viernes, 27 de septiembre de 2013

Ignacio Asúnsolo: la Escuela de París Por Alberto Espinosa Orozco

 Ignacio Asúnsolo: la Escuela de París
Por Alberto Espinosa Orozco



I
  Ignacio Asúnsolo nació en el municipio de Hidalgo del estado de Durango, el 15 de marzo de 1890, en la Hacienda de San Juan Bautista, situada en los límites norteños de este estado con Parral, Chihuahua. Vastedad del horizonte cuya maravillosa plancha de abundantes y nutritivos pastos es llamada por los geógrafos meseta de “La Zarca”, cortada por el antiguo Camino de Tierra Adentro (ahora Carretera Panamericana). Doradas llanuras adoptadas por Pancho Villa en el último tramo de su epopeya, colindantes con el municipio de Ocampo -tierra que vio nacer al revolucionario Tomás Urbina y las bailarinas Nelly y Gloria Campobello.[1]
   Hijo de Fernando Asúnsolo y Carmen Masón Bustamante, Ignacio Asúnsolo pronto fue trasladado con su familia a Hidalgo del Parral, en Chihuahua. Niño prodigio, Asúnsolo comenzó a modelar a los seis años de edad imitando a su madre, quien lo enseña con destreza y placer a realizar crucifijos, pajaritos y otras figuras modeladas en parafina y cera de Campeche, las cuales salían de sus manos con rara perfección. Frecuentemente escapaba de la escuela para observar los trabajos de los mineros en las minas de Parral, obsequiando a los trabajadores pequeñas figuras de Cristo hechas con el barro de los tiros de las minas.
   Posteriormente cursa sus estudios elementales en la capital chihuahuense e ingresa al Seminario Conciliar, por consejo del obispo de Chihuahua Nicolás Pérez Gavilán, Asúnsolo, hombre de fuerte temperamento, a punto de ordenarse fue expulsado de la escuela cuando realizaba una pulida cerámica policromada a la manera popular: un modelado en arcilla que retrataba al obispo, el cual fue  echado a perder por otro seminarista al pintarle descomunales bigotes. Asúnsolo  discutió con el condiscípulo, de nombre Ontiveros por el atentado iconoclasta, al que acto seguido golpeó enfurecido con una regla, cercenándole la mitad de una oreja –motivo por el cual el prometido seminarista y escultor fue irremediablemente dado de baja, sin ser ello obstáculo para el desarrollo de una íntima piedad que, reforzada por la religiosidad de su madre, se manifestaría a todo lo largo de su obra. Se inscribe entonces en el Instituto Científico y Literario de la Ciudad de Chihuahua, donde a la edad de 14 años tomo clases de escultura con el maestro italiano Pellegrini, autor de esculturas muy visitadas en el Palacio de Justicia y en la Catedral de Chihuahua.


   Por su labor sobresaliente el gobernador del estado de Chihuahua le otorga una pensión de $10 para su estadía en la Ciudad de México, donde en 1908, a los 18 años de edad, ingresa como estudiante a la Escuela Nacional de Bellas Artes, teniendo como maestros a José María Velasco, Leandro Izaguirre, Arnulfo Domínguez Bello y al escultor neoclásico Enrique Guerra (1871-1943), de quien aprende el valor eterno y la estética de la forma clásica. En esa época quedará marcado también por la influencia internacional de Auguste Rodín, agregando a su formación un claro sentido del valor “impresionista” de la intensidad en la expresión y del dramatismo de las figuras.
   En 1910 se le encarga a Ignacio Asúnsolo la obra en altorrelieve para el medallón de Porfirio Días, a quien el joven escultor conoció en casa de su amigo Alejandro Redó. De 1911 participa activamente con David Alfaro Siquieros, el Dr. Atl y Vera de Córdoba en la famosa huelga de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Luego de la huelga de estudiantes pintores y escultores se reincorpora a la reorganización de la ENBA en la Unión de Alumnos Pintores y Escultores, luchando por la división de la escuela en secciones, logrando que se nombre como director de la sección de escultura a Arnulfo Rodríguez Bello. En 1913 concluye sus estudios ganando el concurso de oposición en la ENBA para la cátedra de dibujo y en el año de 1914 gana la medalla al 1er lugar en la Exposición Nacional de Bellas Artes por su obra “Ídolo Roto”, inspirada al decir de algunos críticos en el San Juan Evangelista de Auguste Rodin, sobresaliendo por su dramatismo y la intensidad de la expresión, del dolor de la angustia y de la desolación. Rasgo de desgarrado dramatismo, efectivamente, que alcanza su clímax en obras posteriores, como “La Madre Muerta (Vitae Vitam)” y “El Hombre sin Cabeza”.
   Se traslada a vivir a Chihuahua, de 1916 a 1918, dando clases de escultura en el Instituto Científico y Literario. En 1918 regresa como maestro a la ENBA, de la cual llegaría a ser director. Becado por el gobierno viaja a Europa y luego de un vistazo a Madrid, donde traba amistad con Mariano Benlliurem, Mateo Inurría, Victorio Macho y José Capús, se instala en Paris, en 1919, ingresando a la L´Ecole de Beaux Arts donde estudia por dos años el naturalismo académico y la escultura contemporánea a través de los maestros Aristide Maillol, Charles Despiau, Antoine Bourdelle, de quienes recibe perdurables enseñanzas, pero también de Mestrovic y Lehmbiuck –siendo permanentemente influenciado por Despiau y por Maillol, quien marcaría también a Guillermo Ruiz, maestros con quienes  reafirma el sentido del rigor, la mesura y la serenidad en los retratos, pudiendo apreciar asimismo de cerca la obra de August Rodin, con el que estará relacionado permanentemente su trabajo.[2] En el aspecto sentimental conoce a Mireille Marthe Barnay, atractiva joven de 16 años, con quien se casa el 23 de julio de 1921.[3]



   En 1924 era ya el escultor más brillante del fecundo periodo cultural obregonista, encabezado por José Vasconcelos, por encargo de quien realizo el escultor durangueño diversas tareas. Por un lado el conjunto estatuario de sor Juana Inés de la Cruz, Amado Nervo, Justo Sierra y Rubén Darío, destinadas  al patio principal del edificio de la SEP, las cuales fueron inauguradas el día 3 de abril del mismo año por el mismo Vasconcelos, en su programa de política cultural congruente y de aliento continental. Por otro lado realiza el conjunto estatuario que corona el pórtico de la puerta principal: el conjunto de Apolo-Minerva-Dionisio. También intentaría realizar cuatro espléndidas estatuas de gran tamaño, en las que se representarían las cuatro razas fundadoras (la blanca, la roja, la negra y la amarilla) y que al fundirse darían pie al mestizaje de la quinta raza, de la “raza cósmica” con la que soñaría Vasconcelos en su visionaria utopía hispanoamericana –aunque de hecho sólo se realizó el modelo de la raza blanca, obra que fue destruida por la presión ejercida por la asechanza, siempre presente, de las fuerzas retrógradas del conservadurismo.
   Inmediatamente después Ignacio Asúnsolo comienza la construcción del Monumento a los Niños Héroes, luego de haber ganado el concurso cerrado de oposición para la realización de dicha obra por el dictamen de un jurado formado por los arquitectos Roberto Alvares Espinoza, Luis MacGgregor Cevallos, Nicolás Mariscal, Manuel Ituarte, y José Gómez Echeverría. Sobre un proyecto arquitectónico previo de Luís MacGregor Cevallos, otorgan el primer premio de $18 mil pesos a Ignacio Asúnsolo, quien teniendo como ayudante a Manuel Centurión comienza a tallar las esculturas que laterales para el torreón central del monumento a los Cadetes de Chapultepec de 1847, el cual se encuentra en la Terraza Poniente del Castillo de Chapultepec, en el Patio “Juan de la Barrera” del Antiguo Colegio Militar, La primera piedra se coloco en el patio del Antiguo Colegio Militar en septiembre de 1923 y el monumento quedo concluido en 1924, íntegramente tallado en piedra de chilapa. Rematan al monumento las esculturas de la patria adolorida rodeada por los  emblemas del escudo nacional,  cubierta al frente  por las alas del águila con nopales a los lados; cuatro figuras decoran los cuatro lados del basamento, sirviéndose de los efectos armoniosos del claroscuro y de la simetría, el escultor decoró el monumento, con las figuras simbólicas de jóvenes autóctonos, el Sacrificio Supremo (oriente); la Desesperación en la Defensa (norte); la Luche Desigual (sur), y; la Epopeya (poniente). Obra extraordinaria, realizada en solo tres meses debido a las presiones por terminarla antes que concluyera el periodo presidencial de Álvaro Obregón.








   En la capital de la república realizo además otras esculturas: Monumento a la Paternidad (Ciudad de México, Museo Nacional de Historia), el Monumento a Álvaro Obregón (México, 1934-35, en Avenida Insurgentes Sur), el Monumento a la Madre Proletaria (IPN, 1934), el Monumento al Soldado (en la Secretaria de la Defensa Nacional), el Monumento al Trabajo (1937). El Monumento Cuitlahuac, de cuatro toneladas de bronce, se encuentra en la Segunda Glorieta de la Prolongación de Paseo de la Reforma, el cual descansa sobre una base  piramidal de basalto y chiluca y un pedestal de recinto (obra del arquitecto Jesús Aguirre). Fue inaugurado en 1964 por el presidente Adolfo López Mateos. Cuenta una leyenda que en realidad tal obra se encuentra en Perú, y que el indio guerrero en actitud arrogante que se exhibe en México es en realidad el Inca Manco Capac, pues Asúnsolo realizó las dos esculturas simultáneamente.  En Sonora el Monumento al Héroe de Nacosari (1932 -33) y en Chihuahua el Monumento al Minero, el Monumento a la División del Norte (1956), el Monumento a Minero y el Monumento a la División del Norte, consistente en una gran estatua  fundida en bronce de de Francisco Villa (Chihuahua, 1957).




   Destaca el monumento realizado en 1949 de Fray Juan de Zumárraga, el primer Arzobispo de la Ciudad de México, obsequiado a la ciudad de Durango, España, de donde era nativo el prelado por iniciativa del banquero Salvador Ugarte en base a una colecta popular –monumento que fue inaugurado en la plaza de Ezcurdi, el 22 de noviembre de 1949, haciéndose una copia para la Basílica de la Villa de Guadalupe en la Ciudad de México. Es muy conocido el monumento a Miguel Alemán (1954, Ciudad Universitaria). En más de 15 ciudades de la República hay algún monumento de importancia debido a los cinceles de Ignacio Asúnsolo.
   Ignacio Asúnsolo además de su gran talento y de sus notables dotes de escultor fue un extraordinario maestro, que asentando el punto de partida académico a la escultura mexicana moderna formó a varias generaciones de escultores.
   De 1949 a 1953 es nombrado director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, escuela en la que ejerció la docencia por más de medio siglo. En 1958 funda con otros escultores la Asociación de Escultores Mexicanos, siendo nombrado secretario general. Ignacio Asúnsolo recibió en 1964 las “Palmas Académicas” otorgada por el gobierno francés por la excelencia de su obra, distinción concedida a muy pocos mexicanos. Su ultima obra fue la estatua de Plutarco Elías Calles, creador del PNR, partido aglutinador de los revolucionarios que dieron muerte al porfirismo y a la postre a la revolución misma. Dejó en proyecto una figura de Dante Aligieri, destinada idealmente para exhibirse en la Alameda Central frente al Palacio de Bellas Artes. Murió en la Ciudad de México el 21 de diciembre de 1965 en plena actividad creativa.




II
      Desde los tiempos de construcción del nuevo edificio de la SEP, Ignacio Asúnsolo se había encargado del tema de la mujer: de Sor Juana Inés de la Cruz, pero también de Gabriela Mistral; poco después en el Monumento a los Niños Héroes, donde plasmó a la Patria como una figura luctuosa, fuerte, noble, con expresión de dolor tranquilo y cuya severidad en la madurez del espíritu. La participación activa de Ignacio Asúnsolo en la plasmación de las ideas revolucionarias del José Vasconcelos, se deja sentir en el idealismo con que trato en aquella sede la las figuras femeninas. En la figura de Gabriela Mistral, quien había participado en el proyecto de Lecturas Clásicas para Mujeres, intentó plasmar el salto que habría de darse de la injuria y de la degradación de la mujer a la gloria mítica. Idea de la redención de la mujer, pero también del indio y del obrero, por medio de la educación, ante la cual era necesario dar cuerpo volumétrico concreto, escultórico, en lo que aquella tenía de mito fundador de la nueva etapa postrevolucinaria, postulándolo así como un primer origen –no del todo ajeno a otros intentos llevados en aquella época por la vanguardia muralista mexicana, tampoco a la escuela francesa (Rodin, Maillon, Despiau, Bourdelle) que introdujo una manera arcaizante en los detalles.
   Puede decirse que los desnudos de Asúnsolo resultan en general contenidos, no carnales, armoniosos y no carentes de gracia. Sus formas, en ocasiones apenas meramente sugeridas. Una de las obras que mejor define esa tendencia, “Mi Madre” (1947 y 1951), nos muestra una forma cerrada, vuelta completamente hacia el interior de sí, con una atención concentrada, hacia la religión. Obra construida hacia adentro, es verdad, donde no hay movimiento ni efectismo, reflejando el rostro una expresión de piedad y las manos, una posada sobre la otra, cierta tranquilidad de ánimo, de esperanza, y de conformidad en el sentido de la resignación. También expresión de la figura total del cuerpo femenino de concentración, de escucha de lo que no tiene sonido, para llevar la energía al interior de sí mima y que de ello surja la vida.  En varias de sus esculturas femeninas sobresale el rasgo de ser formas de lo receptivo, y por tanto de la concentración de las fuerzas y de la energía corporal tensa de la mujer, que contrae las formas al interior de sí mismas.



   Su amor a la cultura francesa, reforzado por su matrimonio con Mireille Marthe Barang, lo llevó ha realizar una dolorosa escultura, una alegoría, en la que una mujer con un niño que la abraza, son víctimas del derrumbe de una estructura arquitectónica, que es también el derrumbe de todo un orden social, pensada como protesta  del nazifacismo y en la tragedia de la ocupación, con motivo de la Segunda Guerra Mundial.
   El artista, quien aprendiera a modelar en barro por influencia de madre, fue un tradicionalista, y un espíritu religioso por educación y por carácter, lo que no le impidió ser a la vez innovador y brillante quien vio en el cuerpo de la mujer una imagen de potencia y fortaleza. Hombre que vivió de joven la terrible revuelta armada revolucionaria, que volvió los ojos al arte precolombino, tuvo también una mirada novedosa sobre el desnudo femenino. Destaca en este renglón  su obra “La Pensadora” –en clara alusión a Augusto Rodín, pero también a Vasconcelos, quien intento con su programa educativo redimir a la mujer, produciendo la efigie un sentimiento a la vez de conmoción intelectual y una sensación conmovedora lindante con la del respeto, respeto de la persona, es verdad, para liberar a la mujer de las ataduras atávicas y permitirle su libre desarrollo en el sentido ascendente del espíritu. Escultura de raíz humanista, su obra está caracterizada por la elegancia y la gracia.
   Su fuerte modelado, sus recias líneas angulosas, la precisión antropométrica no son ajenas, sin embargo a un dulce acento que pone en sus obras, en las que late, en efecto, una concentrada vida interior: una estancia de reserva donde es posible todavía hallarle un lugar, un nicho, a lo sagrado.  El conocimiento técnico y la sabiduría del artista logró así una serie de retratos de mujeres ilustres caracterizados todos ellos por su excepcional tensión, por sentido y gusto clásico, por su elegancia y simplicidad. En ocasiones, especialmente cuando trata la figura femenina, su trabajo  está marcado también por una especie de sobriedad severa que refleja una profunda meditación existencial, no ajena al del agobio del espíritu (“Vitae Vitam”, “La Madre Muerta”).  
   Por otra pare, si en la mujer interesante se dan las notas de la educación esmerada y refinamiento en las costumbres, también es cierto que frecuentemente son acompañadas por la frialdad insípida del drama, donde la carne atada ha superado las miserias de la vergüenza sin lograr sin embargo abrirse plenamente a la vida.














   Retrato todas las edades de la vida: desde la madre a quien observa con una actitud de respeto, como una especie de ídolo pétreo, hasta la mujer como compañera de la vida –habiendo en sus esculturas de jóvenes algo de frivolidad que recuerda  a las bailarinas de Degas, pero que es inmediatamente atemperada por la honda reflexión de sus modelos. En todas ellas manifiesta un erotismo muy atemperado por la reflexión y el buen gusto, siendo su imagen de Venus, no la de Afrodita, sino la de la propiamente uránica o celeste, cuya carne está animada fundamentalmente por el logos, por los límites, por el pudor y la reserva que afecta con la idea de los límites la plenitud de las formas.



   Asúnsolo fue así efectivamente un brillante tradicionalista que combinando sus dotes artísticas de fuertes líneas, recio modelado y figuración imperativa, supo abordar también el tema de la mujer trabajadora y popular desprendiéndose por decirlo así del tiempo histórico (“Madre Proletaria” 1934; “Retrato de Luz Jiménez”), roído y a la vez cargado por las pesadas presiones ideológicas, para de tal manera llegar a formarse un criterio firme de contemplación, determinado por la detención de la observación, la fijeza de las formas y el cultivo de la esencia. Artista no sujeto a lo inmediato, pues, cuyo desapego de lo carnal y distancia de lo afectivo no son reflejo de una firme voluntad guiada por la íntima firmeza de los ideales de la justicia y la maestría, siendo por ello su colorido discretamente cálido, sobrio y elegante.
   La práctica escultura del non finito, cuyo ejemplo supremo  es el de Los Esclavos de Miguel Ángel, fue trasladado al modelado por Asúnsolo, acentuando de tal forma el valor de la materia en sí y de sus texturas, de la masa en bruto, rayana en el ser, que el artista que impregnar con los ritmos de la vida, por virtud del trabajo manual, de la huella àptica que el artista implanta en la obra de manera a la vez audaz y enérgica para así infundir vida en la materia. Las grandes innovaciones de Augusto Rodín, tanto en lo concierne a la intensidad dramática como a la relevancia dada a la materia plástica, fueron para Asúnsolo un germen de creatividad.











III
   Ha dicho Héctor Palencia Alonso que el escultor durangueño Ignacio Asúnsolo esculpió la historia contemporánea de México. Haría que agregar que también colaboró en la formación de varias generaciones de escultores en la Escuela nacional de Artes Plásticas. En efecto, a través de más de 50 años de trabajo el escultor durangueño realizo los conjuntos escultóricos más imponentes y significativos de la patria, participando estrechamente del humanismo y universalismo difundido por José Vasconcelos en su programa de reconstrucción cultural de la nación.[4]
    Ignacio Asúnsolo, quien nació en las vastedades del norte del estado de Durango, entre los municipios de Ocampo e Hidalgo, muy cerca de Parral, en esa maravillosa plancha de pastos abundantes conocida como la “Meseta de la Zarca”, tierra de escaso valor que fue cuna también de Nelly y Gloria Campobelllo,  supo dar a su obra el sentido del amor a la vida, de la compasión, de la solidaridad entre los seres humanos desamparados, impregnándola con los valores perennes del humanismo universalista. Arte sobrio, despojado, de una emoción distante y retirada, cuyo equilibrio de partes no desprovistas de delicadeza y de encanto, se inscribió así en la cúspide del nacionalismo cultural, pues no solo logró captar la visión del drama contemporáneo de México en si mismo, sino que también supo escribir en el espíritu del alma nacional la visón futura. Sus valores son entonces los del calor de su tiempo revolucionario ligado con el amor a la vida y la solidaridad profunda con los seres humanos por ser su arte de carácter esencialmente educativo y de significación histórica.
   Asúnsolo esculpió estatuas de Emiliano Zapata, José Martí. También trabajó en madera y en bronce con referencias al arte precolombino, desnudos femeninos y retratos, como los de Germán Cueto (1923), Guadalupe Marín (1930), Nelly Campobello, Alberto J. Pani (1933), de Luz Jiménez, María Asúnsolo, Francisco Goitia, Germán Cueto, Carlos Orozco Romero, Alfonso reyes, Enrique González Martínez (1936) y Ana María Artigas (1941), pero también de Gabriel Bouneau y Jules Romain. Al final de su vida, aquejado por la postración psicológica y el sentimiento espiritual de la angustia, realizó numerosos bustos y retratos de Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán y de los políticos descollantes de la época postrevolucionaria. También son suyas las mascarillas mortuorias de Frida Kalho,  Diego Rivera, Alfonso  Reyes y José Vasconcelos.




   
Su obra alcanza por esos años el reconocimiento público de toda una generación de artistas e intelectuales, entre los que habría que contar a Juan de la Encina, Francisco Monterde, José Gaos, Diego Rivera, Frida Kalho, José Clemente Orozco, María Izquierdo, Roberto Montenegro, Ernesto García Cabral, Javier Villaurrutia, Enrique González Martínez, Alfonso Reyes, Carlos Pellicer, Artemio del Valle Arispe, Andrés Henestrosa, Carlos Chávez, Mario de la Cueva, Francisco Cravioto, Rafael Helidoro Valle y Carlos Alvarado Lang. De todos los escultores de su época, entre los que hay que mencionar a Guillermo Ruiz “El Corcito”, Manuel Centurión, Luís Ortiz Monasterio, Carlos Bracho y Alfredo Zalce, tocó a Ignacio Asúnsolo coronar una especie de naturalismo académico de inspiración nacionalista que ya para 1937 era aclamado en Francia e Italia por su excelencia.



      Arte cuyas grandes obras de carácter monumental símbolos también, por ser piedras fundamentales en que la historia de América Latina queda inscrita emblemáticamente, aportando los elementos mexicanísimos del encanto y del aspecto vivas. A todo ello hay que sumar las gamas etnográficas y folklóricas del verdadero pasado mexicano descubiertas por el gran escultor, como si de placas tectónicas se tratara, agregando así a sus cabezas de niños, mestizos e indígenas ricas cualidades sociales, reteniendo sus piedras como documento viviente un momento de exaltación de los valores colectivos, propios de América Latina, conjugando todo ello en una grandiosa forma universal moderna. Pese a ser considerado como un tradicionalista inteligente y brillante por la crítica extranjera, en realidad el espíritu clásico del escultor mexicano adquiere su vitalidad de haber entendido el concepto de monumentalidad de lo modelos prehispánicos, tomando también la huella de la tradición popular, fuentes entre las que destacan los alfareros de Tlaquepaque y del resto del país, lo mismo que las enseñanzas centenariamente atesoradas por los canteros y talladores de madera, así como por los jugueteros populares –influencias a las que no fue ajeno. En definitiva el sentido de monumentalidad es el legado del arte prehispánico que da esa fuerza expresiva inigualada en la obra del artista durangueño. A ello hay que sumar la renovación que hay en su obra del clasicismo, gracias a las influencias torales de Mallon y de Rodin, con lo que su trabajo mostró tanto el desgaste como la superación del viejo estilo neoclásico de la academia, cargado de barroquismo y de estereotipos pesados, de una desgastada solemnidad. Sus valores plásticos encuentran en efecto en sus grandes formatos los valores de pureza de estilo, de equilibrio de masas, de volumen, de movimiento, línea y fuerza expresiva y esa especie de sencillez primitiva y elemental que nos sumerge en un mundo a la vez adánico y singularmente contemporáneo, pues supo extraer de sus estudios en Paris, sintetizando las enseñanzas de Maillol, Despiau y Bourdelle, pero también de Auguste Rodin, las ideas más importantes de las corrientes renovadoras de la escultura moderna, vertidas en obras imponentes por su grandeza monumental y por su delicado y sincero amor a los trabajos, historia y sufrimientos de la raza mexicana.[5]








   Entre los escultores durangueños, que van de Benigno Montoya de la Cruz, pasando por  Guillermo Salazar y Famara, hasta llegar al novel y talentoso artista Miguel Ángel Simental, tiene que contarse con la figura de Ignacio Asúnsolo, quien con manos sabias y atemperadas supo modelar la historia contemporánea de México, la de sus héroes y caudillos revolucionarios, no menos que la de los pinceles y las plumas más brillantes de su momento, también supo reflejar con serena gravedad los dramas más profundos del pueblo mexicano, sus asaltos de conciencia y sus tragedias. Herencia de Ignacio Asúnsolo es también el ideal vasconcelista de la integración latinoamericana por medio de la intervención de nuestros valores culturales comunes, el ideal de una patria ampliada y generosa amalgamada por una confederación de naciones latinoamericanas, cuyos valores de sencillez y sensibilidad, habrán de conducir a una libertad de contenidos, responsable y bienhechora, potente para resistir a la civilización secular europea, cuya lógica del mercado y del consumo amenaza con enajenar el sentido del trabajo y engullir los continentes. Visión, pues, del México postrevolucionario; también de una cultura nueva por venir  donde se alcance la redención de la mujer, del indio y del desamparado por obra de la cultura misma.[6]
   Su obra, venero de inspiración, es efectivamente una larga lección de contención, de racionalidad y de firmeza, cuya trascendencia nos muestra que la verdadera riqueza de México, siendo Durango uno de sus grandes semilleros, siempre ha sido la de sus artistas. La cultura nacional tiene con Ignacio Asúnsolo a una de sus grandes figuras artísticas –toca a nosotros recordar y actualizar su legado, reconociendo en su obra y trayectoria lo que es suyo por derecho propio: un sitio de honor como artista extraordinario entre los modernos creadores de México. Más allá aún, mantener vigente la política cultural de José Vasconcelos, en el sentido del valor que para la confederación latinoamericana aporta el arte nacional, pues lo propio de nuestro continente hispánico son justamente sus valores culturales. La labor de la integración latinoamericana y de la cultura mexicana por venir no puede fincarse sino en los valores culturales, expresados estéticamente, cuyo fin estriba es ser la manifestación que esencialmente nos constituye como pueblos hermanos: los de la sencilla sensibilidad, los de la generosidad y el abrazo, pero también los de la libertad responsable, que son precisamente las intuiciones de armonía y justica que a lo largo de toda su obra propuso al espectador reiteradamente el frágil y moreno escultor de origen durangueño. 






[1] Gonzalo Salas Rodríguez, “Ignacio Asúnsolo el Escultor”, Revista Alarife, Año 5, Número 47, Durango, México, Noviembre-Diciembre de 2005.
[2] Ariel Zúñiga Laborde, “El oficio de escultor”, en Ignacio Asúnsolo1890-1965. ICED, MUNAL. 2013. Pág. 43.
[3]La pareja procreó un hijo, de nombre Enrique, quien murió trágicamente, ya siendo arquitecto, a los 34 años de edad, en un accidente aéreo, sumiendo al artista en una severa depresión a partir de la cual su obra da un giro para abordar los aspectos más dramáticos de la existencia.
[4] Héctor Palencia Alonso, Héctor Palencia Alonso y la Cultura (Selección de textos). ICED, México, 2006. Pág. 52.
[5] Ver Margarita Nelken, “Escultura Mexicana Contemporánea”, en Enciclopedia Mexicana de Arte.México, 1951. 
[6] El MUNAL cuenta bajo su custodia con 73 obras del artista. En la exposición de 1985 en el MUNAL se lograron reunir 222 obras de Ignacio Asúnsolo para su exposición. Ver Raquel Tibol ·Ignacio Asúnsolo. Escultor. 1890-1965. MUNAL, IMBA. México, 1985. La exposición en el Palacio de Bellas de 1965, que conmemoró los 75 años del autor con 75 obras, fue presentada con un texto de Justino Fernández. Juan de la Encina se había ocupado ya de su obra en 1943, en su libro Escultura Mexicana Contemporánea, “Asúnsolo: Ret5ratos y Bosquejos”, México, UNAM. 

http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=S_RQ-bdSPfI











jueves, 26 de septiembre de 2013

Desvelo Por Alberto Espinosa Orozco


Desvelo
Por Alberto Espinosa  Orozco





 Caídos en la esfera de la noche,
 al sitio del naufragio y el olvido,
 de las sales, el polvo y el estruendo,
 recuerda el hombre con la tibieza
 del sol que le calienta el pecho,
 como una densa miel que recorre
 el vasto laberinto de las venas,
 el rumor de una fuente en la rivera
 en medio de un jardín que florecía
 poblado por mil aves que cantaran
 solemne himno al que todo lo creara,
 cerca del manantial en que rodaba
 con la música el agua, dos damas conversaban
 y un pavo real con dos conejos que saltaban.

La libertad de volver por el sendero
 peligroso fue señalada desde siempre
 a los seres que habitan el destierro,
 una mañana en que la sierpe huraña
 les mostrara del cuerpo los secretos
 -la libertad de quedarse sobre el valle
 hirsuto del camino pedregoso les fue dada
 también, cuando en tumulto prefirieron a la vida
 ser esclavos del mágico polvo del sepulcro,
 donde Hades, con sus sombras y fantasmas fugitivos,
 puebla el reino de la noche y de los huesos.

La nuestra es la prisión del cuerpo 
que en espejos recrea las formas en sus reflejos,
 haciendo brillar sus inconsútiles destellos
 entre las sombras herrumbradas por vapores,
 donde el olvido hace ciertos los temores
 volviendo inciertas las figuras pasajeras
 al trocarlas por espejismos de la nada
-siendo el recuerdo la luz de las miradas.



miércoles, 25 de septiembre de 2013

Ángel Zárraga: la Escuela de París Por Alberto Espnosa Orozco

Ángel Zárraga: la Escuela de París

Por Alberto Espinosa Orozco 


“El templo de Dios es santo y limpio,
Y Dios destruirá al que profane o corrompa a su templo,
Y ustedes son templo de Dios.”
Corintios I, 3,17




I
   Ángel Zárraga Arguelles nació en la ciudad de Durango, capital del estado del mismo nombre, el 6 de agosto de 1886. Situado en el extremo norte de la zona interior de la República Mexicana, Durango ha visto nacer a diversas personalidades, como el caudi­llo revolucionario Francisco Villa y los actores Dolores del Río y Ramón Navarro, estos dos últimos, primos de Zárraga y de quie­nes pintó sus retratos.
   Su padre, Fernando Zárraga Guerrero, fue hijo de Juan Anto­nio Zárraga, de origen vasco. Don Fernando nació en 1861 en la misma ciudad de Durango, y se le reconoció como un prestigiado médico. En la Escuela de Medicina de la ciudad de México impartió las cátedras Obstetricia, Anatomía topográfica y Clínica quirúrgica. En la misma institución médica fungió como director, también fue presidente de la Academia Nacional de Medicina, y años después, en el desaparecido Hospital Juárez, un pabellón llevó su nombre.
   Hombre de desarrollada sensibilidad artística, estimuló las bellas artes en su hijo Ángel. Deseaba que se dedicara, igual que él, al estudio de la medicina, pero al advertir los intereses artísticos de su hijo, lo impulsó para que llevara a cabo su vocación de pintor. El mismo Ángel Zárraga comentaba que tenía cuatro afectos: "su padre, un self-man—made, médico alto y fuerte, Tiziano, El Greco y Velázquez".
   Su madre, de ascendencia francesa, fue Guadalupe Arguelles. Por medio de ella, Ángel obtuvo sus primeros conocimientos del francés, así como el acercamiento a las enseñanzas religiosas que, las oraciones, lo acompañaron toda su vida y sembraron en su carácter esa profunda devoción cristiana presente en n parte de su producción plástica. Sobre sus años de infancia Zárraga rememoraba; “En esa recámara, mi madre, que se llamaba Guadalupe, como la virgen nuestra. mis manos infantiles y arrodillado me enseñaba aquellas oraciones [...] y era la oración a san Jorge para protegerme de las ponzoñosas [...] y era la oración al 'santo ángel de mi guarda luz y compañía'".[1]
    Ángel Zárraga Arguelles nace en la ciudad de Durango en 1886, en medio de una familia criolla por la que corre sangre vascuence y francesa. Apenas dos años mayor que su contemporáneo y coterráneo el poeta Ramón López Velarde, el pintor de origen durangueño se traslada a vivir a la Ciudad de México junto con su familia numerosa. De su madre Guadalupe debe Zárraga el aprendizaje del francés y del culto religioso –caminos del mundo y del ultramundo.
   Especie sui generis de caballero andante, encomendado desde pequeño por la oración a San Jorge y al Ángel de la Guarda, Ángel Zárraga templo sus pinceles y bruño su paleta recorriendo el mundo de su época moderna y a la manera de un geógrafo levanto la cartografía de su gestación y absorbiendo sus movimientos fue precisando sus presencias poderosas o revelando sus estancias y visitaciones.
   Sus hermanos fueron Francisco, Guillermo, María e Isabel, así como Fernando, Guadalupe y Luz, quienes murieron de niños. Cuando Ángel contaba siete años de edad, trasladarse definitivamente a la capital. Sus primeros estudios los realizó en la escuela anexa a la Normal, misma en la que iniciaron su formación otros destacados intelectuales mexicanos, como Alejandro Quijano y Jaime Torres Bodet.
   En 1899 ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria, como maestros a José María Vigil, Justo Sierra, Manu Parra, Amado Nervo y Ezequiel A. Chávez.
   En aquel entonces Zárraga escribía prosa y dibujaba algunas caricaturas y retratos sobre tarjetas postales, las cuales vendía con éxito en la casa Pellandini y con las ganancias solventaba sus gastos.
   Hacia 1902 y 1903, cuando tenía escasos dieciséis años  fue motivado por los grandes poetas Luis G. Urbina. J. J. Tablada y Amado Nervo para que publicara sus primeros versos en la Revista Moderna, y tres años más tarde, Rubén Darío incluiría en la Antología de poetas hispanoamericanos, de Manuel Ugarte, dos de sus poemas, escritos en Bruselas en 1905. También realizó diversas viñetas que ilustraron la revista mencionada, la cual agrupaba a los más excelsos escritores.



II.- Del Simbolismo al Cubismo


I
    La  reciente visita de la muestra de Ángel Zárraga a Durango, la cual conmemoró la primera década del Museo Contemporáneo que lleva su nombre (MACAZ), resultó, en su conjunto, desairada y hasta amarga. En los primeros días de octubre la inauguración comandada por el entonces Presiente de la República Vicente Fox Quezada quedó irremediablemente ensombrecida al estar enmarcada por vergonzosos acontecimientos públicos, de carácter  proselitista y  hasta panfletario, cuya convocatoria derivó en lamentables trifulcas y reyertas, en donde se expresó la fuerza de organización de grupos proletarios agraviados, pero también el gregarismo primitivo y la barbarie. Como consecuencia el público culto y el aficionado a las exposiciones de arte quedó poco menos que escaldado, manteniéndose así reticente y razonablemente a distancia, brillando sólo el día de la clausura... por su ausencia claro. La arenga encabezada por catedráticos de la UJED y el ITD cumplió así la otra mitad de su propósito: distorsionar hasta borrar de la escena una estancia del espíritu, en donde poder contemplar las obras maestras de un caso modélico, ejemplar o de lo mejor de lo propio  Caso preocupante, sin duda, porque es en las cuestiones propias del espíritu que las armas destiladas por el enemigo oculto son más insidiosas. Contingencias de la temporalidad también, cuya esencia es, como en la angustia, pasar o ser para el pasado, donde han de quedar atrás aquellos que tienen que inventarse un enemigo discrecional para evitar la diaria tarea de construir responsablemente un futuro a la nación.
   Parálisis cultural, pues, donde queda patentemente obliterada una muestra pictórica excepcional, del mejor pintor Durangueño del siglo XX y universalmente el pilar trasatlántico de la Escuela Mexicana de Pintura y pionero ultramarino de ese singular renacimiento inscrito en nuestra cultura nacional, sacudida por las tremendas olas icónicas monumentales del Movimiento Muralista Mexicano -arte de tesis o programático y a la vez perfectamente público o de vocación eminentemente educativa.  Es cierto que Ángel Zárraga es el pintor mexicano más importante en la primera mitad del siglo XX en Europa. También lo es que la vieja política oficial y su corte burocrática nacionalista embozada en un socialismo tenebroso y perfectamente reaccionario han querido ocultar y hasta desviar la modernidad filosófica de su obra, debido a su carácter espiritual y religioso. Regionalmente incluso hace diez años se desatendió la brillante oportunidad de adquirir la colección del artista en manos del conde René Phillipon, cuando se fundó el museo pensado para albergarla. Parálisis, pues, cuyo engarrotamiento pasajero no ha de impedir a los humanistas y científicos sociales durangueños sopesar el lugar que le corresponde como pintor en la zaga de la cultura nacional.
   Porque si una tarea dejó pendiente la Revolución Mexicana fue precisamente una obra histórica: la de revalorizar la cultura –y es justamente el miedo lo que impide revalorizarla. Empero, puede argüirse que la cultura es el sentido de la historia humana, no por si misma, sino por lo que sucede entre una obra y nosotros: por lo que significa y al hacerlo. también nos significa a nosotros mismos, haciéndonos así partícipes de una patria ideal o espiritual. Vamos, pues, a los hechos de cultura.
II
   Como a pocos estados de la República a Durango le ha correspondido entre sus  privilegios el don del arte. De la llamada Escuela Mexicana de Pintura, oficialmente coronada por las cumbres de los muralistas José Clemente Orozco (1884-) , Diego Rivera (1886-) y David Alfaro Siquieros (1897-), deben contarse una corte de poderosos astros mayores que aunque presentes en el segundo plano de las difuminadas lejanías del Nor-Oeste mexicano, constituyen por si mismos otras simas del esplendor estético alcanzado por la Escuela: me refiero a los tres titánicos talentos durangueños de Ángel Zárraga (1896), Fermín Revueltas (1902) y Francisco Montoya de la Cruz (1900). Aunque muchas veces vilipendiados por la cultura oficial de su estado, estos tres genios regionales del arte nacional representan por su valor como ejemplo de vida y en el profesionalismo de su obra sendas concepciones del hombre, de México y el mundo a la altura histórica que en suerte les tocara representar para dar testimonio de ella, colaborando así  a dar sustancia visual a los ideales más acendrados de la patria, siendo por ello personalidades históricas, que trascienden los limites de su existencia individual y cronológica para ser presencias vivas en nuestro horizonte, montañas de luz inamovibles por las turbulencias históricas, muchas veces procelosas, del río del tiempo. Ángel Zárraga Argüelles por si mismo  es y complica así al dilatado mundo de la más alta y profunda cultura estrictamente contemporánea, con sus picachos y sus cimas, siendo por ello plenamente actual.  
   Nació en la Ciudad de Durango, en el barrio de Análco,  el 6 de agosto de 1886 y murió en la Ciudad de México en 1946 a los sesenta años de su edad -por lo que la muestra en su tierra natal conmemoró, junto a la primera década del MACAZ,(museo de arte Contemporáneo Ángel Zárraga) el ciento veinte centenario de su natalicio y sexagésimo de su muerte. Hijo de un prestigiado médico de ascendencia vasca, Fernando Zárraga Guerrero, y de Guadalupe Argüelles, de ascendencia francesa,  quien lo enseñó desde pequeño las oraciones a San Jorge y al Ángel de la Guarda, a rezar arrodillado y misterios del culto y la vida religiosa, en el año de 1893, a los 7 años de edad, tiene que trasladarse con su familia a la Ciudad de México debido a un infortunado descuido profesional de su padre, quién no obstante llegó a ser en la gran urbe notable catedrático de la Escuela Nacional de Medicina.
   De joven estudió en la célebre Escuela Nacional Preparatoria, en pleno barrio universitario de San Ildefonso, ingresando en 1899 a los 14 años de edad al seno de una cultura floreciente comandada por Justo Sierra, Amado Nervo y Ezequiel A. Chávez. Posteriormente estudia en la Academia de San Carlos teniendo como compañeros a Diego Rivera y Saturnino Herrán. Orfebre del claroscuro aprendido del maestro generacional Germán Gedovius y del neoclasicismo de Santiago Rebull, pronto se impregna del simbolismo funerario de Julio Ruelas, formándose en los rigores más exigentes del oficio, lo que le permitiría desarrollar una técnica segura y triunfante. A Carlos González Peña le confesaría un día Zárraga no sólo que Julio Rulas fue su primer maestro, sino que tuvo el privilegio de ser su único discípulo. En efecto, por arcano afortunado en 1903 se le otorgó al grabador zacatecano el Taller de Modelado en Yeso, donde por afinidades electivas imanta al joven Ángel Zárraga, marchando al finalizar ese año a Paris, donde muere de tuberculosis en 1907 a los 37 años de su bohemia edad.
   Para descifrar los misterios del simbolismo Julio Ruelas (1870-1907) tuvo que viajar en 1892 a Alemania, becado por Justo Sierra, para estudiar dibujo en la Academia de Artes de Karlsruhe, profundizando en el estudio del grabado al aguafuerte en la capital francesa en taller del grabador Joseph Marie Cazin. A su regreso Ruelas se refugió en la Revista Moderna de José Juan Tablada, Amado Nervo, Luis G. Urbina y Rubén Darío, dirigida por Jesús E. Valenzuela, desarrollando la imaginación sombría en sus viñetas macabras, donde desfilan el dolor de la angustia y el tormento de los suplicios fantasmales que roen el alma para dejarla en ruinas.
    Ángel Zárraga quedó marcado desde el principio por el simbolismo vanguardista en boga representado inmejorablemente por Julio Ruelas, pues tal corriente estética era una respuesta a la época y altura histórica, reaccionando en contra del racionalismo y materialismo científico al expresar los estados del alma extremosos bajo el escorzo de los temas extremosos ellos mismos: la enfermedad, la muerte, la pasión sexual y los terrores ocultos de la crueldad o del pecado, hasta incursionar por los pasadizos y precipicios de lo sobrenatural, el misticismo y el ocultismo. Pronto el joven artista queda inscrito al grupo del poeta y fiel amigo José Juan Tablada y para 1903 ingresa a la Revista Moderna como escritor y viñetista, gracias al reconocimiento de su primer maestro, el enigmático y perturbador grabador zacatecano Julio Ruelas, de quien aprendió los principios de una especie de exquisito simbolismo, de carácter fantasmagórico y alemán –en donde hay que buscar, junto con Clemente Orozco y su maestro Posada, las raíces y el humus del más profundo simbolismo mexicano.[2]
   Una década después de aquel afortunado inició espiritual pinta su Martirio de San Sebastián (1911), tomando como modelo a su amigo Modigliani, por lo que es comparado con Fra Angélico y Tintoreto; también el extraño y suntuoso lienzo de profundo hieratismo: La Adoración de los Reyes Magos, que fue la admiración del Salón de Otoño de París en 1912, sólo comparable con las obras de los más altos maestros del género: Gustav Klimt, Gustave Moreau y Dante Gabriel Rossetti, pues en él logra la difícil conjunción entre la modernidad y su necesidad de riqueza (gloria) con sus enseñanzas del simbolismo en su fase espiritualista: el de la evocación y apoteosis de la gloria en la inmortalidad de lo divino.



III
   Ángel Zárraga emprende pronto el viaje a Europa, del que regresó después de 37 años,  siendo testigo de la destrucción moral y material de Europa al iniciar la Segunda Guerra Mundial. En ese lapso de tiempo visita su patria solamente en cuatro ocasiones: en 1907, 1910, 1914 y 1929, siendo esta última especialmente desafortunada por las turbiedades del clima político creado por sediciosos y calumniadores socialistas de buró, quienes en delirantes filosofías especulativas sospechan de su desarraigo para acusarlo de antinacionalista, clerical y hasta de cristero. Vuelve definitivamente a México en 1941. y muere un lustro más tarde, en 1946, cuando pintaba uno de sus murales más importantes en la Biblioteca México de la Ciudadela.
   En 1904, a los 18 años de edad inicia en Francia, apoyado por Justo Sierra, su peregrinaje europeo: estudia en Bélgica las antiguas técnicas pictóricas, viaja a España y se inscribe en el taller de Ignacio Zuluaga (1905-08) y posteriormente en el de Joaquín Sorolla; estudia en el Museo del Prado a el Greco, Tiziano, Goya y Velásquez y en Italia a los maestros del renacimiento florentino, especialmente a Botichelli y el Tinttoreto  (1910), hasta que se establece definitivamente en París en 1911.
    Puede decirse del pintor que tuvo una madurez precoz. En las primeras obras maestras de Zárraga se muestra como todo un maestro del realismo costumbrista español... a los 20 años de edad. De esa etapa son los lienzos Mujer de Sevilla, 1906. El Hombre del Paraguas, 1906. Retrato de una anciana, (Toledo, 1906) y La mala Consejera (Segovia, 1907), La mujer del espejo (1907),  El viejo del escapulario (1907). Estudio de Cabeza de Mujer (1908). Retrato de Mujer (S/F).  Telas en las que logró fijar y exteriorizar con una sensibilidad insólita el gran drama humano. Expresó como ninguno otro los diversos estados del alma española provinciana y pueblerina, sumida en el estancamiento histórico y en la decadencia espiritual. Tomó sus modelos de los tipos populares, registrando el carácter étnico en sus modelos callejeros, sumando al ascetismo de la pintura española la gracia florentina para poder expresar una esencia histórica de la cultura peninsular y más aún: de la condición humana. Sus figuras no son así personajes cualesquiera, sino caracteres populares, que son más que tipos verdaderos arquetipos o figuras filosóficas o esenciales de un pueblo.
   Así, Ángel Zárraga, hombre de inspiración razonada de carácter metafísico, supo por poseer un foco orientador religioso rozar una mística. Desde temprano dominó el arte del retrato, el cual consiste para el pintor en trasportar la expresión psíquica del retratado al resaltar un rasgo de los demás, que surgen amortiguados o atenuados contribuyendo a realizarlo en la unidad de un carácter. Pinto no sin piedad las misteriosas congojas y  pésames inevitables del pueblo español (El viejo del escapulario) y las atmósferas de maleficio de la jadeante miseria (La mala Consejera, La mujer del espejo), no menos que cifrando en algunas de sus figuras la divina gracia de la radiante esperanza que no muere aún en la resignación irónica (Estudio de Cabeza de Mujer). En efecto, bajo la dirección e influencia de Zorolla y Suluaga logra sus más perfectos retratos psicológicos o de tipos humanos, logrando la majestuosidad del claroscuro.-siendo comparado por ello con el Españoleto.
   Se ha dicho que lo luminoso o lo auroral es lo esencial en la obra de arte. Es verdad. Porque a pesar de que en esa época el pintor revela los terrores y profundos secretos del alma española, no hay que obviar el hecho de tratarse de uno de los sentidos de la cultura mexicana, siendo por ello sus pinturas poderosos cristales de refracción de nosotros mismos, de una de nuestras raíces, es cierto, muchas veces sumidas en las sombras en que les dejó la caída de la grandeza conquistada en  las colonias explotadas de ultramar.







III.- Ángel Zárraga en Francia
(Del Cubismo al Futbolismo)
IV
      El movimiento cubista lo iniciaron los pintores olvidados Meztinger y Alberto Gleizes, acompañados por el parco y precario pintor español Juan Gris, por el rudo y voluntarioso francés Fernando Léger y  el astuto italiano sin imaginación plástica Severini; Diego Rivera, Pablo Picasso, el poeta Guillaume Apolinaire y Ángel Zárraga completaban la baraja.
   En efecto, el hoy abuelo y tatarabuelo durangueño Ángel Zárraga encabezó marginalmente junto, con un puñado de inmigrantes latinos y un cuarteto francés, el movimiento más importante que sacudió la estética contemporánea, cerrando con broche y oro los límites extremos del arte de la representación y la figura. No es de extrañar que la imagen de México con todo su exotismo se repitiera con frecuencia ente los grupos cubistas.
   En efecto, junto con George Braque y los españoles Pablo Picasso, Juan Gris y el mexicano Diego Rivera, experimentó una especie de geometrismo extremo de feroz facetismo, diríamos ahora  de-constructivo, en cierto modo derivado de Cessane y Matisse, para crear el cubismo sintético, grupo que por tal aportación al arte universal es por ello conocido como la famosísima Escuela de París, en cuyo núcleo, el Centro de Arte Vanguardista, se investigó las formas adaptables a la geometrización angular y la concepción sintética del movimiento.
-taller y tertulia en la que giraban  Jaques Villón, Marcel Duchamp, André Lothe, Robert Delaunay y Francis Picabia. El artista mexicano formó parte también de la Asociación de la Sección de Oro de Léger, Picabia, Gleizes, Metzinger, Duchamp y Juan Gris, donde Ángel Zárraga aportaba a la discusión teórica del grupo los exquisitos conocimientos sobre la proporción aúrea o la divina mesura, secreto  de secretos aprendidos en la Academia de San Carlos gracias a las lecciones del maestro Alberto Lanndesio,  Santiago  Reboul y Germán Gedovius[3] Difícil hoy no aquilatar la grandeza y magnitud de su hazaña.
   La experimentación vanguardista es la consecuencia última en el plano estético de los movimientos revolucionarios de inicios del siglo XX.  Empero, la verdad es que el cubismo no fue sino una reacción antiimpresionsita, un formalismo o mera búsqueda de la forma surgido del fauvismo y su especulación del color por parte de “las Fieras”. La raíz del dogma cubista vino de la sentencia de Cezanne: “¡Todo es cilindros, conos, esferas!” Arquitectura moderna, habría que agregar, naval, aérea. Sin embargo, el principio de la fisura ocurrió cuando Zárraga agrega a la intersección de los planos  las relaciones complementarias de las formas, los contrastes simultáneos de las formas mismas... y el conflicto terminó en desastre, porque la consecuencia del movimiento revolucionario cubista fue su pronta osificación en ortodoxia, en donde todo se estropeó, desgarrándose entre equipos rivales. Y es que sumados al equipo teórico entraron en escena los poetas Jean Cocteau, el viajero suizo Blaise Cendrars y Pierre Reverdy, siendo éste último quien termina por imponer una dictadura puritana que prohibía pintar retratos y paisajes, admitiendo sólo las naturalezas muertes de mesas de cafés y guitarras –intento, pues, de reducir sintéticamente a los Picasso, Rivera  y Zárraga a meros epígono del limitado Juan Gris.
   Desde temprano Zárraga presintió el peligro latente en una abstracción excesiva, limitando el intelectualismo abstracto de los franceses en una reconciliación con el neoclasicismo –operando empero en su pintura la experiencia cubista una revolución de formulas emancipadas y el rigor sereno en el uso del color. Para Ángel Zárraga l´avant garde fue, en su conjunto, un error, una experiencia equivocada, un movimiento frustráneo que llevaba en si los gérmenes de su propia ruina, pues acarreaba como consecuencia una dolorosa enajenación mental, producto de la abstracción de los otros, de si mismo y de Dios Porque en el fondo las ideas de Gustave Couvert sobre la pintura por la pintura, implicaban la negación del ideal cristiano, cimiento profundo en la historia del arte occidental.
   De ahí vino el desastre que acarró todos los desastres: ser hijos de una época sin fe, sin otro anhelo que resolver insolubles problemas técnicos, donde se olvida que la vida no se resuelve en pinturas, sino que las pinturas son sólo un medio de dar testimonio de un valor espiritual Zárraga responde a la mexicana con radicalismo religioso, con radicalismo francés: vuelve primero a los principios estéticos del renacimiento, a las bellas líneas y los bellos colores en la celebración dinámica del cuerpo humano, para remachar luego en el mismo clavo neoclásico, con el propósito de reconfigurar el arte humanista y religioso contemporáneo.
.   Como muestra de ello llegaron a Durango, tierra natal y de los primeros años del artista, dos soberbios cuadros clásicos de la vanguardia, donde lo marginal evoluciona para volverse verdadera mutación central: Niña con torta, 1917, El Lector Juan Ramón Jiménez, 1917, a los que hay que sumar el bodegón heterodoxo Naturaleza con Barco y Concha, de 1922 En efecto, de aquella experiencia frustrada dejo, no obstante, cuadros memorables -acaso el mejor de todo el cubismo, el lienzo del poeta español  El Lector Juan Ramón Jiménez.[4] Obra revolucionaria de pureza mística y perfección áurea, que pasó con sus jugos nutricios por nuestras narices como un fruto maduro sin que muchos ni siquiera se acercaran a morderlo u olerlo. El pintor durangueño, que desde un principio derrotó en Europa todo escepticismo sobre sus subidos méritos, especialmente en el arte del retrato, aporta así a la tradición del arte una imagen perfectamente cubista... pero viva - pues junto al esquematismo y fragmentación que le es propio al estilo, junto con la desecación de la forma, el desmenuzar de los volúmenes y la descomposición del color, hay en la estructura geométrica buscada no sólo el peso y la densidad de los volúmenes sólidos con sus efectos lumínicos, sino algo más aún: el encuentro con una especie de estridente aura en calma de fija firmeza la cual, por decirlo así, nos da en un hojear de su presencia estructural la representación del poeta (del más alto poeta intelectual español de la primera mitad de siglo), en gélidos términos de rigurosa arquitectura, es cierto,  más mágicamente compensados por la calidez conmovedora del color.



V
   Sin embargo la experiencia vanguardista fue una experiencia generacional fallida, incapaz de trascender el positivismo impreso en la luz amarga tras la inocente sonrisa auroral del impresionismo (Retrato de Auguste Renoir, 1919). En efecto, de la claridad de la mera impresión sensible se derivó una cruda calamidad: la de un arte sin excelsitud y hasta mezquino, vacío de trascendencia. Al ver y vivir las consecuencias arrojadas por el movimiento Ángel Zárraga queda enfermo y horrorizado y vuelve entonces a los principios clásicos y neoclásicos del dibujo de la anatomía humana y el denudo femenino, encontrando, en una pintura deportiva formidable,  la esencia del hombre genérico.
   ¡Volver a las fuentes!, es entonces su divisa: ¡al estudio del hombre! –que para él se resolvió como una vuelta lúdica al estadio y una vuelta lucida a la Iglesia. En efecto, en medio de la más profunda de las crisis que le tocó vivir, el pintor vio como nadie que nuestro tiempo ofrece dos expresiones diferentes de la vida: una física y otra espiritual. La física tiene su esencia en los grandes estadios deportivos: la espiritual en los templos. Así, en el estadio estudia la celebración dinámica del cuerpo humano y la comunión con la colectividad. Es precisamente en ese periodo que Zárraga sale del cubismo para recuperar de nuevo el sentido de la mecánica humana, sus movimientos armoniosos expresados mediante el culto deportivo al cuerpo humano y a la precisión de los juegos, ejercitando su naturaleza en el vigor corporal –explorando nuevamente así  la maravillosa mecánica del cuerpo humano que aprendió de niño cuando acompañaba a su padre el Dr. Fernando Zárraga a disectar cadáveres.
   En La bañista sus pinceles se empapan de color, de mar, de aire y de oro viejo. Porque si sus figuras guardan siempre algo del hieratismo hindú, propio también de nuestra cultura, en la frugalidad del color, en la paleta restringida y en la inmaterialidad de las tinturas hay algo de la elegancia añeja de la decadente inercia ajada española, algo también de la frugalidad franciscana propia al principio de belleza ascética y cristiana, lo que da a la pincelada esa alquimia de gran finura de prodigioso naturalista sintético.
    Aunque Ángel Zárraga tuvo una hija, llamada Clara Bernadette y un hijo, Fernando, en México, de su segundo matrimonio con la suisa-alemana Maria Luisa Gysi, lo cierto es que en su primera estancia en París vivió durante años con una maestra de gimnasia y deportista, llamada  Junnette Ivanoff, quien fuera además su modelo y protectora de 1919 a 1924 –otro paralelismo con Diego Rivera, quien además de iniciar sus estudios europeos practicando el costumbrismo español y de participar activamente en el movimiento cubista, vivió asimismo de joven con una mujer eslava: la pintora Angelina Beloff, su primera esposa.
   En efecto, la crisis de angustia profunda que deja como herencia la guerra danzando en el fondo de París y las delirantes discusiones teóricas del movimiento estético por el encabezado lo hacen  caer enfermo en el año de 1918. Durante su enfermedad decide organizar su vida, casándose con una bella y atlética joven cuyo verdadero nombre Zárraga intentaba mantener oculto. Hay quien afirma que no era rusa ni se llamaba Jannete Ivanoff, sino polaca, cuyo verdadero nombre era Jeanne Moots. Lo cierto es que se trata de una fuerte personalidad, de gran porte, maestra de danza rítmica e interesada en los problemas de estética. Se ocupa del pintor quien recupera la salud física y se casa con ella en 1919, viajan a California para luego vivir juntos en el número 9 de los Chaletres Talleres de la Cité des Artistes, en el boulevard Argo. Son de esa época los cuados que nos visitaron:  Estudio de Mujer, 1917; Las Futbolistas, 1922; Mujer de Rosa, 1922; Naturaleza Muerta, 1922; Paisaje S/F. 




   Jannette Ivanoff fue una futbolista de fama y renombre, llegando a ser la capitana del equipo Les Sportivs de París, que gana el campeonato de 1922, por lo que es retratada por el pintor junto con las estrellas coequiperas Hennrriete Comte y Thérese Renault . En 1924 pinta una serie de grandes lienzos sobre el fútbol, los cuales son comprados de inmediato por el periódico Excelsior de París –y así como fuese el Fray Angélico del cubismo se convirtió más tarde en el Ingres del Fútbol. En efecto, en los cuadros deportivos y del futbolismo Zárraga quiso expresar la mística de la acción y de los deportes, donde desarrollar el valor de la voluntad y la fuerza moral aportada por la disciplina. En realidad se trata de un empeño del artista por volver al estudio del hombre y de su inalienable esencia. Así, Zárraga continúa su reflexión sobre la exterioridad expresiva del cuerpo humano, en especial de la figura femenina, trasportando el lenguaje de la expresión mímica humana en términos de un formalismo absoluto, aunque ciertamente amable y aún  decorativo, con el cual logra profundizar en la sicología. y profunda complejidad del hombre moderno-contemporáneo, alcanzando figuras no exentas de perfección y angélica monumentalidad. Se le ha reprochado que en tal obra lo que se expresa no es más que el  culto a la figura, al hedonismo del cuerpo, más que los valores clásicos de pureza y serenidad. Algunos incluso han ido más allá, apuntando a la “transexualidad” de los deportistas, a la visión de los sexos en una sola constitución humana. No es verdad. Sin necesidad de ir tan lejos, lo que se puede decir más bien, como no ha dejado la ciencia médica de denunciar, es el reconocimiento por parte del pintor del fondo meramente biológico en las actividades deportivas. Época efectivamente de hedonismo del cuerpo y de culto a la figura, la cual captó el artista en un retrato a su primo y coterráneo, el  actor hollywoodense Ramón Novarro (1899-1968).


Retrato de Ramón Novarro, 1925

  A la búsqueda de valores clásicos de pureza inmanente el futbolismo de Zárraga añade empero una tesis de carácter social, cuyo ideal es el de devolverle al pueblo pauperizado su bloqueado volumen de voluntad y de fuerza moral mediante las disciplinas deportivas. Se trata, en efecto, de una mística de la acción traspuesta popularmente a términos deportivos, para enseñarla en México, donde abunda los soñadores, a perfeccionar la molicie del cuerpo por el deporte.
   A lo largo de su extensa obra el pintor durangueño  desarrolló toda una filosofía del cuerpo, refinando en ese tiempo su visón del movimiento, ya que fue un gran aficionado a los estadios y a las competencias atléticas, a las carreras a pie, al fútbol, al básquetbol, a la natación. al rugby, al tenis. A su prodigioso instinto de pintor se sumó el más cultivado talento hecho de afinamientos sucesivos y auroleado siempre por el buen gusto, un poco seco, y la elegancia de un paradójico espíritu: sereno y a la vez ardientemente cultivado.
VI
    Torpemente se ha querido retrasar el triunfo de los modernos, y de Ángel Zárraga en particular, por su cultura francesa y su espíritu religioso –porque la actitud característica de la reacción ha sido siempre la de fingir ignorancia para no comprender la vida radical y desinteresada del espíritu, ya se en política, literatura, religión o arte. Empero, México ha querido ser un país original y eso sólo puede hacerlo siendo radicalmente moderno –y una de sus visiones más potentes es, sin duda alguna, la legada a su patria por los experimentos franceses aportados por el atlético y culto pintor cubista durangueño Ángel Zárraga Argüelles.




IV.-  Ángel Zárraga en México
 (Muralismo  y Nuevo Clasicismo) 
VII
   Pintura soberbia fue el cubismo, experimento de abstracción de la vida concreta que exigía por su excentricidad una reacción:  el retorno, pues, a la verdad humana.   La historia puede verse como una sucesión de mutaciones y de reacciones, de excesos y de retorno a lo tradicionalmente asentado. Así a la revolución cubista se sucedió el imperio y vuelta de lo clásico: de Rafael, de Ingres. Porque el hombre, ese animal, esa máquina de huesos, está también permeado por un sentido que sólo a él pertenece, siendo en la constitución humana los polos equilibradores, centradores de la vida y de la salud los planos físicos y espirituales –teniendo la grandeza física su escenario en los grandes estadios deportivos, la espiritual su mejor representación en los templos  Su idea: la purificación del templo del cuerpo por el deporte y del  cuerpo del templo por un retorno a una renovada comunidad de fe trascendente.
      La primera incursión de Ángel Zárraga en la pintura de gran formato la realizó en el año de 1917, en los estertores finales de la Primera Guerra Mundial,  para la escenografita para la puesta en escena de Antonio y Cleopatra de Willam Schaquespeare, montada en el Teatro Antonie de París, llevando a cabo un plan que rebasó toda expectativa. De la escenografita saltó al espacio mural, realizando su primera composición en la casa parisina de uno de sus coleccionistas particulares, el Dr. Van der Hernst. Su segunda obra mural tardo siete años en concluirla, ocupándose en ella de 1922 a 1929, en el Castillo Vert-Coeur, en Chevrease, cerca del Palacio de Versalles, perteneciente al conde René Phillipon, pintando al fresco los espacios del Oratorio, la biblioteca, el corredor, los muros de la escalera central y el salón familiar. Debido a sus compromisos de trabajo desatendió el llamado del Secretario de Educación con Obregón, el filósofo José Vasconcelos, puesto que sus compromisos de trabajo parisinos se lo impedían.. Así, para 1924 inicia los murales a la encáustica en la Cripta de Nuestra Señora de la Salette, en Suresnes.[5] Su cuarta obra mural la realizó en la Iglesia de los Mínimos, en Réthel. Se trata de un fresco en el que desarrolla el simbolismo de los cuatro evangelistas a manera de bestiario simbolico: Águila, León, Cordero, Hombre.
   Sin embargo, es invitado por su amigo Alberto J. Pani, en 1927 para decorar  la Legación Mexicana de París, realizando 18 paneles de intención mural para el Salón de Fiestas y la Sala de Estar, añadiendo a su lenguaje un tratamiento en  estilo Art Decó. El mejor conocido de ellos, “Amaos los Unos a los Otros”, tiene por tema el de la reivindicación de  las clases trabajadores obreras y campesinas oprimidas bajo las figuras de trece mujeres vistiendo atavíos populares, siendo la figura principal inspirada en la actriz Dolores del Río. En un estilo moderno y decorativo logra una síntesis de laicismo y religiosidad con el tema de la fraternidad universal entre las naciones y el de la integración de México al progreso de las naciones civilizadas –ideal de modernidad inscrito también en los vitrales de Fermín Revueltas. También expresa las diferencias entre el mero inmanentismo anejo al culto pagano y el contraste trascendente inscrito en la civilización cristiana. Un a imagen de Cuauhtemoc y otros dos con las cuatro virtudes morales y las tres teologales.[6] Esta obra se arrancó de sus bastidores y se arrumbó por años en los sótanos de la Legación, para ser rescatados y restaurados hasta el año de 1980.







  

  En ese mismo año de 1927 es propuesto por André Honorat para ser nombrado Chavalier dans l Ódre Legión d´Honeur (Roseta de Oficial de la Legión de Honor), reconociendo el gobierno francés sus subidos méritos en sus 20 años al servicio del arte... a los 40 años de edad. Durante su estancia en Francia conoció el pintor todas las guerras y revoluciones que cada década sacudieron a Francia... conoció también las que en el mismo siglo sacudieron a su patria. Ante ello el artista mexicano respondió con un proyecto cultural de radicalismo y laicismo de inspiración francesa, que trasplanta en términos de la filosofía cristiana los ideales de la fraternidad universal ene los pueblos, la libertad del individuo y la igualdad de todos los seres humanos.
   En efecto, como vio Vicente Riva Palacio y a su zaga Jorge Cuesta, si se escruta en nuestra historia, México es un país de inspirado en la cultura francesa en todos sus órdenes, siendo Francia, la rosa de la civilización,  por su historia y cultura la influencia esencial de nuestro desarrollo nacional en el ámbito espiritual y lo que le da su más profunda distinción y su carácter a nuestra patria, siendo también el humus que alimenta la raíces de nuestra libertad en todos los sectores de la sociedad. Es cierto, nuestra cultura encarna los ideales de la cultura francesa sin proponérselo artificialmente, sino de manera natural. Por doloroso que sea hay que reconocer que la nación mexicana no ha tenido una verdadera existencia propia, ni ha existido propiamente una voluntad y una conciencia nacional y las que ha tenido, las ideas gérmenes de una responsabilidad histórica, han sido influencia del pueblo francés.
   Vuelve a la pintura mural en el año de 1932, trasladándose al África, a Marruecos, donde pinta en la Iglesia de Fedhala a Santiago Apóstol, patrono de los peregrinos, y a Pedro y Pablo en su tarea evangelizadora que siguen a las conquistas militares en tierras de infieles. De regreso a Francia pinta un fresco más, esta ves en la Capilla de Cristo Redentor, en Guébrant, en la Alta Saboya, también de tema cristológico. Obra de gran belleza, plenitud y grandiosidad de la Anunciación, Redención, Bienaventuranza y Vía Crucis. Sigue a esta obra la decoración de la Maisón du Café de París, en la Plaza de la Ópera, que aunque posteriormente fue destruida por reliquias fotográficas sabemos que trataba de los Atlantes y de Don Quijote de la Mancha. Sigue con otra obra en la Sala de Consejo del edificio de la Unión de Minas de París.




 




   Por último realiza tres obras murales más: en la Cúpula de Mal Paso, en Mégreve y en la Iglesia del Castillo de Meudon plasma temas de la mitología griega, para finalmente desarrollar en la Capilla de la Ciudad Universitaria de París el tema central del humanismo: la pasión de Cristo .sirviéndose de un planteamiento calificado de intelectual, en pleno bombardeo en Francia por los nacionalistas alemanes en junio de 1940. En el inicio de la Segunda Guerra Mundial alcanza todavía a realizar otro mural más, esta vez en la Iglesia de Saint Ferdinand des Ternes, sobre la vida y milagros de Santa Teresa de Jesús, apoyado por el filósofo Jaques Maritain..
   Se a criticado a Zárraga de apoliticismo. No es verdad. De hecho su regreso a México precipitado por las hostilidades del espíritu guerrero, se debió más que nada al clima de frialdad creado en su contra en  el medio acomodado y artístico en el que se desenvolvía, debido a su participación en la Radio Francesa, donde difundió exhortaciones públicas a las naciones hispanoamericanas para condenar el socialismo totalitario que surgió como una amenaza de anti-humanidad,  invadiendo como un cáncer a los países de eje, teniendo su cedes en Tokio, Roma y Berlín. Al finalizar el año de 1941 parte de Francia y al inicio de 1942 desembarca en el puerto de Veracruz con su esposa Maria Luisa y su hija Clarita, acompañando su menaje de viaje de un automóvil Renault del que no quiso ni pudo desprenderse.


VIII
   A su llega a México pinta los murales en Los Laboratorios Abbot sobre el tema de la salud y la enfermedad. Por instancias de su amigo Arturo J. Pani es contratado para un mural en el bar del Club de Banqueros, en el edificio Guardiola, donde pinta  la Alegoría de la Riqueza y la Abundancia, La Miseria y el Placer. y El mito de Dannae y Perseo. Por instancias de su antiguo condiscípulo en la Escuela Anexa a la Normal,  Jaime Torres Bodet.  se integra entre los miembros fundadores al Seminario de Cultura Mexicana.
   Concluye la ábside de la Catedral de Monterrey, donde pinta las ocho bienaventuranzas separadas por unas filacterias que contiene textos de los evangelios, terminándola por cábala del destino el mismo día de la victoria aliada sobre la Alemania nazi, por lo que la firma con la leyenda “Aleluya. 6/X/45”. 






   Finalmente realiza uno de los cuatro murales ideados para de la “Sala de lectura José Vasconcelos” en los Talleres Gráficos de la Nación, hoy Biblioteca México, en la Ciudadela, los cuales había sido encargada por el Secretario de Educación, el ensayista y poeta del grupo Contemporáneos Jaime Torres Bodet. Alcanza a concluir La Voluntad de Construir -dejando en proyecto El Triunfo del Entendimiento, El Cuerpo Humano y La Imaginación. Se trata, en efecto, de una serie en donde el autor quiso representar, de modo edificante, el poder del hombre para transformar la naturaleza en cultura y el tiempo en historia por virtud de sus obras y sus creaciones. Tema de la técnica moderna proveyendo al hombre del conocimiento material para transformar la materia y su entorno, y de la cultura que presta el conocimiento simbólico que precisa el ser humano como el otro medio para desplegar plenamente su voluntad, siendo estos elementos los principios de un mundo superior en una síntesis entre el mundo secular y el religioso y cultural. Obra de gran refinamiento que aspira a la modernización constructiva de la patria, anquilosada por soñadores y burócratas y por legiones masificadas aletargadas por el sueño, que exige además la  madurez de las costumbres el despertar del sentido común –reminiscencias también de la cultura tolteca o viejo toltecayotl bajo la figura emblemática de la serpiente alada de Quetzalcóatl, lucero de la mañana que dio los fundamentos clásicos de la grandeza de los antiguos mexicanos bajo la especie de una cultura laboriosa coronado de plumas y de cantos. 
.  Al igual que el genial compositor durangueño Silvestre Revueltas, Ángel Zárraga muere de una pulmonía cuata mal atendida el 23 de septiembre de 1946, a los 60 años de edad. Hay que señalar que el resto de la comitiva integrada por las máximas figuras de la Escuela Mexicana guardó un lamentable silencio.



  





IX
    Debido a la moda estética populista derivada del movimiento revolucionario estratificado en institución, perpetrada hasta nuestros días por la crítica de arte se ha intentado restar méritos a su trabajo,  calificándola de cursi, veleidosa, amanerada y hasta elitista, concediendo al vulgo parasitario de la burocracia oficial el aplauso a las tendencias mundanas de Rivera y Siqueiros, rodeadas de elementos existencialistas y decadentes que celebraban la muerte de Dios y de la conciencia religiosa para dar rienda suelta a un paganismo permisivo y moralmente lábil cuya cauda desacralizadora  nos aqueja hasta la fecha, poniéndonos así de hinojos ante la presión de pueblos improvisados que quisieran subsumirnos bajo su bandera para adorar a su sus ídolos menores.
   Sin embargo, como prueba en contra llego a Durango uno de los cuatro grandes oleos de composición circular pintados en 1914 titulados El Cielo de la Acción, en los cuales vuelve a probar su maestría armonizando sus composiciones en la difícil dinámica circular de sus figuras. En efecto, a la tierra del arte pictórico y del talento musical llegó la famosa imagen de San Jorge, siendo para el pintor uno de los héroes paradigmas de la historia de la humanidad, especialmente  para nuestra cultura patria –tétrada completada por Mctezuma Ilhuicamnina, el flechador del cielo, David, y El aviador. Así, el cuadro de San Jorge se presentó en la tierra natal del artista  flanqueado por otras dos imágenes de cuño religioso: San Miguel (1939) y Juana de Arco, la Doncella de Orleáns (1939). Lienzos de carácter metafísico que ponen de manifiesto la realidad histórica actuante de la moral y de fe cristiana.
X
     Por último, hay que señalar que el retorno al hombre implicaba un retorno a los orígenes y a la esencia de la naturaleza humana, lo cual se tradujo para el pintor en una vuelta espiritual y geográfica a México.
        El desarrollo de la conciencia íntima y personal de la patria lo vertió el pintor en términos de piedad, de simpatía y compasión por los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno de sus cuadros más significativos,  La niña de la Lima (1942), se respira toda una inspiración de concentración de valores humanistas, de reconocimiento a la paciente humildad, de poderosa sencillez y resistencia, de discreta actitud frugal propia del alma mexicana. Lienzo de luminosa y  dulce frugalidad y de sutil pudor y analogía, que muestra en el desnudo un tratamiento de respeto profundo a la intimidad de la persona..
   Sin embargo, hay que señalar que la muestra exhibió una flor que no es de su jardín. En efecto, el cuadro que cerró la exhibición titulado “Corazón” (1943) es un lienzo apócrifo y, hay que agregar, una pintura además de balín,  rascuache, pues no corresponde ni a la finura del pincel del artista ni a su visión del arte . Se trata, en efecto, de un burdo cachirúl, de una imitación pintada además con mala fe  Cuadro de  gusto  charro colado  por aquellos que quisieran  fundar la vida cultural de la nación en el fraude y  la impostura, pues lejos de ser una obra del espíritu estético del artista, nos presenta a un ángel si, pero pagano, a una joven autóctona  inexpresiva consagrada a Venus... pandémica,  símbolo de los deseos terrestres y concupiscentes de la carne, para colmo edulcorada  con alas solferinas de algodón de feria, imagen de la verdad neurofisiológica de la especie y sus instintos más primarios, a la vez reducida al tipo de prietita despechugada enfurruñada y de bigote, levantando  un corazón de papier maché propio de los carnavales o desfiles en 20 de noviembre. Cuadro, pues, que cae de lleno bajo la categoría estética de lo lindo concupiscente y que por ello debe considerarse fuera de la esfera del arte (Arturo Schopenahuer), confirmando con ello la tesis de que cuando se ha querido ser más nacionalista es cuando se ha falsificado más. Porque difícilmente alguien puede ser buen mexicano si se es un mal hombre, si carece de gusto, si pervierte confundiendo la sensibilidad con la voluptuosidad y la pecaminosidad, si confunde la poesía con el galanteo de alcoba o el socialismo de burdel. Obra en una palabra reaccionaria, pues la verdadera naturaleza de la reacción consiste en ignorar, en no querer comprender, incluso  en pervertir la vida radical y desinteresada del espíritu, ya se manifieste en política, literatura, religión o arte -porque lo reaccionario no es una cuestión de prejuicios en la comprensión, sino de intereses. 



   Falso laicismo también, que lo vulgariza al desviar su significado al interpretarlo como falta de religión -equívoco que hay que disolver, pues ha causado la depravación de los espíritus. Porque el concepto “laico” se opone a “clerical”, no a “religioso”. El laicismo, en efecto, es un concepto sobre la naturaleza de la sociedad, que se deslinda por tanto de la religión, por ser ésta un asunto de conciencia personal, justamente –por considerar que la conciencia social no debe supeditarse a doctrinas o sentimientos reaccionarios o esclavizada por doctrinas y sentimientos oscurantistas de la conciencia individual. En la sociedad laica la doctrina religiosa, en efecto, deja de ser el fundamento de la sociedad, la cual admite así que no se funda en ninguna doctrina, sino directamente en su propia experiencia histórica y en su tradición. Principio de realidad y de libertad, pues, que desencadena las almas de su grillete a círculos sociedades detentadores del poder o de la  organización social. Así, es el primer deber de la sociedad laica es imponer la obligación de liberar  la cultura de la sociedad, para que ésta se realice  tal y cual se da en su despliegue como cultura positiva y concreta. Así, el laicismo no es sino la conciencia positiva de que la cultura y su contenido (de arte, ciencia, técnicas, ideas e instrumentos de producción) pertenecen de modo radical a la nación al través de la sociedad –y no de modo histórico o tradicional a una clase, clerical, capitalista o proletaria. Es así como la nación encuentra su fundación en el laicismo, que es la sociedad fundada radicalmente en sí misma, que se da ella misma el sentido que va tomando en su despliegue. No es entonces la estructura o el predominio histórico o natural de una iglesia o clase privilegiada o favorecida históricamente lo que le da el laicismo, sino precisamente lo contrario: la experiencia de la sociedad como libre fundándose a si misma. 
   Porque el laicismo es, en efecto, la expresión de la libertad social, aneja a la responsabilidad: de liberar a la cultura positiva y concreta de la sociedad, siendo por ello el objeto de la conciencia social  –no de la conciencia individual, no del dogma clerical o del dogma marxista. Porque lo revolucionario de un tiempo que evoluciona a otro no es un conjunto reumático de normas individuales elevadas a categoría de aplicabilidad universal, mucho menos un canon eclesiástico o una doctrina sagrada, sino la experiencia revolucionaria o reformista de la sociedad como libre, producida en el seno de la nación y fundada radicalmente en sí misma. Tal es la responsabilidad verdaderamente revolucionaria:  la de identificar a la nación con la sociedad fundada radicalmente en sí misma. De la cultura francesa heredamos las ideas republicanas del estado laico, siendo el  laicismo y el radicalismo una misma actitud de espíritu.
   Es por ello que la doctrina viviente de la revolución mexicana esta presente de forma silente, enclaustrada en la profundidad de su cultura... porque en mucho está codificada en su pintura. Así, lo verdaderamente revolucionario sería aceptar esa dimensión del arte nacional –pero también la idea de la salvación de las culturas nacionales por la cultura, de donde se desprende el programa de estudio de estas realidades para la potenciación de los valores propios, como una salvación de las circunstancias en donde se de una síntesis ponderada de mexicanismo y universalismo, de civilización y humanismo.
   Ángel Zárraga descubrió así en el radicalismo francés las raíces del laicismo mexicano y de la conciencia social, intentando con el dinamismo y modernidad de su pintura contrarrestar el enquistamiento de nuestra raza, tendiente a la moribundez,  amando la salud y la vida. También encontró en él la liberación de la conciencia individual, encontrando en las imágenes de los templos lo más mexicano de nosotros mimos y de nuestra conciencia individual, pues en las figuras sacras de las iglesias pueblerinas y regionales está depositado el sentimiento más intimo del alma nacional y la expresión visible de nuestra especial manera de sentir la vida, cuyos hábitos religiosos y anhelos de reconciliación y redención divina se trasminan en el arte popular, haciéndolo así inigualable por su carga de interés trascendente, factor que da cuenta del refinamiento en su elaboración ajeno al consumo de la mecánica circulación vertiginosa de las mercancías.
  Hay que señalar que el retorno al hombre implicaba un retorno a los orígenes y a la esencia de la naturaleza humana, lo cual se tradujo para el pintor en una vuelta espiritual y geográfica a México.
        El desarrollo de la conciencia íntima y personal de la patria lo vertió el pintor en términos de piedad, de simpatía y compasión por los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno de sus cuadros más significativos,  La niña de la Lima (1942), se respira toda una inspiración de concentración de valores humanistas, de reconocimiento a la paciente humildad, de poderosa sencillez y resistencia, de discreta actitud frugal propia del alma mexicana. Lienzo de luminosa y  dulce frugalidad y de sutil pudor y analogía, que muestra en el desnudo un tratamiento de respeto profundo a la intimidad de la persona.





[1] “Mensaje a Durango”, en Archivo Carlos Pellicer, 1942
[2] En 1907 traba amistad con los miembros de la Sociedad de Conferencias, presidida por Antonio Caos, Alfonso Reyes, Pedro Enríquez Ureña, Isidro Fabela y José Vasconcelos, la cual se convierte en 1909 en el renombrado Ateneo de la Juventud. Se trata de la Generación del Centenario.
[3] Posteriormente tal corpus de conocimientos clasicistas fue vuelto a compilar por Santos Balmori Picasso en el libro Los Secretos de la Sección Áurea, publicado hace años por la UNAM.
[4] Fue también uno de los grandes retratistas del siglo, pintando desde Ramón del Valle Inclán y Juan Ramón  Jiménez a Ramón Novarro y Dolores del Río, pero también a lo mejor de la sociedad parisina, como Lucien Romier, Henrrí Beqhín. O madame Charles Brousse, siendo memorable el fantasma tomado a su amigo el mundano pintor Pierre Bonard a los 46 años de edad, teniendo Zárraga 25 años de edad, en 1912, gozando así en su carrera de  un modesto éxito económico que le permite establecerse en la capital del arte, justamente cuando Heminguey la recuerda en su inolvidable novela de costumbres  Paris era una Fiesta. . Retrató a Diego Rivera en Toledo en 1912. A los que hay que sumar los retratos efectuados en su última estadía y arraigo final mexicano: Los niños Carlos y Luis Prieto, , la Señora Hilda Leal de Gómez y su hija Esther, La Niña María  Eugenia Souza y Beatriz Asúnsolo con vestido de primera comunión.
[5] De esta obra desaparecida por los bombardeos alemanes se conservan empero tres cuadros preparatorios de estilo cubista sintético, conservados por la Cámara Nacional de la Industria de la Construcción de México. Se trata del tríptico La Anunciación, La Asunción y La Coronación.
[6]  La cultura de Francia es representada por el impuso moderno de la aviación en las figuras de Nungesser y Coli, muertos en su aeronave al intentar cruzar el Océano Atlántico y el triunfo de Charles Lindberg.




"El ideal de Zárraga era, según Alberto Espinosa en su ensayo sobre la Escuela de Paris, “la purificación del templo del cuerpo por el deporte y la del cuerpo del templo por un retorno a una renovada comunidad de fe trascendente. 
Contemporáneo de Ramón López Velarde, profesaba asimismo, una religiosidad que traslucía un intenso expresión declarado en la expresión de los rostros, sobretodo, en el de los modelos masculinos, y del erotismo en la figura del cuerpo femenino."



viernes, 30 de mayo de 2014


El espíritu de la materia

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