, carentes de forma y de memoria. 
   Por lo contrario, la libertad ascendente más que singularizar al sujeto lo universaliza, al ordenarlo en una forma estable, en un mundo de jerarquías, en el orden, más estable, de la idealidad, cuya trascendencia coincide en cada caso con la proyección de una figura o la realización de un arquetipo, individuado en virtud del tiempo y del carácter, pero en todo sujeto caso a la universalidad de la ley moral, sin detrimento de la expresión del propio deseo visto como libertad pura e incondicionada o libre elección, pero resistente a los vaivenes del tiempo por obra de su misma eticidad que moldea al sujeto en un orden ajeno a la contingencia y por tanto necesario y trascendente.    






lunes, 16 de noviembre de 2015

La Paloma Caída Por Alberto Espinosa Orozco

La Paloma Caída
Por Alberto Espinosa Orozco


La pardusca paloma ha caído
sobre el negro pavimento frío;
una blanca bandera la acompaña
pues volverá mañana
ya limpia de temor y de grisura
a volar por los jardines de su casa.

Pues es el aire que la espera
como un blando cristal,
salubre como el agua, que se posa,
como un poroso pulmón de clara brisa
combinado de dorada tierra,
entre los regios palacios de cantera.


Dibujo de Jose Luis Ramirez 

Filosofìa del Éxito o Educación Por Alberto Espinosa Orozco

Filosofía del Éxito o Educación 
Por Alberto Espinosa Orozco








  La educación es coeducación. Educarse es co-educarse con otros todo el tiempo. El proceso educativo hace así evidente que lo único real es, por principio, el individuo inserto en la comunidad –siendo por tanto las nociones de “individuo” y de sociedad” abstracciones parciales lo único verdaderamente real, siendo por tanto y tomadas separadamente tales nociones “entidades“ relativamente irreales. Todo individuo es de una comunidad o está en interrelaciones de educación y de coeducación con otros individuos de ella, por una parte; y toda comunidad está, por la otra, compuesta por individuos.
    La educación falla en su proceso formativo del individuo cuando, sin tener una idea clara de lo humano, precisamente resulta deformante de lo humano. La manifestación hoy en día más patente de la deformación es el complejo que Albert Einstein como procesos educativos que “malean la conciencia social” del individuo. El mayor maleamiento de la conciencia social proviene de ser absorbido el individuo por la abstracción de lo social, predominado lo público sobre lo privado y socializando a la persona hasta el grado en que o es pobremente persona y personal o llega al extremo de dejar de ser por completo individuo (recordando así el gregarismo de las hordas salvajes, las conglomeraciones de los parásitos, al enquistamiento de las bacterias o de los gusanos que suceden a la corrupción del cuerpo vivo; también a la masificación del hombre contemporáneo, y sobre todo al “noscentrismo”, a los grupos de correligionarios congregados con propósitos de ayuda y ataque propiamente delincuenciales, pudiéndose agregar en este capítulo a los fanáticos de toda lay y de un largo etc., etc., etc.) –no es insólito que en tales grupos haya un profundo desequilibrio, que parte de una errónea concepción de lo humano, de reiteras insistencias en lo social con profundas recaídas compensatorias en lo más inmediatamente individual para recuperar relativamente el equilibrio. Individuos grupales (y grupos individuales), si cabe la paradoja, donde el elemento va así siendo movido y promovido por intereses sectarios del grupo (comunidades cerradas) los cuales son alimentados, a fin de cuentas, por ambiciones  puramente individuales, egoístas; utilizando entonces a la comunidad abierta como una especie de trampolín para el logro sus aspiraciones, muchas veces mezquinas, resultando que los alardes verbales y retóricos de tales socialistas profesionales no sólo redunda en el más abierto individualismo, rabioso por lo demás, sino que por ello mismo en una mutilación de lo social en su raíz misma.
   De hecho, el maleamiento de la conciencia social suele incubarse en la escuela, o sus instituciones derivadas, cuando ésta, careciendo de una base moral sólida, premia injustificadamente al individuo, alzándolo sobre los demás, por razones de grupo, resultando tales actitudes injuriosas para los restantes individuos de tales comunidades.
   Terrible expresión, capítulo de la antropología negativa,  que define a la crisis contemporánea en su núcleo justamente como un profundo desequilibrio y desajuste extremo entre el individuo y la sociedad, el cual se manifiesta bajo la forma de un tremendo malestar por herir la naturaleza moral del hombre mismo, el cual se ve desbalanceado por el predominio no de la libre voluntad, sino de las tendencias e incluso meros impulsos egoístas, en detrimento de los sentimientos sociales de solidaridad y de amor al prójimo, los cuales son el individuo más débiles de suyo, requirientes de una cultura y una educación que los reafirme constantemente y los fortifique, bajo cuya falta se encuentran así en la actualidad en un creciente y vertiginoso deterioro.
      La posición del individuo respecto de la sociedad y sobre todo respecto de sus instituciones (las cuales son a medias organismos humanos, a medias artefactos administrativos) ha contraído en la época contemporánea mayores ingredientes de dependencia –dependencia que sin embargo lejos está de contarse como un haber positivo, como un lazo orgánico o como una fuerza protectora, sino tomando la forma de una fuerza totalitaria que amenaza los derechos naturales y morales del individuo, pendiendo de tales relaciones su existencia económica, en cualquier momento amenazada, sumiendo al individuo en la impotencia y el miedo, en la inquietud y la angustia de perder el trabajo si no se obedecen normas y reglamentos de carácter muy secundario y hasta arbitrario, maleándose así, como en una segunda potencia con ello, la conciencia social (materialismo economicista, pues, donde, es el ser social lo que determina entonces la conciencia y no la conciencia el ser social). Conciencia llanamente social que, como una delgada película, como una capa superficial, como un mero barniz, da lustre al individuo, el cual sin embargo se sume en la prisión inconsciente de su propio egoísmo, haciéndolo sentir aislado, inseguro, un átomo meramente danzando autárquicamente en medio del tiovivo del caos social, privándolo con ello del sencillo e ingenuo goce de la vida.
   La causa de tal maleamiento de la conciencia social va unida al motivo del lucro, el cual se resuelve finalmente en el individuo indiferente, incluso hostil, hacia el grupo al que pertenece, ya sea gremial hasta nacional. Tal         
Complejo va injertando así en el sujeto una especie de profundo descontento ontológico que lo va desligando progresivamente de la vida en una especie de nihilismo existencial, que lo llevan a la fácil exasperación y al uso de la provocación, de la fuerza o del chantaje, abriéndose así el paso la concepción de la desaparición, de la aniquilación del sujeto mismo… y de todo lo demás… que es propiamente la genealogía del concepto de la “nada”.
   Tal maleamiento de los individuos por la vía de una falsa conciencia social, presente en el sistema educativo mismo, se presenta sobre todo como una filosofía del éxito y del triunfo, la eficacia técnica y la predación competitiva, y sobre todo de la glorificación del poder –doctrinas avaladas oscuramente por las teorías darwinistas de la lucha por la supervivencia y  de la selección natural, las que no pueden sino conllevar al pesimismo de la servidumbre o al servilismo de la adaptación al medio.
   La pseudofilosofía del éxito y del triunfo se ha postulado en las sociedades occidentales, en efecto, como un principio rector, estableciéndose como una lucha implacable por el predominio a expensas del prójimo, como algo que nace a la vez del afán de popularidad, del miedo al rechazo grupal,  y finalmente de la ambición personal. Sin embargo, tras el disfraz de fuerza y poderío, tal visión del mundo social nace en los espíritus débiles, arrastrados por la corriente de las aguas cenagosas del derrotismo de la persona y del pesimismo sobre la especie –redundando en una visión que avala y codifica las formas socialmente aplaudidas de agresión al prójimo y que simultáneamente desdeña las doctrinas religiosas al considerarlas como ideales meramente utópicos no aptos para regir y orientar los asuntos humanos, destruyendo tal espíritu de competencia todos los sentimientos de cooperación y fraternidad –aun el centro mismo de la cultura y en sus órganos, revistas, escuelas universidades.
   En contra, pues, de los ideales humanitarios, se ha puesto de moda el pensamiento materialista de “los hechos”, fríos, duros, cuya orientación intelectual se dirige solo a los valores práctico utilitarios de la eficacia, trayendo tras de si una terrible helada en la consideración mutua entre los hombres. Ya no más en las universidades y centros de cultura y enseñanza la tarea del ennoblecmiento del individuo mediante la extensión de la educación, de la moral y de la cultura tendientes a elevar al hombre de la esfera inmediata de su existencia meramente físico-biológica a la esfera superior de la libertad de espíritu –la cual renuncian por principio a todo uso de la fuerza bruta, tan presente, sin embargo, en las corrientes políticas bárbaras del siglo XX, las cuales debilitaron así tan severamente el sentimiento moral de los hombres contemporáneos, dando pie a esa dictadura tan malamente disimulada del relativismo moral, la cual se atrevido públicamente a afirmar que la moral descansa en un convención, que la justicia es idéntica a la conviene a un grupo, marchando a pasos contados a intoxicar con la mentira a la juventud, a oprimir a individuos, a perseguir a comunidades enteras o a usar como arma política actitudes intolerantes, causando en la población en general un compromiso funesto, resuelto en una especie de parálisis, que se niega a luchar contra las formas de la injustica y en pro de la justica, imponiéndose de tal forma los estados tiránicos o totalitarios mediante la fuerza de la organización y de la organización de la fuerza, en una especie de comunitarismo apelmazador de masas forjado a la fuerza de la presión social y del prejuicio convencional, fuerzas que efectivamente, de hecho, ensordecen los imperativos de la conciencia y el sentido de la responsabilidad individual , que disminuyen el espíritu independiente en la política y menguan el sentido de la justicia y de la rectitud en el ciudadano, condicionadlo a su vez por una producción anárquica y una no menos anárquica distribución de puestos y bienes.    







   Los excesos de las diversas formas del dogmatismo, del adoctrinamiento, del autoritarismo y de la cerrazón tiene su raíz en considerar que la educción es un proceso unilateral, siendo sus escuelas fallidas por definición, sin coeducación posible, ya sea por los enquistamientos sociales que todo pasado deja en el nuevo presente, ya sea por la enajenación en una tradición, la cual deformando su carácter siempre abierto se transforma en un sistema de reglas y de ideas monolíticas, en un caparazón o dermatoesqueleto cuyas aguas de vida no fluyen, permaneciendo por tanto estancadas, venenosas y sin vida.
  La corrección a tales excesos y deformaciones del socialismo debe buscarse en una actitud moral fundamental: en el desarrollo del sentimiento de solidaridad con todos los seres vivos, muy especialmente con los seres humanos –que es la formulación a la base de las más fuertes demandas del socialismo rectamente entendido. Se trata, en efecto, de una actitud afirmativa hacia toda la creación, cuyo significado en la vida del individuo es el de cumplir con la tarea de ayudar a hacer más noble y más bella la vida de los demás seres vivientes. De tal actitud se derivan actitudes morales y educativas que despiertan y tocan las más altas esferas de lo estético e incluso de la religiosidad: el sentimiento de alegría embriagadora y de asombro ante la variedad y grandeza del mundo, y;  el sentido de profunda reverencia por todo lo espiritual –derivado del reconocimiento del carácter sagrado y supraindividual de la vida, o simplemente del sentido de la unidad de la vida.
   El objetivo de toda educación es así un objetivo moral, el cual puede formularse así: el desarrollo libre y responsable del individuo de acuerdo a sus aptitudes y predisposiciones de carácter, de tal manera que pueda poner sus fuerzas y cualidades tan libre como alegremente al servicio de todo el género humano. Ello debido a que por la naturaleza humana misma, el individuo, la persona humana, tiene como fin superior en la vida servir –más que regir, mandar, o imponer su voluntad de cualquier otro modo. Ideal que, en sustancia, expresa también la actitud democrática fundamental, cuyo esencial liberalismo considera ente los más grandes bienes el fomento el fomento de las diferencias en el campo del espíritu (de cada hombre su filosofía) y del gusto (de cada hombre su belleza), siendo éste uno de los valores más altos de la humanidad.
   Es así la educación por su esencia misma, en su núcleo más solido, la que con mayor fuerza debe rechazar el culto injustificado al individuo, insistiendo a la vez en que la vida feliz y satisfactoria es la vida de provecho a los semejantes, para lo cual no es necesario poseer grandes riquezas, sino por lo contrario más bien recomendable ajustarse a la medida propiamente humana llevando una vida tranquila y modesta, sin ataduras al ídolo, abstracto y petrificante, del dinero. Porque al amor excesivo al dinero apela inmediatamente al feroz egoísmo e invita irresistiblemente al abuso. Las filosofías del éxito fomentan efectivamente en el joven el deseo de triunfar a toda costa; empero, el hombre exitoso, el triunfador que proponen tales modelos educativos, suelen ser aquellos que reciben muchos de la sociedad, incomparablemente y desmedidamente mucho más al servicio que prestan a sus semejantes.  Tales individuos, rendidos al a los llamados de sus instintos más elementales, huyendo sistemáticamente de todo sufrimiento y buscando con exclusividad la propia satisfacción, ceden con demasiada facilidad de llevar una feliz y sin ataduras –perspectiva de la vida ranciamente individualista, egoísta, cuyo resultado social es tarde o temprano el de une estado de inseguridad, de miedo y de miseria común.    
   Todo lo cual implica que las diferencias económicas de clase son generalmente basadas en la fuerza e injustificadas, siendo el ideal de las grandes posesiones, del éxito público y del lujo, más bien un inconsciente perseguir la felicidad y la comodidad personal que deja al individuo ayuno de mayores horizontes espirituales –siendo todo ello para Albert Einstein un flaco objetivo ético al que llama “ideal de la pocilga”, pues subsume al individuo a una vida más bien inmediata y meramente apetitiva, caprichosa por tanto y contingente, siendo lastimoso ver que, en vez de vivir en las altas bóvedas cristalinas de los magníficos palacios del espíritu, se regodee en medrar entre las sórdidas mezquindades particulares de sus covachas o en las triviales ilusiones despreciables de sus más ínfimos y paupérrimos sótanos. Experiencia emocional también de la futilidad de los deseos humanos, demasiado humanos, donde más bien se sufre la existencia individual como una especie de cárcel, aisladora de los demás y de sí misma, cuya emoción negativa debe servir de contraejemplo para catapulta al individuo a la emoción positiva frente al orden plural, sublime y maravilloso, que se revela en los reinos de la naturaleza y en el reino de las ideas, cuando se percibe tal conjunto desde una altura tal que permita contemplar y vivirlos en lo que tienen de universo: de un todo único y significativo, el cual en lo inmediato debería despertar en el individuo los sentimientos de compasión ante toda criatura viva y de reforzamiento de los lazos sociales destinados a relajar tensiones, a abolir las opresiones y atender sus más apremiantes necesidades.                   
   La educación así, como la moral misma, debe verse no tanto como el aprendizaje de una conducta que renuncia ásperamente a los multivariados y variopintos goces de la vida, sino como una especie de social interés activo que trabaja por un destino más feliz para todos los seres humanos.
   El requisito para el logro moral de tal ideal en el comportamiento individual y colectivo radica muy justa y precisamente en la educación concienzuda de sus miembros: en la libertad ascendente y en la oportunidad real de desarrollar sus dotes latentes.
   Porque si en conjunto el proceso de la educación puede verse como: todas aquellas expresiones que articulan situaciones de convivencia formativa (afectando su radio de acción más allá de la escuela a todas las actividades de la vida humana a lo largo de toda la duración de ésta); en lo particular tiene la educación su propio núcleo de activad en la atención de las predisposiciones y aptitudes de carácter del individuo, que siendo desarrolladas lo esencializan, lo definen, lo determinan, facultándolo entonces para cumplir con su propio destino, o dando plena existencia a las singulares exclusivas derivadas de la esencia humana que la naturaleza lo dotó al venir al mundo, y realizando así por tanto su esencia particular.
   La educación, en efecto, tiene como propósito desenajenar al individuo de los enquistamientos ideológicos, bárbaros o inmorales, pero también tanto de las esencias caducas de lo social como del demonio y de la bestia que nos habitan y que le impiden llegar a ser sí mismo, o ser sí mismo. Ardua labor que, acompañada por una serie indeterminada de consejos prácticos en la vida cotidiana y promovidos por el ejemplo (mediante las conductas coherentes o ejemplares), conducen al individuo a las fuentes originarias de su vocación, a la expresión de su singularidad originaria en el desarrollo de sus propias predisposiciones y aptitudes de carácter –es decir, a la formación de su carácter, el cual a su vez se expresa en la especialización creciente, pero a la vez no tecnificada, de un corpus particular de exclusivas humanas donde se realizan toda una constelación de valores (son ejemplos o casos ejemplares el del músico o el del artista del pincel, que al esencializar y especializar, por la constancia y el amor individual en su disciplina, sus aptitudes nativas de carácter, realizan en la el valor social y la participación comunitaria de la belleza, en la poesía; otro caso sería el valor de la verdad, realizado socialmente por aquellas comunidades de individuos que desarrollan en sus disciplinas intelectuales sus predisposiciones nativas al conocimiento de la verdad; otro tanto sucedería en las comunidades vocadas a la realización del valor del bien, cuyo valor es esencialmente participado por individuos de temperamento moral, especialmente en la vida educativa, singularmente en la vida religiosa –sin dejar de tomar en cuenta que tanto en la vida pedagógica como en el pedagogo suele más bien dominar la actitud, en cierto modo contraria, del hombre voluntarioso, crático, preocupado por realizar el contra valor, egoísta, imperativo, del poder).
   Para el compromiso moral, esencial, de la educación, no basta enseñarle al hombre una capacidad (instrucción, adiestramiento), convirtiéndolo así en una especie de máquina útil, un eslabón más en la cadena del proceso administrativo o productivo, porque sin la clara comprensión y la afinidad sentimental con los valores fundamentales de la moral, de la educación, de la religión incluso, no alcanzará el sujeto  una personalidad ni bien desarrollada ni mucho menos armoniosa. Lo mismo puede decirse del conocimiento especializado, cada vez más tecnificado, en las diversas disciplinas, ya sea la historia, la filosofía las letras o la física, o en la especialización técnica que mira en dirección de la utilidad inmediata. Tal clase de especialización, promovida por el sistema competitivo de las filosofías del éxito, en el fondo lo que hacen es paralizar y extinguir la libertad de pensamiento crítico y el sentimiento de cooperación, en los que se basa la totalidad de la vida cultural También el terreno epistemológico el verdadero espíritu de investigación queda mermado por la creciente especialización sin remedio, volviendo imposible captar la estructura de la ciencia y sus objetivos en conjunto, construyéndose la ciencia entonces a la manera de la mítica torre de Babel, presentándose entonces las doctrinas tecnológicas con un carácter peligrosísimamente ambiguo: por un lado como meros instrumentos o artefactos neutrales, desprovistos por tanto de todo aspecto moral o ideológico; por el otro, aptas para influir en las decisiones morales fundamentales del ser humano, al presentarse sus resultados tecnológicos como fines deseables para la humanidad.      
  Todo ello constituye así un terrible complejo educativo, fuente amarga de desequilibro u oscilación onto-axiológica en el hombre, que lo hace zozobrar en una ciclotímia, arrojándolo por un lado a los caprichos de la existencia, ya de la labilidad y la accidentalidad historicista, ya en la jaula y el confinamiento del subjetivismo estéril –con frecuentes recaídas compensatorias en los extremos del gregarismo o de masificación, de sexualidad equívoca o vergonzante o de francachela perpetua, impulsiva y vertiginosa. Poniendo así en el centro mismo del ininterrumpido proceso educativo el desarrollo, la realización y la dignificación misma de la humanidad como conciencia y cumbre de la Naturaleza.   



[1] Ver: Alberto Espinosa, La ética de Alberto Einstein. Universidad Juárez del Estado de Durango e Instituto de Estudios Filosóficos de Durango A.C. Colección: Diálogos. Número 8. Ed. UJED e ICED. 72 pp. Durango, México, 2007.