miércoles, 3 de junio de 2015

José Luis Ramírez: Recuentos de Memoria Por Alberto Espinosa Orozco

José Luis Ramírez: Recuentos de Memoria
Por Alberto Espinosa Orozco














I
      El pintor José Luis Ramírez ha ido desarrollado en el transcurso de su obra, paralelamente a la expresión de su recorrido existencial, una especie de método para fijar firmemente los puntos cardinales orientadores de la vida. Tarea de encontrar la esencia de los seres en el mundo, de descubrir su verdadera naturaleza, escuchando lo que dicen, lo que quieren decir las cosas, mirando de reojo tanto el aura de su más íntima esencia, como los accidentes y azares de la sombras que las amenazan, erosionan o corroen. 
   En sus linos y dibujos puede leerse así un método de creación, que da a su trabajo los poderes de la imaginación activa y de una gran generación de ideas. Especie de contemplación activa que, a fuerza de concentración, coordina las funciones motrices, las emociones y los sentimientos de placer y dolor, hasta alcanzar la claridad mental, hecha de energía positiva que, de manera ciertamente crítica, convoca en cada uno de sus trabajos la unidad primordial –por la voluntad del querer libre, que no puede sino querer a la vez la liberación de todos los seres.
   Su multiforme método consiste entonces básicamente en mirar hacia atrás, en hurgar en los recuerdos que conforman y deforman nuestras horas para, al aquietar la respiración y la mente, aguzar la mirada hasta volverla escalpelo quirúrgico con que remover los rizomas indeseados y martillo y platillo para volverla escucha, sensibilizando las yemas de los dedos al grado de hacerlos responder a los rítmicos latidos de los más suaves sentimentales o incardinarlas al dichoso fluir de las ideas, unificando con ello la energía, conducente a un estado de apertura, donde se da la visión.
   Trabajo de concentración extrema y de constante disciplina, es cierto, que se ha desarrollado como una atenta conciencia del mundo en torno y de sí mismo, como una antena que lleva todos los rayos de energía hasta los ojos y la mente, subiendo sus raíces de la mente hasta la bóveda azul del firmamento –purgando a la vez las raíces de memoria, que se hunden en el limo acuoso del olvido. 
   El artista va vislumbrando así, al enraizar en la tierra de la atención, sus fabulosos escenarios, dinámicos y coloridos, donde se da, sin embargo, también, la eterna lucha de contrarios. Porque la memoria, hecha de recuerdo y olvidos, es el foro donde se trenzan las fuerzas opuestas de la luz y las sombras fugitivas -que atan a la realidad y dialogan con el ser o que en sus ocultamientos y tangenciales engaños subjetivos, que en su locura, extravían o empañan a las almas. La mirada del artista entonces detecta en cada cosa la luz de su aura y su hálito de vida positivo –pero también las presencias negativas que se apegan, para perturbar, mermar o agostar la vitalidad.







II
   El desciframiento de la realidad del artista José Luis Ramírez es llevada a cabo, así, en conjunción de una mirada que observa agudamente la psicología profunda de sus modelos, en ocasiones matizada por un velado erotismo, poblando sus lienzos con símbolos, proporciones analógicas, grafismos y alegorías, para en las alas de la inspiración dejar volar el alma en libertad, alcanzando con ello la intuición innovadora de la mirada original.
   Acción liberadora, es verdad, que se sirve sin embargo también de los ácidos corrosivos de la crítica, fatigando y castigando entonces con ella sus imágenes, mostrando, en una doble mirada de reojo, las presencias parasitarias invisibles. Su acción purificadora consiste entonces en exhibir en sus imágenes, junto con un tono o clima situacional, tanto esas presencias ominosas, aparadas por la negligencia y barbarie convenida del extremismo y extremosidad de nuestro tiempo. Así, aparecen en escena los perfiles y siluetas de lo aberrante, lo grotesco, lo abyecto o lo monstruoso que sumen en el barro al mundo contemporáneo –poniendo en su nicho a la belleza que como la cerda lavada se devolvió a su nicho para revolcarse de nuevo en el cieno y hundir las narices en el suelo. Su crítica de la realidad sensible pone de tal manera un dique a las aguas que corren hacia abajo, escapando de tal modo de la resaca del hibridismo, de lo caótico y viscoso. 
   Tarea que al ir purgando y refinando al alma inferior de sus escorias, tensas y opacas, que toma algo de sus sustancias deletéreas para transformar la enfermedad en medicina. Crítica, pues, a la confusión y perversión de nuestro tiempo, de repelente extremismo inhumano, donde pulula la negligencia de abandonarse a la rutina, donde reina el desapego y la frialdad, la disolución y la parálisis, donde se da un olvido real de la memoria y no existe el sentimiento. Imágenes condensadas en las que la vieja estrafalaria se va pudriendo tras su sonrisa idiota o un racimo de niños son presas de la energía opaca para, con una carcajada boba, hincharlos de anemia.
   Para desligarse de las ilusiones aparentes y de la muchedumbre de los deseos engañosos, el pintor se vale asimismo del recurso del humor, a veces de tintura irónica, útil para desactivar los poderes aparentes de Maya, al no tomarse demasiado en serio el mundo, debatido entre la presencia y la inexistencia, que corre por la línea equilibrista de la patente existencia y de la borrosa ausencia, asumiendo así una actitud desenfadada, que le permite conocer y coincidir con el ritmo real de la existencia, trasvasando ese ritmo en sus composiciones para lograr de tal modo la armonía. Sus visones, pobladas por paisajes y retratos, poseedoras siempre de una poderosa y aguda virtud analítica y  psicológica, se traducen así en una serie continua de imágenes válidas donde, como sucede en el desierto, las cosas resultan sin merma y sin exceso –idénticas a lo que son, singularizando sin más su objetividad, en una especia de ontología final y justiciera.
   Tarea morosa, de trillar una y mil veces las semillas, para quitar en la repetición los cardos y la paja, para lavar su polvo tumefacto, y al reembobinar de nuevo el corazón rehacer los sentimientos, para subir un peldaño alcanzado el punto de mira del alma superior, donde al abrir una ventana o una puerta se vislumbra el horizonte del castillo de nácar y la fuente de agua pura.









III
   Perpetua lucha del artista, que se modula en el combate contra el mundo de las sombras vanas, contra los engaños del deseo, del cuerpo o de la psique y sud subjetiva de ilusiones, y cuya clave radica en no dejarse apresar por los reinos de la formas o de los estados internos, donde los elementos conviven en un capo de fuerzas signado por choques y tensiones, que desgan la energía positiva.
   Para hacernos ver la luz y despertarnos de las pesada caverna de la sombras, el artista entonces hace memoria y respira, mira hacia adentro, y al recordar y estar a atento aclara la luz de los oídos, que es la escucha… y rehace entonces la memoria. Sus imágenes entonces, al aquietarse, encienden una lámpara sentimental en el lugar oscuro, hasta volverlo estable y trasparente al mirar, concentrando la energía, con los ojos de la imaginación y la poesía.
   Labor de concentración de la energía del cielo y de la tierra, que hacen de los ojos sol y luna, para llegar componer espontáneamente al tocar un hilo de luz que reverbera desde la creación original, primera, fijando la atención en el centro –que es omnipresente. Energía positiva pura, perla de oro cuya clave se encuentra en el cuerpo humano, pues todos sus rayos de energía confluyen en los ojos, pues fluyen hacia arriba, como un surtidor de ideas y de imágenes que hunden sus raíces en el cielo.
   Obra, pues, que al hacer girar la luz, por medio de la observación interna y la atención, de centrarse y concentrarse sin dispersión en un punto postulado de antemano, de la reflexión y el recuerdo, de ver fijamente una figura y luego detenerse, alcanza a bañarse en las aguas de la vitalidad, viendo en el cielo abierto la claridad del espíritu. Teniendo siempre el timón seguro al tender un ancla fija entre las cosas, el artista José Luis Ramírez puede entonces hacer girar con ello a todo el universo. Donde igual el alma niña e inocente, llevando como brazaletes flotadores, campea en el elemento fluctuante del agua, en medio de la fluctuante modernidad líquida, como si estuviese alegremente en una alberca; que el niño equilibrista que ingrávido en el aire corta tranquilamente el celaje –donde se anuncia el despuntar de la estrella matutina que alumbrará de nuevo los vivos corazones.
   Su método, pues, consistente en mirar hacia atrás, siendo fiel a la mirada interior, sin trasgredir los límites impuestos por la forma y deteniéndose por tanto ante el apeiron del mero devenir, de la sorda contingencia o de las aguas revueltas de lo indeterminado, para así poder beber de la sosegada fuente interior, que aviva la válvula cordial, para explorar en su mitra su tesoro de valores y recuerdos. Tarea de hacer girar la luz, pues, crea y genera las imágenes, castigándolas en ocasiones al someterlas a los corrosivos ácidos disolventes de la crítica, para así controlar las fuerzas negativas del alma inferior, avivando simultáneamente el agua fluyente de la vitalidad y preservando y encendiendo al fuego siempre vivo del espíritu.  
   Así, la obra de José Luis Ramírez ha alcanzado una constante evolución creativa. Obra firme y segura de sí, que al hermanarse con la energía creativa se acerca cada vez más a la luminosidad sin titubeos haciendo de la asimilación de los estilos algo propio. Su método disciplinado de trabajo, en base al trazo firme del dibujo, a las asociaciones colorísticas, simbólicas y a las proporciones alegóricas, le permiten así seguir las líneas radiales que conducen al centro del ser y a la vez, a zambullirse en la luz, visitando entonces la redondez cabal del universo.

02-06-2015




















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