jueves, 30 de julio de 2015

Figuras de la Rebeldía Por Alberto Espinosa Orozco


 Figuras de la Rebeldía
Por Alberto Espinosa Orozco



   La fuente de la que bebe el rebelde moderno es la de la inconformidad –frecuente esa fuente ha sido la de un pozo envenenado. La “razón demetérica” de todo ello habría que buscarla en la tentación del “no”,  en la hinchazón del deseo negativo que, infectado por el aguijón del mal, igual dice no a la vida que a la muerte, en los extremos de la pereza o en de la soberbia –ya enfangándose en la vida, en la caída hacia adelante, yéndose a fondo, a pique, a morir, perdiéndose en las aguas pútridas del estancamiento; ya revelándose con el espíritu abstracto en las estructuras intangibles, del saber absoluto, resbalando en la caída hacia atrás, al negar los ciclos naturales de la vida.
   La palabra rebelde viene “bellum” o hacer la guerra, pero en nuestra época ha tomado también la acepción de resistir, de resistencia contra un orden injusto o contra una ideología a la vez hegemónica y sin fundamento; por su parte, la palabra revuelta viene de segunda vuelta o volverse del revés, lo que da idea de mezclar una cosa con otra, de crear un estado de confusión, de adulterar, de ir contra las costumbres en un impuso primario, aunque también puede interpretarse como lo contrario, como expresión de protesta movida por la nostalgia, por la pérdida del orden. Revuelta, revelarse: darse la vuelta… pero también invertirse, voltearse. Por un lado revolverse: hacer frete al enemigo, combatir al espíritu del aire, luchar contra el mal, enderezar las cosas; por el otro, revelarse como hace el antisolemne ante lo sagrado, como hace el ateo ante el orden trascendente, o como el anarquista que desconoce la cabeza del cuerpo; en los tres casos participando del error, con alguna dosis de irrespeto, con abandono de las antiguas leyes, o en una razón sin Dios, negadora de Dios, cayendo de bruces en el engaño, en la mediocridad de las convenciones sociales de inmanentismo, o en la falsía. Confusión de los planos donde comulga igual el poeta solitario que el héroe maldito. Ambigüedad de los vocablos: hilaridad del diablo.
   La modernidad ha entronizado, efectivamente, a la figura del rebelde, del inconforme, rasurándolo de uñas y garras, haciéndolo así partícipe de los juegos de poder del déspota. Su figura más cumplida se encuentra en el existencialista de la filosofía contemporánea, que busca a troche y moche una moral “más laxa”, volviéndose así aceptado su ir en contra de las buenas costumbres –pero que a la vez intenta acaparar todos los privilegios y monopolizar todo el sentido. Es el rebelde sin causa, pues, cuya inconformidad es constitutiva, alimentado por el resentimiento y la frustración, cuyo corazón está emponzoñado por el deseo negativo o de la pura negación, siendo así el hombre sin principios, embozado en un naturalismo más bien cínico, sordo a los requerimientos de la moral. El rebelde en nuestra era de novedades, cambios acelerados, pulula así entre nosotros bajo disfraces variopintos, al estar hecho de particularismos, excentricidades y extremismos –de excepciones a la norma, llevándolo todo a una enfermiza transmutación de valores cuya dislocación del sentido y distorsión de las referencias llevan al horizonte brumoso de  la licuefacción de la razón, dando lugar así la desatención del distraído y a la absorción en la nada muerta del negligente. Porque el rebelde pacta con el déspota, dejando de ser ninguna para ser alguien, a condición de volverse colaboracionista de Don Nadie.
   La ideología, ese uso de la filosofía, mezclada con otro casa, para la dominación de las conciencias –llámese política, economía, futuro, luchan de clases o religión-, ha intentado, efectivamente, de poner el centro en lo excéntrico, de tal manera que el error, que la excepción, se generaliza y se vuelve por tanto aceptada. El rebelde, así, laboriosamente domesticado, representa mansamente su papel en la comedia o en el circo, aprendiendo lo mismo a simular que a disimular.  Su complicidad con el déspota en turno y sus happenings vanguardistas consagran así un oscuro ideal del hombre moderno: la idea de que el hombre no es más que la sublimación de sus instintos, de sus impulsos y tendencias –aunque a todo eso se le llame, determinismo social e incluso llanamente socialismo. La rebeldía, sin embargo, no cede: la nueva rebeldía se manifiesta entonces no como protesta de los desposeídos, sino como inconformidad de los satisfechos y abyección del hartazgo.
   Inversión de los polos magnéticos que se resuelve en irreflexión e irresponsabilidad, pues tal rebeldía al quedar atrapada en la mera inconformidad no puede espiritualizar la naturaleza humana, resolviéndose muy frecuentemente en una inflexión hacia el lado de la voluntad de poderío, hacia el mero querer expandir de la propia voluntad –ya vuelta impersonal. No una vuelta a la razón, por la que tradicionalmente se ha definido al hombre, sino a la inconformidad en sí -en una voluntad de querer ser, más que en un ser, que abre la posibilidad de ser el otro del hombre: el ser sin nombre.  Las faltas del hombre rebelde, del hombre moderno, se suceden así entonces en cascada: desde el imperativo propiamente inmoral de usar de medios malos para fines buenos, hasta el uso de una razón meramente instrumental que declara implícitamente su horror atávico por las esencias, su ansia de éxito y de aparentar, en un vitalismo meramente egológico que exalta tanto los reflejos en esquirlas de Narciso como el feroz personalismo autoritario, a lo que habría que sumar su gusto por lo frivolidad, por la superficialidad, su falta de rigor y de radicalismo crítico -quedando así frecuentemente preso en una jaula de conceptos abstractos, reducido a un átomo, y por ende, a lo mecánico, a los procedimientos automatizados del inconsciente, e incluso a lo maquinal, es decir, a las maquinaciones implícitas de la ideología.




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