jueves, 30 de octubre de 2014

El Huraño Alacrán Durangueño Por Alberto Espinosa Orozco

El Huraño Alacrán Durangueño
Por Alberto Espinosa Orozco


I
   Figura indispensable de la zoología fantástica y capitulo de honor en el folklore mexicano, la figura del alacrán de Durango se articula como todo un complejo legendario, sólo comparable con las pulgas vestidas de Morelia, en Michoacán.
Los durangueños, blasonados con la figura del artrópodo anómalo, expresan con ese símbolo un fabuloso complejo de amor y simultáneamente de odio hacia el terruño querido, tesis  que  Francisco Antúnez describió por primera vez en su precioso tomo Los Alacranes en el Folklore de Durango.[1] El culto  abogado detectó efectivamente una paradoja excepcional en el pueblo de Durango, que en un abrazo junta amor y odio, vida y muerte, fundiendo en el crisol de su corazón la figura del alacrán, juntando en su figura las tensiones más extremas de los afectos, pues a la vez que le da un lugar principal en sus querencias, detesta al filisteo con toda la fuerza de su alma.
   Su culto popular resulta así en extremo contradictorio, pues a la vez que lo considera como lo peor del mundo, le rinde tributo al estampar su efigie en todo tipo de chuchulucos, que van de llaveros que capturan a un ejemplar en burbujas plásticas a elaboradas piezas de orfebrería, pasando por todo tipo de milagritos de plata ofrendados al señor San Jorge en la Catedral Basílica Menor, pirograbados en piel y esmeriladas copas de tequila. Símbolo de la tierra que ama, y conjuntamente del venenoso despotismo que detesta.
   Durango se encuentra así regido por la hermosa constelación de Escorpión, localizado en la bóveda sideral entre las de Sagitario y Libra, y en el punto terrestre donde se encuentran las carreteras transoceánica y panamericana.
   El famoso Antúnez transcribe en su singular volumen la leyenda mexicana del alacrán, llamado cólotl por los antiguos, es decir “monstruo”, que es la siguiente: Se cuenta que un sacerdote indígena llamado Yappan, se separó de su esposa para agradar a los dioses, retirándose a la montaña para hacer penitencia y votos de castidad, donde se encontró sin embargo con Tlahuitzin, una hermosa doncella, quien lo tentó, quebrantando su juramento por aquel amor impuro, por lo que los dioses los castigaron convirtiéndolos en escorpiones. Otras versiones dicen que estando casados Yappan y Tlahuitzin, el primero hizo votos de castidad subiendo a la piedra sagrada llamada Tehuéhuetl, enviándole los dioses para tentarlo a la diosa del amor impuro, Tlazoltéotl, quien logró hacer que Yappan quebrantara sus votos de castidad, por lo que los dioses enviaron a su enemigo, de nombre Yáotl, para castigarlo, quien le cortó la cabeza de un solo tajo, cayendo Yappan de bruces con los brazos extendidos y convertido por los dioses en alacrán, el cual corrió a esconderse debajo de la piedra sagrada que había profanado con su amor ilícito.[2]
   Dentro del bello folklore mexicano, nacido de las más hondas raíces del México indígena y de sus tradiciones coloniales, la leyenda de Yappan merece un lugar de honor, siendo el primer cabo de una madeja a ir desenredando con ayuda del tiempo y del estudio.




II
   En lo que se refiere a la ciencia puede decirse que el alacrán durangueño, denominado centruoides sussuffus, es una especie de escorpión de la familia Bathide, que es la familia de escorpiones más extensa que existe, con 90 géneros y 1 011 especies difundidas en todo el mundo –con excepción de Nueva Zelanda y la Antártida. De ellos sólo 20 son de picadura mortal, incluidos notablemente los de la familia de los centruoides. En México existen 100 especies endémicas, de las cuales seis especies son de gran peligro, siendo el centruoides sussuffus el segundo más venenoso del país, sólo a la zaga del centruoides noxuix de Nayarit y comparable al centruoides límpidus de Iguala.
   Dentro de los siete alacranes más venenosos del mundo ocupan el tercer lugar el límpidus límpidus de Morelos, junto con el tecomanes de Colima. Mientras que el más venenoso se encuentra en Irán, el androetonus crasiacauda (nocturnus austalis), llamado por los lugareños “el nieto de Belcebú”.
   Según los estudios de Hoffman de 1932, en México existen 35 especies y 6 subespecies de alacranes, de los cuales 28 pertenecen a la familia de los centruoides, siendo seis los más venenosos: el noxiux de Nayarit y Sinaloa, rojizo de 5 a 6 cts., descrito por Marx en 1890; el límpidus tecomanus de Colima, Manzanillo y Michoacán, de color ocre y de 6 cts.; el inflamatus inflamatus de Tierra Caliente y Michoacán, según  la clasificación de Karsch, caracterizado por sus peines ventrales igual que el de Durango; el límpidus límpidus de Iguala, Puebla, Guerrero y Morelos, de color amarillo verdoso y 5 cts.; el thorell del Istmo, y; el sussuffus sussuffus de Durango y Zacatecas, güero, de color café amarillento y motivos en verde, de 7 cts., con peines en el orificio central del cuerpo –el cual es, según la descripción del Dr. Baerg, el artrópodo más peligroso de todo el hemisferio occidental. Otros muy venenosos son el infamatus de Guanajuato; el acatlanesis de Jalisco y Guerrero; el elegans elegans de Guerrero, Michoacán, Nayarit y Jalisco, de 8 cts., con bandas ores en el dorso, y; el suclpthuratus de Arizona, emparentado con el vittatus de Arkansas y Oklahoma, y que corren por el río Gila, de acuerdo a los estudios del Dr. William J. Baerg, entomólogo de la Universidad de Arkansas. A los alacranes más oscuros se les llama escorpiones, habiendo algunos ejemplares de color completamente negro.


III
   En cuanto a su morfología, su cuerpo está dividido en tres porciones llamadas prosoma, mesosoma y metasoma. El prosoma es el céfalo-torax, que incluye la cabeza, los ojos, las pinzas bucales o quelíceros y las tenazas o predipaplos, el cual se ensancha en cuatro segmentos, cada uno con un par de patas; el mesosoma, que es el tórax o preabdomen, dividido en siete segmentos, y; el metasoma que es el abdomen largo que se estrecha en cinco o siete segmentos o cola, y que termina en una vulva o “telesón”, llamado aguijón o aséculus, que produce una albúmina muy tóxica. Se dice que los alacranes de siete canutos son los más peligrosos que existen. Su ponzoña tiene propiedades químico biológicas que producen severos trastornos en los centros nerviosos, con síntomas de angustia, intenso dolor, hormigueo, hasta llegar a la muerte –causando su sola imagen un horror casi instintivo. El daño neuro-sensitivo puede ser muy doloroso, empezando con una sensación de hormigueo y de engrosamiento de la boca; pasando a la trabazón de las mandíbulas; luego a las contracciones abdominales, incontinencia, insuficiencia respiratoria, hasta culminar en la muerte. En México se registra un promedio de 200 mil picaduras al año.
   Es una criatura de hábitos nocturnos que se alimenta de insectos paralizados por el piquete de su ponzoña, los cuales detectan por finas redes sensoriales llamadas “tricobotias”. Se dicen que cantan, pues emiten un sonido agudo y plañidero, muy triste y dramático, y que mugen débilmente para llamar a la hembra. Su andar es pausado, lento, por lo que son fácilmente detectables. Viven bajo tierra en busca de humedad, en climas más bien secos,  o en la corteza de los árboles y en las vigas de las casas añosas, por lo que pueden caer del techo súbitamente durante el sueño y sorprender a su víctima.
   De carácter huraño y retraído, vive de tres a cinco años gustando de la soledad de las ruinas y la melancolía de las peñas, siendo sus costumbres más bien morigeradas. Su danza nupcial es dramática y algunas veces trágica: primero rodea a la hembra para luego atenazarse mutuamente por las pinzas mirándose de frente; luego,  mientras la hembra estimula sus peines con las patas delanteras, el macho eyacula en el suelo y jala a la hembra para que reciba el líquido seminal, entones el macho se suelta y huye rápidamente para no ser devorado por la hembra y que el apareamiento termine en boda trágica. Luego la hembra pare de 6 a 90 crías por camada, que deposita en su dorso, donde los nutre hasta la primera muda de su caparazón o cutícula, cuando los jóvenes tienen que huir para que la hembra no se los coma.
   Pertenece a la familia de los artrópodos, probablemente la especie más antigua del planeta, siendo pariente morfológico de las arañas. El árbol naturalista del reino animal está dividido en troncos y clases, cada una de las cuales cuenta con géneros y especies. Una de las secciones más abundantes o numerosas de todo el reino animal es el tronco o “filus” la de los artrópodos, cuya etimología zurce las expresiones verbales “arlhon”, o articulación y “pous” o pies. Sin embargo, no sólo las patas se encuentran articuladas, sino en realidad todo el cuerpo, construido en segmentos repetitivos. Se trata de animales invertebrados dotados de un esqueleto externo o exoesqueleto, llamado también “cutícula”, y de apéndices igualmente articulados. Se han contado más de un millón 200 mil especies diferentes de artrópodos en todo el planeta, que incluye insectos, arácnidos, crustáceos y mirápodos o seres de “10 mil pies”, todos de diseño simple, pero extraordinariamente eficaz.
   Los naturalistas clasifican a los alacranes en la subrama aracnídea por su taxonomía, en el orden o familia de los escorpiones, pues como las arañas tienen unas prolongaciones en el orificio oral, llamadas quelíceros –al igual que las garrapatas y los ácaros, de los cuales vienen resultando primos. Los quelíceros son unas tenazas pequeñas, de posición anatómica preoral o que se sitúan delante de la boca para fijar, cortar y triturar los alimentos, y que en el caso de todas las arañas cumplen también con la función de inyectar veneno. Los apéndices rematados en punta pueden tener forma de navaja, de tijera o de pinza, como en los alacranes.


IV
   Pastor Rioaux explica que la propagación del arácnido anómalo en Durango se debe a la gran cortadura del rio Mezquital, que va del Valle de Durango a la costa de Nayarit, camino que recorren también los vientos fríos de la sierra.[3]
   La cinta en la que se desarrolla el alacrán durangueño va de los 23º a 25º paralelo y 109º a 106º meridiano, digamos de Mortero y San Dimas a San Juan del Río y Huasamota.  Su hábitat natural en la ciudad de Durango se encuentra localizado sobre todo el cerro del Calvario, que es una peña de caolina, y en el cerro de los Remedios, un yacimiento de estaño puro, siendo sus antiguos dominios Analco, Tierra Blanca, el Panteón de Oriente, encontrando sus refugios más frecuentes en las zonas populares del norte de la ciudad –junto con otros bichos rastreros, desatadamente las pulgas, chinches y cucarachas, de difícil exterminio.
   Algunos de los remedios tradicionales para paliar los efectos de su picadura han sido: ingerir un terrón de azúcar disuelto en una cucharadita de aguarrás; inyecciones de cloral; el compuesto de bromuro, cloral y policarpina; tomar un huevo crudo batido; el suero de veneno de ofidios de Calmette, el cual es ineficaz por la ley de Phisalix, sobre la especificidad de los venenos; el polvo de crisantemo; la creolina; el ungüento amarillo vendido por los boticarios, así como el emplaste Monópolis y las pastillas de “alacranina”, ya que debido a sus finas escamas que contienen antibióticos llegó a usarse como remedio, el que consiste en polvo de alacranes secados al sol y luego molidos, tomado en una infusión de hojas de naranjo, un remedio de origen maya que servía también para quitar verrugas y acné. En los poblados más alejados de la sierra se cauterizaba la picadura con una braza, embriagando a la víctima hasta la inconsciencia, o bien se daba a beber alcohol reposado en alacranes con una pizca de marihuana. Sobra decir que la mayor parte de estos remedios resultaban ineficaces, usados sólo y en la mayoría de los casos como meros paliativos.
   Los médicos durangueños Carlos León de la Peña (1890-1947) e Isauro Venzor (1888-1944) descubrieron el medicamento o antídoto contra la picadura del alacrán en 1928, lográndose controlar completamente la epidemia en Durango en el año de 1931. El tratamiento seroterápico fue presentado con éxito en el VII Congreso Latinoamericano de Medicina por Isauro Venzor en 1930.[4]







   Los doctores durangueños crearon un suero llamado “polivalente”, antígeno eficaz, cuyas inyecciones están preparadas en base a ponzoñas de diferentes alacranes. El procedimiento consiste en obtener el veneno de los alacranes vivos (con un costo de 35 mil pesos el gramo), el cual se inyecta a un caballo, diluido en una solución de agua con sal, luego de seis meses se extrae la sangre separando el plasma y reteniendo el resto. El tratamiento ideado por León de la Peña y Venzor desde 1922,  vino así a culminar con las investigaciones hechas por los doctores durangueños Mariano Herrera, Carlos Santamaría y Fernando Gómez Palacio.


V
   La figura del alacranero se encuentra hoy en día amenazada de extinción. Su oficio se organizaba a la manera de las antiguas cofradías, trasmitiéndose de padres a hijos o de personas relacionadas entre sí por lazos sanguíneos. Los alacraneros vendían su mercancía al Ayuntamiento, el que pregonaba en anuncios la recompensa por atrapar al maléfico insecto “vivo o muerto”, a la manera de los temibles forajidos. Para tal efecto algunos expertos en la materia usaban un par de palillitos chinos, sujetando al alacrán del abdomen para introducirlo en una botella de cuello angosto. Cuando el Ayuntamiento los tenía en su poder los tiraba en la Acequia Grande partidos por la mitad.[5]
   Uno de los más célebres alacraneros de Durango fue Don Catarino Hernández, quien llegaba a cazar hasta 150 mil arácnidos en un año, y cuando la temporada era buena hasta 240 mil. En su casa tenía un bote con 4 mil alacranes, que despachaba a los compradores como si fuesen chiles en vinagre, nos explica Antúnez. Muchos de ellos eran cazados en la región de El Salto, a 50 kilómetros de la ciudad de Durango. La caza se realiza en la noche, con una guía de luz o fanal, pues los cuerpos de los alacranes son fosforescentes. Tradición como tanas otras en trance de extinción, por falta de alicientes. A pesar de los subidos méritos de Don Catarino Hernández, éste no recibió nunca la pensión vitalicia por parte del gobierno, a la que tan justificadamente era acreedor.
   Los alacranes, sin embargo, continúan siendo una mercancía válida en la actualidad, sobre todo solicitados disecados en llaveros, los que se venden en el céntrico Mercado de Gómez Palacio. Se trata de un símbolo señero de Durango, por lo que el famoso Antúnez llega a proponer, en su delirante amor por lo durangueño, cambiar el escudo de armas de la entidad, poniendo en lugar de los dos lobeznos cebados de corderillo a dos alacranes sosteniendo el emblema del estado, a la manera en que el unicornio y león sostienen el escudo de Inglaterra.  
   Dentro del capítulo reservado al folklore durangueño sobre el alacrán, destaca el cuento de un bolero llamado “El Tiliches”, quien narraba como su hermano había amaestrado y exhibía a dos alacranes llamados Sabás y Barrabás, los que hacían piruetas en el aire montados en un columpio obedeciendo a la voz de su amo. Sobresale también la anécdota de una miscelánea, que se encontraba en la calle de Pasteur, la que exhibió por muchos años un alacrán momificado de 18 centímetros de largo, hallado en el barrio de Tierra Blanca. El propietario lo exhibía muy ufano en su vitrina, a la manera en que el comerciante Federico Schroeder exhibe hoy en día en su chocolatería a sus vírgenes de yeso. Aunque algún turista le llegó a ofrecer varios miles de pesos por la macabra pieza, el dueño de saguán se reusó bravamente a venderlo, resistiendo la tentación del oro vulgar, porque siempre que lo veía se acordaba, con lágrimas en los ojos, de su padre.
   Hay que recordar asimismo aquella moda de las barberías, a principios del siglo XX, que adornaba los bigotes de “alacrancito”, rizados hacia arriba de las puntas –no faltando quienes adjudican, verbalmente o en pintura, ese estilo a Francisco Villa, aunque malamente, debido sobre todo a que ese otro gran símbolo de la cultura local se ha intentado reducir, como al de José Revueltas, a mera figura decorativa, de cliché, a vulgar truismo, por parte de la ideología oficial, relegándolos prácticamente de la memoria colectiva al deformar su imagen, depositándolos así en el polvoso osario del desdeñoso olvido. 


VI
   En lo que respeta a las letras, el folklore durangueño no ha dejado de imprimir las huellas del maléfico alacrán. En el famoso soneto de 1805 de Rezmira sobre Durango ocupa así su lugar de honor:

Soneto a Durango

Dan al Ser de los seres homenaje
asiduo, sus piadosos moradores;
como no hay petimetres corruptores,
ni se vio ni verá libertinaje.

Cielo sereno que el brillante traje
casi siempre nos muestra sin vapores;
algún lujo en las damas y señores,
que hace con la escases mal maridaje.

Un tranquilo y pacífico gobierno,
la gente en general amable y grata,
placido otoño con benigno invierno

tenemos en Durango; pero mata
de alacranes y pulgas un infierno;
víveres caros y ninguna plata.[6]

   Castillo Nájera dice en su célebre poema “El corrido del Gavilán”:

Hubo un tal Jesús Cienfuegos,
por alias el Gavilán,
siempre metido en rejuegos
y bravo como alacrán.

   También las mujeres participan de la analogía con el alacrán, pues como reza la cultura popular:

La mujer es como el diablo,
parienta del alacrán,
cuando ven al hombre pobre
alzan la cola y se van.

   Así, avecindarse en Durango, donde “cuatro reales vale un chango” y es adornado con 6 meses de huracanes (de noviembre a marzo) y otros tantos de alacranes (de abril a octubre), infestado por las plagas de chinches, piojos y alacranes, ha sido para muchos lo mismo que salir del trueno para dar con el relámpago.
   Calificado de déspota, filisteo y aun de tirano, el alacrán durangueño ha sido motivo de alarma y preocupación para la religión, donde como anticrotálico encuentra como protector al Santo Jorge, patrono de la ciudad en la oración que reza:

Oración a San Jorge
   “Invicto mártir de Jesucristo, gloriosísimo San Jorge, que alentado por una fe finísima despreciaste las halagüeñas promesas de Dioclesiano, igualmente que sus amenazas, yo te doy los más festivos plácemes, porque estás gozando de una gloria eterna, gózala, en hora buena. Que yo, entretanto, confiado en que no desatenderá los clamores de sus devotos, que tuvo piedad para pedir por los mismos que lo estaban atormentando, te suplico que me alcances de Dios Nuestro Señor la gracia de estar bajo tu protección, para librarme de los males y peligros que a cada paso me amenazan, por aquel consuelo que recibió tu espíritu al oír la voz del cielo que decía:  
“¡No temas Jorge, que yo estoy contigo!”,
Te suplico que estés tú conmigo y no me desampares hasta ponerme en puerto seguro, y libre de caer en las manos del dragón infernal. Amen.”[7]

  Oración que recuerda aquella otra, tradicional, que die:

San Jorge bendito,
amarra a tu animalito
con tu cordón bendito,
y que no me pique a mí,
ni a otro pobrecito.”

   Se dice también en la tierra de la Nueva Vizcaya que al que le hacen las hormigas no le hacen los alacranes. Puede agregarse que los tlaxcaltecas que acompañaron al sanguinario Nuño de Guzmán en la primera exploración al Valle del Guadiana llamaron a esta tierra Coatlán o tierra de alacranes, según puede verse en el códice del Lienzo de Tlaxcalá, región que abarca desde el río Tunal hasta la región volcánica del  valle de Malpaís, al que también llamaban “el Valle de la Muerte”. Se sabe por el testimonio de Bernal Díaz del Castillo que por esas mismas fechas el Conquistador Hernán Cortés fue picado en su casa de Cuernavaca  por un alacrán, mandando realizar, para curarse de la herida sufrida por el pequeño artrópodo, un pequeño exvoto, con la figura del arácnido realizada con perlas y rematado en oro, el cual todavía se encuentra en el monasterio de Guadalupe, en Extremadura.
   Los Huicholes lo llaman la “Toruca” y tienen para ellos la creencia que es un insecto consagrado, una especie de genio del mal, que castiga a los violadores de las normas morales. Animal misterioso, descrito verbalmente por el poeta Carlos Gutiérrez Cruz de forma magistral como esencialmente enigmático y ensimismado, del que dice en perfecto haiku castellano:

Sale de un rincón
en medio de un paréntesis
y de una interrogación.

   Porque el poeta escucha en cantos lo que quieren decir en su esencia insobornable el mundo con sus seres y sus cosas, José Pertronilo Amaya ha escuchado  también la queja del alacrán esquivo del solar nativo;  porque lo ha visto agazapado en su elemento de penumbras, en sus cavernas húmedas donde anida la sombra, la mancha y el rescoldo, como inesperada fosforescencia o como alarma, entre los adobes desnudos de la noche. También porque el poeta local lo invoca como escudo protector del tedio; porque el bardo de Coneto lo busca como talismán entre los ecos solariegos de la tarde, para dar vida al día con temible efigie de guerrero, de flechador del cielo y de mínimo dragón, que enciende con su presencia sola al día y nos despierta del mal mayor de estar dormidos, bajo el hechizo de las mortales horas del hipnótico letargo. Centinela de oquedades y de escombros cuya queja deslavada es un discreto gemido detenido; lamentable arácnido que con sextuples pasos avanza sobre el reloj de la rutina o colgado en el llavero del tedio, que envenenan más que él los pensamientos. Hechizado del silencio, sin lacra ni nardo en su cuerpo, queja desleída, detenido grito, encarnada exclamación, esponja insustante que odia a los violentos devolviendo sus maldiciones en picadas o cuyo lento paso se posa pavoroso narcotizando la tarde con su néctar.

“La penumbra es su elemento
Es una sombra,dicen, apenas una manhá,
Acaso un rescoldo que prende su braza de pavor.
Fosforecencia insesperada que posa y reposa
En horas del letargo, cuando la siesta incendia
Desesperanzas, y hasta las hormigas –ajetreadas-,

Detienen su desfile.”






[1] Francisco Antúnez detectó y describió el complejo bipolar del alacrán por primera vez en su precioso tomo Los Alacranes en el Folklore de Durango. Ed. Del autor. 1ª ed. 1950. 2ª reimpresión, corregida, aumentada y definitiva, 1977. Aguascalientes, México.
[2] La leyenda ha sido recopilada por Moisés Herrera, la cual es citada por el Dr. William J. Baerg en sus estudios científicos de entomología para la Universidad de Arkansas. Moisés Herrera, Los Escorpiones de México. Memoria de la Sociedad Científica “Antonio Alzate”. Tomo 39. Pág. 137. 1921. Ver también el artículo “Durango: Alacranes y Huracanes”, sin firma, Revista “Tiempo”, 25 de agosto de 1950, México, D.F.
[3]  Rouaix Pastor, Geografía de Durango, Edición 1980. Pastor Rioaux nació en el estado de Puebla, en Tehuacán de las Granadas, en 1874. Estudió ingeniería y residió en Durango por más de 16 años ejerciendo la ciencia topográfica. Destacó como presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística durante tres épocas, y fue miembro de la Academia de Artes y Ciencias Antonio Alzate, amén de ser el autor del Diccionario Geográfico Histórico y Biográfico del Estado de Durango. Más tarde abrazaría la carrera política, iniciándose como oficial mayor del gobierno del estado de Durango, hasta llegar a ser gobernador. En 1917 el presidente de México, Venustiano Carranza, lo nombró secretario del despacho de comunicaciones y obras públicas y en el mismo año de  1917, siendo diputado constituyente, redactó en la ciudad de Querétaro los trascendentales artículos 27 y 123 de la Constitución General de la República, base medular del movimiento obrero y campesino del país. Otra hazaña histórica del ingeniero Pastor Rouaix fue la de haber devuelto íntegros varios millones de pesos en oro que representaban los fondos de la Tesorería General de la Nación, que tras la caída del poder de don Venustiano Carranza fueron llevados por don Pastor a bordo del famoso “tren dorado” a la capital del país, por lo que se le llamó “Pastor, el Honesto”.
[4] Venzor, Isauro. “Seroterapia específica contra los efectos producidos en el organismo humano por el piquete del alacrán de Durango”. VII Congreso Medio Latinoamericano, 1930.
[5] De 1784 a 1786, cuando la ciudad de Durango contaba con 12 mil almas y 16 kmts 2, se exterminaron 600 mil alacranes, sin contar los vivos, contando en aquel entones la Intendencia de la Nueva Vizcaya con 160 mil almas. Segú8n los datos del Archivo Municipal en 1846 se exterminaron 115 mil alacranes; en 1865 más de 100 mil y en 1925 cerca de  116 mil. Las medidas tomadas por el Ayuntamiento en 1875 fueron las de ofrecer medio real por la docena, recolectando en un solo día 19 mil 300 alacranes, y a la semana 60 mil más. De 1890 a 1930 se registraron en la ciudad de Durango 1 mil 719 muertes por efectos de la picadura, cuando la ciudad contaba con un promedio de 60 mil habitantes. 2
[6] Soneto publicado en el Diario de México el 6 de diciembre de 1805 por Rezmira, pseudónimo del autor, cuyo anagrama apunta probablemente al padre del famoso historiador José Fernando Ramírez, quien en ese tiempo tendría dos años de edad.
[7] Citado por Francisco Antúnez, Op. CIt. Pág. 67. 




El Alacrán Durangueño Por Alberto Espinosa Orozco

El Alacrán Durangueño
Por Alberto Espinosa Orozco

 “Y en la infinidad de mi deseo
veo convertirse al mundo
en un enamorado mausoleo.”
Ramón López Velarde

“Donde está escondido tú tesoro,
ahí está también tu Corazón.”
Evangelio de San Juan




I
   Mucho se ha escrito y se habrá de escribirse aún respecto del alacrán y sobre las peligrosas variantes duranguenses del arácnido anómalo (centruroides suffussus, especie de escorpión de la familia Buthidae). Antes que ahogar inútilmente los belfos en ociosas conjeturas o en venenosas diatribas de café, es preferible acaso la sola sequedad del agua que se seca para fijarse en la letra ante el tibio incendio del estudio, colaborando a la cultura durangueña del alacrán con un pequeño grano de sal.
   Hay la creencia de que los durangueños antiguos, que los “inventores”  de Durango, son de origen vascuence. La “Segunda Conquista de México” tuvo lugar al norte de las regiones dominadas por Cortés en el Nuevo Mundo y a partir de la muerte del Conquistador de 1550 a 1590. Como nos hace recordar el humanista y culto abogado Don Héctor Palencia Alonso, fue la guerra más prolongada contra los indígenas del Continente Americano.[1] Cuatro décadas ensangrentaron la tierra y los libros historiográficos que relataron esa guerra contra la “Gran Chichimeca”, confederación de cuatro tribus nómadas que vivía en el Norte de la Nueva España, constituida por hombres primitivos y desnudos, pero aterradoramente valerosos, excepcionales arqueros y maestros de la guerra de guerrillas.
   La “Guerra de los Chichimecas” creó una nueva estirpe de gente, movida antes que nada por  los imperativos de defensa, dando lugar  a las instituciones de las misiones, de los ranchos ganaderos y de los presidios. Al frente de estos inmigrantes  del norte estuvieron los vascongados, hombres fuertes y de recio carácter cuyo origen, nos revela el maestro Héctor Palencia, se localizaba antes que en España, en  la región de Georgia, a orillas del Mar Negro -algunos otros opinan que  llegaron del Cáucaso, aunque no deja de existir la sospecha de los que conjeturan que provinieron de África o incluso específicamente del Sudán. Ya Antonio Alatorre ha escrito en Los 1001 años de la Lengua Española (FCE, EL Colegio de México, 1989), que el pueblo Vasco se caracteriza por su espíritu cerrado y que fueron al parecer escasamente permeables a la cultura cristiana –pero también a la romana y a la árabe. Hay pruebas sobradas de que se enseñaron a escribir tardíamente. Tales rasgos son sin duda muestras caracterológicas de la independencia de un grupo humano, de su vigor y autosuficiencia. Empero, junto con ello y la notable supervivencia del pensamiento mágico-mítico, también han dado históricas muestras de cerrilidad supersticiosa e incluso de  barbarie.
   Así, los modos altos y aristocráticos y los vulgares y apáticos de ambas culturas hunden en el durangueño actual sus dos ramificaciones, pero también sus nuevas florescencias. En la metáfora del mundo como un microcosmos, la identidad durangueña debe empezar por comprenderse a partir de la síntesis de esas dos pautas culturales.




II
   Los antiguos indígenas  creían que en el Valle del Guadiana existía alguna deidad amenazante custodiada por los temidos alacranes, más que frecuentes, superabundantes en la región. Lo cierto es que la figura del alacrán ha sido pieza favorita de la orfebrería durangueña. Los artesanos regionales incluso han sabido volverlos objetos de “recuerdo” al congelar sus especímenes en formol o en silicón, para intercambiarlos entre los “souvenirs” de mercado, ya sean los nimios individuos o los sobresalientes ejemplares zoológicos, en toda clase de presentaciones, desde la tequilera botella de extremo lujo hasta llegar al simple llavero, pasando por el imprescindible cenicero chabacano. El alacrán es así un poderoso símbolo local, por lo cual  no es posible no escrutar en el abanico de sus ricos significados.
   El alacrán se convierte en el signo zodiacal en la figura del Escorpión. Escorpio, en efecto, es el octavo signo del zodiaco (23 de octubre-23 de noviembre), situando en medio del trimestre otoñal, cuando el viento arranca las hojas quemadas y amarillas y los animales y plantas se preparan para una nueva existencia. Se trata del periodo de la existencia humana amenazada por el peligro de la caída o de la muerte. Sus dos regentes planetarios no son otros que el aguerrido Marte y el plutócrata Plutón, el oligarca que es potencia misteriosa e inexorable de las sombras, del Hades o de las tinieblas  interiores. El alacrán es así, en primera instancia, un símbolo de fermentación y resistencia, de dinamismo y de luchas, pero también de dureza y de muerte.
   Hijo, pues, del tiempo de todos los santos y de la caída de las hojas, Escorpio representa la época del año o de la vida  en que la materia bruta retorna al caos esperando que el humus prepare el renacimiento de la vida. Se sitúa en el cuaternario acuático, entre el agua primordial de la fuente (Cáncer) y las aguas restituidoras del océano (Piscis), correspondiendo a las aguas profundas y silenciosas, que igual devienen las pútridas del quietismo que las lentas de la fermentación y la contemplación interior en que se  fraguan los difíciles frutos del espíritu. Hijo de las aguas residuales del océano, de las aguas profundas y silenciosas, el escorpión encarna el doble símbolo del estancamiento, del absurdo, el vacío y la muerte, pero también de la maceración íntima de la conciencia –pues el ave de la libertad interna no despliega sus alas con facilidad más que en mitad de las tempestades más turbias.
   El país de Escorpión resulta rojo o negro, en el que los analistas han visto uno complejo sado-anal, debido a que su emblema gobierna el mundo de lo físico corporal, especialmente los órganos sexuales y el intestino grueso En efecto, el escorpión se encuentra desgarrado por la dialéctica creación-destrucción, muerte-renacimiento, condena-redención, pues su clima propio es el de la tormenta  y su estado el de la tragedia cuando el individuo arraiga meramente en las convulsiones de sus trabas o en su salvaje demonio interior o cuando se apega sólo al gusto amargo de la angustia, del vivir debatido entre las tentaciones del diablo o la llanada de Dios. En su escorzo positivo puede alcanzar, empero, el brillo azul de la turquesa, que hace un canto de amor en el dominio de la batalla o un grito de guerra en el campo del amor.
   Escorpión vive de cualquier suerte en un mundo melancólico y de valores sombríos, propios para evocar los tormentos y los dramas incurables de la vida –incursionando incluso en sus zonas menos luminosas del sin-sentido, el vacío, la muerte y la nada. Sus regiones son, pues, las del engaño, del tomento del recuerdo feliz ausente, de lo insoportable, del olvido, del llanto quemante, de la perdida de la calma, de la conciencia del pecado y la desesperación, e incluso del resentimiento del dolor insoportable o del odio. Especialmente aquel estatificado en la llana traición a lo humano, simbolizando ya para la Edad Media no sólo a Judas y al mal en general, sino también a los judíos felones, pues la efigie del escorpión aparecía en las banderas de los soldados que llevaron al Gólgota a Nuestro Señor Jesucristo.
  Se dice que el nativo del signo es tenaz y activo, enérgico y valeroso, prudente y previsor. En un par de palabras: dueño de si y calculador. A ello hay que sumar sus características más negativas: el ser vengativo y envidioso, irritable y vanidoso hasta el extremo del odio mortal contra sus competidores reales o imaginarios.
   Para algunas culturas está asociado al elemento masculino y por lo tanto al clítoris, que representa la segunda alma o “alma macho” de la mujer, el cual al ser extirpado da una suerte de hembra furibunda y feroz, que por una especie de inversión se vuelve toda ella falo o escorpión. En el mundo griego es el amuleto de la virgen cazadora Diana, pues venga a Artemisa al picar en el talón y dar muerte al orgulloso Orión, por intentar violarla. Los antiguos egipcios relacionaron al alacrán con la diosa Isis y con la diosa Selket bajo una forma benévola, pues daba poderes especiales a los encantadores y brujos curanderos  –adoptando con ello toda la ambivalencia simbólica de la serpiente.
   En ese contexto resulta que el alacrán en su aspecto nocturno resulta equiparable a los nombres maléficos que descargan su fuerza contra quien los invoca. No es empero ni un demonio, menos aún un espíritu de los elementos, sino un simple espécimen fatal para quien lo roza.
   Morfológicamente sus dos cuernos o tenazas han sido relacionados con los peores sentimientos: la violencia y el odio. La cola serpentina que tuerce en el aire es rematada por un tumor henchido de veneno, cuyo aguijón, siempre tenso y presto par picar al que lo roza, es equiparable con el estilete punzón de la venganza. Se trata pues de un espíritu belicoso y retraído, de humor maligno, que se encuentra siempre emboscado y pronto a matar.




III
   El clima espiritual de Durango, con su cariz otoñal, callado y tranquilo, contrasta, en efecto, con el medio día que se vive en Oaxaca, Michoacán, Veracruz, Guerrero o la primaveral Cuernavaca, no menos que con el veraniego sol de Querétaro, Guanajuato o el maduro de Zacatecas, o con el invernal de Chihuahua o California, pues ha sido propicio para la proliferación del alacrán que, en su aspecto nocturno, revela una sed desértica no apta al bienestar colectivo, sino a la ambición de ser más que los otros. Su gusto, áspero y de raíz amarga y combinado con el extremo egoísmo, hace que toda nobleza le sea o alambicada y meramente formal o completamente ajena. El afán de “sentirse más” puede llevarlo incluso al abierto desprecio por los valores consagrados de la cultura o a la llana burla. Complejo de inferioridad que toma la forma de la extremada susceptibilidad, que para elevar su tono vital se descarga compensatoriamente en todas las formas y expresiones del desprecio, las cuales van del abuso de confianza a la ofensa gratuita, del servilismo y la adulación a la hipocresía interesada, llegando incluso a la calumnia, la difamación y el soborno. La ambición de poder, de ser más, y la sensualidad desatada dan lugar así a la delincuencia del vividor o a la egolatría que no tiembla ante el uso de las personas como si fuesen utensilios, ni ante la explotación. Espectáculo de lo falso y lo ambivalente, de lo bipolar, en donde la hybris fáustica de nuestro tiempo se solaza bajo la forma de la humillación, de la hoya donde cada alacrán jala la cola del vecino para impedirle sobresalir, o que intenta incluso el rebajamiento del comal que se burla de la pobre condición de la hoya  en que se encuentra el prójimo.
   Se trata, en efecto, de la figura del hombre violento, que se impone y hace valer a la vez mintiendo por símbolos y mintiendo los símbolos  Su figura es la mismo que la del resentido provocador cuya estructura mental, de  primitiva factura, encarna bajo las formas igual del disidente social que del porro de bachillerato o de gandaya de pueblo, en el blasfemo que públicamente se jacta de besarle la rosa apestosa al diablo, lo mismo que en la del poeta maldito, el ideólogo de ranchería o el comerciante ignaro, que en el roce indistinto de su negocio urde la interminable telaraña alemana de la “trasmutación de todos los valores “
   El cuadro psicológico de tal espécimen, llamado por algunos observadores el “complejo del escorpión”, acusa en el fondo un profundo sentimiento de inferioridad, el cual intenta compensar mediante los rebajamientos muchas veces de cuño autoritario, cuando no jerontocrático, que tilda a todos los demás de jovencitos bobos, engañados e “inocentes”.
   Tal engendro sufre así de intermitentes delirios de grandeza, actitud propia de aquellos que no tienen ninguna grandeza que defender y que ante cualquier espectáculo de dignidad se ven impelidos irremediablemente a la calentura vergonzante, intentando eclipsar todo valor revelante del espíritu o del arte por la penosa revancha de su pobre arte de burda pedrería. No en balde el ingenio del mexicano ha visto en tales contrafiguras la imagen del apestoso o del “culero”, del “volteado”, hombre tan cruel y amenazante cuan cobarde y traicionero. Más propiamente hablando se trata de la figura del “gacho”, que sobre agachón se deleita agachando o empinando a otros, hallando su placer en humillarlos. Se trata, en efecto, de la más patética de las confusiones de conciencia: aquella que consiste no sólo en la indistinción entre el bien y el mal morales, sino en el regodeo en la confusión y perdición del prójimo.
   Sin embargo, el alacrán tiene también un aspecto diurno, positivo, formulado acaso por primera vez en la cultura maya en donde, sin dejar de ver en el alacránido anómalo un símbolo de la penitencia y la sangría, se lo hace también dios de la caza. La singular literatura de los Dogón, por otra parte, lo hace protector de los gemelos, por tener como ellos juntos ocho miembros o extremidades. En su aspecto luminoso es símbolo de la abnegación y el sacrificio maternal, pues sus hijos desgarran sus flancos y tienen que devorar sus formas, como el único principio que les permite nacer y salir a la luz del día. Se trata del lento despertar del espíritu, que se revuelve contra las formas exhaustas engendradas por el veneno del estancamiento, que despliega sus alas con mucha dificultad, para emerger al final con el espíritu completamente maduro por virtud de la lenta maceración interior.







[1]  Héctor Palencia Alonso, Apuntes de Cultura Durangueña, ED. Universidad Juárez del Estado de Durango, Durango, México, 1991.