viernes, 28 de febrero de 2014

XII.- Creación y Contemplación Por Alberto Espinosa Orozco


Germán Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
XII.- Creación y contemplación Por Alberto Espinosa Orozco 
12a Parte y Última




   La creación por principio significa equilibrio, organización, fertilidad, estilo. En un sentido más radical significa luz: concentrarse en un objeto para darle vida, hacer que viva un lenguaje, que las cosas comuniquen, que podamos dialogar con ellas. Es entonces entrar a un estado de apertura donde se pueda vivir  de forma trasparente. Cuando una persona vive así, cuando esa persona es creadora, entonces comunica, y al hablar nos obliga a dejar atrás nuestros disfraces –porque también nos revela, nos hace verdad, obligándonos a decir quien somos. Acto de despojamiento del mundo de las ilusiones que equivale también a un acto de desnudamiento; pero de una desnudez que no nos petrifica, sino que por el contrario nos desentume de los hielos, que entibia el pecho sin caldear a la mirada y que por ello convierte todo en creación y en vida –que puede curar con la enfermedad y aliviar con el dolor, que puede también, como el amor, dar lo que no tiene.



   El artista Germán Valles Fernández es de esa estirpe. Porque su contemplación es la de la energía luminosa y clara, es la de la concentración del espíritu, de donde nace la vida. Su tarea así desde el principio ha sido la de restaurar la luz para inflamar el fuego del espíritu y hacer correr el agua de la vitalidad; también la de refrenar el alma inferior y oscura, que desprecia la vida y de donde proviene toda sensualidad que afecta el temperamento, para disolver sus tinieblas y transformarla su humedad en agua clara -tomando para ello como base la tierra de la atención, el sentimiento de respeto a la ley moral y la energía luminosa y clara del alma superior que aprecia la vida.
   Sin embargo su labor tiene que marchar forzosamente a contrapelo, porque en la edad contemporánea nuestra nadie se preocupa por su alma y nadie le interesa su propio misterio (su puesto y lugar en el cosmos). Sed de absoluto, pues, que no se ha de saciar en las fuentes corruptas de los misterios degradados, ni en el sensualismo contingentista,  o en el pasado oscuro de la historia de la humanidad, menos aún en las locuras de los convencionalismos, en la mediocridad espiritual, en la opacidad metafísica o en el agnosticismo perturbado. Hambre de totalidad y de reconciliación, pues, que sólo puede alcanzarse por medio de una visión del mundo sub especie aeterniti, como aquel sentimiento para los obras de arte que establece una norma, un criterio de contemplación a la manera de un principio de validez, por tanto más metafísico que estético. El arte es entonces concebido como una labor que debe conducir al espíritu –subiendo paso a paso por las escaleras del conocimiento trascendente, restableciendo por tanto las normas de la condición humana –las cuales apenas apelan de lejos a la individualidad, concentrando su atención en la luz, en el símbolo, en el canon, en la armonía y en la ley eterna. 



   Esfuerzo sostenido de detenerse, de pararse en sitio, de resistir, deseando simultáneamente la liberación de todos los seres, para hacer volver a la vida a las cosas putrefactas. Parada en sitio, pues, visión, que se extenúa por perseverar en el camino para asegurar la permanencia de la nobleza humana y el desarrollo del espíritu –a pesar de tener que enfrentar el espectáculo de los ojos ciegos, de los hombres que esclavos de sus propias concupiscencias caen y caen cada vez más bajo. Visión que no por ello deja de comunicarnos las cosas elevadas en su esfuerzo por sublimar la mente; que nos hace comprender también la idea de la unidad de la vida -que no somos seres independiente como los átomos separados, que somos uno con el cosmos, pues así como el universo afecta nuestras vidas, las acciones del hombre no resultan indiferentes a la totalidad. Visión, pues, que nos recuerda también la verdad antropológica de que a cada hombre toca volver a recorrer el camino, compensando el equilibrio perdido en cada era con sus acciones, equilibrando con ello su mundo al solidarizarse con los niveles existencia que participan de la vida haciendo que los ojos sean las ventanas del alma –porque aunque pequeño y sin poder el ojo humano no es menos que un espejo donde se reflejan los espacios estrellados.



jueves, 27 de febrero de 2014

XI.- El Expresionismo de Germán Valles Fernández Por Alberto Espinosa Orozco

XI.- la Fascinación y los Fantasmas:
el Expresionismo de Germán Valles Fernández
Por Alberto Espinosa Orozco 
11a de 12 Partes



   Acorde con los grandes expresionistas alemanes, (James Ensor, Egon Schila, Eduard Munch, a los que habría que sumar a Oscar Kokoschka), pero también impactado por la obra de los realistas crudos más modernos (Francis Bacon, Lucian Freud), la obra de Germán Valles Fernández nos pone delate del espectáculo de la corrupción, de los excesos de la carne en el mundo contemporáneo, siendo su estilo sarcástico, irónico, incluso sarcástico, por lo que su registro emotivo hay que buscarlo en algunos hilos  del filón de José Clemente Orozco. A escala local pueden detectarse otras influencias sufridas o experimentadas por el artista, por haber recorrido ya antes una senda paralela, donde destaca notablemente la obra de Elizabeth Linden Bracho, pero también la de Manuel Soria y, más recientemente, la de Alma Santillán.
   De Linden Bracho, pero también de la escuela de Francisco Montoya de la Cruz, el artista hereda la maestría en el trato con la materia, cuya sabía espátula luminosa transforma incluso las superficies más pesadas y densas,  absorbidas por la humedad del barro y la esterilidad de la ceniza rayana con el vacío y con la nada muerta, o reducidas a toscos pedruscos pedregosos, en cristales tornasolados e incluso diamantinos,  dando con ello entrada a una especie de inversión de los valores, transformando las cosas podridas del mundo en focos de luz. 



   Acto de conciencia que, al explorar la “bella convulsiva” de la tradición de la ruptura, visita también un extremo posible de la condición humana, donde pareciera que se yuxtaponen y empastan hasta confundirse del todo las categorías estéticas cardinales de la belleza y la fealdad, hasta el grado de trocarse y volverse finalmente indistinguibles, trastocando el gusto por una perversión que tuerce verdad para engendrar engaño, dando por fruto por consecuencia la perturbación,  la desarmonía e incluso el choque, entre los mismos postulados del bien y del mal morales. De ahí la necesidad que hay en su paleta de caminar por ese tortuoso sendero a la vez con la luz del oleo, expresando a la vez la necesidad moderna de sentir la realidad dentro de sus aspectos más pesados y tectónicos. Así, la densidad de los materiales con los que trabajo sólo puede ser compensada mediante la utilización de colores cada vez más transparentes y puros, a semejanza de los meros ritmos musicales que combaten contra la pesada resistencia y simultaneidad orquestal de sus figuras, que por su propia naturaleza tienen horror de lo puro, o que repelen lo simple o lo angélico. Lucha contra las locuras cultivadas de la modernidad, que el artista contrarresta apelando directamente a los símbolos de la humanidad y a la restitución de las normas. Por ello su obra no resulta despiadada, sino más bien la de una visión pesimista de la condición humana, por ser un retrato de sus extravíos más punzantes, de su estulticia y de asebia, de su ignorancia respecto de las cosas del espíritu, especialmente de nuestra verdadera naturaleza sobrenatural- aunque no sobrehumana. 
   Pintura de realismo profundo, pues, que simultáneamente da cuenta de la caducidad del mundo viejo, arrastrado por ángeles pecadores, donde se muestra también el agotamiento de la creación, que pareciera caer cada vez más bajo por la caducidad de sus fuerzas regenerativas, por la degradación de las cosas dejadas al mero tiempo histórico, donde hay una constante pérdida de concentración y de energía positiva, para entrar en una especie de pausa  y de parálisis –desde donde se prepara la germinación de un nuevo nacimiento
    Pintura expresionista, pues, bajo cuyo registro se fijan las expresiones de la anarquía y de la miseria de una etapa histórica en franco declive y decadencia, roída por sus faltas y erosionada por sus desequilibrios respecto a la norma eterna, siendo por tanto su registro estético propiamente el de lo grotesco e incluso el del sarcasmo –ingredientes mediante los cual nos permite asomarnos a las bóvedas subterráneas de la vida, cuyos adornos caprichos y toscos  nos hablan a la vez tanto de lo extravagante y ridículo que hay en querer imitar la creación mediante su degradación, como de algo encriptado, que al ser un enigma requiere descifrarse.





Sobre las Figuras de la Muerte y sus Moradas Por Alberto Espinosa Orozco

Sobre las Figuras de la Muerte y sus Moradas
Por Alberto Espinosa Orozco 

   La imagen de la muerte es la de Dionisos, que es Plutón o es Hades, es Jano o es el Tiempo -opuesto por su propia esencia al Logos, a la palabra y al verbo salvador, en una guerra soterrada que culmina en colosal gigantomaquia. Dionisos espejea el orbe de multifacéticas presiones y del saber del mundo que acaban por dominar al hombre en base a sus pulsiones orgánicas poderosas para llevar al individuo a perderse, a entregarse al reino de las sombras al apresarlo en las murallas interiores del instinto. Mundo de arrepentidos cobardes y de tercos pecadores que van en búsqueda de la casa de las lágrimas con sus grotescos decorados de ajada gruta, anticipando con ello la voluntad de las místicas inferiores de perderse en un reino de siniestras imantaciones, donde lo semejante a la sombra busca a lo semejante: lo amorfo, lo indefinido o lo inconsciente. Mundo de la tentación, pues, significadas por los obstáculos, que incita al hombre, cuando la salvación no puede llegar por el amor, cuando no se cree o no se puede creer en un orden trascendente, a entregarse a las confusiones de Dionisos, a esa sed de olvidarse de sí, a esa maldición dionisiaca que hace resbalar al hombre moderno por el tobogán vertiginoso del nihilismo,  que va cada vez más hacia abajo, para caer sin fondo, hacia la nada.  Sed de aniquilarse, pues, que se descubre como una fe en una oscura mística, en la cual enajenarse, por la cual sacrificarse y perderse –y que por lo mismo se opone al orden natural de las cosas, a la sed de salvación, al impulso por valorar la vida y encontrar un sentido central a la existencia.
   O es Plutón, la deidad del rechazo, de la frustración afectiva y de la exasperación, cuya melancolía erudita no es otra que la de la envidia, de la codicia, de la acumulación de la avaricia que engendra y devora a sus propias creaciones por la misma excitación de su deseo, que quisiera saciar sus pasiones insaciables, pero agotando con ello las fuentes de la vida. Ser de la destrucción que, sin embargo, resulta por su duro convencionalismo incapaz de adaptarse a la evolución de la sociedad y de la vida, quedando encadenado al aspirar a una perfección estancada, sin futuro y por tanto sin sucesión posible, en una clara regresión hacia la disolución, la división y el desorden tanto a escala psíquica, como moral y metafísica.
   Propiamente es Hades, el rey del submundo, de la morada invisible de la muerte y de los lugares infernales, donde el hijo de del Tiempo reina insensible y despiadado, inexorable y colérico, tocado con la capa del lobo azul y el casco de piel de perro, marcado su rostro por la dureza del gesto y por las huellas del azufre, vigilado por el monstruo Cancerbero y presidido por sus cuatro caballos de opaco ébano. Es Plutón, es Hades o es el Orco que reina entre las lúgubres sombras miserables resueltas por el humo, por las cenizas y la nada. Lugar donde la sombra y la neblina dan cuenta del oscuro reino, donde los ríos del olvido, del fuego y la congoja conducen el inconcebible pozo de los odios. Lugar invisible e ilusorio, en cierto modo irreal, donde las almas vagan abatidas entre tétricas legiones de espíritus menores; laberinto sin forma ni salida, perdido en la tiniebla y en el frío, poblado por monstruos y demonios, donde los condenados habitan entre las abigarradas cavernas, como fuentes sin agua, como nubes trastornadas por el viento en torbellinos, fijados cual fantasmas en la pena y endurecimiento en su pecado cual estatuas. Pozo de la sensualidad en llamas, ahogado por la abolición de la dispensa y donde se sufre la privación radical de la luz, de la presencia de Dios, que es la vida.

   O es Saturno, que al igual que el adversario, que el espíritu orgulloso y soberbio se pasea recorriendo la tierra, representa el espíritu de la involución que cae irrefrenablemente en la materia –siendo su engañosa la luz la desviación de la luz primordial que se oculta en la materia, reflejada en el desorden de la conciencia humana, en la mente nublada que, confundida, sobreexcitada, turbada, entra en la oscuridad al adoptar una falsa jerarquía de valores, entrañada en sus malas sugestiones e incitaciones, y causando con sus relaciones sociales invertidas y con el cobre vergonzoso de su función separadora infinidad de penas y sufrimientos, de desapegos, de abandonos, de renuncias, de sacrificios (“Melancolía”). Parodia de Dios, cuyas torcidas tentaciones no dudan en emplear medios ilícitos, pues están encaminadas a arrancar al hombre de su relación con el espíritu, deseando así romper las alas a todo lo creador y cuyas fuerzas perversas desintegradoras quisieran someter al hombre a la tiranía de su propio dominio –siendo por ello la fuente de la mala suerte, de la impotencia y la parálisis, del centro subterráneo que late en el fondo de la noche donde no hay ni luz ni gozo de la existencia y que, sin embargo, nos insta a exaltarnos en las tribulaciones, como una palanca de la vida moral, intelectual y espiritual, pues al enfrentarlas ellas obran la paciencia de los largos esfuerzos reflexivos, también el esfuerzo sostenido por liberarnos de la prisión del cuerpo, de su animalidad, de la vida instintiva y de las pasiones –engendrando así la paciencia a la esperanza en la gloria de Dios, quien de tal suerte derrama su gracia en nuestros corazones.



martes, 25 de febrero de 2014

X.- El Camino del Centro Por Alberto Espinosa Orozco


X.- El Camino del Centro
Germán Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
Por Alberto Espinosa Orozco 
10a de 12 Partes



   El camino de la metafísica no es otro que el guiado por la certeza de la autonomía absoluta del alma humana –para lo cual hay que poner toda la atención en la verdadera libertad del espíritu. El desastre, el sufrimiento, el drama de la condición humana estriba en el olvido de que su alma es libre –pero el hombre no se da cuenta, por descuido,  por ignorancia, por una absurda amnesia que lo hace desconocer el valor y la situación real de de su alma, apresada entre las redes del barro y del olvido. Cuando se está en un estado de conciencia o de apertura, sin embargo, se revela prístinamente esa verdad: que el alma es libre, y que es el centro  de la propia persona. La tarea de la mística, pero también del arte verdadero, es mostrarnos, es hacernos descubrir a nosotros mismos quien somos,  a través de concentración, de la contemplación o de la belleza; es hacernos descubrir el centro del hombre.
   Empero, la condena de la condición humana es no acordarse de esa verdad fundamental, es ignorar el propio centro, es no reconocer la propia alma –no me refiero al alma entendida en un sentido moderno, como la psique o la vida meramente psico-mental (a la manera de una sutil manifestación de la materia reductible a su vez a la mera sensibilidad), sino a lo que en realidad es: una entidad ontológica relaciona con el espíritu y, por consecuencia, autónoma respecto a todo lo demás. De ahí la capacidad que hay en todo hombre de acordarse de la verdad, de recocer su propia alma (puesta de manifiesto tanto en la técnica socrática de la mayéutica, como en los ejercicios de respiración en el taoísmo). Porque la verdad reside en el hombre, forma parte integral, central, de su ser, al ser esencial a su naturaleza. El centro del hombre es su alma, ligada a su vez esencialmente a la realidad absoluta del espíritu. Es por ello que todos los caminos de la sabiduría confluyen en una misma fuente: ser caminos de la libertad, que al llegar al centro del propio ser pueden desarrollar la conciencia y la cultivar esencia, pudiéndose relacionar así con el todo (que es lo sagrado, la realidad originaria).



   Si para la religión y la vida religiosa el acto central es salir de una zona profana para entrar a una zona sagrada, salir del devenir, de lo transitorio, de lo temporal, de la historia, para entrar en un templo, en un altar (centro del mundo); para la mística de la luz como para la metafísica, pero también para el arte, el acto fundamental es reconocer que el hombre tiene en su cuerpo un templo vivo, y en el centro del templo un alma, un altar – recordando así que nuestra propia alma no nos pertenece, sino que somos más bien nosotros los que le pertenecemos, por ser un lugar en el que entramos, que es también sagrado. El hombre tiene que reconocer lo sagrado fuera de sí, que es lo opuesto a lo profano, al devenir (non esse); pero simultáneamente tiene que descubrir y reconocer lo sagrado dentro de sí mismo: su alma, ligada esencialmente a un principio que nos precede y nos trasciende, al que podemos todavía volver a pertenecer, con el que podemos reconciliarnos para ser acogidos, que es donde radica el espíritu y la realidad absoluta (esse).
   La solidaridad en el error, en la confusión, la adopción de místicas inferiores se debe  a esa incapacidad del hombre de recordar la verdad, a la ceguera de que tal verdad forma parte del mismo centro espiritual de la persona. El camino de la libertad, por lo contrario, no puede estar sino en llegar al centro del propio ser –aunque el precio para ello sea salir del devenir, alejarse de la historia y del mundo, comprendiendo que no todo lo que sucede en la historia es significativo, que lo que se consuma es casi siempre amorfo, irracional o debido al azar, adquiriendo la conciencia de que la historia no implica el progreso, desolidarizándose por consecuencia de los eventos y despreciando en cierto modo al mundo, para poder concentrarse en las significaciones morales y en los símbolos de nuestro tiempo, forjando de tal modo un criterio seguro de contemplación  -para poder buscar así también el templo de Dios, el Espíritu de Dios que mora en nosotros y que es santo -mientras que las obras de cada cual serán probadas a su tiempo por el fuego, y por el fuego será destruido por Dios quien viole su templo,  cuando llegue el tiempo de que Él saque a la luz las obras ocultas por las tinieblas (I Co: 3: 15 a17).
   Porque ante la corrupción de los cuerpos roídos por la decadencia y la decrepitud, erosionados por la degeneración y la inflamación, ante la vitalidad misma del universo y la organización original de la creación primera que degeneran con el tiempo (entropía), no queda sino asirse al espíritu original primero, que es lo infinito, de donde procede la misma producción del universo, para vivir así de forma trascendente y ver la esencia (el rostro original), poniendo en orden al gobierno interno del alma superior y controlando las fuerzas violentas del alma inferior de lo oscuro. Recordar ese misterio es también la entrada que nos permite recorrer la vieja senda, el camino que lleva al centro de la persona, liberándonos con ello de la bestia y del demonio que hostilizan desde fuera, pero que también nos habitan desde dentro. Tarea de quemar la escoria, pues, para recuperar la sed del agua viva, la sed de comunión, de salud, la sed orgánica de contemplación y de participación en el todo, en el cosmos como un orden jerárquicamente armonizado, por medio del amor a la vida y al prójimo;   para reconciliarnos también con Dios, y ser otra vez familiares suyos y hermanos de sus hijos. Así, la visión a que nos conducen las pinturas del artista Germán Valles Fernández no es otra que a la de la historia, el devenir y la sabiduría misma del mundo como pertenecientes al non esse, opuesto a la realidad absoluta del esse -pues lo sagrado está fuera de la historia como principio ontológico y no es creado por el hombre, sino que le precede y lo trasciende.
   La obra del maestro Germán Valles nos enfrenta desde el primer momento con almas que son desgraciadas, poseídas por el vicio o por la enfermedad, pues la desgracia está  asociada a nuestras acciones, a nuestros pecados. Porque aunque el pecado está premiado y aún es prestigioso, el que peca profana una cosa sagrada y así al exilarse del todo y asociarse con la nada escoge el castigo –no porque el pecado sea penado, sino porque quien lo escoge está simultáneamente escogiendo el castigo, porque el pecado es especialmente, en sí mismo, castigo. Despreciar la luz, la serenidad, la paz, el amor, como hacemos hoy en día de manera prácticamente inconsciente, tiene como su fondo la adoración de ídolo: el conflicto y el mal, que llevan inevitablemente a la desgracia, a ser desgraciado, a ser abandonados de la gracia, soltados de la mano de Dios. Así, por contraste, su obra clama todo el tiempo, de una forma a la vez serena y luminosa, sin desesperación, por lo contrario: por la recuperación de la gracia, por la restauración de  un centro más estable de la persona que le devuelva la salud, el equilibrio. Porque a diferencia de la desgracia, que nos tiene como su presa, el hombre puede elegir libremente por la gracia, que no se posee ni nos posee, sino que es un lugar al que se entra, en el que se está: y que al entrar en él se revela como un lugar sagrado, que no puede pertenecernos, sino al que más bien sólo podemos pertenecer cuando nos abrimos y nos abandonamos, que es también un confiar y un depender, es decir una fe (con-fidnes). Porque el alma es también un lugar prometido y a la vez sagrado que nos insta a coincidir con ella, para recuperarnos a nosotros  mismos, para que así encarne en la vida, aunque  sin poder nunca identificarse o definirse por ella. Porque el alma es como un templum, algo sagrado a donde entramos para revelar en su firmeza lo mejor de nosotros mismos.
   En el plano teológico el don del libre albedrío se relaciona directamente con la gracia divina: Dios elige a los suyos, para darles la vida, la salvación y la eternidad, teniendo sobre los seres humanos poder de decisión desde toda la eternidad. Sin embargo, al don del libre albedrío en el hombre corresponde la gracia cuando se ha optado por el bien. Porque el hombre, en efecto, puede escoger libremente la suerte que desea para su alma, al decidir  entre dos opciones: la vida eterna o la muerte. Lo sorprendente, en efecto, no es tanto la voluntad divina de escoger a los suyos, ni la libertad del hombre, en los estrechos límites de la condición humana; lo sorprendente es que pudiendo escoger la vida eterna algunos escojan más bien la nada, la muerte, la condenación –ya sean los empecinados contumaces o los engañados por el mundo.





domingo, 23 de febrero de 2014

IX.- El Tiempo y el Ídolo: la Bestia y el Demonio Por Alberto Espinosa Orozco

IX.- El Tiempo y el Ídolo: la Bestia y el Demonio
Germán Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
Por Alberto Espinosa Orozco 
9a de 12 Partes




   Así, a luminosa corriente irónica del artista no llega a su culminación voltaica sino hasta dar  cuenta de que en tales expresiones de la lívido, de los placeres maléficos o de los deseos insatisfactibles, se filtra de cualquier manera la forma, la norma, la ley, el símbolo, el mito, la mística, la metafísica y la religión –por lo que el hombre siempre ha de tener un punto de apoyo fuera de la historia, ajeno a lo que es engullido por las grandes aguas del devenir o por la boba boca del caos.
   El pintor Valles Fernández va de tal modo recuperando los modelos que participan de alguna mística inferior, viendo así como participan de sus formas, de sus figuras, de su carácter –porque el mito encarna en la vida, o tal vez sea mejor decir, porque la vida encarna en el mito. Porque como los humanistas de todos los tiempos nos han afirmado, los dioses no mueren, sino que prosiguen y se transfiguran alcanzando las formas más crueles de la degradación. Porque aunque ya no se crea en la existencia de Dionisos, el hombre los revive en su concia y en su experiencia de la embriaguez, mostrando a una deidad cada vez más triste, cada vez más vulgar, cada vez más lisiada y desesperada.
   Sus cuadros pueden verse entonces como alegorías de las fuerzas nocturnas, donde no sin burla helada Cronos preside el festín de la carne, mostrando la yaga viva de su moñón  como un grotesco trofeo de la impudicia. Es Dionisos, es Plutón o es Hades, es Jano o es el Tiempo -que se opone por su propia esencia al Logos, a la palabra y al verbo salvador, en una colosal gigantomaquia. Deidad, pues, del rechazo, de la frustración afectiva y de la exasperación, cuya melancolía erudita no es otra que la de la envidia, de la codicia, de la acumulación de la avaricia que engendra y devora a sus propias creaciones por la misma excitación de su deseo, que quisiera saciar sus pasiones insaciables, pero agotando con ello las fuentes de la vida. Ser de la destrucción que, sin embargo, resulta por su duro convencionalismo incapaz de adaptarse a la evolución de la sociedad y de la vida, quedando encadenado al aspirar a una perfección estancada, sin futuro y por tanto sin sucesión posible, en una clara regresión hacia la disolución, la división y el desorden tanto a escala psíquica, como moral y metafísica.
  Mundo también del tumultuoso y delirante Baco que so capa de una moral emancipada suprime las prohibiciones y tabúes, promoviendo los desbordamientos sensuales y los carnavalescos desfogues de la exuberancia, induciendo con ello a la vinculación con lo irracional de los cultos propiamente dionisiacos y de los ritos orgiásticos, donde hay que alienarse para ser transfigurado, anulando la personalidad para ser poseído por el dios –pero que en realidad son sólo una torpe búsqueda de lo sobrehumano, que al intentar romper la barrera que nos separa de lo divino, para liberar al alma de sus límites terrenos, alcanza apenas la regresión hacia las formas caóticas o primordiales de la vida, ligándose también por ello a los turbios moldes donde se acuñan los rechazos, las represiones y las frustraciones, cosa que en el mejor de los casos probaría el parentesco del alma humana con los demonios, no contentos ni con la suerte ontológica de su naturaleza degradada.
   Así, en uno de sus registros, las pinturas de Germán Valles han sabido presentar con una extraordinaria expresividad, a la vez cáustica y realista, una serie de figuras clave, destinadas a turbar, a oscurecer y debilitar la conciencia al manejar los hilos de las pasiones -como ese sabio químico del que habla Baudelaire, que en la almohada del mal ha sabido evaporar el metal de la voluntad humana para trasformar el gusto, haciendo que se hallen encantadores los objetos más repugnantes –llevando así a sus discípulos por pestilentes tinieblas del5 horror, paso a paso, hacia el infierno, dejando como único consuelo al pobre libertino besar el seno ajado de la vieja ramera, o robar al pasar un placer clandestino, que exprime fuertemente como una seca naranja –mientras los espíritus van ocupados por la estupidez, el error, el pecado y la mezquindad, que mueven la animación de los cuerpos y alimentan los remordimientos, como los mendigos que nutren con su crápula a su piojera, cayendo todas las almas, pusilánimes o audaces, bajo su influjo.[1]



   Pintura, pues, que espejea el orbe de multifacéticas presiones, que acaban por dominar al hombre en base a sus pulsiones orgánicas poderosas para llevar al individuo a perderse, a entregarse al reino de las sombras al apresarlo en las murallas interiores del instinto. Mundo de arrepentidos cobardes y de tercos pecadores que van en búsqueda de la casa de las lágrimas con sus grotescos decorados de ajada gruta, anticipando con ello la voluntad de las místicas inferiores de perderse en un reino de siniestras imantaciones, donde lo semejante a la sombra busca a lo semejante: lo amorfo, lo indefinido o lo inconsciente. Mundo de la tentación, pues, significadas por los obstáculos, que incita al hombre, cuando la salvación no puede llegar por el amor, cuando no se cree o no se puede creer en un orden trascendente, a entregarse a las confusiones de Dionisos, a esa sed de olvidarse de sí, a esa maldición dionisiaca que hace resbalar al hombre moderno por el tobogán vertiginoso del nihilismo,  que va cada vez más hacia abajo, para caer sin fondo, hacia la nada.  Sed de aniquilarse, pues, que se descubre como una fe en una oscura mística, en la cual enajenarse, por la cual sacrificarse y perderse –y que por lo mismo se opone al orden natural de las cosas, a la sed de salvación, al impulso por valorar la vida y encontrar un sentido central a la existencia.
   Porque Saturno, al igual que el adversario, que el espíritu orgulloso y soberbio  que se pasea recorriendo la tierra, representa el espíritu de la involución que cae irrefrenablemente en la materia –siendo su engañosa la luz la desviación de la luz primordial que se oculta en la materia, reflejada en el desorden de la conciencia humana, en la mente nublada que, confundida, sobreexcitada, turbada, entra en la oscuridad al adoptar una falsa jerarquía de valores, entrañada en sus malas sugestiones e incitaciones, y causando con sus relaciones sociales invertidas y con el cobre vergonzoso de su función separadora infinidad de penas y sufrimientos, de desapegos, de abandonos, de renuncias, de sacrificios (“Melancolía”). Parodia de Dios, cuyas torcidas tentaciones no dudan en emplear medios ilícitos, pues están encaminadas a arrancar al hombre de su relación con el espíritu, deseando así romper las alas a todo lo creador y cuyas fuerzas perversas desintegradoras quisieran someter al hombre a la tiranía de su propio dominio –siendo por ello la fuente de la mala suerte, de la impotencia y la parálisis, del centro subterráneo que late en el fondo de la noche donde no hay ni luz ni gozo de la existencia y que, sin embargo, nos insta a exaltarnos en las tribulaciones, como una palanca de la vida moral, intelectual y espiritual, pues al enfrentarlas ellas obran la paciencia de los largos esfuerzos reflexivos, también el esfuerzo sostenido por liberarnos de la prisión del cuerpo, de su animalidad, de la vida instintiva y de las pasiones –engendrando así la paciencia a la esperanza en la gloria de Dios, quien de tal suerte derrama su gracia en nuestros corazones.
   Encuentro, pues, con la presencia de imágenes metafísicas, que labran la suerte del más allá, de la otra vida, del otro mundo, por más que lo hagan de manera negativa presentando en esta vida, en este mundo, en el más acá, bajo la figura de seres arrogantes y jactanciosos que, sin embargo, no han podido diferenciar al hombre de la bestia, ni identificar su objeto de deseo, cayendo por tanto en la barbarie del hermafroditismo o en la androginia, representa de tal modo una condición negativa del espíritu humano. Porque los dioses paganos efectivamente no mueren, sino que subsisten, persistiendo en la imaginación y en comportamiento de los hombres, alcanzando las formas más crudas de la vulgarización y más crueles de la decrepitud –estando tales formas activas en el reflejo de la experiencia y de la vida de los hombres.
   Pintor interesado en la inmersión en las aguas estancadas, Germán Valles, sondea las profundidades de vacío, del non esse, de la nada –por su misma constitución diferenciada y aún opuesta a la realidad absoluta del esse, del infinito bien, de lo pleno, de la luz, que es Dios. Y lo que encuentra el artista en su camino es un mundo den gente dormida, que mira cada una hacia adentro, hacia su mundo personal y subjetivo, carentes de la cultura universal. El mal se revela entonces como lo particular, también como lo azaroso y contingente, como lo que afecta a la gente introvertida o dependiente de una cultura meramente histórica, teniendo sus organismos entonces el carácter de lo impenetrable, de lo aislado o estando sus individuos dominados por una fuerte vida orgánica, imperativa, en proceso de transformación y fermentación. Vida onírica también, en lo que tiene de regreso a la unidad meramente orgánica de la creación prenatal y sin conciencia, donde no existen propiamente ni la libertad, ni el pecado, ni el drama. Vida en el error, que de suyo lucha contra lo concreto y se opone a la cultura universal de la gente despierta, extrovertida, que viven con una misma luz y en una misma ley.
   Retratos alegóricos, pues, de esos dos extremos polares de la falta humana que se llaman la bestia y el demonio. Por una parte, la pereza bestial de la tendencia regresiva, disgregadora que hay en todo lo vivo y organizado cuando se deja succionar por la tendencia entrópica del universo, por la fuerza reaccionaria e involutiva de la vida, que se hunde finalmente en el marasmo de las aguas abismales putrefactas y en descomposición. Por la otro, la soberbia satánica, que niega la vida al intentar, no tanto liquidar el universo, sino tragárselo, apropiárselo; que niega la vida escapando de ella mediante el pecado imaginario de borrar la creación al invocar lo que hay en la tiniebla de absoluto, de sin-sentido ilimitado, y que en su delirante abstraccionismo, pudiendo decir lo que sea, sólo atina a decir una cosa: que es muda.
   Aparece entonces la escultura del ídolo: que es la sombra, la máscara vacía, la imagen de quien ha cerrado los ojos de una vez y para siempre, cuya boca tapiada indica la sentencia del no, definitiva y total, cuya la ceguera pareciera reclamar el acumular toda la sombra para sí, y que al estar abstraída del cuerpo señala el conflicto tanto de la idolatría como del negador: ser una máscara, por más que polimorfa, por más que hoyada por la luz en su interminable facetismo psicológico, no pudiendo ser así sino una ausencia. Impotente para dar un rostro a su peso vacío, o unos ojos con luz a la burla cruel de su mirada ausente. Mundo, pues, de la mudes y a la vez de la ceguera, de la opacidad de lo cerrado, de lo que no se brinda ni abre, que resiste como la materia bruta, sosteniéndose siempre afuera -pero que acaba siendo no más que ocultación, como aquellas almas que se encuentran deshabitadas por no pertenecer a nada, quedando finalmente desalmados al escapar de sus cuerpos la luz de las miradas. Imagen de ese otro absoluto, que es la noche, donde subsisten las sombras fugitivas perdidas entre la complicidad de la negligencia y del encubrimiento.



   Descenso, pues, que por las sendas prohibidas llega a los círculos concéntricos; viaje al  submundo de la noche a que conduce el saber de lo mundano; a la morada invisible de la muerte y de los lugares infernales, donde el hijo de del Tiempo reina insensible y despiadado, inexorable y colérico, tocado con la capa del lobo azul y el casco de piel de perro, marcado su rostro por la dureza del gesto y por las huellas del azufre, vigilado por el monstruo Cancerbero y presidido por sus cuatro caballos de opaco ébano. Es Plutón, es Hades o es el Orco que reina entre las lúgubres sombras miserables resueltas por el humo, por las cenizas y la nada. Lugar donde la sombra y la neblina dan cuenta del oscuro reino, donde los ríos del olvido, del fuego y la congoja conducen el inconcebible pozo de los odios. Lugar invisible e ilusorio, en cierto modo irreal, donde las almas vagan abatidas entre tétricas legiones de espíritus menores; laberinto sin forma ni salida, perdido en la tiniebla y en el frío, poblado por monstruos y demonios, donde  los condenados habitan entre las  abigarradas cavernas, como fuentes sin agua, como nubes trastornadas por el viento en torbellinos, fijados cual fantasmas en la pena y endurecimiento en su pecado cual estatuas. Pozo de la sensualidad en llamas, ahogado por la abolición de la dispensa y donde se sufre la privación radical de la luz, de la presencia de Dios, que es la vida.     
   Porque, a fin de cuentas, individuos, familias, sociedades, pueblos y naciones enteras resultan meramente ilusorias cuando se consagra el oscuro paganismo, cuando no participan más que del devenir universal (la historia), a la manera de cualquier organismo que vive un tiempo, para después morir, agotándose en lo vivido y disolverse finalmente en la mudez y en la ceguera de la nada (inmanentismo), donde la tiniebla no tiene que nada que decir sobre la luz que la atraviesa.




[1] Charles Baudelaire, Al Lector. 







miércoles, 19 de febrero de 2014

VIII.- Germán Valles Fernández: La Maceración de la Carne Por Alberto Espinosa Orozco

Germán Valles Fernández: la Fascinación y los Fantasmas
VIII.- La Maceración de la Carne
Por Alberto Espinosa Orozco 
8a de 12 Partes




      El hombre podría definirse como el único ser en peligro de dejar de ser lo que es, de degradarse a un ente de ser dado, evadiendo la responsabilidad que implica la libertad: que es el forjarse, el luchar contra el destino para hacerse, como un ser creativo, como un “ser que hacerse”. La decadencia de la cultura, de la moral, de la educación, muestra a las claras la senectud de las fuerzas del cosmos, que el mundo se ha hecho viejo, poniendo al hombre de ser no ser hombre, de ser un no-hombre, contrariando con ello radicalmente su esencia, su naturaleza espiritual, dando pie a una  sociedad  corroída por el vicio y por la disolución de la persona, por la pseudotranza, por el falso misterio o por el misterio degradado en la vulgaridad de lo profano profunda o en la mera parapsicología de salón donde se efectúa, lo mismo que en la mis negra, la mímica de la participación (surrealismo), dando a colación un cuerpo unido la energía de la opacidad, hasta convertirse en un mismo magma amorfo.
   Ante tal espectáculo desolador la defensa del pintor Valles Fernández es la de la invocación de la luz bajo el registro, no menos hiriente,  de la ironía, bajo cuya técnica disgrega al hombre profano al mostrar y simultáneamente anular las formas vulgares de equilibrio psico-somático. Su estrategia es así la de disolver efectivamente los estados de conciencia alimentados por la bonanza de la carne, de derribarlos de sus grotescos altares, de humillarlos al revelar todo lo que hay en ellos de despersonalización, de dolor y de risible. La acidia muelle queda entonces reducida, junto con otras formas de comodidad humana, a sus estados más vergonzantes y de decrepitud, donde el hombre mismo es reducido a un plasma amorfo, cuya sed insaciable de gozo produce no más que un empobrecimiento del ser y dentro del cual sólo pueden debatirse el tedio, la desesperación y la nada.



    Técnica de maceración de la carne, pues, consistente en mostrar fehacientemente lo que en la carne del hombre no sobrepasa la condición humana, reduciéndola así a la inmanencia de la vanidad, luego a la despersonalización del barro, hasta llegar finalmente al polvo del olvido -mostrando a la vez lo que hay en el cuerpo humano de animal humillado y de vegetal dormido. Definición del hombre por su hedonismo, por su capacidad de sentir y hacer sentir placer, pues, que desemboca en el agujero en la conciencia, el cual empieza como liviandad, como alegría de la vida, que prosigue en la desmesura de ilimitación del placer, entrando finalmente en el callejón sin salida del hoyo en la conciencia del sensualismo intrascendente (fenomenismo). Pintura que plantea así una aguda contradicción, una tensión ya insufrible, en la que el Jardín de las Delicias (“Las Bellas Artes”), aparece como un poderoso cristal de aumento  o imagen potenciada de los extravíos del alma inferior -que a las claras muestra la pequeñez de la condición humana, porque que todo lo carnal se descompone en este mundo sujeto a las ilusiones y los dolores; porque  pretender rehuir el dolor o la solidaridad, motivados por los pruritos del egoísmo o de los impulsos inconscientes, conduce indefectiblemente a la experiencia de la sordidez, del asco, o del confinamiento en la covacha cochambrosa del olvido..
   Tarea, pues, de experimentar y hacer experimental al observador los extremos de la sordidez y de la desolación del alma humana, hasta llevarlo al limite, a la sensación cultural más automática de todas: el asco, ante cuyas escenas el ser humano inmediatamente retrocede con actitud de notoria repelencia, en defensa orgánica del propio ser, huyendo de la muerte, de los extremos, hacia un punto más estable de la contemplación. Porque el trabajo del artista es en el fondo el de conducirnos, por el camino de una luz más diáfana, a la liberación tanto del cilindro, que es el pozo de la concupiscencia, como del oscuro cubo del confinamiento, que es el cuerpo, prisión del alma inferior, para lograr salir así de la densidad de la materia, de la energía tensa y opaca que hay en las tinieblas. Porque si el alma inferior, depositada en el cuerpo físico y que navega por el río de la conciencia en lo que tiene de devenir oscuro, nubla la mente, embotado y deprimiendo el espíritu, el alma superior tiene la tarea como misión fundamental quemar la escoria del alma inferior, de controlar el mundo de la sensualidad, que por tender a lo oscuro y negativo tiende a resbalar por la pendiente de las fuerzas succionantes de las sombras, o a  convertirse en tumba de la conciencia que libera al antro de fieras del inconsciente Tarea, pues, de quemar la escoria del alma inferior, de trascender densa opacidad que hay en lo oscuro, controlando, fundiendo y disolviendo el alma inferior, para así poder refinar y completar el alma superior, que es donde se oculta el espíritu original, que hay que preservar, restaurando de tal suerte lo creativo, que es la luz de los ojos, que es el alma que ve lo que no tiene forma y que escucha lo que no tiene sonido, y que en medio del silencio sueña al hacer girar la luz de la conciencia.






martes, 18 de febrero de 2014

Con la insignia de la Cruz[1] Por M. R. P. Fr. Miguel Díaz de Vivar

Novena 
Con la insignia de la Cruz[1]
Por M. R. P. Fr. Miguel Díaz de Vivar


Con la insignia de la Cruz,
pues al hereje das luz
y a los muertos resucitas
las lluvias das o limitas
y das pan de bendición.

Tu que en cuerpos enfermos
tanto portento hiciste,
con la gracia de Cristo
sana nuestros deslices.





[1] "Los gloriosos patriarcas e los predicadores El gran padre Santo Domingo de Guzmán abogado contra las calenturas, hecha por el M. R. P. Fr. Miguel Díaz de Vivar, presentado por (cátedra) en sagrada Teología y Doctor en la misma por esta Universidad, Pinos, Zacatecas, 1886". 



Terranova (Revista de Cultura, Crítica y Curiosidades) : Noticias de un Maravilloso Tapiz: Historia y Mito...

Terranova (Revista de Cultura, Crítica y Curiosidades) : Noticias de un Maravilloso Tapiz: Historia y Mito...:  Noticias de un Maravilloso Tapiz:  Historia y Mito Por Alberto Espinosa 1ª Parte “El jardín tiene un fuente y la fuente una quimer...

Noticias de un Maravilloso Tapiz: Historia y Mito Por Alberto Espinosa Orozco 1ª Parte

 Noticias de un Maravilloso Tapiz:  Historia y Mito
Por Alberto Espinosa Orozco 
1ª Parte
“El jardín tiene un fuente
y la fuente una quimera
y la quimera un amante
que se muere de tristeza.”
Juan Ramón Jiménez



I.- La Historia Reciente
   La historia del tapiz “La Fuente del Unicornio de Durango”, verdadero jardín encantado de tesoros y relaciones, asociaciones y enigmas. El maravilloso tapiz formo parte, siendo la pieza central, de la “Pinacoteca Virreinal del Estado de Durango”, la cual se ubicó por muchos años en Conjunto Cultural Durango, en el “Ex-Internado Juana Villalobos”, que fue la sede también del Instituto de Cultura del Estado de Durango (ICED), en la Colonia Silvestre Dorador, también llamada colonia Obrera. Es decir, el tapiz es y pertenece al pueblo de Durango, México, para su contemplación como para la instrucción y el disfrute. Se trata más propiamente de un tapiz que de un gobelino, de misteriosas características, siendo una obra única en la Historia del Arte Universal, tanto por sus dimensiones, por su historia como por su trama y su tema, pero también por su origen y procedencia.
   A la famosa obra de arte medieval se le ha llamado con diferentes nombres: “El Jardín del Unicornio”; “La Fuente del Unicornio”; “La Fuente de la Gracia” –aunque también es conocida por historiadores y especialistas como "Hinc mihi salu." ("Tengo la Salvación", y no como se quiso hacer creer “Hic Mihí Salu” o “Mi Saludo desde Aquí”), pues la obra de arte ostenta en su tejido una banda superior en la que puede leerse esa leyenda. Se trata de una de las obras más misteriosas de toda la Historia del Arte, tanto por su procedencia como por su tema (al parecer unas bodas reales de inspiración romántica), pero también por codificarse en ella una serie de misterios esotéricos y alquímicos de la Edad Media, cuya densidad icónica y simbólica tendría una interpretación cristológica.
   El hermoso tapiz “La Fuente de la Gracia” se exhibió por cerca de 10 años, de 1998 a 2008,  en la Pinacoteca Virreinal del Estado de Durango, la cual se encontraba en un magnífico salón de grandes proporciones, formando parte de uno de los edificios principales  en un gran del conjunto arquitectónico compartido por Instituto de Cultura del Estado de Durango (ICED) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia del Estado de Durango (INAHED). El Conjunto Cultural Durango, como también se le conoció oficialmente, estuvo asentado  en lo que fuera un bellísimo hospital neoclásico de influencia francesa, construido con las espléndidas canteras de la región, entre inmensos jardines, a fines del siglo XIX, convirtiéndose posteriormente en la escuela Hijos del Ejército #8, y luego en el Internado para Huérfanos Juana Villalobos, nombre con el que popularmente todavía se conoce al inmueble.
   Sin embargo, a partir del año 2008, durante el gobierno de Ismael Hernández Deras y siendo director del ICED Luis Ángel Martínez Diez, las oficinas del Instituto de Cultura fueron trasladadas a una casa moderna, cerca del Bulevar Durango, aunque no así las del INAH, que permanecieron en el Conjunto Cultural Durango, pues se dio paso a la reconstrucción del conjunto arquitectónico y a su millonaria remodelación, para la creación y establecimiento del modernísimo Centro de Convenciones Bicentenario, terminado en 2010. Algunas personas informaron que durante ese lapso de tiempo el fabuloso tapiz permaneció enrollado y arrumbado en una esquina de la Biblioteca Olga Arias, habiendo sido desmontado de un gran mueble semejante a una cama de madera de grandes dimensiones, la cual había hecho construir el querido mentor Don Héctor Palencia Alonso, anterior director de ICED, para que la obra “descansara” –pues estando exhibida en posición vertical se había empezado a “colgar” en diferentes puntos.
   Si bien es cierto que se remodelaron y habilitaron los jardines del inmueble adornándolos con enormes esculturas, que se techaron grandes espacios y se remodelaron varios de sus edificios, algunos de ellos muy deterioraos o en estado ruinoso, también lo es que con ello desaparecieron varios centros de actividad cultural: el Museo de la Revolución Domingo Arrieta,  el Museo de la Fotografía, la Sala de Eventos Nelly Campobello, la biblioteca Olga Arias, un Cine y dos Galerías de Arte dejaron de existir. Vale la pena señalar que durante la gestión como dirección del ICED del Maestro Héctor Palencia Alonso (1998-2004), se edificó la Sala de Conciertos Silvestre Revueltas, habiendo sido construida con enormes esfuerzos de su parte, debido a lo restringido del presupuesto de que gozaba por ese tiempo la institución, mandando hacer incluso una escultura del músico genial que presidía el paseo que llevaba al inmueble –el cual, por otra parte, también fue desmontado y trasladado a las nuevas instalaciones. El Centro de Convenciones Bicentenario se convirtió así no en otra cosa que en oficinas gubernamentales, siendo desde entonces la Directora de Cultura de dicho centro la pintora Pilar Rincón.  
   Hay que agregar que siendo la directora del ICED la Ingeniero Corín Martínez Herrera, la Pinacoteca Virreinal, hasta entonces custodiada por el pintor Felipe Piña y donde se resguardaba el precioso tapiz, cambió de sede, pues fue trasladada al Museo Gurza en el año de 2012, aunque sólo por un breve periodo de tiempo  pues a los ocho meses, luego de permanecer en una sala larga y estrecha de dicho museo, se desmanteló la Pinacoteca como tal, yendo a parar al menos una de sus piezas a la Casa Grande de Ferrería: "La Puerta de los Evangelistas", la que según se dice se encuentra ahora en las oficinas del gobernador.[1]



II.- Historia: los Antecedentes Recientes
   A fines del siglo XX se tenía la impresión en el Conjunto Cultural Durango que el tapiz “La Fuente de la Gracia” era un antiguo gobelino, dando por descontado que se trataba de una pieza del Siglo XVII, fecha en la cual el Rey de Francia Luis XIV, el “Rey Sol”, adquirió en propiedad la Manufactura de Gobelinos de París.  Una ficha al costado del fabuloso tejido, realizada por el primer encargado del conjunto, el historiador Javier Guerrero, señaló así por algún tiempo que la maravillosa obra era un gobelino del Siglo XVII.
   El querido mentor  y culto abogado Don Héctor Palencia Alonso, luego de tomar posesión de la dirección de cultura del Conjunto Cultural Durango en el año de 1998, como primer acuerdo solicitó la colaboración de CONACULTA, por conducto de Rafael Santín de Río, para que se realizara un estudio del fabuloso tapiz y se le restaurara, petición que fue turnada al INBA, enviando entonces esta dependencia la experta en restauración Rosalía Cuevas quien tomó algunas muestras del textil para su análisis en el año de 1999. La presencia del experto tenía como objetivo lograr que se tomaran las medidas necesarias para proteger el tapiz, ya que al estar colgado verticalmente sobre un muro, sin bastidor de ningún tipo, la trama del tejido se había empezado a colgar en algunos sitios.
   Mientras se esperaba su dictamen, el Maestro Don Héctor Palencia Alonso invitó, a través de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística Delegación Durango en coordinación con el Instituto de Cultura del Estado de Durango, al reconocido arquitecto Jaime Ortiz Lajous, restaurador de sitios históricos y experto investigador del arte francés, antiguo asesor del Metropolitan Musem of Art de Nueva York y del Instituto Paul Gety de Los Ángeles, California.  Don Jaime Ortiz Lajus, famoso crítico de arte y notable arquitecto, dio así una conferencia la noche del viernes  4 de junio de 1999 en el vestíbulo del Teatro Ricardo Castro, la cual se tituló “La Nueva Propuesta de Ley sobre Patrimonio Histórico” –siendo acompañado por dos disertantes, la periodista Anabel Gutiérrez Parra y el director del Museo de la Ciudad de México, Conrrado Tostado.
   Al día siguiente, el sábado 5 de junio de 1999, el arquitecto Jaime Ortiz Lajous, acompañado por Conrrado Tostado y Anabel Gutiérrez, visitó el Conjunto Cultural Durango. El director de cultura local, Maestro Héctor Palencia Alonso, los llevó entonces a la Pinacoteca Virreinal, quedando el prestigioso crítico de arte asombrado al contemplar la obra “El Jardín del Unicornio”, la cual observó por horas, llegando a la siguiente conclusión: que se trata de un verdadero hallazgo, por ser una obra única en la historia del arte universal, tanto por pertenecer a la serie de Tapices del Unicornio del Cluny como por su tamaño, ya que es tres veces más grande que el resto de la colección y de superiores valores estéticos –siendo su valor metálico en el mercado internacional estratosférico, superior a varios millones de dólares.[2]



  Siendo el arquitecto Jaime Ortiz Lajous autoridad mundial en la materia, habiendo ocupado puestos de relieve relacionados con el patrimonio cultural en la extinta Secretaría de Patrimonio Cultural Nacional, hizo notar que el tapiz de Durango Pertenece a la serie de tapices del Museo del Cluny. Algunos de los tapices sobre el tema del unicornio se encuentran en el museo de Arte Medieval, The Cloisters, en Nueva York, serie de 7 tapices conocida como "La Caza del Unicornio", sobresaliendo de entre ellos el tapiz "La Muerte del Unicornio".  Existe otro más, en la Fundación Paul Guetty de California, creada por el millonario petrolero y hotelero norteamericano Paul Guetty, llamado “El Unicornio Capturado”. Existen también otros seis tapices con el tema del unicornio  en el Museo del Cluny, famoso museo de París, situado frente a la Universidad de la Sorbona, la más antigua de Europa. El Museo del Cluny alberga una colección inigualable de arte medieval de los siglos XIV a XVI y las más bellas colecciones de objetos de los Siglos XV, XVI y XVII. Uno de los grandes atractivos del Museo del Cluny es la serie de los seis tapices sobre el equino anómalo, todos ellos manufacturados en el Siglo XV, los cuales forman la colección conocida como “Los Cinco Sentidos” –todos ellos elaborados en seda y lana, aproximadamente del mismo tamaño,  manufacturados en Flandes a finales del Siglo XV, apareciendo en el sexto tapiz una dama saliendo de una tienda de campaña, el cual ostenta una misteriosa inscripción: “A Mon Seul Desir” (“A la Única que Amo” o "A mi único deseo").



   El tapiz de Durango “El Jardín del Unicornio” pertenece a ésta última serie, siendo el séptimo de la colección y tres veces más grande que los restantes (468 x 372 cts., 17 m2) y de superiores valores artísticos y estéticos. La obra se refiere así al tema esotérico del Unicornio, codificado en la Edad Media, cuyo misterio nos hablaría de una representación alegórica cristológica, de un ser puro y casto que sólo podía ser visto por las vírgenes –teniendo cada uno de los animales e incluso de las plantas un valor simbólico, por lo que se ha conjeturado que contiene un código alquímico.[3]
   A semejanza del sexto tapiz de Paris, la obra de arte medieval de Durango, “La Fuente de la Gracia”, ostenta una leyenda análoga y complementaria: “Hinc Mihi Salu.” ("Tengo la salvación".... y no "Hic Mihi Salus", “Desde aquí mi Saludo”, como se transcribió y tradujo primero erróneamente). También añade el tapiz de Durango un rasgo más de carácter fundamental: en la esquina baja del lado izquierdo, muy cerca de un cisne, se exhiben las siglas “F.B” –las cuales probablemente indican más que la identidad del taller donde fue realizada la obra, las iniciales del artista; no lo sabemos, pero sabemos en cambio que la firma como marca de la individualidad y dignidad del artista, tal y como la concebimos hoy, es invención del Renacimiento, rasgo, pues, que el tapiz de Durango cuando menos preanuncia.


   El tapiz de Durango es conocido con el nombre de “La Fuente de la Gracia” para distinguirlo de otro de los tapices, llamado también “La Fuente del Unicornio” o “Asesinato del Unicornio” (368 x 315 cts.), el cual se encuentra  el museo “Cloisters”, del Metropolitan Museum de Nueva York, el cual presenta al unicornio mientras corre por el lado frontal de una fuente rodeado por cazadores, mientras es descubierto y señalado por uno de ellos –escena que ha sido interpretada como una alegoría de la última cena. Por su parte en el tapiz de Durango aparecen enfrente de la fuente, a izquierda y a derecha, la Ama de Llaves ejecutando la viola da gamba y la Dama tocando el laúd o la vihuela –siendo un rasgo distintivo de esta obra respecto de sus parejas de la Colección del Cluny la sencillez que adopta la vestimenta de las dos señoras.  


   El licenciado Don Héctor Palencia Alonso se comunicó entonces telefónicamente con la experta del INBA, la restauradora Rosalía Cuevas, quien le informó estar de acuerdo con lo dicho por Jaime Ortiz Lajous y que para corroborar que se trataba de una obra del Siglo XV estaba haciendo exámenes de los pigmentos del tapiz en rojos, azules, verdes y ocres, recomendándole buscar para su restauración apoyo en el Instituto Paul Getty, por no haber en México especialistas en tecnología avanza dada a –aunque tales exámenes quedaron inconclusos al no remitir la restauradora el informe escrito al respecto. El gobernador Sergio Ángel Guerrero Mier dio instrucciones entonces a Héctor Palencia Alonso para suscribir la instrucción de Jaime Ortiz Lajous ante el Instituto Paul Getty y que la obra fuera restaurada por especialistas, insistiendo entonces el director del ICED que la restauración del gobelino para devolverle sus colores originales debería de llevarse a cabo in situ, agregando que de ninguna manera se permitiría que la obra saliera de la ciudad de Durango.  


   Sin embargo, el fabuloso tapiz no llegó a ser restaurado, a pesar de que Walter Boesterly Urrutia, director del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble, conocido como Centro de Restauración de Obras de Arte del INBA, informó que el 20 de junio del año 2000, arribarían restauradores expertos a Durango, bajo la supervisión de Rosalía Cuevas y con la colaboración de la restauradora local Lourdes Rodríguez Díaz, en ese tiempo encargada de la Pinacoteca –mencionándose que el presupuesto por tal tarea ascendería a los 200 mil pesos con una duración de 20 semanas para realizar las tareas de limpieza, reforzamiento de los hilos en las zonas debilitadas y en las uniones, colocación de una entretela o forro y la colocación correcta en el muro.[4]
   Sin embargo, la falta de recursos por parte del gobierno local redundó en la suspensión del proyecto, no obstante que el Maestro Héctor Palencia había conseguido de los funcionarios y directivos del centro de restauración del INBA un presupuesto más asequible, siendo éste último de 80 mil pesos con un estimado de 8 a 10 semanas en las tareas, pagando el ICED y manutención de los técnicos especializados. Empero, éste último acuerdo tampoco llegaría a concretarse.
   Así, para el año de 2003 el Licenciado Héctor Palencia Alonso tomó la iniciativa de al menos mandar construir en la Pinacoteca Virreinal del Conjunto Cultural Durango una especie de gran soporte, similar a las camas de los hospitales, levantado en un ángulo de 45 grados, donde en posición semi-horizontal pudiera descansar la obra, siendo iluminada por una luz especial –sitio en el que permaneció la pieza cuando menos hasta el inició de la remodelación integral del conjunto, el cual fue convertido e inaugurado para el año de 2010 en el Centro  de Convenciones Bicentenario.[5]



[1] Aunque la colección de obras de la Pinacoteca Virreinal de Durango no es muy grande, contiene obras de gran mérito, de las cuales es posible mencionar las siguientes, además del tapiz "La fuente del Unicornio"; 1.- Unas casullas religiosas bordadas en oro y plata; 2.- La puerta de los Evangelistas, una talla en cedro, mexicana, del Siglo XIX, y las pinturas; 3.- Jesús en la Cárcel; 4.- San Juan Nepomuceno ; 5.- La Visitación de María Virgen; 6.- La Virgen del Carmen; 7.- Ánimas del Purgatorio, del Siglo XVII; 8.- El Ánima más Sola; 9.- San Felipe Neri, y; la Virgen del Refugio.
[2] El abogado Héctor Palencia Alonso publicó tres artículos sobre tal visita en el periódico El Sol de Durango, en su columna editorial “Durango, Ayer y Ahora”, los días 12,16 y 19 de junio de 1999, titulados “El Gobelino del Unicornio”; “Orígenes de esta obra de arte”, y “Crece el interés por el gobelino”.
[3] El arquitecto Don Jaime Ortiz Lajous publicó en el mes de julio de 1999 en el periódico “El Universal” un artículo titulado “La Dama del Unicornio en Durango”, ce publico los resultados de su investigación. En esas mismas fechas el célebre periodista Paco Ignacio Taibo II publicó otro artículo, también en el diario “El Universal”, el sábado 17 de julio de 1999, titulado “Develan Misterioso Gobelino Medieval”, en donde narra cómo durante años la Pinacoteca virreinal del Conjunto Cultural Durango exhibió “sin saber” un gobelino de los más antiguos e importantes del mundo: “Un antiguo gobelino que durante años se exhibió como pieza del Siglo XVII en la Pinacoteca Virreinal del Conjunto Cultural Durango, sede del actual Instituto de Cultura de ese Estado (ICED), resultó ser una pieza única de arte medieval, de incalculable valor económico”; “La identificación de lo que, ahora se sabe, es uno de los primeros tapices de París, cuya manufactura data del Siglo XV, se debe al arquitecto y crítico de arte Jaime Ortiz Lajous y de acuerdo con información de Héctor Palencia Alonso, director densistiendo entonces el director del ICED, ya fue dictaminado por un experto del INBA”.
[4] “Se Restaurará el Tapiz del Unicornio y Todos Podremos ser Testigos del Proceso”, El Sol de Durango, lunes 5 de junio el 2000.
[5] Unos cuantos meses antes de concluir su gestión, y de su prematura muerte, el Licenciado Héctor Palencia Alonso dejó asentado en su columna editorial del diario que tal tarea de restauración del tapiz sería la encomienda prioritaria que dejaría su gestión pendiente y en responsabilidad de ser cumplida por sus sucesores. Héctor Palencia Alonso,  “Durango Ayer y Ahora”, El Sol de Durango, 5 de enero de 2004.