jueves, 1 de octubre de 2015

El Error de Perspectiva: Los Motivos de Narciso O de las Miseria del Liderazgo Por Alberto Espinosa Orozco

El Error de Perspectiva: Los Motivos de Narciso
O de las Miseria del Liderato
Por Alberto Espinosa Orozco




I
   El mundo gira en torno al sujeto -dato fenomenológico irrecusable. Pero el sujeto nace y se mueve hacia una comunidad que le precede, en donde se educa, y de donde toma las formas y contenidos de una cultura para formar parte de ella. 
El sujeto es fruto de una comunidad: ronda de las generaciones, rueda de las miradas.
    El sujeto busca la pertenencia a una comunidad, de la que forma parte y que se vuelve símbolo de identidad: de pertenencia. Pero de pertenencia no de la comunidad al sujeto, sino del sujeto a la comunidad. 
   El error de perspectiva: pensar que esa comunidad a la que se pertenece esta en la relación posesiva de los que dicen; mi casa, mi coche... mi mujer, mi hijo, mi patria, mi trabajo... pensando que su traje y sus botones le pertenecen tanto como le pertenece el botín de la institución a la que debería prestar sus servicios en pro de la comunidad.
   Se trata en general del problema de la enajenación contemporánea, que cosifica las relaciones y las personas justamente, injustamente mejor dicho, para impropiamente apropíárselas. No 
   La naturaleza propia del hombre en la comunidad es más bien la de la atención esmerada o la de su intencionalidad: la del servicio -que es el foro donde el sujeto, negándose a sí mismo, puede también tomar sentido e incluso entenderse un poco y darse a entender, al comprender que forma parte de una instancia superior que lo rebasa por todas partes, y por tanto que lo faculta también a pertenecer 
   Lo contrario es errar en el error de perspectiva: la del sujeto estancado en sí mismo, varado y confinado en sí, que cree que su reflejo en el agua es el reflejo del mundo, y para quien los otros no existen sino en función de la imagen que tiene de sí mismo. 
   Egología de la modernidad, confinamiento del sujeto en su yo confundido con el centro del mundo, que gira sólo en torno de si buscando para sí la luz de los reflectores y acaparar las miradas del primer plano. Motivo moderno es, en efecto, el subjetivismo contemporáneo, que sale a la palestra con la mirada retráctil, y que en la aguda cuchilla de ese callejón sin salida gira como un trompo vertiginosamente en torno de sí mismo, intentando incorporar dentro suyo al mundo entro, tomándolo por espejo satisfecho de sus ambiciones ahítas, haciendo de su abotagado abdomen o de su erótico ombligo el origen y finalidad de toda la existencia.



II
   La idea postmoderna del líder es, en el mejor de los casos ambigua, equívoca. En la actualidad hace referencia al poder de la organización, siendo el líder una carnada narcisista para atraer al cardumen y echarles la red encima. Es quien señala el rumbo de la divisa progresista, que cuando no incurre en la fea costumbre de señalar directamente con el índice a su público, extendiendo el brazo hacia el horizonte vacío: "Miren...!" Que es, que hay... ??? "Es... es...es mi dedo". Es decir, lo que dice vociferando con el puño en alto es que no hay nada, que sólo hay una señal autoreferencial, un dedo que a sí mismo se apunta, o mejor, que sólo hay yo; o mejor que mejor: que sólo hay ello. 
   El líder = mi lucha. Aire viciado, aire viciado -producto del enrarecido subjetivismo rampante de nuestro siglo, edad o mundo. 
   Es decir: la política pragmática del más acá, del rastrillo hacia adentro, del inmanentismo egológico cuya redondez no es otra que la de formar cuadros, disolviendo la vida íntima y privada de los seguidores en la vida pública de la política, reducida a su vez a la escatológica locura del convencionalismo. Su modus operandi: sobre todo el del ciego beneficio propio, cuya moral de las migajas no puede desembocar sino en esa caterva de delatores profesionales, de odiadores alentados por el poder en turno, de gratuitos difamadores o de espías a sueldo armados con los bajos estiletes del prejuicio, la calumnia, la difamación, la predación competitiva, en la intermitente lucha de clases morales de los cínicos, siendo coronado por  el intricado sistema del feroz monopolio de los privilegios sociales –que es en lo que desembocó el infausto espartaquismo, ataviado con los ribetes pseudoacadémicos de la ingurgitación en el sistema por copción ritualizada.
   Su último recurso cuando es descubierta su falsa doctrina de orangutanes: la indignación, el sentirse ofendido, reducido, ridiculizado, y en reacción la ley del hielo, el hacerle a la crítica un vacío, es decir, el ostracismo gregarista de los convidados de piedra; el sentirse heridos, mancillados, zaheridos por la verdad desnuda, que les indigna, que los reduce, que los exhibe, que los retuerce como el gusano espolvoreado por la sal, y en reacción la revancha del complejo sistema autoritario, marxista-leninista-labastidista-porfirista, se podría decir hoy en día, de exclusiones, innobles apropiaciones, saqueos canallas y desesperadas persecuciones que de aquella ampulosa soberbia se deriva. Y en la cúspide, el sujeto director al que no se lo merece el mundo, duro, inflexible, pétreo, que con la bragueta abierta pierde su tiempo en hablar de oídas, insistiendo en creer desde su jaula solipsista que el destino es la política -ante la cual, inevitablemente, como el loro que va tras su semilla, se agacha.



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