domingo, 8 de septiembre de 2013

VIII.- Elsa Chabaud: el Relato de los Rótulos La Novia Perpetua (7a de 10 Partes)

Ia Chabaud: el Relato de los Rótulos
La Novia Perpetua




   El hombre tiene siempre que recuperar su origen y al hacerlo recobrarse, volverse a ver para llegar a ser él mismo. Esa recuperación inicia como pérdida y olvido y lo que su búsqueda descubre es una condición humana: un suelo fértil de memoria sobre el cual edificar. Y ese suelo humano no es sino el de una interioridad iluminante, que nos alumbra el camino para llegar a nosotros mismos -no a nuestro yo, sino a nuestra alma. Porque el alma humana es a lo que hay que volver para al reconocerla ser en verdad nosotros mismos y poder ser a la vez reconocidos. Recuperar el alma es así recobrar nuestra conciencia y saber de que altura hemos caído., es activar un fondo de memoria soñolienta que hay que despertar y revivir en lo que tiene de lugar sagrado y prometido. Lugar que no nos pertenece, sino al que más bien pertenecemos y en que reposa entera la ilusión –porque el alma es el sitio donde se inscriben los valores inmateriales que nos singularizan como especie en el Cosmos. Encontrar nuestra alma humana es también entonces hallar el polo en que se imanta el mundo y que permite orientarnos en el espacio natural y humano para por fin tener el timón del tiempo en nuestras manos.
   Así, aparece en el camino la imagen simbólica de la novia perpetuamente amada, la novia secreta y transparente que al igual que el arte nos invita a descubrirnos y a personificarnos, para vivir y aceptar vivir con ella abiertamente. Es también la figura de la patria interior, de la íntima nación que nos llama a de verdad pertenecer, a entrar en la morada para encender el fuego del hogar y dialogar con ella largamente levantando así en su lugar secreto el templo de la reconciliación –también para tener un lugar en donde entrar y de donde salir: un sitio al cual volver. Espacio de memoria y de significaciones que es la llamarada del origen para entibiar el pecho y que nos llama desde siempre a la distancia para fundar en la tierra una estancia del espíritu.
   Búsqueda, pues, que simultáneamente es construcción de la morada interior en que dar base a la verdadera madre-patria. Lugar donde el hombre y la mujer entran para fundar el amor y al edificar la casa interior encender  el fuego del hogar para que el hombre y la mujer conversen juntos. Porque es por el cálido amor sentido por la novia perpetuamente amada, cifrada en la imagen idílica de la novia inconsútil, que reconocemos la pureza primigenia a la cual pertenecemos. Erotismo contenido y pudoroso que presiente latir en el centro mismo del sofoco algo intocable y sagrado -pues el estallido de la galana pólvora en juegos  de pirotecnia y de artificio nos hacen recordar, en el regazo o yendo del brazo de la novia, que sus luces celebran a la vez la edificación de un templo.
   Porque la elegida de nuestro corazón, la comprometida de nuestro amor, es sobre todo la imagen simbólica ante quien tenemos que cumplir una promesa. Porque por debajo o antes de las novedades y modas momentáneas vive la ilusión perenne y perpetuamente revivida del compromiso con la promesa y la de su cumplimiento. La prometida que vuela así debajo del sus velos transparentes o que en la playa rumorosa se presenta con seductora desnudez son también la imagen que invita a fundar el amor en una interioridad. La imagen de la novia representa así una instancia de la patria originaria: aquella en que la mujer se descubre como la mitad de la pareja fundadora y guardiana de la tierra, y que espera al hombre como encargado de traer el fugo de los elementos para hacer de la roca de la morada un hogar. Porque la patria no está tanto en “la tierra de nuestros padres” como herencia geográfica, sino como herencia temporal en la recuperación de su sentido. Es el viaje de su búsqueda que la mujer amada nos incita a emprender para encontrarla y así retornar junto con ella y fundar el suelo de la paternidad -trasformando así la matria en una patria en la que el hombre y la mujer son esa patria misma. La patria verdadera no está dada sino bajo la forma del exilio; su alma hay entonces que buscarla para poder recuperar su suelo al partir una vez más desde comienzo y retornar a ella con el fulgor del fuego –fundando entonces el hogar como horizonte del coloquio y edificando el templo del amor, la inarrrebatabe morada perdurable de la verdadera madre-patria.



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