miércoles, 18 de marzo de 2015

Reflexión sobre el Vicio y la Virtud y la Eudemonía Universal Por Alberto Espinosa Orozco

Reflexión sobre el Vicio y la Virtud y la Eudemonía Universal
Por Alberto Espinosa Orozco



   La virtud es la procura de la perfección, del equilibrio armónico de la compleja naturaleza humana: entre lo sensible y lo suprasensible (entre la sensación y la intuición o inspiración), entre lo natural en el hombre y lo sobrenatural que también hay en él (pero que no es sobrehumano: la comprensión de la ley y la bienaventuranza), entre lo racional e intelectual y lo emocional (que determina los movimientos del ánimo o las mociones, lo mocional, los movimientos de la voluntad en el hombre), y entre los impulsos y sentimientos egoístas y los sentimientos sociales o sentimientos altruistas -de por sí más débiles y necesitados de un reforzamiento por medio de la educación y la cultura, si no de la política, que debería también articularlos.
 El vicio es la incuria de tal perfección, el predominio de alguno de los extremos polares de la compleja naturaleza humana, en detrimento de la perfección equilibrada, como son el sensualismo, la irrealidad de la ficción, el sólito fenómeno moderno de la animalidad, así como los casos de la deificación gratuita, el tecnicismo del cortante racionalismo, y la cursilería lacrimosa de lo chabacano o el mal gusto. El desequilibrio tocaría su mayor extremo de insatisfacción cuando se anula la voluntad de vivir o se deja de perseguir el fin de la felicidad o el ser deja de persistir en sí mismo o en aquello en que consiste –fenómenos incoados en la desdicha de la depresión y en el dejarse llevar por deseos falsos que causan escisión de identidad o el fenómeno de la alienación, de la enajenación mental, de hombres sacados de su centro.
   Los desequilibrios son efectos de causas físicas o culturales, donde se da lo contra-natura, la naturaleza dividida contra sí misma o la pugna entre partes de ella. El mayor desequilibrio se da y florece en las almas prisioneras cuando socialmente, por la presión misma de la pecaminosidad históricamente condicionada,  es premiado el vicio, el mal, y desconocido y hasta penado el bien, la virtud.
   Si la felicidad es el logro de perfección equilibrada de la naturaleza humana, ésta no parece un ser estado asequible sino como alternativo, intermitente y correlativo al de infelicidad. El vicio, el mal, debe ser por tanto penado y la virtud, el bien, recompensado para el logro de la estabilidad social y humana.
   La política de la moralidad, la pugna de la eudemonía humana por ser universal, incluye así la pugna contra tales desequilibrios -muy notablemente la pugna social por el establecimiento del vicio, del mal penado y del bien, de la virtud recompensada –lo que entraña el complejo fenómeno del reconocimiento social y objetivo de los valores. Es decir, el fin de la felicidad, de la satisfacción, no puede alcanzarse si no concurren también factores sociales, educativos, culturales y políticos, para lograrla.






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