lunes, 15 de junio de 2015

La Leyenda de Santa Marta y la Tarasca Por Alberto Espinosa Orozco

La Tarasca y Santa Martha
Por Alberto Espinosa Orozco







I
   Cuenta la leyenda que Marta de Judea, la hermana de María y de Lázaro, los amigos de Jesús de Nazaret, tuvieron que huir de Palestina, ocupada por los romanos, luego de la crucifixión del Señor y del martirio de Esteban.[1] Sufriendo toda clase de vicisitudes llegó en barco, junto con María Magdalena y María Salomé, desembarcando en Marsella, marchando a la región de Provenza, al sur de Francia, donde se separaron.[2] Marta fue a dar a una población cerca del Ródano para evangelizarla, cuando la Provenza era dominada por catalanes. Ahí encontró a los habitantes aterrorizados, debido a que el bosque, entre Arles y Aviñón, se encontraba un fiero animal, más grueso que un buey y más largo que un caballo, medio terrestre y medio pez. Se cuenta incluso que el temible monstruo femenino, especie sui géneris de sirena, era hija del Leviatán y en veces comparable al mismo Anticristo.[3]







   El feroz dragón, al que llamaban el Tarascón o la Tarasca, mataba a los que transitaban por el camino que va de Arles a Aviñón, ahogando a sus víctimas en las aguas del río, para después devorar sus cuerpos violáceos y podridos en lo más hondo su oscura madriguera. El terror aumento en la población cuando la horrible bestia exigió a los pobladores que le sirvieran en la puerta de su casa a su víctima, que debía ser una persona joven. Santa Marta se comprometió con ellos y decidió enfrentar a la dragona para acabar con su cruel reinado infernal. Caminó por el bosque en una noche de luna llena, protegida con el arma de la fe, encontrando la pestífera caverna del monstruo. Penetró en la oscura cueva encontrándose con una criatura atroz y horrible, con un cuerpo semiesférico plagado de lancetas o púas, cubierto por un caparazón duro y escamoso, rematado en la cresta por aguzadas agujas, que se movía con seis pata cortas, rematando el cuerpo una fina cola que movía como un látigo, siendo su cabeza la de una persona deforme, por la enorme boca saturada de colmillos.
   Marta de Betania rezó entonces fervientemente, sacando de su ropa  un frasquito con agua bendita, que roció sobre la cara del animal exclamando con voz en cuello: “¡Jesús, amánsala!”, ante lo cual el pavoroso animal se revolcó sobre sí misma gimiendo y emitiendo lastimosos chillidos de dolor. Entonces se quitó el lazo que ceñía su cintura y lo ató al cuello de la bestia, sacándola de caverna para llevarla al pueblo. En el camino se encontró con unos campesinos, que al ver al horrible demonio de la Tarasca que seguía a Marta como un manso corderillo, cogieron sus instrumentos de labranza y le dieron muerte. Los habitantes de la aterrada población la llenaron entonces de bendiciones por su poderoso encantamiento, por lo que Marta eligió ese lugar  llamado Tarascón para vivir, donde luego se levantó un convento donde sería enterrada.  En ese lugar, en el año de 1187, fueron encontrados sus restos, consagrándose más tarde una iglesia sobre su tumba.
   De acuerdo a la leyenda provenzal, Martha tuvo el coraje apostólico y proverbial de llevar a las lejanas regiones del sur de Francia el mensaje de salvación cristiano, la palabra evangélica, llena de gracia y poder al ser guida por el Espíritu Santo para liberar a la región y llevar el mensaje de verdad de la Iglesia.




II
   La Tarasca está emparentada estrechamente con otros monstruos mitológicos, tales como el Grifo, la Quimera, el Basilisco, la Hidra, y particularmente con los Lammasus y la Maticora provenientes de la antigua Persia.
   El nombre de Maticora deriva de la voz persa “Martya”, que significa ser mortal. Los griegos los llamaron “Martikhoras” y los latinos “Martichoras”, significando con ello un monstruo mítico que como o devora gente, siendo uno de los depredadores más temibles de Asia. El médico griego Ctesias lo describió en el siglo IV a. C. en su famosa obra Indika (Historia de la India) como natural de Etiopía, caracterizado no menos por su gran velocidad que por su avidez de carne humana. El peligroso depredador sería un extraño híbrido, a la vez mamífero y artrópodo, formado anatómicamente por una cabeza humana con largos cabellos y espesa y extraña barba, con cuerpo de león y cola de escorpión o de dragón, estando su cola rodeada por espinas venenosas que dispara contra sus presas. Su rápida carrera lo hace inalcanzable por cualquier otro animal. Dice la leyenda que su voz seductora amalgama en armonía la flauta y la trompeta y que es tan encantadora como el canto de las sirenas.  
   Plinio el Viejo en sus Noticias Naturales (VII. 30) y Claudio Eliano en su De Natura Animalium (Anales de la Naturaleza) lo dan como un animal auténtico –por más que Pausanías hubiera querido reducirlo a una especie de tigre que gustaba de comer humanos. Plinio apela a la autoridad de Ctesias, el famoso médico de la corte de Artajerjes Mnemón, quien dice que: “hay entre los etíopes una animal llamado Manticora; tiene tres filas de dientes que calzan entre sí como los de un peine; tiene cara y orejas de hombre, ojos azules, cuerpo carmesí de león y cola que termina en aguijón, como la de los alacranes. Corre con suma rapidez y es muy aficionada a la carne humana, Su voz es pareada como de una flauta y trompeta.”
   Flaubert habla de él en Las Tentaciones de San Antonio: “La Manticora, gigantesco león rojo de rostro humano y tres filas de dientes, arroja púas de su cola, que manda como flechas en todas direcciones, a derecha e izquierda, delante y detrás. Y añade por boca del misterioso esperpento que: escupe la peste; devora ejércitos cuando arriban al desierto; sus uñas son retorcías como barrenos y sus dientes están tallados en sierra.[4]
   El horrendo bicho mitológico sería tan inteligente cuan astuto, atribuyéndole algunos, por la velocidad de su carrera, alas, y por su avidez de carne humana, tres filas de dientes. Se dice que es un animal territorial que vive en manadas de 3 a 12 individuos y de costumbres monógamas. El profeta Jeremías vio en él un  emblema de la maldad y el egoísmo extremo, mientras que en el libro final de la Revelación San Juan lo retrata, cuando el quinto ángel toca la trompeta, bajo la imagen de las langostas:

“Y el parecer de las langostas era semejante á caballos aparejados para la guerra: y sobre sus cabezas tenían como coronas semejantes al oro; y sus caras como caras de hombres.
 Y tenían cabellos como cabellos de mujeres: y sus dientes eran como dientes de leones.
 Y tenían corazas como corazas de hierro; y el estruendo de sus alas, como el ruido de carros que con muchos caballos corren á la batalla.
 Y tenían colas semejantes á las de los escorpiones, y tenían en sus colas aguijones; y su poder era de hacer daño á los hombres cinco meses.
 Y tienen sobre sí por rey al ángel del abismo, cuyo nombre en hebraico es Abaddon, y en griego, Apollyon.”
San Juan, Apocalipsis, Cap. 9. 7-10

   Por su parte los Lammasus, puestos de moda en los últimos tiempos por los grupos fundamentalistas del Islám, guardan estrechas relaciones morfológicas y filogenéticas tanto con la Manticora como con la Tarasca. Los dragones son temibles enemigos que habían sido reverenciados en Babilonia (Lamassus), pero también en Egipto, Grecia e Italia, cuyo desarrollo pide capítulo aparte. 







III
   Volvamos, pues, a nuestro monstruo. La Leyende Doré, en su edición francesa de Lyón de 1518, señala que la Tarasca habría sido engendrada por el Leviatán, pues narra que en un bosque sobre el Ródano, entre Arles y Aviñón, había un dragón, mitad bestia mitad pez, mayor que un buey y más largo que un caballo, que tenía los dientes agudos como la espada y cuernos a ambos lados y que se ocultaba en el agua y que mataba a los forasteros y ahogaba las naves. Y que había venido por el mar de Galasia y que había sido engendrado por el Leviatán, cruelísima serpiente  de agua, y que parecía la bestia que se llama Onagro, que engendra la región de Galasia.[5]  
   La Tarasca vivía, en efecto, en la región de Tarascón, provincia de la Provenza, en Francia, de quién por toponimia deriva su nombre. El ser mitológico es el de una serpiente que echa humo por la nariz, un ser monstruoso, vengativo y sangriento, de expresión horripilante. La extraña mescla de tortuga, serpiente y cocodrilo con cuerpo de oso devoraba a campesinos y al ganado, aterrando a la población. El rey de Tarascón atacó a la bestia con todas las fuerzas y el arsenal completo de su artillería, en vano. Santa Martha se adelantó a visitarla en cuanto supo de ella. Era de noche cuando fue al bosque a encontrarse con el fiero dragón marino que vivía en una cueva, cerca de un lago Neluc, próximo al Ródano. Vestida de blanco domó a la fiera encantándola con plegarias y atándola del cuello con el cíngulo de su túnica  volvió al pueblo con la bestia domada. Entonces la entregó a la gente del pueblo, quienes aterrados por su figura se encargaron al caer la noche de alanzarla y combatirla a pedradas, muriendo ahí mismo sin ofrecer resistencia. La Santa Martha predicó entonces un sermón solemne al pueblo y convirtió a mochos al cristianismo, quienes, arrepentidos de haber dado muerte al monstruo, cambiaron el nombre del pueblo a Tarascón.  Lo cierto es que desde entonces la zona de Provenza llamada Neluc (Lago Negro), empezó a denominarse Tarascón, y se dio el nombre de la Tarasca a la fiera vencida. 
   La leyenda de la Tarasca es así una alegoría de la herejía vencida por la fe y, sobre todo, de la batalla cósmica entre el bien y el mal. Es por ello que en sus imágenes se representa a Santa Martha portando un ánfora de aceite e hisopo para el agua bendita, el libro del evangelio, una larga cruz terminada en punta a manera de bastón, e incluso una lanza de fuego, que representa la luz de la fe cristiana. Por su parte, en aquella región el monstruoso animal es pintado ton torso de buey, un gran caparazón, patas de oso y una cola escamosa terminada en agujón o escorpión, que representa los siete vicios conjugados, pero también según algunos intérpretes, las siete ciudades blasfemas, por lo que es imagen de la multiforme Gran Babilonia del Apocalipsis, signada por la arrogancia, el orgullo y la soberbia.
  Hay quien piensa que la espantosa bestia no es en el fondo sino una vieja fea, mezcla de serpiente y mujer, deformada por los vicios y el mal carácter, descocada, vanidosa y ridícula, una golosa dotada de doble cara y en extremo maligna, por lo que el término  acuñó popularmente fortuna para calificar así a las personas que califican con tales prendas raídas o deméritos. En otras ocasiones aparece bajo la forma de una mujer gigante y temible, de aspecto desaseado y desvergonzado. En otras con cuerpo de galápago, alas de vampiro y cabeza de serpiente, o de un pez de enormes y filudos dientes.
   El monstruo puede tener todas esas características… o ninguna, pues también se le representa como una mujer de gran belleza que atrapa a los hombres que ceden a sus encantos –en alusión a la gran meretriz de Babilonia, o incluso, en Toledo, bajo la forma de Ana Bolena, llamada la “Tarasquilla”, debido al cisma religioso propiciado por la iglesia Anglicana de Enrique VIII con la Iglesia Católica. En otras se le representa como una negra de formas voluptuosas, para indicar su irrefrenable concupiscencia, o como la  encarnación misma de Luzbel o del demonio, pues, como se sabe, el dragón tiene la capacidad de asumir muchas formas inescrutables –siendo la Tarasca, en todo caso, un ser deforme que huye del bien.
   La leyenda se repite a orillas de río Hursne, en Francia, donde adopta la figura de la Peluda, una bestia acorazada con cuerpo de toro y cabeza de serpiente, patas similares a la tortuga y una cola poblada de aguijones, de mal carácter que exhala fuego, especializada en encantar  a mujeres virtuosos, llamando a su víctima con cinismo mórbido “la Corderita”,  raptándola con el objeto de inducir al vicio, corromper y luego devorar. Mujer vieja, roída por los defectos morales de la mala fe y de la mala voluntad, jactanciosa e hinchada de orgullo, la Tarasca se ha asociado a la figura del obeso dragón, no sólo por ser irrefrenablemente comelona, sino sobre todo por ser caníbal. El término se aplica entonces y se dice de las personas de gran voracidad, que consumen, que gastan a manos llenas y que también acumulan. Su razón o, mejor dicho, su sin razón de ser o causa deficiente es sobre todo el vicio de la avaricia, que no es deseo de oro solamente, sino una fiebre, una pasión: el amar innoblemente al oro en detrimento y con desprecio de la justicia –que como recuerda San Agustín de Hipona, es moralmente superior al oro.
   Ser metalizado, acorazado, blindado por el caparazón del dinero, la Tarasca crea así una relación de alto contraste con la figura de Santa Martha, mujer tierna y decidida, personificación de todas las perfecciones y bondades humanas. En el mito de la Tarasca confluyen así y se cruzan históricamente los dos arquetipos extremos de lo femenino: por un lado, el de lo demoniaco femenino, encarnación del mal absoluto, donde el alma inferior exacerbada arroja al tiempo la figura de un ser sanguinario, tentada y consumida por la baja pasión de la riqueza y la acumulación, dando como resultado un ser temerario que no retrocede ante el ejercicio de la opresión e incluso del vampirismo, hallando así un gusto, ya del todo perverso, en el horror.





III
   La procesión pagana de la Tarasca es una fiesta que sirve para recordar la creencia mítica y como contrapunto a la fiesta religiosa del Corpus Cristi, celebrada en muchas ciudades de España y en algunas de Francia. La Fiesta del Corpus Cristi (la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo) se celebra 60 días después del Domingo de Resurrección. Su origen tuvo lugar en Bélgica, en la ciudad de Lieja, desde 1246, por iniciativa del Obispo Robert de Torete y expedida por el papa Urbano IV.
   Sabemos que también se representó en México, durante la Nueva España, ya desde la Fiesta del Corpus Cristi en 1529. La fiesta de la Tarasca y la “danza de espadas” era así el centro de la atracción y diversión novohispana, hasta que la fastuosa procesión fue prohibida en 1857 por las Leyes de Reforma.  Se sabe, por el contrario, que el Virrey Conde de Revillagigedo fue ferviente devoto de esa procesión.[6]
   La fiesta de la Tarasca en el Tarascón se instituyó el 14 de abril de 1474 por el Rey René, al crear la Orden de los Caballeros de la Tarasca, con la misión de llevar la imagen del dragón del monumento de la iglesia a la ciudad. En Tarascón la fiesta se celebra el 29 de junio, día de Santa Martha –sumando la santa con ello a otros héroes sauróctonos o vencedores de espantosos dragones, como San Demetrio, San Marcelo, San Bernardo, San Román y San Jorge. Se cuenta que obispo San Donato mató al dragón que envenenaba las fuentes del Espiro con escupitajo en la cara.  
   La construcción del reptil es de gran tamaño. Representa a una serpiente contrahecha y derrotada, sumisa y encadenada, precedida por el cortejo de Gigantes y Cabezudos, a la manera de los esclavos que acompañaban al carro del vencedor en las procesiones cívicas romanas, estando destinada a espantar en su marcha a los muchachos.
   Santa Martha cabalga en los lomos del dragón celebrando el triunfo de la belleza sobre lo monstruoso. Se suman en el desfile una serie de seres grotescos, llamados Gigantes y Cabezudos, que acompañan al monstruo como símbolo de lo deforme, de lo réprobo, de lo demoniaco e incluso de lo contra natura. La fiesta, modernizada en un sentido laico y ya plenamente pagano, agrega a la santa un vestido confeccionado ex profeso para marcar las tendencias de la moda.
   Antiguamente se construía una colosal figura de cartón sobre una estructura con ruedas, donde ocho hombres ocultos hacían accionar un mecanismo oculto que hacia al monstruo girar y alargar el cuello quitando a los pueblerinos, atónicos ante aquel esperpento, el sombrero. La escultura de la santa era también una escultura en movimiento de brazos articulados, una joven vestida de blanco que representaba la lucha mística contra el demonio: se trata de la virtud moral de la fortaleza y la sed de justicia en combate contra el vicio del áspid, que representa el mal, el pecado, la lujuria y la soberbia –es decir, todos los males mayores conjugados o todos los pecados capitales juntos. En Madrid la fiesta se celebró desde finales del Siglo XVI, en 1598, aunque un siglo más tarde la costumbre había degenerado en una especie de pasarela de modelos, de adornos corporales  y de lujosos peinados, saliendo la gente a la calle sobre todo para ver desfilar las novedades, en una especie de hito económico y cultural, a lo que se acuño el dicho:

“Si vas a Madrid
El día de Señor
Trae de la Tarasca
La moda mejor.”

   La peregrinación pagana de Madrid fue abolida por el Rey Carlos III, el 21 de julio de 1780, quien por cédula prohibió la salida de la Tarasca al considerar la costumbre indecente, aumentar el desorden y “resfriar la devoción de su majestad divina” –suspendiéndose así la tradición por más de dos siglos.  
   En Pontevedra, en la Rodondela, se le llama la Coca, en alusión al cocodrilo (del catalán “cocafer”, el saurio fontal del Nilo), pues un saurio devoraba doncellas del litoral, hasta que 24 nativos le hicieron frente hasta acabar con ella, aunque desde 1600 se representó bajo la forma de la lucha de Yorxo (San Jorge) y la Coca; en Sevilla era San Miguel quien mataba al dragón de la Tarasca: en Granada asumía la forma de una vieja ridícula ataviada con los atuendos de la moda precedida por los famosos Gigantes y Cabezudos del folklore popular, encargándose los segundos de golpear a la gente con lazos, a la manera de demonios, costumbre que ha sido sustituida recientemente por el uso de globos.  Se le llama Droch en Villafranca, Patus en Berja y Mulassa en Reus. La fiesta se realiza con singular entusiasmo también en Valencia, donde aparece como un dragón de grandes fauces, en Toledo, donde descuella Ana Bolena, en Zamora, donde aparecen también los Gigantes y las Gigantillas, y en León. 
   Junto con la fiesta el día de Corpus Cristi la procesión popular  de la Tarasca fue declarada en el año de 2005 por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad, pero también la leyenda misma, en su vertiente de Patrimonio Oral Intangible, como una poderosa alegoría de la vida contra la muerte y el pecado, consagrándose así la festividad en la Provenza, los Alpes y la Costa Azul. 
















IV
    El función del mito es la de revelar simbólicamente lo que sería una prohibición o un interdicto para la conciencia, simbolizando así lo no dicho y haciendo pasar el mensaje. El error, la falsa doctrina, toma entonces la figura de lo monstruoso: de una imagen donde se codifican una serie de atributos que deforman la naturaleza humana o son injuriosos a su esencia. La imagen se postula así como un saber de lo no sabido donde se reúnen las formas mismas del mal: coléricas, duras, deformes, desequilibradas.
  La leyenda de la Tarasca, de origen celtíbero, la pinta en ocasiones como una vieja abuela con una gran joroba en la espalda erizada de pinchos. La imagen mitológica ha querido ver en ella a un ser monstruoso del inconsciente, cuya alma deformada por los pecados al extremo es dibujada como la de un dragón de seis patas cortas, como, las de una tortuga o un oso, cabeza de león con orejas de caballo, torso de buey y caparazón de tortuga (Valencia).[7]
   Ello se debe a que la forma propia del mar es la desproporción y la desmesura. Se caracteriza también tanto por un exceso de cualidades como por su circulación irritada o colérica, dando así lugar a seres individuales desmesurados y desproporcionados.   
   En uno de los atributos más notables de nuestro monstruo, el del caparazón u oscura coraza, constituida, como la del Leviatán, de una serie de escamas imbricadas o superpuestas, puede verse la función mítica del símbolo, de sugerir analógicamente algún interdicto o algo indecible para la conciencia. Junto con las escamas, la concha, relacionada con la ambarina caparazón de carey de la cebada caguama, vuelve a la creatura una especie de tonel insensible, ávido sólo de los bajos placeres del vientre, pero también con la soberbia, con la forma hinchada, rabiosa, excesivamente colérica. Ser que al concebirse como creatura de sí misma o originada por ella misma, resulta condenada a estar por debajo de sí misma y en lucha con la armonía de los espíritus que son fuente de alegría y eterna libertad luminosa. O ser cuya falsa fuerza no está a la altura de su forma, por lo que resulta un compuesto inestable que vacila ontológicamente –ya que en la relación entre su fuerza y su forma se cuela un vacío insatisfactible, una sed insaciable, un hambre o deseo de ser… que no puede ser, donde se instala la debilidad, la enfermedad. y la muerte. Falta de ser, vacío ontológico que intenta usar a su favor doblegando a la voluntad culpable o cómplice.
   El caparazón es así una costra que apresa a una fuerza desnivelada, impotente a la vez que airada que, ya completamente descompensada axiológicamente, persigue  y destruye. Su resultado es dejar al corazón en tinieblas, como una brasa negra y sin luz, puesto que envuelve y encierra no menos al cuerpo que al psiquismo. Se presenta también como un signo de vanidad, como una muralla o barrera que aísla, significando con ello la incapacidad de poder mirar al interior de sí. O mejor dicho, el erizado caparacho sepulta al cuerpo, aislándolo de su verdadero centro y de su auténtico dentro, dejando al alma aislada, en su forma primitiva o reptiliana y sin desarrollar, volviendo el nacimiento interior del espíritu en el centro del ser una tarea imposible.
   La figura misma indica así, en su más inmediata morfología, que no se trata de un ser vital, ni mucho menos libre, signado por la oscuridad de la muerte y la confusión interior de la tiniebla. Modalizada por la fuente de la cólera y de la rabia, la figura se presenta como una mujer vieja, símbolo del rancio paganismo, incapaz de nacer por tanto al espíritu, de alumbrar al hombre nuevo del que habla el cristianismo, indicando conjuntamente la rugosa coraza y dureza de su viejo corazón.  La Tarasca así, caracterizada por su avidez de riqueza y debilidad por la moda se complace en hacer defecciones y obrar en falta, lo que se revela como contrapeso en su gusto por las llamativas vanidades, que es no sólo la revelación de su relativismo y superficialidad sino sobre todo de su ceguera, que es el punto donde empieza no ver, y como definitiva inclinación a la sordera, actitud de distracción donde se comienza a no oír.
   Por último sólo cabe agregar que el mito resume y conjunta los dos rostros polares de lo femenino en choque,  entre un ser angélico y otro repulsivamente demoniaco, lo que constituye en nudo de la imagen: por un lado el feroz matriarcado ejercido por la Tarasca, que representa el vicio y la destrucción o como alter ego del dragón; por el otro la fe más pura que vence al demonio personificada en Santa Martha. Su fiesta se celebra el 29 de julio, siendo protectora especial ante causas urgentes y difíciles –ya que ella con sus súplicas ayudo a la resurrección de su hermano Lázaro. Se la tiene como patrona en casas de huéspedes y hospitales, pero también del hogar, rindiéndole devoción los pintores y escultores así como las hermanas de la caridad.[8] 





[1] Marta, María y Lázaro vivían en Betania, una población cercana a Jerusalén. La humilde familia recibía a Jesús y los apóstoles que se refugiaban en su casa, cuando menos en tres ocasiones según cuenta el Nuevo Testamento (Juan 11. 1-5; Lucas 10. 38-42), debido a que en Jerusalén Jesús y los suyos tenían muchos enemigos. Marta y María estuvieron en el Gólgota cuando crucificaron a Jesús, acompañando María, la madre de Santiago y José y a la madre de los hijos de Zebedeo. Se cuenta que tanto Martha como María de Betania, llamada la Magdalena, discípula preferida de Jesús, estuvieron presentes en la resurrección del Señor, cuando las sorprendió un gran terremoto y apareció el ángel del señor vestido de blanco como la nieve. Mateo 27 y 28; Marcos 16.1 y Lucas 24.1. Otra versión las cuenta entre las Mujeres Miroforas, junto con María de Santiago y Salomé, tal vez también Juana. Sabemos por Marcos que a la primera que se le apareció fue a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios, Marc. 16.10. Que se apareció a Cleofas y a su compañero en el camino de Emaus y luego a Pedro. Luego los doce lo vieron en Galilea. Martha viajó luego en barco con su hermana Marta de Betania y María Salomé desembarcando en Saintes Maries, cerca de Arles, en donde se separaron dedicadas a difundir el evangelio.  María Magdalena viajó a Marsella donde se habría refugiado en una cueva de Saint Baume, predicando fervientemente la palabra, donde  ahora se encuentra la Iglesia de Saint Maximin de Provenza. Por otra parte, Jacobo de la Vorágine cuenta en su libro Vidas de los Santos la historia de maría Egipciaca, quien en el Siglo V pasó su vida en una caverna en el desierto, identificándose por tanto su figura con María de Batania o María Magdalena. Como haya sido, la leyenda indica la misión dada a sus discípulos de conversión universal, de la salvación ofrecida a todas las naciones por medio de la difusión del evangelio y la conversión cristiana. Tarea de llevar desde oriente a poniente, llevando el mensaje de la salvación eterna y la exhortación a convertirse a la verdad, al arrepentimiento y no pecar más.
[2] La leyenda de Santa Martha se encuentra relatada por vez primera en La Leyenda Aurea de Fray Jacobo de la Vorágine, dominico genovés que vivió en la segunda mitad del siglo XIII. Algunos historiadores cuentan que Martha y Magdalena fueron a reunirse con su hermano Lázaro en Chipre, quien fuera el primer Obispo de Kitian (Larnaa). 
[3] En referencia a la Serpiente Veloz, a la Serpiente Tortuosa que, junto con el Dragón del caos que está en el mar serán castigadas con gran espada al final de los tiempos. Isaías. -26.20; 27.1 “Anda, pueblo mío;/ entre cada cual a su cuarto,/y luego sierre la puerta;/ por --unos momentos escóndete,/ hasta que haya pasado el enojo./ Pues ved que sale de su morada el Señor/ a visitar a la maldad/ de los habitantes del mundo;/ entonces dejará ver la tierra/ aquella sangre que ha bebido,/ y ya no esconderá a sus muertos.” “En aquel día el Señor visitará/ con su espada, dura, grande, fuerte,/ al Leviatán, la fugaz serpiente,/ al Leviatán, la serpiente sinuosa,/ y dará muerte al monstruo/ que anida en el mar.” Ver J.J.A. L. Santa Martha y el Anticristo. Sevilla. Ed. Facediciones. 2009. 
[4] Jorge Luis Borges y Martha Guerrero, Libro de los seres imaginarios. La Manticora. EMECE. Buenos Aires, 1978.
[5] Op. Cit. “El Hijo del Leviatán”.
[6] Confrontar. Palacios Gama. El Santísimo. Vínculos religiosos dentro de un ritual en Suchiapa, Chiapas. CIEDAS. 2009. Pág. 43.
[7] Se ha señalado la capacidad del dragón de alterar su forma, siendo notas dominantes la cabeza de caballo o de camello, los ojos rojos de demonio, la cola de serpiente y las garras de cuatro uñas –también su vientre de molusco, sus orejas de buey, las escamas de pez, las garras de águila y las patas de tigre, teniendo el poder a voluntad de volverse visible o invisible. Algunos atribuyen a la perla que cuelga de su cuello de serpiente como emblema del sol la fuente de su poder.
[8] Los tres hermanos amigos de Jesús vivían humildemente en una casa de Betania, cerca de Jerusalén, y tal vez un tiempo en Magdala, cerca de Galilea. La humilde familia sirvió en varias ocasiones a Jesús y según cuenta Juan, el discípulo preferido del Rabbi, Martha creyó que era el Cristo, el Hijo de Dios que había venido al mundo o el Mesías. Juan 11.27. Se la dibuja por su carácter como siempre apurada y atareada en muchos quehaceres. Y sobre todo como una mujer atenta, servicial y acogedora –mientras que María Magdalena se le pinta sólo preocupada por una necesidad: la salvación, alcanzada al buscar el Reino de Dios y su Justicia. Lucas 10.38. 















La oración de las madres de familia a Santa Marta
Oh Santa Marta dichosa, que
tantas veces tuviste el honor y la
alegría de hospedar a Jesús en el
seno de tu familia, de prestarle
personalmente tus servicios domésticos,
y que juntamente con tus santos
hermanos Lázaro y María Magdalena,
gozaste de su divina conversación
y doctrina, ruega por mí y por mi familia,
para que en ella se conserve la paz
y el mutuo amor, para que
todos sus miembros
vivan en la observancia de la
Ley de Dios, y para que sólo Dios,
y no el mundo ni el pecado,
reine en nuestro hogar.

Libra a mi familia de toda
desgracia espiritual y temporal,
ayúdame en el cuidado
de mis hijos y subordinados,
y concédeme la dicha de verlos
unidos bajo la mirada paternal de Dios
en la tierra, para volver a verles reunidos
en las moradas del cielo. 
Amén. 




Santa Martha Dominadora 



1 comentario:

  1. Muy interesante artículo; como siempre, haciendo historia con tus importantes reseñas. Un profundo abrazo, estimado, Alberto Espinosa.

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