jueves, 16 de enero de 2014

Los Modelos Eternos: las Esculturas de Marco Aurelio y de Carlos IV Por Alberto Espinosa Orozco

Los Modelos Eternos: las Esculturas de Marco Aurelio y de Carlos IV
Por Alberto Espinosa Orozco 





     Poco se ha escrito sobre una cierta influencia o parecido entre las estatuas del filósofo y emperador Marco Aurelio y la de Carlos IV realizada por Manuel Tolsá. La estatua ecuestre de Marco Aurelio realizada en bronce es muy antigua, pues data del siglo II, del año 176 d. C., presentándose sobre los lomos de un caballo –aunque se ha hecho ver repetidamente su parecido con las estatuas de Augusto, teniendo como tema central el poder y la grandeza divina del César. Al igual que las estatuas de Augusto, la de Marco Aurelio lo presenta agrandado y tendiendo su brazo y mano, en un gesto determinante, que igual se ha visto como significando clemencia (algunos historiadores relatan que en el medievo el conjunto incluía la efigie de un cacique bárbaro a los pies del caballo). La primera analogía con la estatua de Tolsá e encuentra en ese gesto determinante del brazo extendido que en el caso de Carlos VI lo representa  también  como un señor conquistador y victorioso, amante de la paz, que lleva en la mano un rollo de papel con un decreto.
   Se trata, en efecto de dos estatuas imperiales ecuestres, teniendo la correspondiente a Marco Aurelio la fortuna de haber sobrevivido, no sólo a la frecuente refundición o a la conversión en monedas, sino sobre todo al cristianismo medieval que las destruía por considerarlas  como ídolos paganos. De hecho la estatua de Marco Aurelio es la única escultura ecuestre de un emperador romano que ha llegado hasta nosotros, respetada por el tiempo, asociándola en algunos casos al emperador Constantino, pero tenida de cualquier suerte como la de un monarca no pagano, de un creyente inspirado por el espíritu y por tanto asimilable al cristianismo. La fortuna de la estatua de Tolsá, por su parte, ha sido parcial; primero desplazada de su sitio de honor en Avenida Reforma en 1979, sustituida por primero una papirogamia gigantesca pintada de amarillo canario y pestilente, al estar conectada al drenaje profundo; luego, para finales del año 2013, sobreviviente a la Autoridad del Centro Histórico, en recientes fechas, sometida a los ácidos corrosivos del nitrato, que la tienen hoy  por hoy pelada, herida por la negligencia y en el dolor de la piel viva. 



   Por su parte, la estatua de Marco Aurelio se encontraba en el Palacio de Letrán, en Roma, pero en 1538 fue trasladada a la Plaza Capitolina, durante el rediseño de la colina Capitolina realizado por Miguel Ángel, a quien se debe el diseño del pedestal sobre la que descansa la escultura.[1] A últimas fechas el pedestal y el bronce se encuentran resguardados en una sala especial de conservación en el Museo Capitolino, mientras que en la plaza se encuentra sendas réplicas.  Y es justamente este pedestal el que con toda seguridad sirvió de inspiración al gran arquitecto Novohispano, pues guarda un gran parecido con el descanso de la célebre escultura del Caballito. La obra de Manuel Tolsá fue realizada en…. estuvo en el Zócalo capitalino, pero fue removido en 1823, luego de consumada la Independencia de México, al claustro de la que fue Pontificia y Nacional Universidad de México, ubicada entonces junto al Mercado del Volador, estando muy cerca en aquel tiempo de un enrejado de madera donde estaba depositada la escultura de la diosa Coatlicue, que había sido trasladada a ese sitio en 1790, después de ser descubierta en las cercanías de la Acequia Real –considerándose en aquel tiempo como un verdadero monstruo de la cultura prehispánica.
   Antes de la obra de Manuel Tolsá se realizó una primera escultura de Carlos IV por órdenes del Virrey de Revillagigedo  cercana a la coronación de Carlos IV en 1788, la cual fue colocada en la Plaza Mayor sobre un pedestal de mármol, pero  tallada en madera  por Santiago Sandoval,  indígena del barrio de Tlatelolco -estatua tuvo una corta duración y al cabo de dos años se encontraba prácticamente destruida. Sin embargo, el 12 de julio de 1794, un nuevo virrey llegó a la Nueva España, don Miguel de la Grúa Talamanca, Marqués de Branciforte – quien había dejado muy mala reputación en España, por una serie de actos de corrupción. En una carta pide permiso al rey para que en la Plaza Mayor de México se le erigiese una nueva estatua ecuestre en bronce, que substituiría y que tendría un costo de 18,700 pesos, adjuntando como Anexos los proyectos de la escultura y del pedestal que habían sido diseñados por el arquitecto y escultor don Manuel Tolsá, por aquel entonces el Director de Escultura en la Real Academia de San Carlos. Manuel Tolsá fue llamado para realizar el proyecto de la escultura de Carlos IV, posiblemente en 1795.
La iniciación de las obras y la primera piedra del pedestal del monumento ecuestre fue colocada por propia mano del virrey el 18 de julio de 1796, aunque no fue hasta  el 9 de diciembre de 1796, en la fecha del santo de la reina María Luisa, cuando tras de una lujosa ceremonia se develó una primera estatua, provisional, hecha de madera y estuco y recubierta con hojas de oro, en medio de los vítores de la multitud. Branciforte nunca pudo ver la estatua de bronce colocada al centro de la Plaza Mayor, pues fue retirado de su cargo en 1798 tras de una cauda de actos de corrupción que le caracterizaron.
   Enrique Salazar Híjar y Haro nos elata  todo el proceso que culminó Tolsá, para lograr fundir tan colosal obra de arte: «Tolsá continuó con el modelado de la escultura definitiva, teniendo como modelo el hermoso percherín poblano llamado "Tambor". EI inmenso molde quedó listo para su vaciado en bronce, pero el metal para la fundición aún no estaba completo, por lo que Tolsá y su equipo debieron esperar tres años. Reunido finalmente el metal, Tolsá revisó concienzudamente el molde antes de efectuar el vaciado, encontrándolo en buenas condiciones. EI 2 de agosto de 1802, a las 5:00 de la tarde, el molde se recalentó para desalojar de su interior la cera; también se encendieron dos hornos alimentados con carbón que contenían 300 quintales de metal en cada uno de sus grandes crisoles. A las 6:00 de la tarde del día 4, el metal, convertido en incandescente masa líquida, estaba listo para ser vaciado. Quince minutos fueron suficientes para que el crepitante bronce fundido recorriera los caños y respiraderos para rellenar el molde, completándose así el trascendental lance. Después de cinco días para que se enfriara el molde, se descubrió que el vaciado había sido un éxito, pues el bronce lo había llenado totalmente. Fue la escultura más grande y de una sola pieza efectuada hasta ese momento en los dominios españoles de América. Catorce meses necesitó Tolsá para cortar, limar, cincelar y pulir la escultura. Para sacar de su interior el picadizo que la rellenaba, se le practicó en la grupa del caballo un orificio por donde podía pasar un trabajador. Se dice que se introdujeron en él 25 personas, para satisfacer la curiosidad de saber cuántas cabrían. Por esta circunstancia, la escultura de Carlos IV recibió del pueblo, además del cariñoso nombre de Caballito, el de Caballito de Troya.»


    Una vez que la escultura quedó en su sitio la inauguración oficial volvió a realizase en el mismo día de santo de la reina María Luisa el 9 de diciembre de 1803, correspondiendo al nuevo Virrey José de Iturrigaray realizar la ceremonia de inauguración y los festejos, que duraron también tres días,  siendo patentes las  muestras de admiración por la gran obra, reconociendo todos los presentes el gran talento de don Manuel Tolsá.
   Don Enrique Salazar Híjar y Haro describe las características de la estatua: «Un gallardo caballo percherín, en el acto de andar pausadamente, siguiendo un gracioso paso llamado galanteo, tiene la pata delantera izquierda levantada en contraposición al brazo del rey. La pata trasera derecha pisaba, como alegoría de dominación, el águila y el carcaj, símbolos del antiguo Imperio Azteca. Montado en el hermoso caballo, sobre un paño que le sirve de silla, con sus guarniciones, bellos adornos y sin estribos, el rey está vestido a la heroica, empuñando en la diestra un cetro levantado en ademán de comandar un ejército y ceñida su frente con una corona de laurel. La escultura estaba enfilada de frente hacia la segunda puerta del Real Palacio
   Sólo cabe agregar que la naturalidad de la anatomía del caballo ideado por Manuel Tolsá tiende a mejorar los modelos romanos, específicamente la estatua ecuestre de Marco Aurelio, en la que evidentemente se inspira, consiguiendo un armonioso conjunto excepcionalmente bien logrado, tomando a la vez como modelo de pedestal el ideado por Miguel Ángel Bounaroti para aquella memorable escultura del moralista y emperador romano.
   Porque hay también otra cosa, algo de ironía en esa escultura de Manuel Tolsá al tomar para su efigie un modelo romano, muy probablemente directamente el de Marco Aurelio, que fue un emperador filósofo, mientras que ridiculiza en su retrato en cierto modo a Carlos IV, colocándolo luego sobre un pedestal renacentista, tomando su modelo del mismo Miguel Ángel a manera de cita, o como diríamos hoy, de intertextualidad –en una actitud que dice a los siglos: miren, tras de esta escultura del rey absolutista hay algo más, hay algo eterno, algo que remite al espíritu, a la perfección del saber y de la forma, que es la filosofía y el arte verdadero, lo que no cambia, lo que convoca al esse... por contraste con otras formas pasajeras, accesorias, mezcladas con el non esse y sin trascendencia real, pero detrás de las cuales se puede admirar el arquetipo eterno. 




[1] La estatua es muy conocida y emblemática, al grado que la moneda de 0,50€ italianos lleva su efigie. Hay otra réplica de la estatua de 1908 que se encuentra en la Brown University, de los Estados Unidos. 





   Poco se ha escrito sobre una cierta influencia o parecido entre las estatuas del filósofo y emperador Marco 

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