viernes, 13 de septiembre de 2013

Confín Por Alberto Espinosa


Confín
 Alberto Espinosa 

Vamos por el confín del tiempo
por un sendero de arenas movedizas
entre un valle de sombras cenagosas
encallados en la isla del olvido.

Marchamos lejos, paso a paso, del origen
con el alma sedienta y ya desierta
por siniestros y oscuros arrabales
acosados por presencias vagarosas.

Los botes de otros días y sus mareas
se deslizan a los áridos confines
del reino de las luces espectrales
aherrojados por murallas fantasmales.

Por querer hacer que fuera nuestra
la ley por la cual pertenecemos
no la palabra se escucha en ese valle
 de aletargadas desdichas sin espera

donde el humo mantiene prisioneras
a las antiguas potencias de la tierra
-dejando todo trabajo derramado
en las aguas que corren hacia abajo.

Las cisternas del saber que presumimos
construidas en el fulgor del medio día
quebrantadas en sus hondas cañerías
dejan filtrar el agua de sus posos.

La última gota, sin saber a donde,
se ha derramado o se evapora con la tarde
en el tortuoso valle y no se encuentra
la corriente que manaba de la fuente

sino el vaho, el sudor, tal vez la goma
y los ojos sin luz, cifrados en ambiguas
posesiones o decorando sus pasiones
entre murmullos de la carne amotinada.

Más en el valle está renaciendo el río
del prodigio, surgiendo siempre en medio
de la riënte fuente –no su corriente,
que el tiempo incesante ha desleído.

Porque la sed de luz un día será saciada
por un agua sin salitre y sin abismo
-como el río que crece desbordado
despejando a los vientos movedizos. 




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