José
Clemente Orozco: Indigenismo e Hispanismo 1926-1927
Aun no borraba José Clemente Orozco las
pinturas simbolistas de la Planta Baja de la Preparatoria cuando Francisco
Sergio Iturbe, hombre de la más alta cultura y todo un caballero, honra a
Orozco con su amistad y le solicita en 1925 una decoración para la escalera de
la sección del restaurante Sanborns en
la Casa de los Azulejos, el notable
monumento barroco de su propiedad. El fresco resultante se tituló Omniciencia, extraño mural de
inspiración teosófica que esta compuesto por tres entidades simbólicas: la Introspección, la Fuerza y la Belleza.
Pintura modernista de ecos renacentistas en que dos figuras atléticas, hombre y
mujer, Adán y Eva, son unidas por una Gracia vigorosa y sexualizada.
Poco después de pintar el mural vuelve a la
preparatoria de San Ildefonso para terminar el trabajo comenzado. El
demócrata animador de la Universidad Popular, Alfonso Pruneda, rector de la
UNAM desde 1924, apoya a José Clemente Orozco para que reanude sus trabajos en
la Preparatoria de San Ildefonso en 1926,
los que finalmente habría de concluir en 1927.
Con excepción de la “Maternidad” y la cabeza
de “Cristo
destruyendo su cruz” (conservada en el tablero "La Huelga"), el conjunto entero de “Los Dones que Recibe el Hombre de
la Naturaleza”, cuatro tableros de inspiración simbolista-futurista,
fueron borrados completamente por José Clemente Orozco (Hombre cayendo o Tzontemoc,
1922; Los Elementos, 1922; Cristo destruyendo su cruz, 1923, y;
El
Hombre y su lucha con la naturaleza) para en su lugar pintar cuatro composiciones de la más alta calidad
plástica y del más alto contenido revolucionario: La destrucción del viejo orden,
La trinchera, La huelga y La trinidad revolucionaria, donde
Orozco denuncia sin ambigüedades la deformación del proceso revolucionario y el desvalimiento de las clases populares al termino de la Revolución: el campesino
dolido por la tierra perdida, el soldado mutilado y el obrero armado y
enceguecido. Repintó así el corredor del Primer Piso y pinto además los
corredores del 2º y 3er Piso, añadiendo a ello los muros en el primer tramo de
la escalera y las enjutas de los arcos. Los temas versaron entonces sobre la
sociedad mexicana, la revolución, pero también una primera meditación histórica
sobre la conquista y la evangelización de México –momento en el que las ideas
de Vasconcelos y su equipo empezaron a madurar en la obra del artista
jalicience.
En total fueron 14 los tableros pintados
por Orozco en esta segunda fase: “La destrucción del viejo orden”, “La
trinchera”, “La Huelga”, “Triada Revolucionaria: campesino, obrero y soldado”,
“El banquete de los ricos”, “Los ricos”, “La basura”, “La ley y la justicia”,
“Revolucionarios”, “La despedida”, “La bendición”; y cubriendo la bóveda “Cortez
y Malinche”, “Los franciscanos” y por último “Los indígenas”.
La Asechanza
Los Aristócratas
Basura Social
La Ley y la Justicia
Revolucionarios
La Despedida
La Bendición
Cortes y la Malinche
Realismo crítico encarnizado, que bajo la
solemnidad de la tragedia destila, contra los irresponsables de tamaño fracaso,
una burla feroz. Entre 1926 y 1927
Orozco pinta las escalas y el tercer piso de la Preparatoria. Entre otros los
frescos La Vuelta al Trabajo, La Familia Campesina, Mujeres
y en la bóveda grande el fresco Cortés y Malintzin, donde Orozco hace
una síntesis del mestizaje, en el que se representan la unión de las razas y
culturas europeas con las razas y culturas indígenas americanas, usando para
ello a los dos personajes históricos, que en la composición tienen la misma
importancia.
En la bóveda del primer tramo de la
escalera de la Preparatoria se encuentra la pintura Cortés y Malintzin, que
fue uno de los últimos paños pintados por José Clemente Orozco en al
Preparatoria, siendo una manera de concebir la relación entre hombre y mujer:
Cortés estrecha la mano de Malintzin, quien estando sentada junto a él es
apartada con fuerza para si con la mano izquierda, mientras ella cierra los ojos
en actitud de entrega y sumisión. A sus pies yace una figura exánime sobre la
cual el conquistador pone su planta.
El fresco de la bóveda grande fue reproducido por un grabado en la revista American Folkways con una leyenda que
apareció en el pie diciendo: “The indian race under theri feet”, ante lo
que Orozco protestó, pues se le hacia pasar como un enemigo de la raza
indígena. En efecto, Diego Rivera, por
entonces director artístico de la revista,
intentaba insinuar que los conquistadores españoles pisotearon al indio
prehispánico, haciendo aparecer a Orozco como un hispanista contrario a la raza
indígena. El genio mutilado explicó que la pintura representa un hecho
rigurosamente histórico y rigurosamente actual: la unión de las razas y las
culturas europeas con las razas y culturas indígenas americanas, no habiendo
nada que pueda ser ofensivo para alguna de las dos razas ni para nadie. Por su
parte, el personaje pintado a los pies e las figuras representa solamente el
pasado, el fin de un estado de cosas, como lo fue en la Conquista. Se trata, en
efecto, de un personaje yacente de espaldas, al que ni siquiera se le ve el
rosto y que no corresponde a “the indian
race”, representada en todo caso con la figura de la Malinche.[1]
La verdad es que José Clemente Orozco siempre intentó glorificar a la raza
indígena, haciendo constantes referencias a la nobleza de sus virtudes, a sus
sufrimientos, a sus luchas por su
mejoramiento, a su heroísmo -señalando además que siempre atacó a quienes los
envilecen, añadiendo que nunca los aduló ni falseó su verdadera naturaleza.[2]
Clemente Orozco señaló en su Autobiografía
que uno de los temas que más preocupó a los muralistas fue el de la
historia de México –reflejando la discrepancia evidente en las pinturas la
anarquía y confusión de los estudios históricos, causa o efecto de que nuestra
personalidad no esté todavía bien definida en nuestra conciencia (aunque lo
esté en el terreno de los hechos). Al igual que los enfermos de amnesia no
sabemos quienes somos, pues nos clasificamos continuamente en indios, mestizos,
criollos por atender sólo a la mezcla de sangre, cual caballos de carrera
–surgiendo de esa clasificación partidos impregnados de odio que se hacen una
guerra a muerte: indigenistas e hispanistas (faltando así solamente el partido de la
inmigración). El pintor constata el hecho de que en el mundo entro hay un odio
profundo entre los diferentes grupos raciales, estando sacudido y ensangrentado
por el odio de razas. Así, uno de los problemas de la historia de México es el
estar al parecer escrita exclusivamente desde el punto de vista racial
–reduciéndose la discusión a proclamar e imponer a una de las dos razas, siendo
tales los aviesos fines de las plumas extranjeras.
Para definir nuestra personalidad colectiva
las teorías de que México es necesariamente indígena, español o mestizo resultan una base falsa, pues, por
caso, lo español no es una sola raza, sino muchas y muy diversas, pues España
fue formada por iberos, celtas, romanos, griego, fenicios, hebreos, árabes,
godos, bereberes, gitanos, estando a su vez cada uno de estos grupos muy
mezclado; tampoco los indígenas de las Américas parecen ser de una sola raza,
dada su diversidad de tipo, lenguajes (782 idiomas), costumbres y grado de
cultura a que llegaron por sí mismos. Los tiempos modernos, por su parte, han sumado a nuestra cultura otras
razas, mejor dicho, todas las razas del mundo y en cantidades muy considerables.
La tesis o teoría racial tiene como
gravísima consecuencia el exacerbar el antagonismo de las razas, que es fatal, porque todas las razas son orgullosas en extremo, no admitiendo ninguna la
derrota y sumisión definitiva. Para el logro de la unidad, la paz y el progreso
bastaría, piensa Orozco, acabar par siempre con la cuestión racial, volviendo a
colocar a la Conquista en el lugar que le corresponde: en el siglo XVI; no
tratando al indio como “indio” sino como hombre, igual a los demás hombres y no
como pobres diablos o infelices menores de edad, o atendidos por un Departamento
Indigenista supervisado por gente de otras razas para que piensen por ellos. Por
lo contrario, las razas indígenas deben ser un sumando más en el total de las
razas que forman lo hispánico, con la misma categoría y derecho que todas ellas.[3] Rufino Tamayo solía decir una ruda verdad: que el único
escenario donde los indígenas y campesinos triunfaron fue en el del muralismo.
En 1923 Orozco pinta en la Escuela Nacional
Preparatoria dos murales de tema hispánico y religioso: “San Francisco y el
leproso” y “San Francisco ayudando a los pobres” –completando con esas
composiciones de carácter histórico el tema de la Conquista que había abierto
con Cortés
y Malinche. La presencia de los franciscanos y su labor evangelizadora
con los indígenas representa así el nacimiento de la nueva cultura –logrando
además esos murales una extraordinaria integración plástica, coincidiendo los
frescos con los arcos del patio, siendo visibles desde varios ángulos.
La búsqueda y el interés por lo
mexicano inicio con el Movimiento Muralista haciéndolo remontar hasta la
admiración hacia la figura de Hernán Cortes y a la grandeza cultural del imperio Azteca - pues lo mexicano es el resultado de un
proceso de transculturación indo-hispánica. El interés por lo distintivamente
patrio, por su espíritu de espontaneidad
e independencia, por su
personalidad nacional y patriótica, desembocó posteriormente en un interés de
la inteligencia no solo por la filosofía de la cultura (Samuel Ramos) sino por
la filosofía de la cultura mexicana misma (José Gaos, Octavio Paz) e incluso
por la filosofía de la cultura regional (Héctor Palencia Alonso).
En una serie de alegorías históricas y
populares Orozco desarrollará sus primeras ideas respecto de la Conquista y
sobre el núcleo popular campesino. En el último piso de la Preparatoria pinta Soldados
y Soldaderas. Sobre este mural dice Alejo Carpentier: “Allí la
expresión ha sido logrado con una economía de medios, con una sobriedad casi
milagrosa: en una llanura agreste, gris, terrosa, se destacan las rollizas
siluetas de soldados y soldaderas que se alean. Las figuras están situadas con
rara seguridad; puestas en valor sin un detalle inútil, dan una inolvidable
sensación de fuerza y equilibrio. Están materialmente plantadas en la pared.”
En 1927 José Clemente Orozco, encontrando
el país poco propicio, resuelve viajar a Nueva York, contado para ello con la
valiosa ayuda del secretario de relaciones exteriores Genaro Estrada, quien le
facilita los recursos suficientes para el pasaje y tres meses de subsistencia.
Llega a la gran metrópoli en el frio diciembre dispuesto a comenzar desde el
principio rentando un cuarto confortable en Riverside Drive, muy cerca de la
Universidad de Columbia y del río Hudson. Visita los numerosos teatros,
cabarets y dancings de los negros en
el inmenso barrio de Harlem, recorre el barrio hebreo, el barrio italiano, el
barrio chino. Unas amigas del pintor lo presentan con Alma Reed, quien
trabajando para el New York Times en
una vista a México se había enamorado del gobernador Felipe Carrillo
Puerto quien fuera asesinado en la
revuelta delahuertisa, y lo introduce en el círculo del poeta trágico Ángelo
Sikelianos y su esposa Eva Palmer,
quienes eran los animadores del movimiento nacionalista griego que pretendía el
resurgimiento de la antigua cultura helénica y cuyo salón
literario-revolucionario era concurridísimo.
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