miércoles, 29 de julio de 2015

La Esperanza Religiosa Por Alberto Espinosa Orozco



La Esperanza Religiosa

Por Alberto Espinosa Orozco





   La esperanza que haya nuestro alcance comienza por el camino del arrepentimiento sincero para, luego de pagar o purgar la falta con la aflicción poder ser lavados, purificados, santificados y justificados en nombre del Señor, que es la penitencia, tomando el pan sin levadura de la pureza y la verdad. Por lo que es preciso purgarse de la vieja levadura, para hacer así una masa sin la levadura del orgullo y la maldad, andando en amor, imitando a Dios, como hijos amados y edificando en amor el cuerpo de los hermanos. No andar, pues, como los paganos, como los gentiles, presos en la vanidad de la mente, con el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida verdadera por ignorancia de Dios y por la dureza del corazón, que ha perdido el sentimiento de la justicia, y que entrega desvergonzadamente al hombre para cometer todo acto de inmundicia con ansia.[1]

   Para lo cual conviene no tener tratos con gente de mala vida, separándose de los que pretenden ser hermanos siendo inmorales, codiciosos, idólatras, mal hablados, borrachos o ladrones, quitando así el pecado de en medio de la hermandad. No dar lugar al diablo, enmendándose cuada cual de sus malas acciones. Despojarse, pues, del hombre viejo, que es corrompido en conformidad con los deseos engañosos; renovando así el espíritu del entendimiento, revistiéndose del hombre nuevo, creado conforme a Dios en justicia y en santidad verdadera.[2]  No ser, pues, como niños inconstantes, que se dejan llevar por los vientos de las doctrinas que soplan al derredor, que son y arrebatados y agitados por las olas del engaño, por los embusteros que con astucia engañan en el espíritu del error.[3] Alejarse, pues, de toda fornicación, de toda inmundicia, de toda avaricia –al grado de que ni se miente en la comunidad, no usando tampoco de palabras torpes, insensatas, indecentes, insultantes o chistes groseros, actuando mejor propiamente, como conviene ser a los santos.[4]

   Alejarse, pues, de las tinieblas, de los hijos de la desobediencia: de fornicarios, inmundos o avaros (que son idólatras), pues no tendrán herencia en el reino, desatando en cambio por tales cosas la ira de Dios. Por lo que no hay que tener parte ni asociarse en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien reprobarlas, pues son cosas vergonzosas lo que hacen en secreto, obras infames que se condenan cuando son puestas a la luz del día.[5] Pues todas las cosas que son reprobadas, todas esas infamias que se condenan, son hechas manifiestas por la luz. La fe bautismal equivale así a una iluminación axiológica, por lo que dice aquel pasaje de Isaías citado por Pablo:

   “Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo.” (Isaías 26.19; Hebreos 10, 32)  

   Purificar los corazones de la mala conciencia y lava los cuerpos con agua pura –sin pecar, pues luego de haber recibido el conocimiento de la verdad sólo queda al pecador  o la enmienda o la expectación y amenaza del juicio y del ardor del fuego.[6] Para llegar con ello a la unidad de la fe y al estado de los  varones perfectos, conscientes de que no pueden hacer todo lo que quieren –que es el ideal del comportamiento cristiano. Espíritu Santo de gracia, que en el nuevo concierto, luego de los días de la gran tribulación, pondrá sus leyes en los corazones de su pueblo, escribiéndolas en las mentes –olvidando sus iniquidades y sus pecados.[7]

   Así, los frutos del Espíritu Santo, que son las gracias, son concebidas como siete dones cardinales: ciencia; consuelo; fortaleza; inteligencia; piedad; sabiduría, y; temor de Dios. Cabe destacar la caridad, que es el amor propiamente cristiano; pero también el gozo; la paz; la paciencia; la generosidad; la benignidad: la mansedumbre y la templanza; por último, la fe y la continencia –pues contra tales cosas no hay ley que las prohíba.[8]

Hay muchas similitudes entre las virtudes y los dones, pues ambos son hábitos de la voluntad que residen en las facultades humanas buscando practicar el bien y ser honesto, teniendo como fin la perfección del hombre. Sin embargo, mientras que las virtudes son movidas por la razón, los dones son movidos directamente el Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.

   Misterio de redención, pues Cristo compró a su pueblo mediante su sacrificio, para que ande con y para el Espíritu y con cuyo auxilio combatir las tentaciones de la carne, con sus afectos y concupiscencias. Porque el deseo de la carne es opuesto al deseo del Espíritu; y el deseo del Espíritu es opuesto al deseo de la carne, pues esas cosas se oponen la una a la otra.

   Porque de lo que trata la religión cristiana esencialmente es de la reforma moral y espiritual del hombre; de liberarlo, para que pueda salir de la enajenación moral y espiritual y adquirir una nueva conciencia. Lo que implica una dura pelea, diaria, contra el enemigo que asecha desde fuera, pero también contra las tentaciones internas de la debilidad de la carne, que asechan desde adentro. Porque el cuerpo no es para la fornicación, sino templo de Dios, sino que es para el Señor -como el Señor es para el cuerpo, pues cada uno de los santos es miembro del cuerpo de Cristo. Porque el Espíritu de Dios es santo y mana en el hombre puesto que somos de su mismo linaje.

   Por su parte, baste determinar las notas esenciales de la caridad, la cual es: sufrida, paciente, benigna, sin envidia, no jactanciosa, no orgullosa o hinchada, no indecorosa, no busca su propia ventaja, no se exacerba o irrita, no juzga ni piensa mal, no se alegra de las injusticias sino que se alegra en la verdad, y todo lo sufre, todo lo espera, todo lo cree y nunca se acaba.   





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[1] Efesios 4 18-19.

[2] Efesios 4. 22-24.

[3] Efesios 4, 14.

[4] Efesios 5. 3.

[5] Efesios 4. 19.

[6] Hebreos 10, 27.

[7] Hebreos 10, 16.

[8] En el sínodo de Roma del año 382, bajo la presidencia del Papa Dámaso I se trató de los dones aplicando la profecía de Isaías a Jesucristo, viendo en el Espíritu Santo una fuerza septiforme que descansa en Cristo. 1) Espíritu de sabiduría: Cristo virtud de Dios y sabiduría de Dios (1Co 1, 24). 2) Espíritu de entendimiento: Te daré entendimiento y te instruiré en el camino por donde andarás (Sal 31, 8). 3) Espíritu de consejo: Y se llamará su nombre ángel del gran consejo (Is 9, 68 ). 4) Espíritu de fortaleza: Virtud o fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1Co 1, 24). 5) Espíritu de ciencia: Por la eminencia de la ciencia de Cristo Jesús (Ef 3, 19). 6) Espíritu de verdad: Yo soy el camino, la vida y la verdad (Jn 14, 6). 7) Espíritu de temor (de Dios): El temor del Señor es principio de la sabiduría (Sal 110, 10).








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