lunes, 9 de septiembre de 2013

IX.- Elsa Chabaud: el Relato de los Rótulos Lo que la Patria nos Prepara (9ª de 10 Partes) Por Alberto Espinosa

IX.- Elsa Chabaud: el Relato de los Rótulos
Lo que la Patria nos Prepara
Por Alberto Espinosa



   Lo que la patria nos depara entonces es un lugar del alma humana, una estancia del espíritu donde volver a pertenecer de nuevo al mudo y donde la vida misma toma el mando con la querencia vieja amiga de lo que quisimos tanto. El lugar al que llevan los registros de Elsa Chavaud es ese sitio de la contemplación y la querencia en donde poder volver reconocer las señas de la vida  -espacio que se abre  para volver a conocer, para reconocer de nuevo, preparando así el momento de la reconciliación y del abrazo.  Se trata de la tradición, cuyos motivos no son los del mérito ni los de esclavitud a un pasado, sino los del fervor y los de la seducción. La entraña de la nación mexicana está en su tradición, que no es la exaltación de lo particular o de lo pintoresco –porque lo característico la niega y lo particular es su contrario. La tradición no es así un folclore que hay que preservar, porque su entraña late y vive sin que la preserve nadie y es precisamente tradición porque no muere. No es entonces la tradición la que requiere que la conservemos o afirmemos, sino nosotros los que necesitamos ser afirmados por ella para poder pertenecer, para arraigar en su suelo,  poder ser fértiles y ser reconocidos por la tierra como hijos.
  Lo que la patria nos prepara entonces ha sido desde siempre una civilización superior, más amplia y vigorosa, más humilde es verdad, pero también más comprensiva, colorida y generosa. La patria se prepara entonces desde siempre para ofrecernos una dádiva de amor, que servido en el caldo de verduras, el guisado con arroz y coronado con el mole nos da en nuestro mero gusto, despejando la cultura de chatarras y adherencias infecundas y abriendo en el paladar los papilas gustativas del recuerdo personal y de la memoria histórica. Porque lo que la patria gustosa nos prepara después de ir muy lejos en su busca es el recuerdo de sí misma, cifrado en el oficio artesanal de la cocina. Porque la tradición artesanal se inscribe en el orden de cosas que se realizan a la vez encarnando una herencia cultural y desplegándose en la historia real. La historia misma, que es siempre cambio y siempre irreversible, no podría entenderse si no se sustenta en ese suelo cultural, irrigado por la memoria y fertilizado por la tradición, imantando y orientando con ello la actividad humana e  imprimiendo  al tiempo histórico un sentido al cruzarse con el sentido vivo del tiempo personal. Porque una cultura real sólo existe si se inscribe en una memoria y si sus obras de creación hacen fecunda una historia. El sentido de toda práctica concreta y de sus usos se deriva del suelo cultural que la alimenta, detrás del cual hay otro uso o costumbre anterior sobre cuyo fondo adquiere perspectiva –siendo así su significación enteramente práctica al significar en su repetición sobre el fondo de otra significación instituida.



   En las costumbres artesanales de nuestro pueblo, que nos dan estilo y gusto enriqueciendo nuestros patrones de conducta, salta a la vista el amor del artesano a sus materiales de trabajo, que sólo el conocimiento por familiaridad y el arte de modelarlos puede darles. -hallando así dentro de la norma general el toque particular, dentro del respeto a la receta el sazón original, encontrando en ello una razón práctica que dar del ser humano y así fundamentándolo naturalmente, como el hueso esta hundido naturalmente en el centro de la carne de la fruta.
    La artesanía popular del rotulista  nos recuerda entones que en su hechura hay algo muy valioso que no se puede perder del todo y para siempre. Se trata de un aspecto cultural inscrito de sus manufacturas inextricablemente ligado a un aspecto técnico de sus  procedimientos: la moral de la maestría. Razón practica también, que desde la iniciación en los oficios sobrevive como ideal de una autoridad ganada a pulso mediante el paciente aprendizaje y la modesta práctica -ideal extinto en la industria del progreso financiero y  del éxito artístico, precisamente por representar una dificultad, una traba, una servidumbre y una responsabilidad. Raíz racional, pues, preservada por la moral del oficio y que al ser sierva del valor y al responder humildemente a los bienes humanos de la utilidad o la belleza tomando como gozne axiológico a la persona, construye a la vez las condiciones  de la morada habitable para el hombre. 



   Porque meter las manos y sopesar la densidad de los materiales es un acto de humildad, cuyo orgullo está volcado afuera de sí mismo, hallando frecuentemente la respuesta de la gracia al resonar con la creación del mundo, participando así también de la ardiente gloria del oficio.Actividad que se inscribe en un relato tradicional y que al hacerlo permite al hombre respetar la norma y ser libre con la naturaleza, sintiéndose satisfecho de su labor. El amor al oficio representa entonces también un modo valorativo de articular el mundo, siendo a la vez en su entraña una responsabilidad y una servidumbre cumplidas. Porque el valor artesanal, consistente en hacer las cosas despacio y bien, implica un cuidado y un dialogo entre el trabajo y el cuerpo que deriva en la singularidad de la ejecución de la obra, impregnándola así del espesor del tiempo y permitiendo manifestar las circunstancias de su hechura –siendo así sus valores cardinales los personales de la ejecución y los sociales de la responsabilidad, de los que se deriva una racionalidad axiológica que por sí misma exige también el ordenamiento de los valores situacionales de la jerarquía. La artesanía no es reducible así a una receta o a un molde, ni puede comprimirse en una fórmula o aislarse en un fragmentario tepalcate, porque los rasgos de sus obras agregan el valor insustituible de expresar las condiciones en que nacen y son hechas, manifestando así un entorno cultural y dando realidad a un entramado histórico y social. Es por ello que su valor  global se espejea como expresión de una civilización completa, no siendo sólo uno de los productos o instrumentos de la sociedad, sino a la vez uno de sus fundamentos radicales.





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