lunes, 23 de junio de 2014

La Toma de Zacatecas: la Repartija Por Alberto Espinosa Orozco

La Toma de Zacatecas: la Repartija
Por Alberto Espinosa Orozco


I
   La Toma de Zacatecas tuvo dos capítulos; el registrado en 6 de julio de 1914 cuando las fuerzas de Pánfilo Natera asediaron la ciudad y se enfrentaron a las fuerzas de Victoriano Huerta, siendo derrotadas por el general Benjamín Argumedo el 14 de julio; y la batalla decisiva, una semana más tarde, en que la famosa División de Norte ataco por todas partes aquella plaza, estando comandado el ataque por Felipe Ángeles quien se adelantó a las acciones para reconocer el terreno y fijar las posiciones estratégicas, asistiendo en persona el general supremo de aquel inmenso y fabuloso ejército: Doroteo Arango, el mítico Centauro del Norte. A la postre las fuerzas federales fueron completamente envueltas y derrotadas por los insurgentes en la Villa de Guadalupe. La guerra civil detonada por aquella revuelta armada daba con ello cima al conflicto ideológico latente en la sociedad, que se apresuraba a entrar en la era de la modernidad, la técnica y el progreso, descrito por el bate jerezano Ramón López Velarde como un choque entre dos modalidades humanas irreconciliables: los católicos de “Pedro el Ermitaño” y los “jacobinos de la Época Terciaria”, quienes se odiaban los unos a los otros... con “buena fe”.
   La batalla de Zacatecas fue la más sangrienta y la mayor de las que tuvieron lugar en la revolución, teniendo como aglutinante la guerra contra el usurpador Victoriano Huerta (“El Chacal”).  Debido a la posición estratégica de Zacatecas, cruce de ferrocarriles situado en plexo solar geográfico de la nación, aquella batalla definió el rumbo de la revolución.
   La ciudad, de 30 mil almas, había impresionado a atacantes y defensores por su belleza de pulida gema y zozobrante pintoresquismo barroco: en ella una población reacia a la alteración de las costumbres se posaba en aquella encantadora miniatura, que tiene algo de tasita de oro y de argentino dedal, en que numerosas personas, vestidas de negro en su mayoría, subían y bajaban por las calles perdidas entre las heladas barrancas, dando a la ciudad el aspecto de las antiguas poblaciones religiosas. A lo lejos Felipe Ángeles contempló desde una montaña la estampa del águila formada por las apiñadas casas de la ciudad de Zacatecas, con el valle de Calera y de Fresnillo allá abajo, escrutando los cerros de la Bufa y el Grillo convertidos en dos posiciones formidablemente fortificadas.
   Villa llegó a Guadalupe el 22 de julio para comandar el sitio y ajustar los preparativos, planeado los últimos detalles junto con Felipe Ángeles, resolviéndose atacar Zacatecas por todos los lados a la vez.
   La rosada ciudad colonial era defendida por 12 mil federales armados con 12 cañones de 80 cts., dispuestos en los cerros de la Bufa, el grillo y la Sierpe. Más allá el crestón de la Bufa se instaló un poderoso reflector, con la finalidad de impedir los ataques nocturnos de los revolucionarios. La Loma de Santa Clara era defendida por el general Benjamín Argumedo con 600 hombres de caballería, mientras que la estación de ferrocarriles era custodiada a por Jacinto Guerra con 400 hombres a caballo. Diversos fortines diseminados por toda la ciudad con puntos de artillería completaban las fuerzas federales.
   El ejército revolucionario estaba constituido por 22 mil hombres de la División del Norte, más 18 hombres de la División del Centro de Pánfilo Natera, de los hermanos Arrieta, de Santos Bañuelos y de Domínguez, conformando una imponente marea humana de 40 mil almas apoyada por 40 cañones, 28 de ellos dispuestos por el norte y 12 por el sur.
   Los federales habían organizado dos líneas de defensa: la exterior, con puntos de apoyo en los cerros Tierra Colorada y Tierra Negra, en la villa de Guadalupe y en el cerro del Padre, y; la interior, con puntos de apoyo en el cerro del Grillo, en el de la Bufa, estos con emplazamientos de artillería, y en la loma del Refugio, Loreto, los Clérigos y la Sierpe. .    
   El cerro del Grillo cayó como a la una de la mañana, corriendo los soldados de las baterías federales por las calles de la encantadora ciudad colonial, presas del pánico. Cientos de ellos se desvestían en las calles, tirando donde fuera sus uniformes y sus rifles para no ser reconocidos.
   Después de terribles combates los días 21 y 22, los federales expulsados de la Bufa llegaron en total confusión a la Plaza de Armas, enloquecidos de espanto, en una visión lamentable de esa gente que huía de Zacatecas bajo una lluvia de balas, para ser finalmente masacrados por las fuerzas de la División del Norte en el camino de huida hacia la vecina ciudad de Guadalupe, registrándose la última batalla el día 23 de junio por la mañana. Los cañones rebeldes detonaron al mismo tiempo apoyando el despliegue las fuerzas de caballería y de infantería de las brigadas Morelos, Robles, Zaragoza, Villa, Cuauhtémoc, Hernández, Benito Juárez, González Ortega, con los generales Rosalío Hernández, Toribio y Maclovio Herrera quien atacó por la estación de ferrocarriles a Jacinto Guerra. 20 mil invasores inundaron las calles de Zacatecas con una lluvia de balas al grito de: “¡Viva Villa; mueran los pelones desgraciados!”. Entraron por las calles de Barrio Nuevo, Peñitas, la Pinta y Juan Alonso. Se extendió el fuego de granadas por el sur y el sur-este. Las fuerzas del general Pánfilo Natera tomaron el Hospital Civil en medio de una masacre. Uno a uno fueron cayendo los puestos de defensa. Al Medio día, el jefe de los federales Luis Medina Barrón ordenaba la retirada, reconcentrándose sus mermadas fuerzas, en la última fase de la batalla, en el centro de la ciudad sólo para ser cruelmente exterminadas. Gran cantidad de federales no lograron escapar, quedando atrapados en la calle de Juan Alonso cuando se dirigían a Guadalupe, siendo emboscados y masacrados sin piedad, muriendo 5 mil federales por 3 mil insurgentes en la batalla más sangrienta de todas.  
   Zacatecas se había convertido ese día en un infierno, sumido en una ola de destrucción que barrió la ciudad, produciéndose como crudo resultado lo que puede describirse llanamente como una carnicería.


   En determinado momento, como a las 5 de la tarde, hubo una terrorífica explosión en el corazón del centro, que hizo cimbrar a toda la ciudad: el Coronel  Leobardo Bernal había hecho volar la mina que estaba en el edificio del Palacio federal tomado como Cuartel General, cargado con grandes cantidades de municiones, cuando un gran número de soldados intentaba ponerse a resguardo de los rebeldes que entraban para tomar las instalaciones. Toda la manzana de edificios, desde el Banco Mercantil de Zacatecas de la familia Sescosse, que exhibía un enorme hueco, hasta llegar al comercio de “La Palma” quedó hecho un montón de ruinas. La Botica de Guadalupe del Sr. López de Lara se derrumbó, y toda la familia del magistrado Lic. Manuel Magallenes que vivía en los altos con 9 miembros, voló en pedazos, salvándose ileso del desastre un pequeño niño de 6 meses de nacido, el cual fue rescatado de entre los escombros 4 días después del incidente protegido por un ropero de roble; el Hotel Plaza y la casa de Don Nacho Flores quedaron severamente dañados, lo mismo que el Correo de México que se encontraba en la acera contraria. Cientos de cuerpos humanos y decenas de caballos yacían enterrados entre los escombros. La culpa de aquel incidente recayó sobre el jefe político de la ciudad, teniente coronel Leobardo Bernal, quien fue mandado fusilar por Pancho Villa –aunque luego se esgrimió la versión de que la culpa fue de los rebeldes, quienes habrían disparado sus armas para volar la cerradura de las bodegas del palacio de la Real Caja. El edifico virreinal del Siglo XVIII albergaba, en efecto, la caja fuerte de la pagaduría militar, por lo que los rebeldes villistas habrían de abrir la puerta a punta de pistola codiciosos del botín y por el ansia de armas -sin saber que adentro se ocultaban los abastecimientos de parque debido a que ahí se encontraba la jefatura de armas. A las 5:50 de la tarde la explosión, concatenada en tres tiempos, hizo volar la manzana entera, muriendo en aquella voladura 121 civiles, 89 federales y 35 revolucionarios. 


   Al día siguiente en la Plaza de Armas el espectáculo pavoroso de innumerables cuerpos apilados unos sobre otros completó la tétrica escena. A las 9 de la noche cesó todo combate y la ciudad se sumergió en las sombras. Para el día 25 de junio el espectáculo era dantesco: pilas de cadáveres se encontraban apiñados por toda la ciudad; poco después una serie de jorobas sobre el suelo aparecieron en la plaza de San Juan de Dios, en la Plaza de Santo Domingo, en la Plazuela Guadalajarita y en la Estación de Ferrocarriles, las cuales fueron visibles por mucho tiempo.
   Los 7 kilómetros que van de Zacatecas a Guadalupe quedaron llenas de cadáveres, al grado de impedir el tránsito de los carruajes. El 80% de los federales fueron muertos allí. La primera alegría morbosa de Felipe Ángeles pronto se transformó en duelo por aquella masacre. Las calles y los cerros de Zacatecas estaban tapizadas de cadáveres. El genio militar de Villa y Ángeles, junto con la ayuda de Tomás Domínguez, Pánfilo Natera y Santos Bañuelos, habían logrado tomar Zacatecas en 3 días.  


   Se cuenta aún hoy en Zacatecas que en esa batalla fueron tantos los cadáveres de hombres, niños y bestias, que tuvieron que ser incinerados en las calles y plazuelas; otros enterrados en fosas comunes o tirados en algunas bocas de mina. Al día siguiente recogieron en las calles de la ciudad 850 cuerpos sin vida y varios cientos de caballos inmóviles, procediendo a quemar a 3 mil cadáveres más en el camino entre Zacatecas y Guadalupe. Con siete mil hombres apostados en la Villa de Guadalupe Pancho Villa tomó las riendas de la región, mientras que detonaba una derrota indeleble a las fuerzas del usurpador general Victoriano Huerta, a consecuencia de la cual tuvo que pedir protección y huir a los Estados Unidos.

   Los daños a las casas particulares  y comercios fueron cuantiosos. El almacén de Jesús Soto fue saqueado, robando más de 2 mil pesos en mercancía, por las fuerzas villistas dirigidas por el general Rosalío Hernández que entraba por el norte.  La casa del Lic. Manuel Soto, donde tenía sus oficinas, fue completamente desvalijada, usando la parte inferior del inmueble como caballerizas. Lo mismo sucedió con la casa d Manuel Macedo y de su hijo Benigno, las cuales fueron entregadas a las fuerzas villistas desatadas por el azar. De los templos robaron pinturas de valor, sustrayendo de los altares imágenes y ornamentos valiosos. Los caballos, carruajes y automóviles de la gente acomodada fueron robados en su totalidad. Se apoderaron también de la casa del Sr. Luis Escobedo. La casa del Obispo de Zacatecas, Miguel de la Mora, sufrió también del terrible saqueo. Dos filibusteros profesionales enrolados entre las fuerzas villistas, el ex convicto Jim The Clark y el capitán villista Yondor Gloz, deserajaron la caja fuerte, y luego de robar todo lo que tuvieron a su alcance cargaron el enrome botín en varios trenes enviándolo hacia el norte, tomaron más de 200 mil pesos en metálico dando a Villa la mitad de su parte, degollándose mutuamente después por motivo de un entredicho. A 20 personas respetables, entre las cuales se encontraba Manuel Zesati, Eusebio Carrillo, el abogado José Torres, el comerciante Manuel Rodarte y el rico comerciante Cornelio Sauza, las obligaron a barrer ignominiosamente las calles –pareja suerte correría el editor y litógrafo Nazario Espinosa. Al poco tiempo muchos oficiales revolucionarios fueron apoderándose de todas las haciendas de la región a nombre de la justicia social.  




II
   Un par de años atrás, en de 1912, Don Nazario Espinosa, a los 72 años de edad, había incursionado por primera vez en política, postulando su candidatura para diputado, teniendo su fórmula como suplente a Benito Palacios en mancuerna, quienes apoyaban la candidatura para Gobernador del Estado a C. Alberto Elourdy, por el Partido Liberal Zacatecano. Lo cierto es que en ese año de disturbios revolucionarios el partido liberal local se encontraba dividido, ganando la contienda para gobernador el candidato liberal apoyado por el Club Anti-Reelecionista, Lic. José Guadalupe González, quien en ese mismo año asumió la regencia del Estado.




   No sabemos si su poca fortuna en aquella incursión en la política regional o sí su supuesta vinculación a una cofradía de un grupo Mason, siempre en pugna entre los ritos yorquino y escoceses, lo marcó de alguna manera, exponiéndolo en 1914 a las vendettas e iras revolucionarias. Como quiera que haya sido, lo que sí sabemos es que Enrique Espinosa Dávila, hijo primogénito de Don Nazario, atendía la librería y la papelería de su padre, local que se encontraba casi enfrente de lo que fue posteriormente el Cine Ilusión. Cuando el Coronel Bernal voló el edificio del gobierno, voló también la papelería, robándose luego las fuerzas villistas todas las cosas que habían quedado servibles.[2] La imprenta de grandes cuartos y enormes ventanales estilo europeo que estaba en el Callejón del Cobre sirvió en cambio como cuartel a los forajidos; ahitos de frustraciones centenarias y de explosivos resentimientos, ávidos de violencia y sedientos de venganza destruyeron todo lo que encontraron en su estancia, Ahí trabajaba un hijo de Don Nazario, Antonio, quien vio con ojos asombrados de espanto como las fuerzas rebeldes iban robando todo lo que hallaban a su alcance, quedando en el taller apenas unas cuantas máquinas para el final de la refriega. Entre otras cosas en la papelería había tibores de porcelana, oriental, muy finos, que después de la revolución se llegaron a ver en algunas casas elegantes de Zacatecas,  donde presumiblemente los habían ven­dido los rebeldes villistas.
   La papelería se encontraba apenas al lado del Hotel de la Plaza y de la asociación política Zacatecanos Unidos, cuyo órgano “La Unión Zacatecana” era dirigido por el Sr. Alberto Muños, los cuales también habían volado. La “Papelería de Libros en Blanco” del reconocido litógrafo Nazario Espinosa fue destruida también, a consecuencia de la mina que voló el Palacio Federal, mientras los revolucionarios saqueaban el Almacén de Ropa y Abarrotes “La Caja”, la cual fue quemada por el revolucionario Galván. Algunas casas quedaron también destruidas en sus interiores. Aciagos acontecimientos que dejaron en la psicología colectiva zacatecana una profunda cicatriz, la cual se ahondó al quedar la plaza prácticamente abandonada por más de cinco décadas, colapsándose la población a los 20 mil habitantes, quedando la ciudad por mucho tiempo sumida en el limbo, sin grandes personalidades, sin los necesarios documentos escritos, sin transformaciones económicas y sociales.


III
   Con el nuevo gobierno algunas imprentas fueron posteriormente intervenidas por el Estado. La “Tipografía del Sagrado Corazón de Jesús”, establecida en el año de 1901en el Internado Anexo a la Capilla de Guadalupe, sostenida por el Sr. Canónigo Anastasio Díaz, de Aguascalientes, la cual fue dirigida por los Sres. José Sandoval, Vicente Serrano y Juan Muro, luego intervenida por el Gobierno Revolucionario en 1914, trasladada al Hospicio de Niños de Guadalupe, y devuelta a su propietario en 1920 por órdenes expresas del presidente de la república Álvaro Obregón; el Sr. Mariano Elías fundó la “Tipografía Moderna” en 1906, la cual permaneció hasta la muerte de su dueño 1927, localizándose en la Calle de Arriba #2 (Av. Guerrero y Allende) y luego en la Avenida González Ortega, siendo intervenida por el General Eulogio Ortiz y luego entregada a su esposa la Sra. Elías, quien en 1946 se la llevó a Chihuahua.
   También la tipografía del “El Ilustrador Católico”, dirigida por Vicente Serrano, Juan Muro y Francisco Delgado, que fue intervenida en 1914 por las fuerzas revolucionarias y trasladada en 1915 al hospicio de Niños en Guadalupe de Zacatecas; una parte de esa imprenta fue prestada por el Gobernador Enrique Estrada, en 1918, a la “Cámara Obrera” de la Escuela Nacional para Maestros (luego Auditorio del Instituto de Ciencias), integrada por los Sres. Prof. Teodoro Ramírez, Tomás Leal, J. Inés Medina, José C. Escobedo y Francisco Torres, laborando en ella los reconocidos tipógrafos Gregorio R. Rivera, José y Manuel Escobedo y el Señor Jesús F. Sánchez, quienes editaron ahí la “Ley Agraria del Estado de Zacatecas”, taller que luego se cambió a la Avenida Hidalgo, donde por su inspiración comunista tuvo como nombre a “La Internacional”, encargándose de ella el Sr. Gregorio R. Rivera, pasando después los implementos tomados prestados de ese lugar al Palacio de Gobierno; la imprenta fue devuelta en 1920 por el Gobernador del Estado, cambiando de nombre a “Imprenta de Refugio Guerra”, sosteniéndose hasta 1926, año en de nuevo fue intervenida por el gobernador interino Sr. Leonardo Recéndez Dávila, quien puso al frente al Sr. Salvador Arciniaga y fue cambiada definitivamente al Hospicio de Niños de Guadalupe donde, según se dijo, finalmente fue fundida una prensa “Brower” para hacer arados con ella.


IV
    Cuando la entrada de Pancho Villa en Zacatecas, sus tropas hicieron cuartel en la imprenta, destrozando las máquinas y robando todo lo que pudieron, volando la papelería de Don Nazario a consecuencia de la temible explosión que hubo en un edifico del gobierno, donde después estuvo el Cine Ilusión. Como suprema humillación a punta de pistola obligaron al orgulloso litógrafo, pasando la barbarie sobre sus ideales de tolerancia, racionalidad y buena fe, a barrer con una escoba los papeles quemados y los restos destrozados de las cajas tipográficas, cuyas letras habían quedado esparcidas por la calle, como si fuesen los inteligibles signos de un poema roto y mancillado. En la imprenta no se salvaron sino unas cuantas máqui­nas que, luego de la ausencia de su dueño, fueron manejadas por su hijo Enrique Espinosa Dávila.
   Don Nazario Espinosa Araujo murió un lustro después de aquel incidente, el 30 de marzo de 1919, unos meses antes de cumplir los ochenta años de edad, en la casa donde vivía, situada la Plaza de Miguel Auza #29,  descansando sus restos fúnebres en una fosa del lote #7 del panteón de “La Purísima”, en la ciudad de Zacatecas que tanto amó. 



[1] Friederich Katz, Pancho Villa. Tomo I. Editorial Era, ICED, CONACULTA. Traducción de Paloma Villegas. Págs. 398 a 404.
[2] En la actual Avenida Hidalgo, antes llamada Calle Real y luego Calle de la Merced Nueva, se encontraba las Antiguas Casas Consistoriales o Casas Reales de los Intendentes, que es donde se encuentra hoy en día el Hotel Santa Lucía. En ese edificio estuvieron por dos semanas, del 20 de Agosto a 5 de septiembre de 1811, las cabezas decapitadas del Cura Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, en tránsito para la Alóndiga de Granaditas, Guanajuato, en donde para escarmiento del pueblo fueron las cabezas colgadas cada una de una esquina, donde permanecieron hasta 1821, hasta que finalmente fueron sepultadas en la Columna del Monumento a la Independencia conocida popularmente como “EL Ángel”.
[3] Datos obtenidos de un escrito personal de uno de los nietos de Nazario Espinosa, Don  José Nazario Espinosa González, fechado en 1987, titulado “Pequeños datos que recuerdo sobre mis antepasados y que futuros sepan de donde proceden”.
[4] El costo estimado de bienes habría sido el siguiente: el valor de la finca donde se encontraban los taller ascendía a 19, 248 pesos; el de la imprenta con máquinas y útiles a 15, 644 pesos; el del taller de litografía con máquinas y útiles a 23, 584; la encuadernadora a 6 652 pesos; el de la caldera de vapor que proporcionaba la fuerza motriz a 5, 530 pesos; las mercancías a 12, 871 pesos; más los muebles y enseres de ambas imprentas a los que sumaba los útiles del fotograbado por cerca de 3, 000 pesos más.  Los adeudos diversos y documentos a pagar sumaban 32 mil pesos. Todo lo cual daba un resultado de más de 56 mil pesos libres de polvo y paja. 
[5] En la Plaza Miguel Auza, en los bajos del edificio que fuera el Hotel Zacatecano, estuvo en 1905 la “Imprenta Literaria” del Señor Domiciano Hurtado, quien publicaba ahí el periódico “El Correo Zacatecano”, dirigido por Mariano Elías. Otra imprenta que estuvo en esa calle hasta 1909 fue “La Imprenta de Thomas Lorck”, estando situada en la Antigua Plaza de San Agustín #21.













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