viernes, 8 de agosto de 2014

Ángel Zárraga: Laicismo y Nuevo Clasicismo Mexicano Por Alberto Espinosa Orozco

Ángel Zárraga: Laicismo y Nuevo Clasicismo Mexicano
Por Alberto Espinosa Orozco


I
   Junto con Fermín Revueltas, Ángel Zárraga fue el mejor pintor durangueño de la primera mitad siglo XX y universalmente el pilar trasatlántico de la Escuela Mexicana de Pintura, pionero ultramarino de ese singular renacimiento inscrito en nuestra cultura nacional, sacudida por las tremendas olas icónicas monumentales del movimiento muralista mexicano -arte de tesis o programático, a la vez perfectamente público y de vocación eminentemente educativa. 
    Tanto por su obra como por su personalidad Ángel Zárraga es el pintor mexicano más importante en la primera mitad del siglo XX en Europa. También lo es que la vieja política oficial y su corte nacionalista, embozada en un socialismo autoritario, algunas veces tenebroso y perfectamente reaccionario, han querido ocultar y hasta desviar el sentido de la modernidad filosófica de su obra, debido a su claro carácter espiritual e incluso específicamente religioso –toando hoy en día a los humanistas y científicos sociales, tanto durangueños como metropolitanos, sopesar el lugar específico que le corresponde al pintor en la zaga de la cultura nacional. Porque si una tarea ha dejado pendiente los herederos de la Revolución Mexicana ésta ha sido la tarea crítica y de valorización de algunos de nuestros artistas murales, cuyas raíces se hunden en el subsuelo más íntimo de nuestra cultura –y ha sido el dogmatismo y las ideologías políticas las que, ya por miedo ya por sustentarse en místicas fallidas, han impedido tal revalorización. Empero, puede argüirse que es la cultura el sentido mismo de la historia humana, no por sí misma, sino por lo que sucede entre sus obras y nosotros: es decir, por lo que significan sus símbolos y al hacerlo, también nos significa a nosotros mismos, haciéndonos así partícipes de un origen y de un destino: de una patria ideal y espiritual. Vamos, pues, a los símbolos, a los hechos de cultura.
   Como a pocos estados de la Republica a Durango le ha correspondido entre sus privilegios la prodigalidad de las riquezas materiales, también el don de sus riquezas humanas y de sus artistas –que forman conjugados el  cíngulo áureo y de argento de su corona en que se engastan como adorno las brillantes joyas estéticas labradas por sus artistas. En la llamada Escuela Mexicana de Pintura, oficialmente coronada por las cumbres de los muralistas José Clemente Orozco (1883-1949), Diego Rivera (1886-1957) y David Alfaro Siqueiros (1896-1974), deben contarse una corte de poderosos astros mayores que los acompañan. Presentes en el segundo plano, como difuminadas en las lejanías del noroeste mexicano, se levantan otras simas del esplendor artístico y estético, que potencian y dan la plenitud de su rica coloratura a la Escuela Mexicana: me refiero a los dos titánicos talentos durangueños de Ángel Zárraga (1896-1946) y Fermín Revueltas (1901-1935) -seguidos cronológicamente por los maestros muralistas Francisco Montoya de la Cruz (1907-1994) y Guillermo Bravo Moran (1931-2004).
   Aunque muchas veces ignorados por la crítica y la cultura oficial de su estado, esos genios regionales del arte nacional representan, por su valor como ejemplo de vida y en el profesionalismo de su obra, sendas concepciones del hombre, de México y el mundo, situándose a la altura histórica que en suerte les tocara vivir, para dar testimonio de ella, colaborando así  a dar sustancia visual a los ideales más acendrados de la patria, siendo por el testimonio de su obra personalidades históricas, que trascienden los límites de su existencia individual y cronológica, para ser presencias vivas en nuestro horizonte, montañas fuerza y faros de luz, inamovibles ante las turbulencias históricas, muchas veces procelosas, del agitado río del nuestro tiempo. La historia de Ángel Zárraga Argüelles complica así, junto con las aportaciones de su obra, el dilatado mundo de la más alta y profunda cultura estrictamente contemporánea mexicana, alzándose junto con sus picachos entre sus cimas, siendo su significación actual y plenamente contemporánea. Significación retardada en el tiempo, como decía, pues a Zárraga achacan los rancios nacionalistas revolucionarios el haber vivido por 40 años, sus años más fecundos, en Francia. No sólo eso, también el ser su obra espiritual y acendradamente humanista, incluso mística y de carácter religioso, cuyos valores esenciales o absolutos muestran, por contraste, la relatividad de la fe en el progreso y la fragilidad de las modernas religiones inmanentistas. Más allá de todo eso, sin embargo, se encuentra la edificación de la cultura como la obra de fundacional de un pueblo, que hunde sus dilatados cimientos en la roca para levantarse como un templo. Por ello, las piedras de su construcción son piedras mitológicas, en cierto modo impermeables al fragoroso azar, ajenas tanto a las contingencias de la voluntad humana como a las vicisitudes del tiempo. Catedral de roca que escapa al devenir, más no a la historia, porque es propio de lo eterno tener todo el tiempo memoria y conciencia de ´sí mismo, estando sus piedras hechas para fundar definitivamente –por más que el fluido aéreo de sus luminosas ondas expansivas se le oculte y tarde en llegar hasta sus propias costas.   


II
   Ángel Zárraga nació en la Ciudad de Durango, en el barrio de Analco, el 6 de agosto de 1886 y murió en la Ciudad de México en 1946, a los sesenta años de su edad.[1]
   Fue hijo de un prestigiado médico de ascendencia vasca, Fernando Zárraga Guerrero, y de Guadalupe Argüelles, de ascendencia francesa, quien lo enseñó desde pequeño las oraciones a San Jorge y al Ángel de la Guarda, a rezar arrodillado y los misterios del culto y la vida religiosa.
   Su padre, Don Fernando Zárraga Guerrero, hijo de Juan Antonio Zárraga, de origen vasco, nació en 1861 en la misma ciudad de Durango, y se le reconoció como un prestigiado médico. En la Escuela de Medicina de la ciudad de México impartió las cátedras Obstetricia, Anatomía Topográfica y Clínica Quirúrgica, para luego fungir como director, también fue presidente de la Academia Nacional de Medicina, y años después, en el desaparecido Hospital Juárez, un pabellón llevó su nombre. Hombre de desarrollada sensibilidad artística, estimuló las bellas artes en su hijo Ángel. Deseaba que se dedicara, igual que él, al estudio de la medicina, pero al advertir los intereses artísticos de su hijo, lo impulsó para que llevara a cabo su vocación de pintor. El mismo Ángel Zárraga comentaba que tenía cuatro afectos: "su padre, un self-made-man, médico alto y fuerte, Tiziano, El Greco y Velázquez".
Por medio de su madre de ascendencia francesa, Guadalupe Arguelles, el pequeño Ángel obtuvo sus primeros conocimientos del francés, así como el acercamiento a las enseñanzas religiosas que, junto con las oraciones aprendidas en casa, lo acompañarían toda su vida y que sembraron en su carácter una profunda devoción cristiana presente en gran parte de su producción plástica. Sobre sus años de infancia Zárraga rememoraba: “En esa recámara, mi madre, que se llamaba Guadalupe, como la virgen nuestra, tomaba mis manos infantiles y arrodillado me enseñaba aquellas oraciones [...] y era la oración a San Jorge para protegerme de las ponzoñosas [...] y era la oración al Santo Ángel de mi Guarda luz y compañía", guiándolo así por los caminos del mundo y del ultramundo.[2] Sus hermanos fueron Francisco, Guillermo, María e Isabel, así como Fernando, Guadalupe y Luz, quienes murieron de niños.
   En el año de 1893, Ángel Zárraga tiene que trasladarse con su familia,  a los 7 años de edad, a la Ciudad de México, debido a un infortunado descuido profesional de su padre, quien no obstante llegó a ser en la gran urbe notable catedrático de la Escuela Nacional de Medicina.


  Apenas dos años mayor que su contemporáneo el poeta zacatecano Ramón López Velarde, el pintor de origen durangueño se traslada en 1893 a vivir a la Ciudad de México, a los 7 años de edad, en compañía de su familia. Sus primeros estudios los realizó en la Escuela Anexa a la Normal, la misma en la que iniciaron su formación otros destacados intelectuales mexicanos, como Alejandro Quijano y Jaime Torres Bodet.
   En 1899 ingresa a la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso, teniendo como maestros a José María Vigil, Justo Siena, Manu Parra, Amado Nervo, el filósofo Ezequiel A. Chávez y al poeta y profesor de literatura clásica Pedro Arguelles -quien a la sazón era hermano de su madre Guadalupe y, por otra parte,  bisabuelo del escritor Guillermo Scheridan. En aquel entonces Zárraga escribía prosa y dibujaba .algunas caricaturas y retratos sobre tarjetas postales, las cuales vendía cono éxito en la casa Pellandini solventando así sus gastos con las ganancias.
   Hacia 1902 y 1903, cuando tenía escasos dieciséis años,  fue motivado por los grandes poetas Luis G. Urbina. J. J. Tablada y Amado Nervo para que publicara sus primeros versos en la Revista Moderna, y tres años más tarde, Rubén Darío incluiría en la Antología de Poetas Hispanoamericanos, de Manuel Ugarte (1906), dos de sus poemas, escritos en Bruselas en 1905. También realizó diversas viñetas que ilustraron la afamada revista, la cual agrupaba a los más excelsos escritores, también colaboraría con alguna epístola para la revista Savia Moderna.[3]
   Posteriormente estudia en la Academia de San Carlos, teniendo como compañeros a Diego Rivera y Saturnino Herrán, sus estrictos contemporáneos. Orfebre del claroscuro aprendido del maestro generacional Germán Gedovius y del neoclasicismo de Santiago Rebull, y pronto se impregna del simbolismo funerario de Julio Ruelas, formándose en los rigores más exigentes del oficio, lo que le permitiría desarrollar una técnica segura y triunfante. A Carlos González Peña le confesaría un día Zárraga no sólo que Julio Rulas fue su primer maestro, sino que tuvo el privilegio de ser su único discípulo. En efecto, por arcano afortunado en 1903 se le otorgó al grabador zacatecano la dirección del Taller de Modelado en Yeso, donde por afinidades electivas imanta al joven Ángel Zárraga, marchando al finalizar ese año a Paris, donde muere de tuberculosis en 1907 a los 37 años de su bohemia edad.


   Para descifrar los misterios del simbolismo que tan poderosamente lo atrajeran, Julio Ruelas (1870-1907) tuvo que viajar en 1892 a Alemania, becado por Justo Sierra, para estudiar dibujo en la Academia de Artes de Karlsruhe, profundizando en el estudio del grabado al aguafuerte en la capital francesa, en taller del grabador Joseph Marie Cazin. A su regreso Ruelas se refugió en la Revista Moderna de José Juan Tablada, Amado Nervo, Luis G. Urbina y Rubén Darío, dirigida por Jesús E. Valenzuela, desarrollando la imaginación sombría en sus viñetas macabras, donde desfilan el dolor de la angustia y el tormento de los suplicios fantasmales que roen el alma para dejarla en ruinas.


   Ángel Zárraga quedó marcado desde el principio por el simbolismo vanguardista en boga representado inmejorablemente por Julio Ruelas, pues tal corriente estética era una respuesta a la época y a la altura histórica, reaccionando en contra del racionalismo y materialismo científico positivista reinante en aquella época, al expresar los estados del alma extremosos, bajo el escorzo de los temas extremosos ellos mismos: la enfermedad, la muerte, la pasión sexual y los terrores ocultos de la crueldad o del pecado, hasta incursionar por los pasadizos y precipicios de lo sobrenatural, el misticismo y el ocultismo. Pronto el joven artista queda inscrito al grupo del poeta y fiel amigo José Juan Tablada y para 1903 ingresa a la Revista Moderna como escritor y viñetista, gracias al reconocimiento de su primer maestro, el enigmático y perturbador grabador zacatecano Julio Ruelas, de quien aprendió los principios de una especie de exquisito simbolismo, de carácter fantasmagórico y alemán –en donde hay que buscar, junto con José Clemente Orozco y su maestro Posada, las raíces y el humus primordial del más profundo simbolismo mexicano.[4]
   En 1904 Ángel Zárraga emprende el viaje a Europa, del que regresó después de 37 años. Ya en París, una década después de aquel afortunado inició espiritual, pinta su Martirio de San Sebastián (1911), tomando como modelo a su amigo Modigliani, por lo que en París es comparado con Fra Angélico y Tintoreto; también el extraño y suntuoso lienzo de profundo hieratismo: La Adoración de los Reyes Magos, que fue la admiración del Salón de Otoño de París en 1912, sólo comparable con las obras de los más altos maestros del género: Gustav Klimt, Gustave Moreau y Dante Gabriel Rossetti, pues en él logra la difícil conjunción entre la modernidad y su necesidad de riqueza (gloria) con sus enseñanzas del simbolismo en su fase espiritualista: el de la evocación y apoteosis de la gloria en la inmortalidad de lo divino.    



   Ángel Zárraga vivió en Europa 37 años, de 1904 a 1941, siendo finalmente testigo de la destrucción moral y material de Europa al iniciar la Segunda Guerra Mundial. En ese lapso de tiempo visita su patria solamente en cuatro ocasiones: en 1907, 1910, 1914 y 1929, siendo esta última especialmente desafortunada por las turbiedades del clima político creado por sediciosos y calumniadores de buró, quienes en delirantes filosofías especulativas sospecharon de su desarraigo para acusarlo de antinacionalista, clerical y hasta de cristero. Vuelve definitivamente a México en 1941; muere un lustro más tarde, en 1946, cuando pintaba uno de sus murales más importantes en la Biblioteca México de la Ciudadela, el cual quedó inconcluso, realizando sólo uno de los cuatro paneles proyectados.
III
   En 1904, a los 18 años de edad, apoyado por Justo Sierra, inicia en Francia su peregrinaje europeo. Estudia en Bélgica, en la Academia Real de Bruselas, las antiguas técnicas pictóricas; luego viaja a España y se inscribe en el taller de Ignacio Zuluaga y posteriormente en el de Joaquín Sorolla (1905-08); estudia en el Museo del Prado a el Greco, Tiziano, Goya y Velásquez y en Italia a los maestros del renacimiento florentino, especialmente a Botichelli y el Tinttoreto  (1910), hasta que se establece definitivamente en París inscribiéndose en la Academia de Bellas Artes (1911), pintando y dibujando sin descanso bajo la influencia de El Greco y Zuloaga, para desarrollar luego un personal simbolismo, el cual se expresa plenamente un su obra mural con las notas de un clasicismo romántico de elevada serenidad y espiritualidad.


    Puede decirse del pintor que tuvo una madurez precoz. En las primeras obras maestras de Zárraga se muestra como todo un maestro del realismo costumbrista español... a los 20 años de edad. De esa etapa son los lienzos Mujer de Sevilla, El Hombre del Paraguas, Retrato de una anciana (Toledo, 1906) y La mala Consejera (Segovia, 1907), La mujer del espejo (1907),  El viejo del escapulario (1907). Estudio de Cabeza de Mujer (1908). Retrato de Mujer (S/F). Telas en las que logró fijar y exteriorizar con una sensibilidad insólita el gran drama humano. Expresó como ninguno otro los diversos estados del alma española provinciana y pueblerina, sumida en el estancamiento histórico y en la decadencia espiritual. Tomó sus modelos de los tipos populares, registrando el carácter étnico en sus modelos callejeros, sumando al ascetismo de la pintura española la gracia florentina, para poder expresar una esencia histórica de la cultura peninsular y más aún: de la condición humana. Sus figuras no son así personajes cualesquiera, sino caracteres populares, que son más que tipos verdaderos arquetipos o figuras esenciales de un pueblo.
   Así, Ángel Zárraga, hombre de inspiración razonada y de carácter metafísico, supo por ello vislumbrar un foco orientador religioso y desarrollar de tal manera una especie  una especie de mística. Desde temprano dominó el arte del retrato, el cual consiste para el pintor en trasportar la expresión psíquica del retratado al resaltar un rasgo sobre los demás, que surgen amortiguados o atenuados, contribuyendo a realzarlo en la unidad de un carácter. Pinto no sin piedad las misteriosas congojas y pésames inevitables del pueblo español (El viejo del escapulario) y las atmósferas de maleficio de la jadeante miseria (La mala Consejera, La mujer del espejo), no menos que cifrando en algunas de sus figuras la divina gracia de la radiante esperanza que no muere aún en la resignación irónica (Estudio de Cabeza de Mujer). En efecto, bajo la dirección e influencia de Sorolla y Zuluaga alcanza sus más perfectos retratos psicológicos o de tipos humanos, logrando la majestuosidad del claroscuro.-siendo comparado en Europa por ello con el Españoleto.




   Se ha dicho que lo luminoso o lo auroral es lo esencial en la obra de arte. Es verdad. Porque a pesar de que en esa época el pintor revela los terrores y profundos secretos del alma española, no hay que obviar el hecho de tratarse de uno de los sentidos de la cultura mexicana, siendo por ello sus pinturas poderosos cristales de refracción de nosotros mismos, de una de nuestras raíces, es cierto, muchas veces sumidas en las sombras de la decadencia, en que les dejó la caída de la grandeza conquistada en  las colonias explotadas de ultramar.
III
   El movimiento cubista lo iniciaron los pintores olvidados Meztinger y Alberto Gleizes, acompañados por el parco pintor español Juan Gris, por el rudo y voluntarioso francés Fernando Léger y  el astuto italiano sin imaginación plástica Severini; Diego Rivera, Pablo Picasso, el poeta Guillaume Apolinaire y Ángel Zárraga completaban la baraja.
   En efecto, el hoy abuelo y tatarabuelo del arte  durangueño Ángel Zárraga, encabezó marginalmente junto con un puñado de inmigrantes latinos y un cuarteto de francés, el movimiento más importante que sacudió la estética contemporánea, cerrando con broche y oro los límites extremos del arte de la representación y la figura –por lo que no es de extrañar que la imagen de México con todo su exotismo se repitiera con frecuencia ente los grupos cubistas.





   En efecto, junto con George Braque y los españoles Pablo Picasso, Juan Gris y el mexicano Diego Rivera, experimentó una especie de geometrismo extremo de feroz facetismo, diríamos ahora de-constructivo, en cierto modo derivado de Paul Cézanne (1839-1906) y Heri Matisse (1869-1954), para crear el cubismo sintético, grupo que por tal aportación al arte universal es conocido como la Escuela de París, en cuyo núcleo, el Centro de Arte Vanguardista, se investigó las formas adaptables a la geometrización angular y la concepción sintética del movimiento -taller y tertulia en la que giraban  Jaques Villón, Marcel Duchamp, André Lothe, Robert Delaunay y Francis Picabia. El artista mexicano formó parte también de la Asociación de la Sección de Oro de Léger, Picabia, Gleizes, Metzinger, Duchamp y Juan Gris, donde Ángel Zárraga aportaba a la discusión teórica del grupo los exquisitos conocimientos sobre la proporción aurea o la divina mesura, secreto  de secretos aprendidos en la Academia de San Carlos gracias a las lecciones del maestro Alberto Lanndesio,  Santiago  Reboul y Germán Gedovius[5] Difícil hoy no aquilatar la grandeza y magnitud de su hazaña.
   Porque la experimentación vanguardista es la consecuencia última en el plano estético de los movimientos revolucionarios de inicios del siglo XX.  Empero, la verdad es que el cubismo no fue sino una reacción antiimpresionsita, un formalismo o mera búsqueda de la forma surgido del fauvismo y su especulación del color por parte de “las Fieras”. La raíz del dogma cubista vino de la sentencia de Cézanne: “¡Todo es cilindros, conos, esferas!” –y de la arquitectura moderna, habría que agregar, naval, aérea. Sin embargo, el principio de la fisura ocurrió cuando Zárraga agrega a la intersección de los planos  las relaciones complementarias de las formas y los contrastes simultáneos de las formas mismas... y el conflicto terminó en desastre. Porque la consecuencia del movimiento revolucionario cubista fue su pronta osificación en ortodoxia, en donde todo se estropeó, desgarrándose entre equipos rivales. Y es que sumados al equipo teórico entraron en escena los poetas Jean Cocteau, el viajero suizo Blaise Cendrars y Pierre Reverdy, siendo éste último quien termina por imponer una dictadura puritana que prohibía pintar retratos y paisajes, admitiendo sólo las naturalezas muertes de mesas de cafés y guitarras –intento, pues, de reducir sintéticamente a los Picasso, Rivera  y Zárraga a meros epígono del limitado Juan Gris.


   Desde temprano Zárraga presintió el peligro latente en una abstracción excesiva, limitando el intelectualismo abstracto de los franceses en una reconciliación con el neoclasicismo –operando empero en su pintura la experiencia cubista una revolución de fórmulas emancipadas y el rigor sereno en el uso del color. Para Ángel Zárraga l´avant garde fue, en su conjunto, un error, una experiencia equivocada, un movimiento frustráneo que llevaba en si los gérmenes de su propia ruina, pues acarreaba como consecuencia una dolorosa enajenación mental, producto de la abstracción de los otros, de sí mismo y de Dios. Porque en el fondo las ideas de Gustave Couvert sobre la pintura por la pintura, implicaban tácitamente la negación de la tradición –particularmente del ideal cristiano, cimiento profundo en la historia del arte occidental.
   De ahí vino el desastre que acarreó todos los desastres: ser hijos de una época sin fe, sin otro anhelo que resolver insolubles problemas técnicos, donde se olvida que la vida no se resuelve en pinturas, sino que las pinturas son sólo un medio de dar testimonio de un valor espiritual. Zárraga responde a la mexicana con radicalismo religioso… y con radicalismo francés: vuelve primero a los principios estéticos del renacimiento, a las bellas líneas y los bellos colores en la celebración dinámica del cuerpo humano, para remachar luego en el mismo clavo neoclásico, con el propósito de reconfigurar el arte humanista y religioso contemporáneo.[6]
   Aquella experiencia frustrada dejo, no obstante, cuadros memorables -acaso el mejor de todo el cubismo, el lienzo del poeta español  El Lector Juan Ramón Jiménez.[7] Obra revolucionaria de pureza mística y perfección áurea, que pasó con sus jugos nutricios por nuestras narices como un fruto maduro sin que muchos ni siquiera se acercaran a olerlo. El pintor durangueño, que desde un principio derrotó en Europa todo escepticismo sobre sus subidos méritos, especialmente en el arte del retrato, aporta así a la tradición del arte una imagen perfectamente cubista... pero viva - pues junto al esquematismo y fragmentación que le es propio al estilo, junto con la desecación de la forma, el desmenuzar de los volúmenes y la descomposición del color, hay en la estructura geométrica buscada no sólo el peso y la densidad de los volúmenes sólidos con sus efectos lumínicos, sino algo más: el encuentro con una especie de aura en calma, cuya fija firmeza, por decirlo así, nos da en un hojear de su presencia estructural la representación del poeta (del más alto poeta intelectual español de la primera mitad de siglo), en gélidos términos de rigurosa arquitectura, es cierto,  más mágicamente compensada por la calidez conmovedora del color.
IV
   Sin embargo, la experiencia vanguardista fue una experiencia generacional fallida, incapaz de trascender el positivismo impreso en la luz amarga tras la inocente sonrisa auroral del impresionismo (Retrato de Auguste Renoir, 1919). En efecto, de la claridad de la mera impresión sensible se derivó una cruda calamidad: la de un arte sin excelsitud y hasta mezquino, vacío de trascendencia. Al ver y vivir las consecuencias arrojadas por el movimiento, Ángel Zárraga queda enfermo y horrorizado y vuelve entonces a los principios clásicos y neoclásicos del dibujo de la anatomía humana y el denudo femenino, encontrando en una pintura deportiva formidable la esencia del hombre genérico.


   ¡Volver a las fuentes!, es entonces su divisa: ¡al estudio del hombre! –que para él se resolvió como una vuelta lúdica al estadio y una vuelta lucida a la Iglesia. En efecto, en medio de la más profunda de las crisis que le tocó vivir, el pintor vio como nadie que nuestro tiempo ofrece dos expresiones diferentes de la vida: una física y otra espiritual. La física tiene su esencia en los grandes estadios deportivos: la espiritual en los templos. Así, en el estadio estudia la celebración dinámica del cuerpo humano y la comunión con la colectividad. Es precisamente en ese periodo que Zárraga sale del cubismo para recuperar de nuevo el sentido de la mecánica humana, sus movimientos armoniosos expresados mediante el culto deportivo al cuerpo humano y a la precisión de los juegos, ejercitando su naturaleza en el vigor corporal –explorando nuevamente así  la maravillosa mecánica del cuerpo humano que aprendió de niño cuando acompañaba a su padre el Dr. Fernando Zárraga realizar la anatomía de los cadáveres.
   En efecto, en La bañista sus pinceles se empapan de color, de mar, de aire y de oro viejo. Porque si sus figuras guardan siempre algo del hieratismo hindú, propio también de nuestra cultura, en la frugalidad del color, en la paleta restringida y en la inmaterialidad de las tinturas hay algo de la elegancia añeja, de la decadente inercia ajada española, algo también de la frugalidad franciscana propia al principio de belleza ascética y cristiana, lo que da a la pincelada esa alquimia de gran finura y de prodigioso naturalista sintético.




    En su primera estancia en París vivió durante años con una maestra de gimnasia y deportista, llamada  Junnette Ivanoff, quien fuera además su modelo y protectora de 1919 a 1924 –otro paralelismo con Diego Rivera, quien además de iniciar sus estudios europeos practicando el costumbrismo español y de participar activamente en el movimiento cubista, vivió asimismo de joven con una mujer eslava: la pintora Angelina Beloff, su primera esposa.[8]
   En efecto, la crisis de angustia profunda que deja como herencia la guerra danzando en el fondo de París y las delirantes discusiones teóricas del movimiento estético por él encabezadas, lo hacen  caer enfermo en el año de 1918. Durante su enfermedad decide organizar su vida, casándose con una bella y atlética joven cuyo verdadero nombre Zárraga intentaba mantener oculto. Hay quien afirma que no era rusa en realidad, ni se llamaba Jannete Ivanoff, sino polaca, cuyo verdadero nombre era Jeanne Moots. Lo cierto es que se trata de una fuerte personalidad, de gran porte, maestra de danza rítmica e interesada en los problemas de estética. Se ocupa del pintor quien recupera la salud física y se casa con ella en 1919, viajan a California para luego vivir juntos en el # 9 de los Chaletres Talleres de la Cité des Artistes, en el boulevard Argo. Son de esa época los cuados que nos visitaron: Estudio de Mujer, 1917; Las Futbolistas, 1922; Mujer de Rosa, 1922; Naturaleza Muerta, 1922; Paisaje S/F. Jannette Ivanoff fue también una futbolista de fama y renombre, llegando a ser la capitana del equipo Les Sportivs de París, que gana el campeonato de 1922, por lo que es retratada por el pintor junto con las estrellas coequiperas Hennrriete Comte y Thérese Renault.
   En 1924 pinta una serie de grandes lienzos sobre el fútbol, los cuales son comprados de inmediato por el periódico Excelsior de París –y así como fuese el Fray Angélico del cubismo se convirtió más tarde en el Ingres del Fútbol. En efecto, en los cuadros deportivos y del futbolismo Zárraga quiso expresar la mística de la acción y de los deportes, donde desarrollar el valor de la voluntad y la fuerza moral aportada por la disciplina. En realidad se trata de un empeño del artista por volver al estudio del hombre y de su inalienable esencia. Así, el pintor continúa su reflexión sobre la exterioridad expresiva del cuerpo humano, en especial de la figura femenina, trasportando el lenguaje de la expresión mímica humana en términos de un formalismo absoluto, aunque ciertamente amable y aún  decorativo, con el cual logra profundizar en la sicología y profunda complejidad del hombre moderno-contemporáneo, alcanzando figuras no exentas de perfección y angélica monumentalidad.
















    Se le ha reprochado que en tal obra lo que se expresa no es más que el  culto a la figura, al hedonismo del cuerpo, más que los valores clásicos de pureza y serenidad. Algunos incluso han ido más allá, apuntando a la “transexualidad” de los deportistas, a la visión de los sexos en una sola constitución humana. No es verdad. Sin necesidad de ir tan lejos, lo que se puede decir más bien, como no ha dejado la ciencia médica de denunciar, es el reconocimiento por parte del pintor del fondo meramente biológico en las actividades deportivas. Época efectivamente de hedonismo del cuerpo y de culto a la figura, la cual captó el artista en un retrato a su primo coterráneo, el actor Ramón Novarro (1919-1920).[9]
   A la búsqueda de valores clásicos de pureza inmanente, el futbolismo de Zárraga añade empero una tesis de carácter social, cuyo ideal es el de devolverle al pueblo pauperizado su bloqueado volumen de voluntad y de fuerza moral mediante las disciplinas deportivas. Se trata, en efecto, de una mística de la acción traspuesta popularmente a términos deportivos, para enseñarla en México, donde abundan los soñadores, a perfeccionar la molicie del cuerpo por el deporte.
   A lo largo de su extensa obra el pintor durangueño  desarrolló efectivamente toda una filosofía del cuerpo, refinando en ese tiempo su visón del movimiento, ya que fue un gran aficionado a los estadios y a las competencias atléticas, a las carreras de a pie, al fútbol, al básquetbol, a la natación, al rugby, al tenis. A su prodigioso instinto de pintor se sumó el más cultivado talento hecho de afinamientos sucesivos y aureolados siempre por el buen gusto, un poco seco, y la elegancia de un paradójico espíritu: sereno y a la vez ardientemente cultivado.
    Torpemente se ha querido retrasar el triunfo de los modernos, y de Ángel Zárraga en particular, por su cultura francesa y su espíritu religioso –porque la actitud característica de la reacción ha sido siempre la de fingir ignorancia para no comprender la vida radical y desinteresada del espíritu, ya sea en política, literatura, religión o arte. Empero, México ha querido ser un país original y eso sólo puede hacerlo siendo radicalmente moderno –y una de sus visiones más potentes es, sin duda alguna, la legada a su patria por los experimentos franceses aportados por el atlético y culto pintor cubista durangueño Ángel Zárraga Argüelles.
V
   Pintura soberbia fue el cubismo, experimento de abstracción de la vida concreta que exigía por su excentricidad una reacción: el retorno, pues, a la verdad humana.   La historia puede verse como una sucesión de mutaciones y de reacciones, de excesos y de retorno a lo tradicionalmente asentado. Así a la revolución cubista se sucedió el imperio y vuelta de lo clásico: de Rafael, de Ingres. Porque el hombre, ese animal, esa máquina de huesos, está también permeado por un sentido que sólo a él pertenece, siendo en la constitución humana los polos equilibradores, centradores de la vida y de la salud, la armonización de los planos físicos y espirituales –teniendo la grandeza física su escenario en los grandes estadios deportivos, la espiritual su mejor representación en los templos  Su idea: la purificación del templo del cuerpo por el deporte y del cuerpo del templo por un retorno a una renovada comunidad de fe trascendente.
   En 1926 es invitado por su amigo Alberto J. Pani para decorar  la Legación Mexicana de París, realizando 18 paneles de intención mural para el Salón de Fiestas y la Sala de Estar, añadiendo a su lenguaje un tratamiento en  estilo Art Decó.[10] El mejor conocido de ellos, “Amaos los Unos a los Otros”, tiene por tema el de la reivindicación de  las clases trabajadoras, obreras y campesinas oprimidas, bajo las figuras de trece mujeres vistiendo atavíos populares, siendo la figura principal inspirada en la actriz Dolores del Río. En un estilo moderno y decorativo logra una síntesis de laicismo y religiosidad con el tema de la fraternidad universal entre las naciones y el de la integración de México al progreso de las naciones civilizadas –ideal de una modernidad revolucionaria, rectamente entendida, inscrito también en los vitrales de Fermín Revueltas. También expresa las diferencias entre el mero inmanentismo anejo al culto pagano y el contraste trascendente inscrito en la civilización cristiana propia y acaso exclusiva de la mexicanidad. Una imagen de Cuauhtémoc y otros dos paneles representando las cuatro virtudes morales y las tres teologales cierran el conjunto. La cultura de Francia es representada por el impuso moderno de la aviación en las figuras de Nungesser y Coli, muertos en su aeronave al intentar cruzar el Océano Atlántico y el triunfo de Charles Lindberg.[11] 
   En ese mismo año de 1927 es propuesto por André Honorat para ser nombrado Chavalier dans l Ódre Legión d´Honeur (Roseta de Oficial de la Legión de Honor), reconociendo el gobierno francés sus subidos méritos en sus 20 años al servicio del arte... a los 40 años de edad. Durante su estancia en Francia conoció el pintor todas las guerras y revoluciones que cada década sacudieron a Francia... conoció también las que en el mismo siglo sacudieron a su patria. Ante ello el artista mexicano respondió con un proyecto cultural de radicalismo y laicismo de inspiración francesa, que trasplanta en términos de la filosofía cristiana los ideales de la fraternidad universal entre los pueblos, la libertad del individuo y la igualdad de todos los seres humanos.











   En efecto, como vio Vicente Riva Palacio y a su zaga Jorge Cuesta, si se escruta en nuestra historia, México es un país de inspirado en la cultura francesa en todos sus órdenes, siendo Francia, la rosa de la civilización,  por su historia y cultura, la influencia esencial de nuestro desarrollo nacional en el ámbito espiritual y lo que le da su más profunda distinción y su carácter a nuestra patria, siendo también el humus que alimenta la raíces de nuestra libertad en todos los sectores de la sociedad. Es cierto, nuestra cultura encarna los ideales de la cultura francesa sin proponérselo artificialmente, sino de manera natural. Por doloroso que sea hay que reconocer que la nación mexicana no ha tenido una verdadera existencia propia, ni ha existido propiamente una voluntad y una conciencia nacional y las que ha tenido, las ideas gérmenes de una responsabilidad histórica, han sido influencia del pueblo francés.   Obra de gran refinamiento que aspira a la modernización constructiva de la patria, anquilosada por soñadores burócratas y por legiones masificadas aletargadas, que exige además la  madurez de las costumbres el despertar del sentido común –reminiscencias también de la cultura tolteca o viejo toltecayotl bajo la figura emblemática de la serpiente alada de Quetzalcóatl, lucero de la mañana que dio los fundamentos clásicos de la grandeza de los antiguos mexicanos bajo la especie de una cultura laboriosa coronada de plumas y de cantos. 
   Se ha criticado a Zárraga de apoliticismo. No es verdad. De hecho su regreso a México precipitado por las hostilidades del espíritu guerrero, se debió más que nada al clima de frialdad creado en su contra en  el medio acomodado y artístico en el que se desenvolvía, debido a su participación en la Radio Francesa, donde difundió exhortaciones públicas a las naciones hispanoamericanas para condenar el socialismo totalitario que surgió como una amenaza de anti-humanidad, invadiendo como un cáncer a los países de eje, teniendo su cedes en Tokio, Roma y Berlín. Al finalizar el año de 1941 parte de Francia y al inicio de 1942 desembarca en el puerto de Veracruz con su esposa Maria Luisa y su hija Clarita, acompañando su menaje de viaje de un automóvil Renault del que no quiso ni pudo desprenderse.
.  Al igual que el genial compositor durangueño Silvestre Revueltas, Ángel Zárraga muere de una pulmonía mal atendida el 23 de septiembre de 1946, a los 60 años de edad. Hay que señalar que el resto de la comitiva, integrada por las máximas figuras de la Escuela Mexicana, sólo supo guardar un lamentable silencio.
VII
    Debido a la moda estética populista derivada del movimiento revolucionario estratificado en institución, perpetrada hasta nuestros días por la crítica de arte oficial, se ha intentado restar méritos a su trabajo, calificándolo de cursi, veleidoso, amanerado y hasta de elitista, concediendo al vulgo parasitario de la burocracia oficial el aplauso a las tendencias mundanas de Rivera y Siqueiros, rodeadas de elementos existencialistas y decadentes que celebraban la muerte de Dios y de la conciencia religiosa, para dar así rienda suelta a un paganismo permisivo y moralmente lábil, cuya cuada desacralizadora  nos aqueja hasta la fecha, poniéndonos así de hinojos ante la presión de pueblos improvisados que quisieran subsumirnos bajo su bandera y para adorar a su sus ídolos menores.
   Por último, hay que señalar que el retorno al hombre implicaba un retorno a los orígenes y a la esencia de la naturaleza humana, lo cual se tradujo para el pintor en una vuelta espiritual y geográfica a México.
   El desarrollo de la conciencia íntima y personal de la patria lo vertió el pintor entonces en términos de piedad, de simpatía y compasión por los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno de  sus cuadros más significativos, La niña de la Lima (1942), se respira toda una inspiración de concentración humanista, de reconocimiento a la paciente humildad, de poderosa sencillez y resistencia, y a la discreta actitud frugal propia del alma mexicana. Lienzo de luminosa y  dulce frugalidad y de sutil pudor y analogía, que muestra en el desnudo un tratamiento de respeto profundo a la intimidad de la persona.[12]
   Ángel Zárraga descubrió así en el radicalismo francés las raíces del laicismo mexicano y de la conciencia social, intentando con el dinamismo y modernidad de su pintura contrarrestar el enquistamiento de nuestra raza, tendiente a la moribundez,  amando la salud y la vida. También encontró en él la liberación de la conciencia individual, encontrando en las imágenes de los templos lo más mexicano de nosotros mimos y de nuestra conciencia individual, pues en las figuras sacras de las iglesias pueblerinas y regionales está depositado el sentimiento más íntimo del alma nacional y la expresión visible de nuestra especial manera de sentir la vida, cuyos hábitos religiosos y anhelos de reconciliación y redención divina se trasminan en el arte popular, haciéndolo así inigualable por su carga de interés trascendente, factor que da cuenta del refinamiento en su elaboración.
   Empero, en el medio académico ha sido sólito propalar un falso laicismo también, que lo vulgariza al desviar su significado, interpretándolo como falta de religión -equívoco que hay que disolver, pues ha causado, sobre todo en la escuela misma, la depravación de los espíritus. Porque el concepto “laico” se opone a “clerical”, no a “religioso”. El laicismo, en efecto, es un concepto sobre la naturaleza de la sociedad, que se deslinda por tanto de la religión, por ser ésta un asunto de conciencia personal, justamente –por considerar que la conciencia social no debe supeditarse a doctrinas o sentimientos reaccionarios o ser esclavizada por doctrinas y sentimientos oscurantistas de la conciencia individual. En la sociedad laica la doctrina religiosa, en efecto, deja de ser el fundamento de la sociedad, la cual admite así que no se funda en ninguna doctrina, sino directamente en su propia experiencia histórica y en su tradición. Principio de realidad y de libertad, pues, que desencadena las almas de su grillete a círculos sociedades detentadores del poder o de la  organización social. Así, es el primer deber de la sociedad laica es imponer la obligación de liberar la cultura de la sociedad de grilletes impuestos por sociedades cerradas, para que ella se realice tal y cual se da en su despliegue como cultura positiva y concreta. Así, el laicismo no es sino la conciencia positiva de que la cultura y su contenido (de arte, ciencia, técnicas, ideas e instrumentos de producción) pertenecen de modo radical a la nación al través de la sociedad –y no de modo histórico o tradicional a una clase, sea clerical, capitalista o proletaria.



   Es así como la nación encuentra su fundación en el laicismo, que es la sociedad fundada radicalmente en sí misma, que se da ella misma el sentido que va tomando en su despliegue. No es entonces la estructura o el predominio histórico o natural de una iglesia o clase privilegiada o favorecida históricamente lo que le da el laicismo su estatuto, sino precisamente lo contrario: la experiencia de la sociedad como libre fundándose a sí misma. El laicismo es, en efecto, la expresión de la libertad social, aneja a la responsabilidad: de liberar a la cultura positiva y concreta de la sociedad de sus grilletes o ataduras convencionales, siendo por ello el objeto de la conciencia social  –no de la conciencia individual, no del dogma clerical o del dogma marxista. Porque lo revolucionario de un tiempo que evoluciona a otro no es un conjunto reumático de normas individuales elevadas a categoría de aplicabilidad universal, mucho menos una ortodoxia o un canon eclesiástico o una doctrina sagrada, sino la experiencia revolucionaria o reformista de la sociedad como libre, producida en el seno de la nación y fundada radicalmente en sí misma. Tal es la responsabilidad verdaderamente revolucionaria: la de identificar a la nación con la sociedad fundada radicalmente en sí misma. De la cultura francesa heredamos las ideas republicanas del estado laico, siendo en el fondo  laicismo y radicalismo una misma actitud de espíritu.




   Es por ello que la doctrina viviente de la revolución mexicana está presente de forma silente, enclaustrada en la profundidad de su cultura y en mucho está codificada en su pintura. Así, lo verdaderamente revolucionario sería aceptar esa dimensión del arte nacional –pero también la idea de la salvación de las culturas nacionales por la cultura, de donde se desprende el programa de estudio de estas realidades para la potenciación de los valores propios, como una salvación de las circunstancias en donde se da una síntesis ponderada de mexicanismo y universalismo, de civilización y humanismo.






[1]Situado en el extremo norte de la zona interior de la República Mexicana, Durango ha visto nacer a diversas personalidades, como el caudillo revolucionario Francisco Villa y los actores Dolores del Río y Ramón Navarro, estos dos últimos primos de Zárraga y de quie­nes pintó sus retratos.
[2] “Mensaje a Durango”, en Archivo Carlos Pellicer, 1942
[3] Ángel Zárraga practico la poesía desde aquel entonces continuando sus ejercicios en París donde, junto con su amigo Guillaume Apollinaire (Roma, 26 de agosto de 1880 – París, 9 de noviembre de 1918), desarrolló una especie de catolicismo modernista. Se publicaron en aquella ciudad sus libros de poesía: Oda a la Virgen de Guadalupe (1917), algunos de cuyos versos aparecieron en la revista mexicana de Contemporáneos; Tres Poemas (1934); Oda a Francia (1938) y; Oda a la Victoria (1939). La editorial de la Revista Ábside publica su libro Poemas 1917-1939 con prólogo de Alfonso Reyes.

[4] En 1907 traba amistad con los miembros de la Sociedad de Conferencias, presidida por Antonio Caos, Alfonso Reyes, Pedro Enríquez Ureña, Isidro Fabela y José Vasconcelos, la cual se convierte en 1909 en el renombrado Ateneo de la Juventud. Se trata de la Generación del Centenario.
[5] Posteriormente tal corpus de conocimientos clasicistas fue vuelto a compilar por Santos Balmori Picasso en el libro Los Secretos de la Sección Áurea, publicado hace años por la UNAM.
[6] Como muestra de ello llegaron a Durango, tierra natal y de los primeros años del artista, dos soberbios cuadros clásicos de la vanguardia, donde lo marginal evoluciona para volverse verdadera mutación central: Niña con torta, 1917, El Lector Juan Ramón Jiménez, 1917, a los que hay que sumar el bodegón heterodoxo Naturaleza con Barco y Concha, de 1922.
[7] Ángel Zárraga fue también uno de los grandes retratistas del siglo, pintando desde Ramón del Valle Inclán y Juan Ramón  Jiménez a Ramón Novarro y Dolores del Río, pero también a lo mejor de la sociedad parisina, como Lucien Romier, Henrrí Beqhín o madame Charles Brousse, siendo memorable el fantasma tomado a su amigo, el mundano pintor Pierre Bonard, a los 46 años de edad, teniendo Zárraga 25 años, en 1912. Ello le permitió gozar en su carrera de  un modesto éxito económico, que le permite establecerse en la capital del arte, justamente cuando Ernest Heminguay la recuerda en su inolvidable novela de costumbres  Paris era una Fiesta. Es memorable también el retrato que realizó de Diego Rivera, en Toledo, en 1912. Obras a las que hay que sumar los retratos efectuados en su última estadía y arraigo final mexicano: los niños Carlos y Luis Prieto , la Señora Hilda Leal de Gómez y su hija Esther, la Niña María  Eugenia Souza y Beatriz Asúnsolo con vestido de primera comunión.
[8] Ángel Zárraga tuvo una hija, llamada Clara Bernadette y un hijo, Fernando, en México, de su segundo matrimonio con la suisa-alemana Maria Luisa Gysi.
[9]   Debido a sus compromisos de trabajo desatendió el llamado del Secretario de Educación con Obregón, quedando a distancia de la obra civilizadora del proyecto muralístico nacional convocado por del filósofo José Vasconcelos -al que de inmediato se adhieren José Clemente Orozco, Diego María Rivera, Fermín Revueltas y Jean Charlot-, puesto que sus compromisos de trabajo parisinos se lo impedían, ocupado en sus labores de pintor y muralista así como magisteriales, pues hasta 1929 dio clases de pintura en la Academia La Grande Chaumiére, en Montparnasse. Sin embargo, vale la pena señalar que Ángel Zárraga, al igual que el gran muralista Jean Charlot, de ascendencia méxico-francesa y exilado en las islas hawaianas desde finales de la década de los 20´s, dedicarían gran parte de sus esfuerzos murales a la decoración de templos cristianos, debido todo ello a una comunión que los une dentro de una refinada sensibilidad religiosa  y espiritual –veta, pues, de profunda significación dentro del Movimiento Muralista Mexicano aun por explorar.
[10] Estas obras se arrancaron de sus bastidores y se arrumbaron por años en los sótanos de la Legación, para ser rescatadas y restauradas en México el año de 1980.  La mayoría de los tableros permanecen en el país, empero otros fueron devueltos a la embajada.
[11]. Dentro de su obra de intención mural, destaca uno de los cuatro grandes oleos de composición circular1, pintados en 1914, que se titula El Cielo de la Acción. En ellos el artista vuelve a probar su maestría armonizando sus composiciones en la difícil dinámica circular de sus figuras. En el San Jorge, el pintor lo muestra uno de los héroes míticos paradigmas de la historia de la humanidad, especialmente  para nuestra cultura patria y muy especialmente para Durango, por tratarse de su Santo Patrono. La tétrada es completada por Mctezuma Ilhuicamnina, el flechador del cielo, David, y El Aviador o El Cielo de la Acción. El cuadro de San Jorge se presentó en la tierra natal del artista del año 2006  flanqueado por otras dos imágenes de cuño religioso: San Miguel (1939) y Juana de Arco, la Doncella de Orleáns (1939). Lienzos de carácter metafísico que ponen de manifiesto la realidad histórica actuante de la moral y de fe cristiana. La primera incursión de Ángel Zárraga en la pintura de gran formato la realizó en el año de 1917, en los estertores finales de la Primera Guerra Mundial, en la escenografía para la puesta en escena de Antonio y Cleopatra de William Schaquespeare, montada en el Teatro Antonie de París, llevando a cabo un plan que rebasó toda expectativa. De la escenografita saltó al espacio mural, realizando su primera composición en la casa parisina de uno de sus coleccionistas particulares, el Dr. Van der Hernst. Su segunda obra mural tardó siete años en concluirla, ocupándose en ella de 1922 a 1929, en el Castillo Vert-Coeur, en Chevrease, cerca del Palacio de Versalles, perteneciente al conde René Phillipon, pintando al fresco los espacios del Oratorio, la biblioteca, el corredor, los muros de la escalera central y el salón familiar. Por aquella época desatendió el llamado del Secretario de Educación con Obregón, el filósofo José Vasconcelos, puesto que sus compromisos de trabajo parisinos le impidieron su regreso. Así, para 1924 inicia los murales a la encáustica en la Cripta de Nuestra Señora de la Salette, en Suresnes.  Su cuarta obra mural la realizó en la Iglesia de los Mínimos, en Réthel: se trata de un fresco en el que desarrolla el simbolismo de los cuatro evangelistas a manera de bestiario simbólico: Águila, León, Cordero, Hombre.   Vuelve a la pintura mural en el año de 1932, trasladándose al África, a Marruecos, donde pinta en la Iglesia de Fedhala a Santiago apóstol, patrono de los peregrinos y a Pedro y Pablo en su tarea evangelizadora que siguen a las conquistas militares en tierras de infieles. De regreso a Francia pinta un fresco más, esta vez en la Capilla de Cristo Redentor, en Guébrant, en la Alta Saboya, también de tema cristológico. Obra de gran belleza, plenitud y grandiosidad de la “Anunciación, Redención, Bienaventuranza y Vía Crucis”. Sigue a esta obra la decoración de la Maisón du Café de París, en la Plaza de la Ópera, que aunque posteriormente fue destruida -por reliquias fotográficas sabemos que trataba de los Atlantes y de Don Quijote de la Mancha. Sigue con otra obra en la Sala de Consejo del edificio de la Unión de Minas de París.  Por último realiza tres obras murales más: en la Cúpula de Mal Paso, en Mégreve y en la Iglesia del Castillo de Meudon plasma temas de la mitología griega, para finalmente desarrollar en la Capilla de la Ciudad Universitaria de París el tema central del humanismo: la pasión de Cristo, sirviéndose de un planteamiento calificado de intelectual, en pleno bombardeo en Francia por los nacionalistas alemanes en junio de 1940. En el inicio de la Segunda Guerra Mundial alcanza todavía a realizar otro mural más, esta vez en la Iglesia de Saint Ferdinand des Ternes, sobre la vida y milagros de Santa Teresa de Jesús, apoyado por el filósofo Jaques Maritain.   A su llega a México pinta los murales en Los Laboratorios Abbot sobre el tema de la salud y la enfermedad. Por instancias de Arturo J. Pani es contratado para un mural en el bar del Club de Banqueros, en el edificio Guardiola, donde pinta  la Alegoría de la Riqueza y la Abundancia, La Miseria y el Placer y El mito de Dannae y Perseo. Por instancias de su antiguo condiscípulo en la Escuela Anexa a la Normal,  Jaime Torres Bodet, se integra entre los miembros fundadores al Seminario de Cultura Mexicana. Concluye la ábside de la Catedral de Monterrey, donde pinta las ocho bienaventuranzas, separadas por unas filacterias que contiene textos de los evangelios, terminándola, por cábala del destino, el mismo día de la victoria aliada sobre la Alemania Nazi, por lo que la firma con la leyenda “Aleluya. 6/X/45”.  Finalmente realiza uno de los cuatro murales ideados para de la “Sala de lectura José Vasconcelos” en los Talleres Gráficos de la Nación, hoy Biblioteca México, en la Ciudadela, los cuales había sido encargada por el Secretario de Educación, el ensayista y poeta del grupo Contemporáneos Jaime Torres Bodet. Alcanza a concluir La Voluntad de Construir -dejando en proyecto El Triunfo del Entendimiento, El Cuerpo Humano y La Imaginación. Se trata, en efecto, de una serie en donde el autor quiso representar, de modo edificante, el poder del hombre para transformar la naturaleza en cultura y el tiempo en historia, por virtud de sus obras y sus creaciones. Tema de la técnica moderna proveyendo al hombre del conocimiento material para transformar la materia y su entorno, y de la cultura que presta el conocimiento simbólico que precisa el ser humano como el otro medio para desplegar plenamente su voluntad, siendo estos elementos los principios de un mundo superior en una síntesis entre el mundo secular y el religioso y cultural.

[12]    Sin embargo, hay que señalar que en la muestra de Ángel Zárraga en Durango en el MACZ de 2006 se quiso hacer pasar alguna flor que no pertenece al plástico jardín del artista. En efecto, el cuadro titulado “Corazón” (1943), es un lienzo apócrifo y, hay que agregar que se trata de una pintura balín y  rascuache, pues no corresponde ni a la finura del pincel del artista ni a su visión del arte. Se trata, en efecto, de un burdo cahirúl, y de una imitación pintada además con mala fe  Cuadro de  gusto  charro colado  por aquellos que quisieran  fundar la vida cultural de la nación en el fraude y  la impostura, pues lejos de ser una obra del espíritu estético del artista, nos presenta a un ángel sí, pero pagano, a una joven autóctona  inexpresiva consagrada a Venus... pandémica, símbolo de los deseos terrestres y concupiscentes de la carne, para colmo edulcorada  con alas solferinas de algodón de feria, imagen de la verdad neurofisiológica de la especie y sus instintos más primarios, a la vez reducida al tipo de prietita despechugada enfurruñada y de bigote, levantando  un corazón de papier maché, más propio de los carnavales o desfiles de 20 de Noviembre. Cuadro, pues, que confirma la tesis de Jorge Cuesta, de que cuanto más nacionalista se ha querido ser es cuando se ha falsificado más. Porque difícilmente alguien puede ser buen mexicano si se es un mal hombre, si carece de gusto, si pervierte confundiendo la sensibilidad con la voluptuosidad y la pecaminosidad, si trastoca la poesía por el galanteo de alcoba o el socialismo de burdel. Obra en una palabra reaccionaria, pues es esa la verdadera naturaleza de la reacción: ignorar, no querer comprender la vida radical y desinteresada del espíritu, ya se manifieste en política, literatura, religión o arte.




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