lunes, 24 de agosto de 2015

Juan Ríos Quiñones: el Arte del Nopal Por Alberto Espinosa Orozco

Juan Ríos Quiñones: el Arte del Nopal
Por Alberto Espinosa Orozco



   La cultura artesanal es un mo­do de vida amenazado, prácti­camente aplastado en todo el mundo por los métodos de producción, fabricación e industria tecnológica de la civilización occidental moderna. Sin embargo, su multiplicidad de creacio­nes y mercancías representan un va­lor insustituible, único: el del amor por la paciente y humilde elaboración, que acredita la maestría de lo bien hecho, de lo manufacturado a conciencia, de lo que también lleva algo de sentido humano, del alma del hombre en su perspectiva y hermandad con las co­sas del mundo. Y todo ello como sos­tén de toda una antropología y peda­gogía de la formación humana. En efecto, la labor artesanal no fabrica ni produce industrialmente nada, en cambio hace manualmente cosas, no solamente para servir o ser útiles, mu­cho menos sólo para el consumo, sino sobre todo cosas para ser amadas.
   Tal es el caso de un singular arte­sano de Canatlán, don Juan Ríos Quiñones, investigador y artífice del arte del nopal. Su arte trata de la aplica­ción de técnicas rudimentarias de car­pintería al tratamiento del nopal, para rescatar con ello una antigua sabidu­ría. Por un lado, la naturaleza, pero también, por otro lado, la alarmante lección de nuestro deber de preser­varla ante la real amenaza de su pro­gresiva y abrumadora extinción, para usarla de acuerdo a una racionalidad no meramente instrumental, sino tam­bién poética. El nopal, símbolo de nuestra bandera patria, es también un patrimonio de innumerables bosques extendidos sobre todo el territorio me­xicano donde la cactácea bien en sus raíces y formas, una serie de bienes que, a la zaga de don Juan Ríos, es necesario investigar, recrear y rescatar, logrando con ello el espíri­tu de unidad y solidaridad, de comu­nión y epifanía, propio de toda verda­dera tradición y de toda auténtica cul­tura.
   Así, el artesano Juan Ríos es el pionero de un arte donde ha vislum­brado una metáfora, una traslación de la cultura culinaria del nopal a la cultu­ra plástica y artística. Se trata de un tránsito que no deja de maravillarnos al estar adornado por disímbolas sutilesas.
   Don Juan Ríos Quiñones nació el 8 de febrero de 1920 en Canatlán, cabecera municipal, en el Estado de Durango. Hombre de recios noventa años, ojos, aceitunados y piel tostada, el maestro Juan Ríos es un representante del ingenio del mexicano y de su hondo apego a la tierra. Hombre de sana conversación y sabiduría tradi­cional, don Juan Ríos es un artesano que ha dedicado sus últimos lustros al troncos, hasta llegar al capricho de la conformación de sus raíces. Hace 35 o 40 años don Juan empezó por ela­borar con los troncos del nopal prácti­cos y bízarros floreros. Comenzó por trabajar el nopal en estado seco, pero no habiendo probabilidades (de mer­cado) lo dejó por un tiempo. La técni­ca primitiva fue descubierta al quemar con boñiga unas pencas, pero ahora simplemente las deja secar al sol ob­teniendo buenos resultados en cuanto a dureza y resistencia de materiales.
   A manera de concepción personal y después de encontrar una primera aplicación ornamental como orgáni­cos floreros, don Juan empezó a investigar la confirmación de la raíz, saturada de grumos de masa acuosos que ya vaciados, dan la impresión de laberinticos pasajes o de finos dibujos tex­tiles, pero también se abren a las po­sibilidades bellas de las formas en sus diversas edades y conformaciones al sujetarse al ojo del artista. Se trata, además, del elemento vegetal más difundi­do en nuestro territorio mirado estéticamente por el hombre como en el primer día del mundo.
   El artesano Juan Ríos es el pionero en un arte donde ha vislumbrado una metáfora, una traslación de la cultura culinaria del nopal a la cultura plástica y artística. Se trata de un tránsito que no deja de maravillarnos al estar adornado por disímbolas sutilezas. De tal forma, de una superficie grue­sa y desalineada, el artesano ha ido deduciendo rigurosamente toda una poética del arte y de la vida. Al buscar­le un sentido a las formas del nopal, el artista se ha encontrado con las raíces del mundo: con un escaparate en el que todas las cosas del mundo apare­cen como a punto de formarse nuevamente. Fuertemente ligadas a la tradición, sus formas lo figuran o prefiguran todo; máscaras, floreros poderosos co­mo brazos de gigante, bordones, rue­das para el juego de los niños, engra­najes irónicos de una maquinaria orgá­nica inexistente, nichos de papel en los que se asientan cruces, trípodes, es­padas de huizache, espinas o huesos que recuerdan la semilla del mundo, y aún más lejos, el concilio de las formas todas evocadoras de la totalidad; aho­ra un soporte para una lámpara, luego una cuña, por ahí un cardumen de peces o un Leviatán en minitura.
   El maestro Juan Ríos es un representan­te del ingenio del mexicano y de su hondo apego a la tierra. Hombre de sa­na conversación y sabiduría tradicio­nal, es sobre todo un artesano que ha dedicado sus últimos lustros al estudio de las for­mas plásticas del nopal, de sus pencas añejas vueltas troncos, hasta llegar al capricho de la conformación de sus raí­ces. Comenzó por trabajar el nopal en estado seco, pero no habiendo probabilidades de mercado lo dejó por un tiempo. La técnica primitiva fue descubierta al quemar con boñiga unas pencas, pero ahora simplemente las deja secar al sol obteniendo buenos resultados en cuanto a dureza y resistencia de mate­riales.
   Sus formas se abren a las posibilidades bellas de las cosas representadas en sus diversas edades y conformaciones al sujetarse al ojo del artista. Aparece un pelícano nadando o tirándo­se un clavado en picada, luego la ima­gen de una ballena rompiendo las olas para respirar el aire, más allá monstruos y animales fabulosos. Cosas inventa­das, sugerentes, creativas y amables de un arte que no está dado en charo­la de plata, sino con el que hay que interactuar, a la manera de los juegos que nos invitan a adivinar un personaje o reconstruir un castillo. Obras abiertas en las que el espec­tador se ve involucrado en el proceso creativo, exigiéndose su colaboración para completar, incluso para terminar o dar un sentido acabado a la obra. 
   Pro­ceso creativo, en efecto, que tiene tal cantidad de variaciones que invierta al espectador "a buscarle" para que vayan saliendo más ideas: invitación pues a la búsque­da y el encuentro con lo otro, con el objeto evocado, con el parecido o con la cosa semejante que, venida del capricho de las formas naturales, anuncia o prefi­gura otras cosas amigas, trazando con ello un cordón formal de familiaridad.
   Las obras de este artesano se re­montan a la semilla y suelo nutricio mismo del arte y de la tradición: a la búsqueda del saber global, búsqueda de las estructuras semejantes que nos den un pellizco, una probada de la to­talidad. Arte que, como el del tejedor, va hil­vanando o enmendando la característi­ca que cada cosa tiene por propia na­turaleza. Y en esta naturaleza mera­mente formal la virtud del parecido: la familiaridad de las cosas con otras muy distantes del mundo. El aquietamiento, la reunión, la paz en todo lo diverso y distante se reúne en armonía: dato del cosmos que el ar­tesano y el artista tiene el deber de re­petir y rehacer, acaso también de en­mendar y corregir.
   La ambición de Juan Ríos, como la de muchos otros artesanos, radica en el an­helo de enseñar su ingenio a los más jóvenes del grupo, para que perdure la tradición. Ambición insatisfecha, hay que asentar, cuya labor previa y heroica tiene que abrirse camino en la jungla del mercado indus­trializado y sus modas. Exposición del artesano a la soledad y a la incompren­sión, a la presión social, a la falta de jó­venes que prosigan su investigación y experimentación.




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