domingo, 24 de mayo de 2015

Los Caracteres de la Edad: Sobre la Indiferencia Por Alberto Espinosa Orozco

Los Caracteres de la Edad: Sobre la Indiferencia
Por Alberto Espinosa Orozco





I
   Tarea de la reflexión contemporánea ha sido detectar los caracteres de la edad, deporte intelectual al que los alemanes han dado el peregrino nombre  de Zeitcritik o crítica de nuestro tiempo. Uno de sus rasgos más sobresalientes es la universal tendencia reaccionaria de indiferencia ante los valores del humanismo, obliterados, despreciados, puestos al margen del camino con un gesto de desencanto, volteando la mirada hacia otro lado, alzando los hombros y endureciendo la nuca o dejando pasar la tarántula pero colando al mosquito. Indiferencia que se revela como una prioridad absoluta de la propia existencia que se da a condición de negar al otro o de hacer como si el otro no existiera.
   Consecuencia de la indiferencia es la indistinción de los puntos cardinales orientadores de la vida social, lo que se traduce en ir precipitadamente cada cual por su propio camino, distraídos en su propio interés, o sumergidos en la tendencia de moda. Su actitud es, sin embargo, la de un creciente y ferviente particularismo, que es adoptada incluso que claman y reclaman reivindicando alguno de tales valores –no universalmente, sino exclusivamente para ellos, obcecados por sí mismos y excluyendo rampantemente a los otros con gesto distraído de escapista. Lo que da un tono sordo a nuestra época es ese conjunto de actitudes de indiferencia e indistinción, donde el valor no valora, sino que ocasionalmente y a conveniencia personal simplemente acontece.
   Así, hay que buscar la raíz de tal fenómeno de nuestra vida y tiempo en otras dos manifestaciones psicológicas y sociológicas que suelen acompañar al gesto muerto de la indiferencia: la simulación y el convencionalismo.


II
   En efecto, el timbre de indiferencia de nuestro tiempo se arraiga en la actitud, hoy más sólita que nunca, de la simulación, del fingimiento, del fachadismo en política, arte, moral, religión y ciencia. Permeada en todos los sectores de la cultura: el burro pedagogo, el cocodrilo metido a redentor, el libertino cultural, el contador poeta, el batracio esteta, el filósofo metido a pederasta, el socialista de la burocracia que sosteniendo un rabioso individualismo se compromete con una política global antisemita, el sacerdote que se abriga públicamente con la amistad de los demonios, y donde la poesía se convierte en ideología, el disidente disfrazado de molcajete en figura cultural recompensada, donde la denuncia se convierte en espectáculo taquillero, el arte en permisivismo, la crítica en disolvente ácido corrosivo, no de los avatares del tiempo, sino de los principios eternos, desactivados por mor del ahora o de la novedad.
   Vida caracteriza por el fingimiento, por el insistente rehuir el destino propio para convertirse en una cifra, en un número, en parte de la inmensa legión de los frustrados. Mundo de pretensiones e ilusiones irresueltas, en una creciente tensión que se deja llevar por fuerzas externas y equívocas que terminan por manipular al sujeto como una cosa.
   Vida impelida a ser vivida con urgencia, pues esta vida se acaba y no hay otra, ni más allá. Donde la libertad se ejerce a costillas de la esclavitud de los otros y la propia existencia se sostiene a costa de mancillar o vaciarse de toda esencia humana, degradando la propia naturaleza, adquiriendo con ello una serie de compromisos meontológicos, reivindicados por la religión del inmanentismo, en una vida que sucumbe entera tragada por la resaca del paganismo o succionada por las olas amorfas del devenir.      
   Mundo donde decir la verdad se convierte en una impertinencia e incluso en una inmoralidad reprimida a voz en cuello por el pedagogo, y donde la hipocresía se convierte en la moral en boga. Mundo donde es conveniente creer en las mentiras que entronizan al charlatán sin carisma, y donde  la tarea de cada día es no sólo ocultar los hechos, sino el sentido, donde se miente la realidad y se miente el sujeto mismo. Tarea de enajenación mental que no puede sino dar lugar al fenómeno de la doblez del ser humano, afectado de profundos desequilibro a poner en pugna partes de su naturaleza, victoria de los instintos en choque con los imperativos de la moral. Donde es premiada la negación de un artículo de fe, negación práctica: el no obedecer, el no hacer: la sordera, la indiferencia a los llamados de la moralidad, en el extravío de la indistinción del rebaño, obediente al impuso metafísico dominante de nuestro tiempo que lo sacrifica todo para ser cabeza… de manada.


III
   Un segundo rasgo característico de nuestro siglo, edad o mundo: el tono neutro y sin pasión, de falsa ecuanimidad, que es la astucia del confesor y manipulador del prójimo, que lo reduce a la congoja, aguijándolo con el sentimiento de culpa, para reducirlo a depresión. Sintomatología de un tiempo superficial, por alejado de las profundidades y misterios del espíritu. Época determinada por espejismos y espectros, donde la cultura quisiera alimentarse de las sombras roídas del pasado y todo es tratado por medio de mutuas y convenientes convenciones, determinadas por la arbitrariedad de cualquiera (del sujeto director). Mundo convenenciero, pues, donde reina la peor locura de todas: la locura del convencionalismo y, a la postre, la del amiguismo de los beneficios y los elogios mutuos. Son los nuevos sacerdotes, que se vindican socialmente primero adulando y luego sobándo la barriga a los demonios.
   Mundo de engañosas ilusiones, de falsas promesas y de exorbitante credulidad. También de convenciones neutras y de juventud perpetua urgida, no por el respeto o la seriedad de los mayores, sino por el frenesí mismo de la vida, de vivirla sin otra consideración que el fluir mismo de la existencia, sujeta pues a sus tiránicos impulsos, tendencias o inclinaciones del deseo.
    Mundo juvenil, pues, pero roído ya por las anacrónicas ilusiones de ser que no supieron cumplir con sus promesas: por los sueños infecundos de llegar algún día a ser… pero a base y a punta de no ser, que se quedan por lo tanto en el bagazo de un sólo querer ser, pero no siéndolo, no queriendo o no queriéndolo –rasgo sólito en quienes invocan el dogma del socialismo, donde claramente se intenta ganar lo que se declara perder: la dominación del prójimo, no su liberación, sino su esclavitud mediante el mismo ardid de la indiferencia, cuya técnica reconocida universalmente es el desprecio, la ceguera positiva ante los valores, y donde se da la disolución de la raíz misma de lo social.
    Indiferencia que pasa de tal forma a la burla, y a pasaos contados al cínico desprecio y luego a la sanción social, a la exclusión del grupo e incluso, un paso más allá, a la persecución. Su modus operandi: hallar en falta al prójimo, romper la complicidad de los afectos, sorprender al hombre en falta, violando algún artículo de fe o algún dogma o interdicto del partido. En una palabra, volviéndose duro –y a la vez ocultando las ligas que se mantienen con dogmas y grupos para salirse primero con la suya y luego, en mar adentro, para salir a flote -donde se infiltra a la vez el error y la amañada socialización con la partida de los crápulas.
   Mundo donde la moral es, pues, la medida de la mentira: donde se oculta y repta el mal y donde simultáneamente el mismo cristianismo se vuelve a la vez una máscara y el pasaje legendario de una fantasía oriental. Mundo gris, en que reina el tono de de la neutralidad, decía, donde al esquivar a la verdad, todo se vuelve o lenguaje vacío, incomprensible o demagógico, o bien indiferente. Sobre todo: donde se eleva la verdad del mal –pretendiendo borrar la categoría que orienta moralmente, la de la falta, la del pecado, la del error, y su verdad más íntima: que el mal esclaviza.
   Moral impía, pues, refractaria a la confesión de la culpa y al arrepentimiento, donde se vuelve remota la auto confesión de la propia culpa y inasequible el proceso de purificación de la existencia. Moral temerosa de la crítica y en absoluto ajena al auto crítica, pero a la vez burlona, pero sobre todo: donde se acusa al otro. Doble moral autorizada, donde la moral honrada consiste en adoptar las formas más artificiales del cristianismo: el fariseísmo y la inquisición, en una cultura donde se da la explosión burlona de los filisteos –en estricto cumplimiento a una necesidad interna de la ética progresista y protestante de la modernidad: su liberación del cristianismo.
   Tendencia decadente y final: apropiarse de las cosas mediante la magia de sus dobles o de su mera apariencia, mediante su reflejo o fantasma -no mediante el trabajo esforzado que las haría suyas. La especulación, la articulación de la fórmula ininteligible, la histeria o la ceguera, al recurso de la magia simpática o el método del recurso, en consonancia con un mundo de pagano de permisivismo, libertinaje y oscurantismo creciente.  





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